EXTRA San Valentin III: Absolución
Amaya salió del baño envuelta en una toalla mientras con otra se secaba el cabello húmedo. Sobre la cama se encontraba su uniforme negro de poliamidas.
Detuvo el frote de la toalla sobre su pelo cuando escuchó del otro lado de la puerta el sonido de pasos que se acercaban corriendo. Giró en el preciso momento en el que la puerta se abrió con un estrépito y una vocecita infantil soltaba una exclamación.
—¡Mami, mami! —la niña saltó, ágil, a sus brazos, mientras la toalla con la que había estado secándose caía en el suelo alfombrado de la habitación.
—¡Despertaste! —Amaya sonrió y le besó la pequeña nariz.
—¡Quiero helado!
—¿Helado? ¿Y ya has comido algo? ¿Dónde está Carmín?
—¡Miryana! ¡Te dije que no entraras! Tú madre se está bañando.
Madre e hija giraron para ver al recién llegado. Ryu avanzaba hacia ellas con el ceño fruncido, dispuesto a reprender a la niña.
—Déjala, está bien. Ya terminé de bañarme.
—Acaba de despertar —dijo él, quitándosela de los brazos para cargarla.
Amaya recogió la toalla y volvió a frotar su cabello con ella.
—Tiene tú mismo horario de sueño. ¿Dónde está Carmín?
—Es su día libre —contestó Ryu—, y nuestra noche familiar.
Amaya se mordió el labio. Lo había olvidado.
—¿Saldrás? —preguntó él viendo el traje negro sobre la cama.
—¡Lo siento! Realmente lo olvidé. Llamaré a Karan, le diré que no podré estar en la reunión.
La niña hizo un puchero en los brazos de su padre, luego le jaló el cabello y tomó su rostro con sus pequeñas manos, girándolo para quedar de frente y él le prestara atención.
—¡Quiero helado, papi!
Amaya vio como los ojos violeta de él se entristecieron cuando los apartó de los suyos, luego sonrió antes de contestarle a la niña.
—¡Está bien! Iremos a comer afuera y luego te compraré un helado. ¿Qué te parece?
Amaya tomó su celular de la mesita de noche, pero antes de poder marcar el número del cazador, Ryu se lo quitó de las manos. Ella lo miró desconcertada.
—No canceles tu reunión. Si el cazadorcito te ha pedido que vayas debe ser importante. Solo no te fuerces demasiado, ¿de acuerdo? Miryana y yo estaremos aquí cuando regreses.
Amaya sonrió. Realmente tenía que estar en La Orden en treinta minutos. Karan la había convocado de emergencia y no deseaba faltar. Su amigo no le quiso decir qué pasaba, pero ella intuía que se trataba de algo grave.
Él se acercó a ella y se agachó. De improviso le dio un beso en el vientre que ya empezaba a abultarse, después lo hizo Miryana desde los brazos de su padre. Ryu se levantó y le besó los labios con dulzura.
—Espero que dejes que León te lleve, ya no es prudente que andes en motocicleta.
Volvió a sonreír y asintió. Él siempre era amable con ella, pero ahora que volvía a estar embarazada, no dejaba de preocuparse por su seguridad.
—Dale mis saludos al cazadorcito —dijo subiendo una sola de sus comisuras antes de salir de la habitación con la nena cargada.
Amaya suspiró con el pecho henchido de amor al verlos salir. Miryana cada día era más parecida a él y no solo por el color de sus ojos o su cabello negro, ya hasta compartían el ritmo de sueño. Aunque el doctor Branson les dijo que era pronto para predecir si la niña desarrollaría el vampirismo, Amaya no tenía duda de que así sería.
Dejó la toalla que la cubría a un lado y se enfundó el traje negro. Al momento de subir la cremallera, le costó un poco y suspiró. Era inevitable el cambio que sufría su cuerpo. No era que extrañara su belleza, pero le molestaba un poco la imagen que le mostraba el espejo del tocador. Era antiestético. Empezaba a parecerse más a una lagartija panzona que a su antiguo yo. Decidió cubrir un poco su deforme fisonomía y tomó una chaqueta acolchada del armario antes de salir de la recámara.
