EXTRA San Valentín II: El regalo de San Valentín

Hatsú no hubiese querido ir, pero la señora Lili y Max insistieron tanto que terminó por ceder.

Se miraba frente al espejo, a su lado Lili la veía con aprobación.

—Eres tan linda —le dijo la niña con ojos soñadores.

Hatsú sonrió. No estaba de acuerdo con Lili, pero no lo dijo. Miró su reloj de muñeca, casi era la hora.

—Ojalá Max se fijara en ti —dijo la niña sorprendiéndola—. Estela me cae mejor que antes, pero te quiero más a ti. Sería genial, ¿no lo crees?

Ella no lo creía. Empezando porque ni siquiera podía imaginar que Max tuviera ojos para alguien que no fuera su novia. Luego estaba el inconveniente de lo que ella era. Que Max fuese simpático con ella no quería decir que pudiera tener algún interés romántico, Hatsú lo tenía muy claro, ¿quién podría enamorarse de un monstruo como ella?

—No creo que...—Alcanzó a decir antes de que unos golpecitos en la puerta la interrumpieran.

Lili se levantó veloz y abrió la puerta. Era su hermano que venía a buscar a Hatsú.

—¿Ya estás lista? —preguntó él, entrando a la habitación.

Lili lo tomó de la mano y lo acercó a la muchacha de cabello oscuro.

—¡Está lista y hermosa! ¿A que sí?

De inmediato Hatsú se ruborizó y bajó lo la mirada. Los mechones se le deslizaron hacia adelante. Usaba un sencillo vestido azul de tela suave a la altura de las rodillas, entallado sin llegar a ser provocador y un chal del mismo color. En los pies tenía unas incómodas sandalias doradas de tacón alto que, estaba segura, la harían caer en algún momento de la noche.

Max silbó en señal de aprobación. Hatsú sintió que la calentura en sus mejillas se extendió abarcándole todo el rostro y las orejas. Estaba muy avergonzada.

—¡Mírate! ¡Si estás preciosa! En la fiesta de cumpleaños de Estela todos los chicos quedaran rendidos a tus pies.

—Gra, gracias —tartamudeó ella.

—¿Nos vamos, hermosa señorita?

Ella asintió con el corazón acelerado. Quería irse, pero del pueblo, de la tierra, esconderse en un agujero y nunca más salir. Tomó aire como si fuera a enfrentar la batalla de su vida y avanzó, vacilante, hacia Max, quien la sostuvo firmemente de la mano.

La muchacha volteó y se despidió de Lili. La niña la miraba ilusionada, seguramente imaginándose ya la boda entre su hermano y ella.

Abajo, la señora Lilian volteo cuando los escuchó bajar las escaleras.

—¡Están muy guapos! Diviértanse y Max —dijo la señora mirando a su hijo—, no vayas a hacerle pasar un mal rato a Hatsù.

—Sí mamá —contestó el muchacho con voz monótona, adelantándose para abrir la puerta.

—Hasta luego, señora Lilian.

—Adiós, mi niña.

Los dos jóvenes salieron y cruzaron el camino del jardín hasta la camioneta que el señor Marc le había prestado a su hijo para esa noche. En ese momento Hatsú notó que él llevaba en la mano una bolsa de regalo.

Además del cumpleaños de Estela, era San Valentín. Ella siempre veía en la televisión series románticas donde ese día los amigos y enamorados se daban obsequios y pensó que sería lindo algún día recibir algo así.

Max notó su mirada. Una vez dentro del auto le dijo, entregándole la bolsa:

—Mira dentro.

Hatsú tomó la bolsa y la abrió. En su interior había una caja con bombones de chocolate y otra más pequeña.

—Ábrela—dijo el chico encendiendo el auto.

Ella hizo lo que le pidió. Adentro reposaba, sobre terciopelo azul oscuro, un hermoso brazalete plateado con incrustaciones brillantes. La chica miró fascinada la joya.

—Gasté todos mis ahorros—dijo Max sin apartar la vista de la carretera— ¿Qué te parece?

—Es muy bonito—dijo ella deslizando el dedo por la superficie fría de la pulsera.

