Capítulo 5
Legolas estaba acurrucado de lado en su cama; las heridas de su espalda todavía sangraban, manchando las sábanas. Había rechazado a los criados que intentaron atenderle, y ahora, demasiado agotado como para seguir dándole vueltas a su desdichada situación, intentó dormirse, ignorando el dolor punzante de su espalda.
Al rato, la puerta se abrió sin hacer ruido y suaves pasos se acercaron a la cama. Como le daba la espalda a la puerta, Legolas no pudo ver quién era, pero reconoció el olor de su padre.
"¿Legolas? –el príncipe se puso rígido, inmóvil incluso cuando su padre le tocó el hombro desnudo. El rey suspiró-. ¿Por qué no dejas que te curen la espalda?"
"¿Para qué? No es la espalda lo que me hace daño" –respondió Legolas.
Thranduil se estremeció involuntariamente, sin saber cómo comportarse frente a su hijo. Miró por la habitación y vio los frascos de ungüentos y hierbas esparcidos por el suelo. Los recogió y se sentó en el borde de la cama.
"Acuéstate sobre tu estómago" –ordenó.
Legolas no hizo nada al principio, pero luego se movió lentamente. Tumbado boca abajo, abrazó la almohada y apoyó la mejilla en ella, mostrándole a su padre su espalda sangrienta. El rey maldijo entre dientes e hizo una mueca, imaginándose el dolor en el que debía estar Legolas, pero con lo tenaz y fuerte que era no lo demostraba.
El rey le puso con cuidado el ungüento en las heridas y usó la tela húmeda que habían traído los sirvientes para limpiar la sangre. Sus toques eran suaves, pero Legolas no pudo evitar gemir de dolor y retorcerse. Thranduil tenía ganas de llorar.
"Siento hacerte daño, hijo, deberías haber dejado que los sirvientes te cuidaran antes de que empeoraran las heridas –dijo el rey, sin dejar su labor. Legolas permaneció en silencio, con sus emociones a flor de piel-. Pero no me arrepiento de haberte castigado. La gente debe saber que cualquier tipo de comportamiento inmoral no es aceptado en este reino..."
"¡Pero soy inocente! –gritó Legolas de repente, enderezándose de golpe y mirando a su padre con los ojos ardiendo de furia. A pesar de que el dolor de su espalda fue tremendo por su movimiento repentino, hizo caso omiso-. Soy inocente, padre. ¿Cómo es que no puedes verlo?"
Thranduil alzó la mano para secar las lágrimas de rabia de su hijo, pero Legolas lo apartó con una palmada.
"¡No confías en tu propio hijo! ¡Estás cegado por su exótica belleza y no ves la verdad! ¿Qué clase de rey justo eres?"
Thranduil perdió el control ante sus palabras y sin pensarlo, le dio una bofetada. Fuerte. La cabeza de Legolas se giró hacia un lado, con el pelo largo arremolinándose a su alrededor y cubriendo su rosto angustiado de la vista de su padre.
"Sal" –dijo en voz baja, tras un largo minuto de silencio en el que se palpaba el horror.
El rey miraba su propia mano con incredulidad.
"Legolas..."
"Por favor... déjame..." –el príncipe se acostó en la cama y se acurrucó en posición fetal.
El silencio era muy tenso, pero al fin oyó los pasos de su padre que se alejaban y el clic de la puerta al cerrarse. Entonces, y solo entonces, Legolas lloró de dolor, ira y tristeza. Todo su cuerpo se sacudía con los sollozos. No supo cuánto tiempo permaneció así, sin ser consciente del tiempo ni de su entorno por la intensidad de su dolor.
De repente, un par de pequeños hocicos se frotaron con sus mejillas húmedas. Al abrir los ojos, se encontró con los dos hurones (que tanto caos habían armado en el Bosque Negro) frotándose contra él como si intentaran consolarlo. A pesar de su miseria, Legolas se rio.
"¿Qué haría yo sin vosotros?"
Cogió a sus dos amigos y los abrazó contra su pecho, temblando. Poco después de quedó dormido, con las lágrimas secándose sobre sus pálidas mejillas y su espalda curándose lentamente gracias a su naturaleza élfica.
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Keldarion se paseaba de un lado para otro en su habitación. Si quieres saber la verdad, mírala a través de un espejo. Las palabras de su hermano seguían repitiéndose en su mente una y otra vez. La verdad... el espejo...