Ahora que de nuevo estaba embarazada no podía dejar de pensar en aquel bebé que perdió. El no haberle dicho nada a Ryu la atormentaba, se sentía culpable.
En el asiento trasero del auto que la llevaba a La Orden se acarició la pequeña barriga y cerró los ojos. Recordó a ese otro bebé flotando en la incubadora, tan pequeño, con su piel rojiza, transparente, totalmente indefenso. El hijo de Ryu al que ella misma dio muerte. Sin poderlo evitar una lágrima rodó por su mejilla y se apretó con más fuerza el vientre. A este nuevo bebé, al igual que a Miryana, los protegería, los cuidaría con su vida.
Entró en el despacho de Karan en la organización y lo encontró sentado frente a una pila de papeles y carpetas. Verlo así le recordó a su padre, el coronel Vladimir, pero en cuanto el la miró con sus cálidos ojos azules, todo parecido desapareció.
—Amaya, disculpa el hacerte venir tan de repente y perturbar tu descanso.
Ella sonrió y se sentó frente a él.
—¿Cómo está la pequeña Miryana? ¿Todavía quiere ser cazadora?
—Todavía, para gran molestia de su padre.
El cazador amplió la sonrisa. Amaya tenía la impresión de que todo lo que molestara a Ryu a Karan le encantaría.
—Cuanto me alegro —dijo sin disimular su felicidad. Luego su cara se tornó muy seria—. Te hice venir porque ha surgido un gran problema. Varios supravampiros han escapado de las islas volcánicas y hemos tenido atentados en casi todas las sucursales de La Orden en el mundo.
—¿Crees que hayan sido los supravampiros? ¿Qué motivos tendrían para atacarnos? —preguntó ella, consternada.
Karan enarcó sus cejas y la vio con incredulidad.
—Pues en varias ocasiones manifestaron que se sentían igual a esclavos. Algunos de ellos querían abandonar la organización.
Amaya frunció el ceño.
—¡Nunca me dijiste eso! ¿Querían irse? ¿A dónde?
—A hacer sus vidas. A ser libres de esta guerra. Pero eso es algo que yo no puedo permitir. Los supravampiros son un peligro. Ahora temo que en cualquier momento nos ataquen. Debes cuidarte, tanto tú como Ryu no deben estar sin escolta.
La puerta del despacho se abrió y Amaya giró sorprendida al escuchar la vocecita de su hija tras de sí.
—¡Mami, mami! Te extrañé.
Detrás de ella entró Ryu corriendo, intentaba sujetarla sin conseguirlo.
La cazadora se rio al ver a su hija con la carita y la ropa manchada de chocolate. Además, se le había caído una de las dos coletas y ahora lucía un peinado asimétrico.
Ryu miró a su esposa con una expresión de disculpa en el rostro. Amaya exhaló por la nariz divertida. El aterrador vampiro, el más poderoso del mundo no podía controlar a su hija de solo cuatro años. El manipulador consiguió quien lo manipulara.
Amaya se levantó y cargó a su hija. Ryu se acercó a ella y le dio un beso en los labios. Karan al verlos arrugó el rostro como si acabara de probar jugo de limón.
—Lo siento —dijo Ryu alejándose solo un poco del abrazo de ella—, no dejaba de insistir en venir.
—!Tío! —gritó la niña saltando de los brazos de Amaya para acercarse a Karan.
—Quería verlo a él —dijo el vampiro con amargura, mientras veía como su hija se abrazaba del cazador.
Karan se rio complacido, le despeinó aún más el cabello al acariciarla, luego miró toda su cara manchada de dulce.
—Señorita cazadora, ¿acaso tuviste una batalla con un vampiro de chocolate?