—¿Crees que le guste a Estela? —Max suspiró y continuó hablando— Desde que conoció a ese príncipe vampiro en tu casa de la costa, no ha dejado de hablar de él —La voz de Max estaba teñida de disgusto y reproche—. Ella está segura que posee la mutación y que cuando cumpla veinte años, ¡zas! se volverá un vampiro. ¿Puedes creerlo?

Hatsú no podía creerlo. Que alguien deseara convertirse en un monstruo, dejar de ver la luz del sol, alimentarse de la sangre de otros. ¿Cómo podía Estela desear algo así?

—Espero que le guste mi regalo y deje de pensar en ese fulano príncipe.

—Seguro que le gustará. Es muy hermoso.

Max dibujó una gran sonrisa en su rostro moreno y continuó conduciendo. El resto del trayecto lo pasaron conversando sobre la deliciosa comida que preparaba la madre de Estela.

Quince minutos después ya habían llegado.

Todos los años Estela celebraba su cumpleaños con una gran fiesta que servía para dos propósitos: celebrar su nacimiento y San Valentín. Ese año era especial. Meses atrás, la chica creyó que se había quedado huérfana cuando los vampiros atacaron el pueblo. Aquella noche fatal en que Hatsú los salvó, después fueron a su casa y no encontraron a su familia en ella. Inevitablemente creyó que los había perdido. Cuando los vampiros fueron capturados y ella regresó, sus padres y hermanos estaban allí. Todos se habían escondido en el sótano y resistieron los días que duró el asedio de los vampiros en el pueblo.

Así que ahora ella celebraba en grande que su familia viviera.

Max estacionó la camioneta frente a la casa y ambos salieron. Hatsú caminaba con paso vacilante, intentando que los tacones de las sandalias no se torcieran en cada paso. Cuando entraron, la sala estaba abarrotada de jóvenes charlando entre ellos, otros tomando o comiendo y algunos bailando.

Estela giró y el rostro se le iluminó al ver a su novio. Hatsú, al verla caminar deprisa hacia ellos, admiró la manera en que dominaba sus zapatos de tacón alto, como el vestido revoloteaba con gracia a su alrededor haciéndola parecer una modelo de revista.

La muchacha se abrazó al cuello de Max y le besó en los labios. Para Hatsú era como si de pronto un gran corazón rosado los envolviera, destilaban amor y ternura.

—Hola Hatsú —dijo la muchacha mirándola, luego de separarse de los labios de Max— ¡Qué bueno que has venido! Ven te presentaré a todos.

La siguiente media hora Hatsú la pasó enganchada del brazo de Estela, conociendo a todos sus amigos. Algunos la miraban con curiosidad y otros con indiferencia, pero ninguno se tardaba más de cinco minutos en ella. Cuando ya no hubo nadie más a quien conocer, ella poco a poco se fue alejando del grupo de amigos donde Max y Estela charlaban. Los jóvenes se reían de chistes que ella no entendía, compartían vivencias que no le pertenecían, se sentía incómoda allí.

Concentrada en no tropezar, caminó hasta la mesa de aperitivos y se dedicó a comer observando a las personas a su alrededor. Se bebió tres vasos de ponche. El sabor suave, y delicado como de frutas entre cítricas y dulces, le encantó. Una de las chicas que Estela le presentó la observaba con las cejas enarcadas.

—¡Ey! no tan rápido si no quieres terminar ebria. ¡Eso tiene alcohol!

Hatsú sonrió con timidez y dejó la mitad del vaso en la mesa.

—Gracias.

Pero ya era muy tarde. Nunca antes había bebido y de saber que el rico coctel tenía alcohol no lo habría hecho. Ahora sentía sus extremidades bastante pesadas y el cuerpo acalorado. Sintiendo un ligero mareo, decidió salir al jardín a refrescarse.

Salió de la casa trastabillando, bajo los efectos del alcohol le costaba mucho más dominar los zapatos. Miraba concentrada el suelo que, de alguna forma, había empezado a moverse. En ese instante su tobillo se torció. Iba directo al piso cuando unos brazos fuertes impidieron que diera contra el suelo.

