Capítulo 1

El viento soplaba a través de las ventanas abiertas, agitando las cortinas y acariciando el pelo dorado del príncipe dormido. En lugar de despertarlo, el viento fresco le hizo relajarse y se hundió más profundamente bajo las capas de mantas. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios mientras un sueño maravilloso seguía reproduciéndose en su mente.

"¡¡Legolas!!!"

Alguien gritó desde muy lejos.

"Oh, vaya" –murmuró, ya medio despierto. Entonces cogió una almohada y se cubrió la cara con ella.

"¡¡Legolas!!! ¿Cuántas veces te he dicho que no quiero ver a los malditos hurones dentro de este palacio?"

"¿Eh?" –eso llamó su atención. Legolas se sentó de un salto y sin molestarse en ponerse una camisa para cubrir su pecho desnudo, salió corriendo de su habitación hacia la voz de su padre. Todavía podía oír al rey gruñendo y gritando irritado.

El príncipe patinó hasta detenerse en el pasillo delante de la alcoba del rey. Thranduil sostenía a dichos hurones por las orejas, mientras que las dos criaturas luchaban para liberarse, chillando de molestia.

"Err... buenos días, padre."

El rey frunció el ceño al ver a su hijo menor.

"¿Buenos días? Ya es mediodía. ¿No me dijiste que ibas a deshacerte de estas bestias?"

Legolas se apresuró hacia él para coger a los animales de las garras del rey. Estaban tan felices de verlo que chillaban y saltaban alegremente en sus brazos.

"Hice lo que me dijiste, padre. Pero regresaron de nuevo."

La verdad es que eso no era del todo cierto. Legolas no tenía corazón para abandonarlos en el bosque después de haberlos sanado, así que se había limitado a ponerlos en una rama por fuera de los balcones del palacio y, obviamente, las criaturas habían vuelto. Thranduil levantó la mano con impaciencia.

"No quiero volver a ver sus caras. Valar, ¡se han comido mi almohada favorita! ¡Ni siquiera sé cómo entraron en mi cuarto! ¡Deshazte de ellos ahora!"

Riéndose, Legolas se inclinó ante su padre.

"Gracias por no matarlos."

"Definitivamente lo haré si los veo otra vez –entonces miró a su hijo otra vez de arriba abajo-. ¡Y ponte una camisa! ¡Hace frío aquí dentro!"

Sin dejar de reírse, Legolas volvió hacia su habitación con sus mascotas revoltosas en brazos.

"Habéis irritado de verdad a mi padre, amigos míos. ¿Qué debo hacer con vosotros?"

"Deberías haberlos vendido a los enanos como alimento, tonto."

"¡Ay, Elbereth! –Legolas se sobresaltó cuando la voz de su hermano salió de detrás de la puerta-. ¡Kel, imbécil! ¿Qué haces asustándome así?"

"Yo no te he asustado –dijo Keldarion, príncipe heredero del Bosque Negro, erizando el pelo de su hermano cariñosamente. Con las manos llenas, Legolas no podía apartar la mano de su hermano-. Es que eres demasiado lento para sentir mi presencia."

Dejando a un lado los hurones, Legolas agarró una almohada y golpeó a su hermano con ella.

"¡Yo no soy lento, viejo!"

Keldarion cogió otra y así empezó una guerra de almohadas. Por todo el palacio se escuchaba a los príncipes aullando de risa y el escándalo atrajo al rey a la habitación. Su rostro se contrajo en una mueca de enfado cuando vio a sus hijos enfrascados en un combate de lucha libre en el suelo, con las plumas de las almohadas arruinadas tiradas a su alrededor.

"¡Ay! ¡Sois un verdadero dolor en el trasero! ¡Parad este juego antes de que las personas piensen que tienen un par de lunáticos como príncipes!"

Con eso, los elfos más jóvenes dejaron sus payasadas y miraron a su padre con inocencia. Legolas, aún con el torso desnudo, yacía boca arriba con las manos todavía envueltas alrededor del cuello de su hermano. Keldarion, el príncipe heredero de aspecto siempre pulcro y elegante, tenía su cabello negro generalmente ordenado lleno de plumas. Ni siquiera el rey pudo detener la contracción de sus labios. Antes de poder estallar en una carcajada que no encajaba con su imagen de gobernante, le espetó:

"Kel, ¿no se supone que debes estar preparado para la llegada de tu prometida? No le faltará mucho para llegar" –con eso, se alejó rápidamente, apenas conteniendo su propia risa.

Keldarion gimió. Casi se había olvidado. Deseaba haberlo olvidado. Valar, ¡deseaba nunca haber estado de acuerdo con ese compromiso, para empezar! Podía sentir el estruendo de las risas de Legolas por debajo de él.

"¿Qué es tan gracioso?"

"Tú, hermano. Te vas a casar. Qué desafortunada será la señora –se rio Legolas. Kel le dio una palmada en la cabeza-. Levántate, ¿quieres? Por lo menos muestra cortesía como un marido obediente."

"¡Obediente mi ojo!"

Legolas dejó que su hermano lo ayudara a levantarse y se vistió. Ambos compartieron el espejo para arreglarse y cuando salieron de la habitación más tarde ya no eran elfos juguetones, sino dos príncipes élficos que se comportaban como le correspondía a alguien con sangre real. Solo los siervos que limpiaron el desorden de la habitación de Legolas opinaban otra cosa.