Ryu frunció el ceño mirándolos a ambos y se encaminó hacia ellos dejando a Amaya atrás, cerca de la puerta
Fue muy raro.
Ella tuvo la sensación de que el ambiente cambiaba, el corazón se le oprimió de angustia, quería gritar y no conseguía hacerlo, debía impedir la desgracia que ocurriría.
—Llamaré a alguien para que te limpie —dijo Karan, ajeno a la perturbadora sensación que Amaya experimentaba.
Tomó el auricular del teléfono y tecleó el número, antes de que pudiera hablar, una explosión arrasó con todo. La cazadora salió expelida hacia atrás, fuera de la habitación.
Cuando abrió los ojos los oídos le zumbaban, delante y sobre ella se esparcía una nube de polvo, adentro las llamas consumían la oficina. Ella se arrastró hacia adelante para ver los tres cuerpos sin vida de las personas que más amaba en el mundo.
Un grito desgarrador salió de su garganta, pero por más que intentaba no podía escuchar su voz.
Los había perdido, a los tres.
De nuevo se quedaba sin Ryu. Incredulidad ante el implacable destino. No podía escapar de él, de que le arrebatara a su amor una y otra vez.
Y Miryana, tan pequeña e indefensa, aunque juró que la protegería no pudo hacerlo. Otro hijo muerto delante de ella. Ya no tenía familia, ya no le quedaba nada.
Se arrastró sobre los cadáveres. Sentía las lágrimas calientes correr por su rostro, pero no conseguía gritar, su voz no salía.
—Amaya, Amaya.
Alguien la llamaba desde muy lejos con insistencia.
—Amaya, Amaya.
Abrió los ojos para encontrarse con los hermosos orbes amatistas de Ryu que la veían desesperados.
—¡Ryu, mi amor! —dijo en medio de sollozos—¡Estás aquí! ¡Estás aquí! ¡No me dejes nunca, júrame que nunca morirás!
—Tranquila, ha sido una pesadilla.
—¡Júralo!
Ryu la abrazó con fuerza, luego besó con devoción su rostro cubierto de lágrimas.
—Te lo juro. Nunca te dejaré.
Amaya se abrazó a su cuello y lloró con más fuerza. El sueño fue tan real que aún podía sentir el calor de la habitación en llamas. El cuerpecito sin vida de su hija lo tenía grabado en la retina.
Cerró los ojos y se concentró en sentir el cuerpo de Ryu abrazándola. Él estaba con ella, vivo, a su lado. Pero la pequeña niña con el rostro manchado de chocolate, al igual que el bebe en su vientre, no.
Eso no era real. Fue solo un sueño.
Sus hijos no estaban allí porque nunca existieron. Las lágrimas continuaron rodando silenciosas bañando su cara. Otra vez recordó al pequeño bebé que sí fue real al igual que su muerte. Su memoria no dejaba de atormentarla tanto dormida como despierta. ¿Qué quería su corazón? ¿Qué pensaría Ryu si le dijera que ella mató a su propio hijo? La culpa la estaba enloqueciendo.
El príncipe la acostó en la cama y pasó los dedos por sus mejillas secándole las lágrimas. Sus ojos la veían con ternura y tristeza. Se inclinó sobre ella y le dio un suave beso en los labios. Amaya cerró los ojos en un esfuerzo por detener el llanto.
—Soñé que habías muerto. Fue tan real.
—Pero estoy aquí, a tu lado. Y no puedo morir, recuérdalo.
Él volvió a besarla ahora más largo y más profundo. Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando sintió su lengua danzar en su boca. Sus besos y sus caricias tenían el don de hacerla dejar atrás todo lo malo.
Se relajó en sus brazos. Quería más de él, que le hiciera olvidar lo que había hecho, que mató al hijo de los dos.
Ryu se separó un poco de ella y le acarició el cabello, metió un mechón detrás de su oreja. Mirándola a los ojos preguntó:
—¿Quién es Miryana?