El mareo no le permitía distinguir si lo que veía era real. Ahí, junto a ella, le parecía ver a Karan sosteniéndola firmemente, evitando que cayera.

El cazador la enderezó y ella se ruborizó al darse cuenta que era real y que, además, las manos de él se hallaban alrededor de su cintura.

—¡Cuidado! ¡Casi te caes!

—Karan, ¿qué haces aquí? —preguntó arrastrando las sílabas.

Karan la soltó y esquivó su mirada, parecía avergonzado.

—Disculpa si te incomodo por favor. Tal vez no debí venir. Te estás divirtiendo en una fiesta con chicos de tu edad y en realidad me parece estupendo. Es mejor que me vaya, debes querer regresar.

Hatsú lo tomó del brazo cuando el ya giraba para marcharse. La chica se sorprendió de su propia osadía, probablemente si no hubiese bebido no se atrevería ni siquiera tocarlo.

—¡No te vayas!

Él la miró confundido.

—Por favor —dijo ella bajando sus ojos—. Aún no me dices por qué has venido.

Karan la miró más detenidamente. Sus mejillas ruborizadas, los ojos entornados y su figura, algo tambaleante.

—¿Hatsú, has bebido?

La chica enarcó las cejas haciendo una mueca graciosa.

—Un poquito —dijo ella mostrándole con el pulgar y el índice lo que sería la escasa cantidad que consumió.

Karan frunció el ceño.

—¡Eres muy joven para beber! ¿Acaso no viniste con el chico Belrose? ¿Por qué no está cuidándote?

Ella negó con lentitud.

—Ya no soy una niña. No tiene que hacerlo.

—¡Claro que sí! ¡Hablaré con él!

—¡No! —Hatsú volvió a tomarlo del brazo— Todavía no me dices por qué viniste.

Karan parpadeó. Era cierto. Fue allí a entregarle algo, pero el verla en ese estado le molestó bastante.

—Ven, sentémonos —le dijo el cazador, indicándole el borde de la terraza.

La muchacha se sentó con torpeza, Karan tuvo que colocar su brazo en su espalda para que ella no se cayera, cada vez le gustaba menos su estado.

—Fui a tu casa porque quería darte algo.

Hatsú lo miró confundida, luego vio sus manos y no halló nada en ellas. Él no traía ningún paquete como el que Max le regaló a Estela. De todas formas, Karan jamás le daría algo así. Por alguna razón ese pensamiento le dolió.

El cazador tomó la mochila que traía en su espalda y la abrió. Hatsú lo miró expectante ¿Realmente le daría un regalo?

El chico sacó un caja grande y larga, tapizada en cuero negro.

—Sabes que desearía que escogieras otro camino alejado de la muerte —comenzó a decirle él, mirando fijamente la caja negra en sus manos—. Pero estoy consciente de que no es lo que quieres y que por más que trate de convencerte, no lo lograré. Así que lo único que puedo hacer como tu instructor es ayudarte a desarrollar todo tu potencial.

Karan extendió el brazo y le entregó la caja. Lucía consternado. Suspiró antes de volver a hablar.

—Se que después voy a odiarme por hacer esto, del mismo modo que lo hice cuando accedí a que fueras a Los Cárpatos a enfrentarte a Vlad y Zahyr. —Volvió a suspirar resignado.

Hatsú miró la caja con cierto temor. Cuando la abrió sus ojos se sorprendieron. Adentro había un par de manoplas de plata de cuyos aros se extendían filosas cuchillas retráctiles a manera de garras y un juego de hermosas dagas y cuchillos, todos de reluciente plata con la empuñadura labrada.

La chica lo miró con sus ojos grandes abiertos de par en par. Karan sonrió viendo su reacción.

—Pensé que tal vez te sería más fácil dominar las dagas y cuchillos que la larga espada claymore. Mandé a hacer las manoplas especialmente para ti. Son como unas garras...

—Y así no tendré que usar mis manos —completó ella arrastrando un poco las palabras y se abalanzó a su cuello para abrazarlo.