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Legolas se removió al lado de su hermano. Odiaba esperar, especialmente si no estaba muy interesado. Echó un vistazo a Keldarion. Su hermano tampoco parecía emocionado y tenía pinta de estarse replanteando si lo del matrimonio era una buena idea.

Keldarion tenía más de 3500 años, una edad adecuada para casarse. Como era uno de los solteros más codiciados de la Tierra Media, era deseado por muchas doncellas élficas de todos los reinos. Sin embargo, nunca había estado interesado y llevaba años rechazando ofertas. Pero el rey ya había tenido suficiente de sus muchas andaduras con las doncellas y de todos los corazones que había roto por el camino (el rey también preveía el mismo patrón con su hijo menor en un futuro muy cercano, pues mientras que Keldarion era increíblemente guapo, Legolas había heredado la belleza impresionante de su madre).

Thranduil llevaba un tiempo convenciendo a Keldarion para que se casara pronto, pues el rey solo estaba dispuesto a navegar cuando estuviera seguro de que la casa real del Bosque Negro tenía descendientes. Aun así Keldarion lo había estado retrasando, hasta que Thranduil aceptó la primera oferta que tuvo, para pesar del príncipe.

La doncella desafortunada, o más bien la doncella para el desafortunado Keldarion, fue la señorita Arulin. Era una huérfana criada por el señor y la señora de Garmadris, el reino élfico de las lejanas montañas del sur. Todavía no se conocían, pero les dijeron que era tan hermosa que su belleza podía hacer llorar al bosque. Legolas miró a su hermano. ¡Su belleza era tal que Keldarion ya lloraba sin haberla visto! El príncipe heredero parecía sentirse inseguro y nervioso, por lo que Legolas no se sorprendería si de repente echaba a correr para esconderse.

La esperada tropa de Garmadris llegó poco después en medio de vítores y aplausos por parte de los elfos del Bosque Negro. Legolas vio, divertido, que Keldarion palidecía más que nunca, así que le dio una palmada en la espalda.

"Ánimo, Kel. El matrimonio solo durará... bueno, para siempre."

Keldarion lo fulminó con la mirada.

La señora estaba sentada sobre su montura y todo el mundo se quedó sin aliento al ver su magnífica belleza. Su cabello era rojo brillante, con labios de color rosa y piel de alabastro (nadie tenía una piel tan hermosa como la suya, a excepción de Legolas). Keldarion se adelantó para ayudarla a desmontar y fue entonces cuando estalló el caos...

De la nada, dos pequeñas criaturas peludas, los hurones que tanto habían molestado al rey esa mañana, se metieron debajo de las patas del caballo. Presa del pánico, el animal relinchó y se descontroló, lanzando a la dama de su silla. Gritando de terror, la doncella salió volando y cayó al suelo en un montón. Los presentes solo fueron capaces de observar, consternados. Keldarion miraba a su prometida con la boca abierta, sin saber qué hacer y el rostro del rey palideció... y luego se puso de color rojo.

"¡¡Legolas!!"

Legolas se adelantó para coger a sus mascotas y Keldarion se precipitó a ayudar a la dama a ponerse en pie. Varios elfos ayudaron a calmar al caballo y Thranduil resistió el impulso de agarrar a su hijo menor por las orejas puntiagudas.

Cuando todo estuvo bajo control, Legolas se acercó a la doncella y a su hermano, vacilante, bajo la atenta mirada de su padre. Entonces se inclinó respetuosamente.

"Perdona a mis... err mascotas, mi señora. Por asustar tu montura."

La señorita Arulin contempló al hermoso príncipe, maravillada. Fue a devolverle la reverencia, pero entonces gritó de dolor. Keldarion la sujetó por el brazo.

"¿Estás herida, mi señora?"

Ella asintió.

"Mi tobillo. Creo que me lo he torcido."

Legolas se arrodilló después de dejar a los hurones inquietos en brazos del rey.

"Mi señora, puedo curar tu herida, si me lo permites."

Ella asintió con la cabeza, dándole permiso a pesar de que no sabía nada de la capacidad de curación de Legolas. Tras apartar el borde de la falda, dejó que el príncipe evaluara su delgado tobillo. Legolas tocó el lugar ligeramente hinchado y comenzó el proceso de curación.

Todo fue tan bien como siempre mientras concentraba su poderosa energía curativa en la herida, pero entonces algo salió terriblemente mal. Una fuerza oscura de procedencia desconocida le dio de lleno en el pecho, casi lanzándolo hacia atrás. El príncipe se apartó y se dejó caer al suelo, mirando a la señorita Arulin con el desconcierto pintado en el rostro. Ella lo miró con solemnidad.

"Gracias. Ya me siento mejor."

Entonces alejó el tobillo recién curado y Keldarion le puso la mano sobre el brazo. Su hermano mayor lo miró, confundido.

"¿Qué te pasa?" –parecían preguntar sus ojos.

Legolas se levantó lentamente y cogió, distraído, a los dos hurones de brazos de su padre enfadado.

"¡Deshazte de ellos ahora!" –dijo el rey Thranduil, entre dientes.

Pero Legolas no lo escuchó. No podía ignorar la sensación de aprensión que tenía desde que había tocado el tobillo de la señorita Arulin. Todavía recordaba la sensación de la fuerza oscura golpeándolo. La fuerza de algo maligno y mortal.

Bueno, pues aquí vengo con la nueva historia :) Cargada de momentos lindos, como siempre, y también de mucho drama y angustia. Es de mis favoritas

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