Amaya lo miró perpleja y se mordió el labio.
—Era nuestra hija en el sueño —dijo ella con voz apagada.
Ryu abrió sus ojos con sorpresa y se sentó en la cama. De pronto parecía abrumado. Se llevó el cabello que había vuelto a crecer hacía atrás. Después de un rato de silencio la miró de nuevo.
—¿Nuestra hija?
Amaya asintió.
—Y esperaba otro bebe.
Ryu de nuevo enarcó las cejas y dirigió los ojos a su vientre como si de repente pudiera este haber crecido. Él sonrió, la miró con ilusión.
—¿Dos bebés?
Amaya asintió con una triste sonrisa. Ryu suspiró.
—Eso sería...
—¿Qué? —le preguntó ansiosa.
—En todos mis muchos años de vida, jamás he pensado en un hijo, tanto porque nunca lo he creído posible, como tampoco lo he deseado. Pero un hijo tuyo, Amaya, eso sería maravilloso.
Ryu se volteo para mirarla y la cubrió con su cuerpo, de nuevo la besaba con profunda pasión. La cazadora sentía que a pesar de lo fogoso que era el beso había más entrega en él que posesión. De nuevo volvió a escapársele una lágrima. Tenía que decirle.
Le puso las manos en el pecho y se separó de él. Ryu la miró con un poco de desconcierto.
—Una vez estuve embarazada.
El ceño de él se frunció, su rostro hizo una mueca extraña. Amaya casi podía ver el interior de su cerebro procesando lo que le acababa de decir.
—¿Embarazada? ¿Pero cómo? —Ryu la miró confundido— Es decir, sé cómo, lo que no entiendo son las circunstancias en las que algo así sucedería.
Amaya sonrió. Creía entender a que se refería. Si los vampiros son estériles y Ryu creía que él también lo era y la primera experiencia de ella fue con él, ¿cómo pudo quedar embarazada? Talvez la pregunta que él quería hacer, pero por caballerosidad no se atrevía era ¿de quién se había embarazado?
Amaya suspiró buscando la fuerza para contarle.
—De ti. Estuve embarazada de ti, Ryu.
Si hubiese sido posible que el palideciera, lo habría hecho. Amaya miró como su boca se abrió, como sus ojos se distendieron, perplejos. Casi podía escuchar el imperceptible latido de su corazón acelerarse.
—Cuando me tuvieron prisionera en La Orden una de las cosas que hicieron fue sacarme el bebé que llevaba en el vientre. Tenía pocas semanas de gestación, tal vez veinte. Yo no sabía que estaba embarazada. Al igual que tú, creía que eso sería imposible.
Ryu continuaba mirándola con una mezcla de horror y sorpresa. Los labios de ella empezaron a temblar y de nuevo las lágrimas brotaron en silencio.
—Ellos lo colocaron en una incubadora donde mantenían todas sus funciones vitales. Todos los días yo veía como experimentaban con él — Amaya se tapó la boca incapaz de continuar. Suspiró profundo y con voz trémula continuó— Cuando pude escapar no podía dejarlo allí, Ryu, para que continuaran haciéndole cosas y lo convirtieran en un monstruo. Fuera de mi vientre y de esa incubadora no podría sobrevivir.
Ella lo miró con sus ojos suplicantes, buscando la absolución en los de él, pero Ryu no la veía. Su vista estaba dirigida al frente y ella solo podía apreciar su perfil, su mandíbula tensa y apretada.
—Tuve que hacerlo. Tuve que dejarlo morir. Perdóname por favor.
Amaya no pudo evitarlo más y se quebró. Se tapó el rostro con sus manos, ahogando su llanto desesperado. Si él decidía odiarla ella no podía hacer otra cosa que entenderlo porque también se odiaba a sí misma. No había un día en que no recordara la pequeña figurita rojiza de su bebé, flotando en esa incubadora y el pitido de los aparatos cuando ella los apagó.