Siempre que luchaba con vampiros se le hacía más fácil hacerlo con sus manos desnudas que con la espada. Pero pelear de esa forma, con sus uñas similares a las garras de una fiera, la hacía sentirse aún más parecida a un monstruo. Que ahora pudiera usar aquellas garras de plata era maravilloso.

El cazador se quedó rígido cuando ella lo abrazó. Hatsú no solía expresarse tan abiertamente y que ahora lo hiciera tenía que ser producto del alcohol. Suavemente correspondió y rodeó su pequeña figura con los brazos. De alguna forma la muchacha se había convertido en alguien importante en su vida.

En La Orden cuando no estaba entrenándola se sorprendía con frecuencia pensándola. Buscaba formas en que su estilo de pelea fuera más eficiente y ella lograra sentirse cómoda. Sabía que la esgrima no era su fuerte y también que pelear con sus manos desnudas no le agradaba, así que a veces pasaba largas horas reflexionando sobre qué hacer al respecto.

Pero no solo pensaba en ella como un soldado. Lo que más le gustaba de la muchacha era su forma de ser. Como una pequeña y delicada flor que florece en las condiciones más adversas, la luz que ilumina en medio de la oscuridad, así la veía. A sus ojos ella era un ser dulce y noble, frágil, capaz de dar lo mejor de sí, sin esperar nada a cambio.

Hatsú se separó de él, lo miró un breve instante a los ojos y luego le besó la mejilla.

—Gracias —le dijo.

Karan sonrió, sacó uno de los cuchillos del estuche y se lo dio. Hatsú lo tomó y observó que en la hoja tenía grabadas letras: "La luz no brilla sin oscuridad."

—Son hermosos, pero yo no tengo nada para darte.

Karan frunció el entrecejo.

—No tienes que darme nada a cambio, Hatsú.

Ella lo miró sorprendida.

—Claro que sí, es San Valentín.

Karan la miró perplejo. San Valentín no era algo que solía celebrar. En realidad, él no celebraba nada, ni siquiera su cumpleaños. En La Orden no existía tiempo para eso. Cuando miró a su alrededor, en efecto, se encontró con corazones que adornaban las fachadas de las casas.

Hatsú continuaba observándolo. Él estaba frente a ella, con su estampa gallarda. Sus ojos azules, tan claros como el cielo de la mañana, resplandecían cálidos. El alcohol que había bebido le dio la valentía para hacer algo impensable. Se inclinó hacia él y lo besó.

Karan solo sintió los suaves labios de Hatsú sobre los suyos. Era un beso casto y tierno, pero lo turbó profundamente. De pronto no encontraba qué hacer. No sabía si apartarla o abrazarla, no quería rechazarla, ni herirla.

La muchacha continuaba prendada de él. Karan poco a poco cerró sus ojos y rodeó su cintura abandonándose a la dulce sensación que lo embargaba mientras ella lo besaba.

Cuando Hatsú se separó de sus labios, Karan continuaba con sus ojos cerrados. Al abrirlos vio los de ella asustados, mirándole. Él sonrió y le besó la frente.

—Perdóname, es el único regalo que puedo darte —dijo apartando la visa de él con timidez

Él dejó escapar una suave risa.

—Nunca me habían dado algo tan tierno.

Hatsú levantó sus ojos y lo miró ilusionada.

—¿De verdad?

—Ajá. Pero ahora creo que es mejor que te lleve a tu casa, debes descansar.

La muchacha asintió y con la ayuda de él se levantó. Cada vez le costaba más caminar con las sandalias de tacón alto. Mirando a Karan de soslayo se las quitó. El cazador rio en voz alta, la espontaneidad de la Hatsú bebida le empezaba a agradar.

—Muy bien —dijo él entre risas—, creo que así estarás más cómoda.

Acto seguido le colocó alrededor de los hombros su chaqueta y la ayudó a subir a la motocicleta detrás de él. Hatsú se abrazó a su cintura con una mano, en la otra llevaba la caja negra fuertemente agarrada. Mientras el conducía a la casa de los Belrose, ella cerraba los ojos pensando en su regalo. No importaba que no hubiesen sido bombones o una hermosa joya, lo que importaba es que él pensó en ella, se preocupaba por ella y ese era el mejor obsequio. 

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