Keldarion seguía queriendo a su hermano a pesar de lo que había ocurrido, confiaba en Legolas. ¡Demonios, a nadie más que a él le confiaría su vida! Es verdad que era más joven que él, pero Legolas actuaba como alguien mayor... bueno, la mayoría de las veces. El resto del tiempo era un temerario e hiperactivo; Keldarion diría que un príncipe bastante mimado.
No, hay algo raro en todo esto, pensó Keldarion, lleno de dudas. ¡Legolas nunca haría algo así! ¡No me haría daño de esta forma!
Tomando por fin una decisión, salió hacia la habitación de la señorita Arulin. No se oía nada dentro, a pesar de que podía sentir su presencia, así que tocó en la puerta.
"¿Mi señora? Soy yo, Keldarion."
"Oh, un momento" –se escuchó un revuelo y entonces Berthana, la dama de Arulin, abrió la puerta.
"Su alteza" –dijo haciendo una reverencia.
"¿Puedo pasar, mi señora? –desde la puerta ya podía ver a la cara llorosa de Arulin. Ella asintió, recatada, secándose los ojos con un pañuelo. Keldarion la observó, sospechando. ¿De verdad se siente tan mal o solo está montando el espectáculo? Conteniendo la ira, le preguntó cortésmente-. ¿Cómo estás, mi señora?"
Con los labios temblorosos, ella respondió.
"Estaré bien, gracias. Es solo que... me sigue pareciendo una situación tan extraña, su alteza."
Ofreciéndole el brazo, Keldarion sugirió:
"¿Puedo ofrecerte un paseo por la galería del Bosque Negro? Hay un montón de cuadros que podrían interesarte."
Ella le sonrió.
"Qué amable de tu parte, alteza. Me gustaría."
Con su mano sobre su brazo, Keldarion llevó a Arulin a la galería en la que muchas hermosas pinturas y otras obras de arte colgaban de las paredes. Varios elfos de Garmadris estaban allí, admirando el talento de los elfos del Bosque Negro. Los elfos se alegraron al ver al príncipe heredero junto a la señorita Arulin, seguros de que la boda seguiría adelante, después de todo.
Entonces alcanzaron un gran cuadro de una hermosa elfa.
"Es una pintura de mi madre, Marwana" –le dijo Keldarion a Arulin mientras observaba la imagen con cariño.
Arulin frunció el ceño.
"Es muy hermosa" –dijo, de mala gana.
"¿Sabes quién la pintó? –siguió Keldarion, ignorando el frío tono en la voz de Arulin. Ella sacudió la cabeza, poco interesada en el tema-. Lo hizo Legolas."
Arulin se quedó mirando a Keldarion en estado de shock.
"¿Cómo?"
El príncipe se rio al ver su cara de sorpresa.
"Increíble, ¿verdad? Nuestra madre murió cuando dio a luz a Legolas. Así que, ¿cómo conoce su aspecto? –tocó la pintura con ternura, maravillado con el talento de su hermano menor-. Dijo que ella lo visitó en sueños."
Arulin hervía de rabia. No le gustaba el tono amoroso con el que Keldarion hablaba de su hermano. ¿No tuvo bastante con su traición? ¡Debo separar a estos dos hermanos!
Abrió la boca para decir algo, pero entonces Keldarion dijo:
"¡Ah, se me olvidaba! ¿Puedes esperarme aquí un momento, mi señora? Tengo un asunto que resolver. Volveré enseguida" –entonces fue hacia la salida de la galería, dejando a Arulin echando humo. La dama resistió el impulso de cruzar los brazos de ira, pues ese gesto no encajaba con su imagen angelical, pero forzó una sonrisa cuando los demás se acercaron a ella y le preguntaron que cómo estaba. A pesar de que solo quería gritar de furia, les respondió amablemente.
Sin ella saberlo, Keldarion había vuelto y se había asomado a la galería. La vio rodeada por los elfos preocupados y entonces sus ojos se posaron en el gran espejo que había cerca de un enorme jarrón de flores que estaba al lado de la puerta. Se acercó un poco y miró el reflejo, con la esperanza de que su hermano estuviera equivocado.
Al principio no ocurrió nada. Lo único que veía era el hermoso rostro de Arulin, que le sonreía a los otros elfos. Pero entonces algo cambió. Su belleza se convirtió en una fealdad nunca antes vista. Se le pusieron los ojos rojos y su piel de volvió cetrina y hundida. Su sonrisa era una mueca que lo sacudió hasta la médula.
Keldarion vaciló, temblando de terror. ¿Era esto lo que veía Legolas? Sin mirar atrás, salió corriendo en dirección a la habitación del rey.
¡Thranduil, te arrepentirás de esto! >_<
Por cierto, adoro a los hurones :)
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