Capítulo 2
Erkin
Mi corazón de monstruo bombea muy fuerte. Veo a la chica irse, yo me quedo quieto. Muevo mi cola mientras lo hago. El grupo está celebrando algo, la secta se ha quedado otra vez con ellos. No me agradan, no sé qué están planeando.
Mi instinto se mueve a través de todo mi cuerpo bestial, llamándome. Mi alma se moviliza a través del físico, como si mi imagen humana estuviera caminando en algún cosmos dentro de este. Aparece un espejo, veo mi rostro, mis pupilas alargadas, mi cabello rubio. Así hubiera sido si mi coraza no se hubiera roto.
Mi alma ordena a mi cuerpo moverse, entonces me adentro en la cueva. La voz bestial me llama otra vez, me dice que siga a la chica y que la ataque, pero la callo. Nunca me había sentido tan intenso con una mujer. Solo debo controlarme, no soy mi padre, ni estoy intentando reproducirme, solo vivo y ya.
Debo hablar con los monjes, si logro que me entiendan esta vez. Aunque ya será mañana, estoy cansado. He cazado a un venado, no estuvo tan mal como pensé, pero si mi físico hubiera sido humano, quizás lo cocinaba antes de tragármelo. Lástima que estas garras no me sean muy útiles para eso.
En la mañana, camino en dirección al templo. Estoy descubierto y desprotegido aquí, pero Conrad, el monje, me recibe igual. Es un anciano muy viejo, podría jurar que tiene doscientos años. Mi madre murió joven, pero este hombre sigue como si nada, eso sí, es una gran envidia.
—Ha pasado tiempo, pequeño —expresa el hombre y hago un sonido, ladeando la cabeza, así que él se ríe—. Te ves preocupado.
Gruño y me contesta:
—Sí, los he visto —habla en referencia a la secta—. Cuídate, no todos te veneran.
Lo sé, no tiene por qué decírmelo. Detesto bastante que este grupito se haya asentado cerca del templo y mi bosque, pero más odio que la secta se haya juntado con ellos. Hay más gente, gente con opiniones divididas. Nunca es buena la disconformidad de unos con otros, traen problemas.
—No les hagas caso —agrega el monje—. Recuerda a tu madre.
Siempre lo hago.
El hombre se levanta de su roca, entonces camina hacia el templo. Lo sigo hasta la puerta, quedándome hasta donde mi gran cuerpo pueda pasar. Luego regresa, entregándome una diminuta mochila a comparación de mi garra, la cual la toma.
¿Qué es esto?
—Soy un anciano —comienza—. Pronto ya no tendrás a nadie que te comprenda, así que he escrito esto para cuando ya no esté, hay unos cuantos papeles dentro de ese bolso.
Viejo, no diga eso, tiene como doscientos años, no puede morirse ahora.
Hace una reverencia y veo como se adentra en su templo. Resoplo, volviendo al bosque, tirando la diminuta mochila dentro de mi cueva. Siento la presencia de la chica, así que todos los pinchos de mi espalda se ponen erguidos. Me doy la vuelta, viéndola en frente de la entrada.
¿Qué hace aquí?
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