Capítulo 0
Con las pocas fuerzas que la manera en como temblaban sus piernas le permitían mostrar, Dahlia avanzaba entre las demás jóvenes hacia las puertas del recinto al que estaban siendo guiadas en medio de la oscuridad.
El lugar al que se dirigía no se parecía en nada a lo que había visto en sus dieciocho años de vida. Contrario a las fachadas polvorientas y desgastadas de las casas de madera que había en el pueblo en el que vivía, la entrada tras aquellos muros era hermosa, imponente.
No hacía falta mirar mucho la edificación para darse cuenta de que pertenecía a alguien muy importante; lo que hacía que entendiera menos qué hacía ella a punto de entrar en un sitio como ese.
Cuando abrió los ojos, hacía solo unos segundos, se encontraba en un carruaje junto a otras jóvenes más o menos de su edad, algunas de las cuales parloteaban entre ellas en voz baja.
Dahlia estaba tan desorientada que no consiguió entender con claridad lo que decían, pero a juzgar por la tranquilidad que reflejaban sus rostros, ellas sí sabían dónde estaban y por qué.
No tuvo tiempo de indagar al respecto. El carruaje en el que estaban siendo transportadas se detuvo y unos hombres armados les ordenaron bajar. Dahlia no tardó en reconocer esos rostros adustos y llenos de cicatrices, y en respuesta, su cuerpo comenzó a temblar con violencia.
Se quedó paralizada por unos instantes, incapaz de mover un solo músculo, pero al ver que todas las demás chicas en el carruaje bajaban con apacibilidad, dejándola sola allí, obligó a su cuerpo a hacer lo mismo y seguirlas.
La puerta a la que se dirigían era custodiada por otros dos hombres. Al divisar sus espadas envainadas y la apatía de sus rostros, la poca valentía que Dahlia había logrado reunir hasta ese momento se desvaneció de golpe.
Sintió la tentación de huir de inmediato y regresar con sus padres, pero al mover su cabeza de un lado a otro tratando de detectar la mejor ruta de escape, no tardó en recordar que aquello era una pésima idea. El dolor punzante que sentía detrás de la cabeza, consecuencia del golpe que había recibido la última vez que intentó rebelarse contra ellos, era la prueba. Quedar inconsciente de nuevo era lo menos que podía pasarle.
Llevó su mirada hacia las demás chicas que caminaban junto a ella, y se sintió aún más desconcertada. Ninguna parecía estar asustada, ella era la única que temblaba como hoja mientras avanzaba. ¿Acaso ellas sabían algo que ella no? ¿Qué era lo que estaba ocurriendo?
Aquella mañana, después de despedir a sus padres, quienes, cada dos o tres días, iban al mercado a vender los brebajes medicinales que preparaban con las hierbas de la montaña, se dedicó a realizar sus quehaceres cotidianos. Al terminar, se sentó cerca de la ventana de su habitación para internarse en la lectura de un libro, como acostumbraba a hacer en sus ratos libres, hasta que un barrullo la desconcertó.
Parecía provenir de la calle del frente, y se hacía cada vez más intenso.
Se levantó de la silla y se asomó a la ventana para entender mejor lo que estaba ocurriendo, pero cuando menos se lo esperaba, escuchó un grito. Se espantó a tal grado que estuvo a punto de caer por la ventana, pero si bien logró sujetarse a tiempo para no terminar tendida en el suelo, soltó su preciado libro en el intento.
Sin pensarselo dos veces, salió de la casa para evitar que alguien se lo llevara, y una vez en sus manos, lo colocó en su delantal y se dispuso a entrar en la casa, deteniéndose de golpe al divisar al hombre que ahora se hallaba de pie frente a la puerta cerrada.
Llevaba una larga espada que sobresalía de su cinturón, mientras su rostro hosco y huraño permanecía inexpresivo. Dahlia jamás lo había visto por allí y estaba segura de que no se trataba de un amigo de su padre.
Trató de retroceder sobre sus pasos, intentando pasar desapercibida, pero unas manos ásperas y agresivas la sujetaron por los hombros. El alma se le congeló en el cuerpo cuando escuchó una voz masculina detrás de ella decir:
—Esta es bastante bonita.
Un sudor frío recorrió su espina mientras veía al sujeto que había estado frente a la puerta, girarse hacia ellos y acercarse. Podía sentir la sed de sangre en los ojos obsidiana de aquel hombre, y su rostro y brazos llenos de cicatrices, le decían que no era una persona pacífica. Brazo más bien. Carecía de uno de ellos.
—Llévala con las demás —ordenó con la voz más escalofriante y fría que jamás había escuchado, y de inmediato, el que la tenía sostenida por los hombros la empujó con brusquedad para que avanzara.
Dahlia entendió al instante la situación tan peligrosa en la que se encontraba, y al divisar el carruaje al que querían subirla, luchó por resistirse y escapar, pero el hombre afianzó su agarre alrededor de ella, esta vez sujetándola por la cintura.
Guiada por su instinto y como último recurso, le mordió la mano con la esperanza de poder escapar, pero sintió un golpe detrás de su cabeza, tan pronto quiso echar a correr, y luego perdió el conocimiento.
Eso era lo último que recordaba antes de despertar en el carruaje, y, por tanto, estaba segura de que había sido secuestrada por esos hombres con algún vil propósito, entonces, ¿por qué las demás chicas lucían tan tranquilas?
Pensó en preguntar a la muchacha un poco más baja que ella, de labios en forma de corazón, que caminaba a su lado acerca de estas cuestiones, pero no le salía la voz. Estaba demasiado aterrada y confundida.
La luna brillaba con intensidad sobre el imperio de Zuhra en esos momentos. Dahlia jamás olvidaría esa noche. La noche en la que se convirtió en una prisionera del emperador.
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