Capítulo 2

Esa noche celebraron una fiesta en honor de la señorita Arulin en el gran salón del Bosque Negro. Cientos de platos con las mejores delicias llenaban las largas mesas, pues cuando el rey Thranduil daba un banquete se esforzaba para ofrecer lo mejor. Todo el mundo disfrutaba de la cena, incluso algunos cantaron alabanzas sobre la belleza de la dama Arulin. Todos se lo pasaban bien... bueno, o casi todos.

Legolas, que estaba sentado a la izquierda del rey, no estaba disfrutando del todo de la comida. Tenía un mal presentimiento y todavía se estremecía de vez en cuando con un escalofrío de miedo. Desde que había tocado el tobillo de la señorita Arulin no podía olvidar la sensación de la fuerza oscura golpeándolo, pero el problema era que no sabía qué hacer al respecto.

Miró a la dama, que estaba sentada al lado de Keldarion a la derecha del rey y sonreía ante lo que su hermano le decía. Kel ya se ha quedado prendado de ella, pensó Legolas, disgustado. Hay algo muy mal con ella, ¿pero el qué? El príncipe tomó un sorbo de vino sin pararse a saborearlo. Quería contarle sus sospechas a su padre, pero se lo pensó mejor. Sería mejor hablar con Keldarion, que era más comprensivo.

Pero en lugar de tomárselo en serio, Keldarion se rio cuando se lo contó.

"¿Qué? Vamos, Legolas. No seas melodramático."

"¡No soy melodramático! –estalló Legolas. Se las había arreglado para arrastrar a su hermano hasta un lugar apartado del balcón del gran salón después de la cena mientras que los invitados disfrutaban de la música-. ¡Algo malo pasa con ella, lo juro!"

"Me dijiste que una fuerza te golpeó cuando le tocaste el tobillo, ¿cierto? –dijo Keldarion, poniendo una mano sobre el hombro de su hermano menor, tranquilizador-. Conozco esa sensación, hermano pequeño. Es muy hermosa. No es de extrañar que te sorprendieras tanto."

Legolas puso los ojos en blanco.

"En serio, Kel. ¡Sé la diferencia entre quedar sorprendido por su belleza y esto!"

"Legolas, ¿por qué no te relajas y disfrutas de la fiesta? Solo queda una semana para mi boda. ¿No podemos disfrutar de los pocos días de soltero que me quedan sin estar con estas cosas?"

"No sé..."

"Está bien. Como tú quieras. Pero yo al menos disfrutaré de lo que queda de la noche" –con eso, Keldarion se alejó hacia un grupo de amigos suyos. Legolas lo observó con incertidumbre y entró también.

"¿Su alteza?" –dijo una voz melodiosa. Se dio la vuelta y se encontró con la señorita Arulin, que sonreía tímidamente con sus bonitos labios. Él se inclinó respetuosamente.

"Mi señora."

"Parece que no estás disfrutando de la fiesta. Y parece que no te gusto, ¿por qué?"

"¿Qué te hace pensar así, mi señora?"

"Apenas me hablas."

"Estamos hablando ahora."

"Me estabas evitando."

"No te estaba evitando. Es solo que no tenía ninguna razón para acercarme."

"Vamos a ser familia, príncipe Legolas. ¿No es eso razón suficiente?"

"Me gustaría retirarme, mi señora. La fiesta es agotadora" –dijo Legolas. Tras inclinarse una última vez, se acercó a su padre y le dio las buenas noches. El rey se quedó desconcertado al verlo irse tan pronto.

"Me duele la cabeza" –respondió Legolas antes de que se lo preguntara. La verdad es que no era mentira y antes de que el rey pudiera decir nada, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta del vestíbulo. Por el camino pasó por delante de un espejo y aprovechó para buscar a la señorita Arulin en el reflejo.

Seguía de pie donde la había dejado, pero había algo raro en el reflejo. En vez de verse tan hermosa como siempre, la cara de Arulin era aterradora. Sus ojos eran de color rojo brillante, al igual que su cabello, y su piel de alabastro ahora estaba hundida y pálida.

Legolas giró la cabeza y la miró directamente. Volvía a verse hermosa, y lo observaba como retándolo a decir algo. El príncipe vaciló, y entonces salió rápidamente de la sala.

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Arulin siguió mirando al príncipe hasta que desapareció de su vista.

Lo sabe, pensó. No sé cómo, pero lo sabe.