A diferencia del horrible sueño de hacía un momento ahora si podía escuchar su voz y su llanto.
Cuando la helada desesperación se colaba hasta sus huesos, sintió unos brazos fuertes envolverla y aunque era fría la piel de esos brazos, lograron transmitirle calidez.
Ryu le besó la sien.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué decidiste cargar sola con tanto dolor?
Amaya se volteó y se abrazó a su cuello, hundió el rostro en su hombro y dejó salir todo el dolor y la culpa y que llevaban tiempo atormentándola. Ryu la abrazó por la cintura y empezó a sobarle el cabello.
—No fue tu culpa sino mía —dijo él, sorprendiéndola—. Yo te orillé a hacerlo como otras tantas cosas de las que me arrepiento.
Amaya se separó de él y vio su rostro, infinitamente triste.
—Yo te abandoné, no te rescaté. Si hubiese ido por ti, tal vez ahora seríamos tres.
—Por favor, no. No es tu culpa —dijo ella abrazándolo de nuevo.
—Sí lo es, Amaya. Solo he traído dolor a tu vida.
—No. Tú has traído luz en medio de mi oscuridad. Abriste mis ojos a la realidad.
Él se abrazó a ella con más fuerza y dejó salir sus lágrimas. Lo último que Amaya esperó fue que él reaccionara de esa manera, que se culpara.
Cuando se separaron el rostro de ella lucía hinchado y enrojecido y el de él húmedo por las lágrimas. Aun así, la miraba con una triste sonrisa.
—Lo siento mucho —le dijo— que hayas tenido que pasar por todo eso. Quisiera retroceder el tiempo y salvarte del dolor que te ocasioné.
Ella miró sus ojos sinceros y adoloridos y se volvió abrazar a él. Lo besó en el cuello y luego en la mejilla. Ahora los dos tenían el corazón roto por el peso de sus decisiones.
Se acostaron abrazados sin decir nada. Así permanecieron largo rato mirando el techo, hasta que Ryu rompió el silencio.
—Así que Miryana. Es un bonito nombre.
Amaya sonrió recordando a la pequeña de su sueño.
—Era una niña hermosa. Sus ojos eran iguales a los tuyos y tenía largo cabello negro.
—Sería mejor que se pareciera a ti, con tu belleza desafiante.
Amaya enarcó las cejas.
—¿Quieres que se parezca a mí?
Él asintió
—Eran dos, ¿no? —preguntó él, rodeándole la cintura y acercándose para besarla.
—Sí —dijo ella entre suspiros y besos— ¿Te gustaría tener hijos?
Ryu se separó de ella y la miró a los ojos con una seriedad perturbadora.
—Amaya, jamás te pediría algo así, no después de todo lo que has pasado.
Ella bajó sus ojos y tragó. De pronto la garganta volvía a convertírsele en un doloroso nudo. Por un momento pensó que tener hijos con él sería posible.
—Pero —continuó él—, si tú quisieras...
Ella levantó el rostro y miró sus ojos brillando, ilusionados.
—Yo quiero —dijo en un hilo de voz.
De inmediato en el rostro de Ryu apareció una gran sonrisa. Se abalanzó sobre ella, hundiéndola en el colchón y comenzó a besarle el cuello y el rostro. Amaya empezó a reír, le hacía cosquillas.
—Entonces debemos poner manos a la obra, tenemos dos hijos que hacer.
Él la abrazó con fuerza y ambos rodaron en la colcha de la cama unas cuantas veces. En sus brazos y después de la liberadora confesión se sentía liviana. Ryu volvió a besarla, sus manos hábiles se desplazaron por su piel, cada beso suyo la incendiaba. Antes de dejarse arrastrar por la sofocante pasión. Pensó en Miryana. Amaya tuvo la premonición que pronto la pequeña de ojos violeta estaría con ellos.
***Hola amados lectores. Este capitulo va dedicado a todas aquellas que querían saber sobre el bebé de Amaya.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top