Apretó los dientes y sus ojos brillaron, amenazantes.

Pero no le servirá de nada. ¡Tengo que deshacerme de él antes de que me estropee los planes!

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Legolas daba vueltas en su cama, sin poder dormirse. No podía dejar de pensar, a pesar de sus esfuerzos. Harto, cogió su arco y sus cuchillos gemelos y salió al balcón. Con la gracia propia de su especie, saltó a la rama de un árbol y se perdió en la oscuridad.

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De camino a su habitación, Thranduil hizo una parada en la puerta de su hijo menor.

"¿Legolas?" –dijo, tocando en la puerta, pero nadie respondió. Preocupado por el silencio, abrió la puerta y entró.

La habitación estaba ordenada, sin vestigios de la guerra de almohadas de esa mañana, pero la cama de Legolas estaba vacía y hecha un revoltijo, con las almohadas y las mantas desordenadas. Era obvio que Legolas había estado en ella hasta hacía poco. La puerta de la terraza estaba abierta, dejando entrar la brisa fresca de la medianoche a la habitación.

El rey Thranduil suspiró. Su hijo había vuelto a irse de caza. Sabía que algo molestaba al joven elfo y quería saber de qué se trataba esa misma noche. Pero parece ser que tendría que esperar hasta el día siguiente cuando el príncipe volviera.

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Legolas se apoyó en la dura corteza del árbol, sentado cómodamente en una de sus gruesas ramas. Tenía los ojos cerrados y el arco sobre su regazo, pero su mente estaba agitada. Ni siquiera yendo al bosque que tanto le gustaba lograba calmarse. ¿Cómo podría hacerlo si los árboles no dejaban de susurrarle advertencias? Cuidado con la oscuridad, le susurraban. El mal está cerca. Ten cuidado de su poder destructor.

Sus ojos se abrieron cuando empezó a alzarse el sol de color rojo y su corazón se llenó de temor.

¿Es un presagio, o solo estaré imaginando cosas? ¡De todas formas tengo que hacer algo! Tengo que hablar con padre.

Saltó de rama en rama ágilmente como una ardilla y aterrizó suavemente en el balcón de la habitación de su padre. Abrió la puerta, entró y entonces se dio una palmada en la frente, molesto. El rey seguía durmiendo. ¡Ay, estúpido! Es demasiado temprano.

Sin hacer ruido, caminó de puntillas hacia la puerta, con cuidado para no despertar a su padre. Estaba a punto de salir al pasillo cuando la voz de Thranduil resonó en la habitación.

"¿A dónde crees que vas?"

Legolas se detuvo, asustado.

"Err... ¿a mi habitación?" –se dio la vuelta y vio a su padre, frunciendo el ceño. El rey estaba totalmente despierto, con los brazos cruzados sobre el pecho.

"¿Pasando por mi habitación?"

"Bueno... emm... tomaba un atajo. Siento haberte despertado" –intentó irse otra vez, pero su padre ya se había acercado y lo agarró por el brazo.

"No tan rápido, mi querido muchacho. ¿Qué está pasando? No estabas en tu habitación anoche."

Legolas se sorprendió.

"¿Pasaste por mi habitación? ¿Por qué?"

"Solo quería asegurarme de que estabas bien. ¿Qué tal tu dolor de cabeza?"

"¿Mi dolor de cabeza? –dijo Legolas sonando como un loro al repetir las palabras de su padre-. ¡Oh, sí! El dolor de cabeza. Ya estoy bien. En serio."

¡Cuéntale lo de Arulin, idiota! ¡Díselo!

"Solo quería comprobarlo, Legolas. Los elfos no nos ponemos enfermos fácilmente, así que me preocupé anoche."

"No tienes de qué preocuparte, padre. Estoy bien –de verdad que Legolas quería contarle sus problemas, pero no le pareció el momento correcto. Era demasiado temprano como para estropear el día con malas noticias-. Err... ¿puedo irme ya?"

"Por supuesto –el rey le dio su consentimiento y Legolas empezó a huir-. Y Legolas..."

El príncipe se detuvo.

"¿Sí, padre?"

"Veo que ya te has deshecho de esos malditos hurones. No me he encontrado con ellos desde ayer por la tarde."

Legolas palideció. ¿Los hurones? En realidad no sabía dónde estaban. Puede que estuvieran en algún lugar del palacio sembrando el caos mientras ellos hablaban.

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