EXTRA San Valentín I: Los malvados saben mejor

—¿Entonces fuiste tú? Ya me parecía extraño no haber vuelto a saber nada de Noah.

Madeleine estaba acostada en el sillón de tres plazas. Su cabeza reposaba en las piernas de Lía quien le acariciaba el suave cabello oscuro.

—¿Estás molesta? No me pude aguantar. Fue el día que te conocí. Él te había golpeado, cierto.

Madeleine entornó los ojos con pesar. Amó a Noah muchísimo, fue su primer novio, estuvieron juntos desde secundaria y en algún punto de esos años la relación entre los dos se tornó tóxica. La celaba hasta de su propia familia. Cuando se mudó sola, las cosas empeoraron, el comenzó a golpearla.

Al principio eran simples empujones cuando algo no le gustaba, pero la violencia fue escalando. Aquella había sido la peor época de su vida. Un tiempo incluso llegó a pensar que era su culpa el no ser capaz de complacerlo como él esperaba.

Recordarlo aún era doloroso.

—Siempre me golpeaba. Después se arrepentía. Cuando lo hacía... ¡Dios, que tonta era! Noah me convencía. Una vez tocó a mi puerta de rodillas. Traía en su mano un gran ramo de rosas rojas. Estuvo de rodillas toda la velada, esa noche me hizo el amor con una dulzura pasmosa.

Made miró a los ojos de Lía con miedo. Sabía que lo que había dicho era estúpido. ¿Cómo era posible que hubiese vivido con alguien que la abusaba y dijera que le hacía el amor con dulzura? Pero no encontró reproche en los ojos de ella sino comprensión. Sus ojos no la acusaban. Made se llevó las manos al cabello y lo echó hacia atrás

—¿Y el profesor Black? —preguntó con una sonrisa—También él desapareció misteriosamente.

Lía se rió.

—¿Qué te digo? ¡Soy culpable! ¡Los malvados saben mejor!

Made enarcó las cejas. Era una vampiresa recién convertida. Todavía sufría al no poder controlar su hambre. Para ella toda la sangre sabía igual: deliciosa.

Realmente sufría. No quería matar, pero no se sabía dominar. Cada vez que iba de cacería se decía a sí misma que no mataría a su víctima, pero en lo que la primera gota se deslizaba por su garganta, el deseo irrefrenable se desencadenaba en ella. No se controlaba, cuando se daba cuenta sostenía en sus brazos un cadáver.

Tampoco podía leer la mente de los humanos. ¿Cómo distinguir los malvados de los buenos?

—¡Pobre profesor!

Lía se escandalizó cuando la escuchó.

—¿Pobre profesor? El tipo era un violador asqueroso. Si yo no hubiese sido lo que soy, no habría dudado en forzarme.

—¡Su esposa lo dejó! Tal vez se sentía solo.

—¡Su esposa lo dejó por violador, Made! Se merecía todo lo que le hice, él y Noah.

Made se estremeció todavía recostada en su regazo. A veces Lía le daba miedo. Le fascinaba tanto como le aterraba. Quería ser como ella y al mismo tiempo repudiaba su manera de ser. De cierta forma sentía que a Lía nada le importaba. Tenía creencias firmes y le daba igual lo que otros pensaran, ella no cambiaría su manera de ver la vida por nada ni por nadie.

En cambio, ella era como una frágil hoja al viento. Indecisa. ¿Qué había visto Lía en ella? No entendía porque la amaba. Ella era tan corriente.

—¿Tienes hambre? —le preguntó la de ojos violeta con una sonrisa— ¡Quiero cenar malvados hoy! ¡Vamos!

Vagaron un rato tomadas de la mano por el Bund de Shanghái. León y otro vampiro de la escolta caminaban detrás de ellas a cierta distancia.

Lía se esforzaba mucho en mantener la paz de la región. Algunas provincias se encontraban en manos de vampiros, pero al menos Shanghái había sido recuperada.

Las edificaciones en estilos antiguos renacentistas y góticos estaban perfectamente iluminadas, el paseo abarrotado de gente. Las pupilas de Made se habían dilatado por el hambre, el olor de la sangre de tantos humanos vagaba en el aire y casi se le dificultaba respirar. No estaba segura de poder contenerse.

La mano de Lía se apretó con fuerza en la suya trayéndola a la realidad.

—¡Tengo mucha hambre! —se quejó como lo haría una niña impaciente.

—Pronto.

La vampiresa señaló hacia el rio Haungpu donde las esperaba un pequeño bote. Ambas lo abordaron seguidas de León y el otro guardaespaldas.

El hambre de Made se había convertido en algo doloroso que la obligó a doblarse un poco sobre su cintura. En medio de su mente ofuscada se preguntó cuanto más la haría esperar la vampiresa para comer. El Bund era hermoso; la vista a través del río, maravillosa: el distrito Pudong con sus rascacielos futuristas y sus luces de colores, asombroso, pero ella no podía disfrutarlo, solo pensaba en sangre.

—¡Ah! —gimió, desesperada.

Se irguió cuando a sus fosas nasales llegó el inconfundible aroma de la sangre humana.

Dos hombres: uno vestido con traje blanco y camisa de flores en colores brillantes, abierta hasta la mitad del pecho que dejaba al descubierto una gran cadena de oro y el otro más formal, traje negro, camisa también negra y corbata gris oscura, pulcramente arreglado, esperaban sentados en sillones de piel. Ambos eran asiáticos. El de blanco sonreía con suficiencia, el otro en cambio, mantenía una expresión seria y concentrada.

Para sorpresa de Made quien habló fue León.

—Como lo prometí. Aquí están las chicas.

—¡Estas no fueron las chicas que pedí! Quería jovencitas menores de quince, estás están muy viejas —dijo en mandarín el hombre del traje blanco.

—Sé lo que pidió —contestó León en un tono indiferente —Este es solo un regalo del jefe. Las niñas le serán entregadas donde usualmente se las daba Bo Hung.

El del traje blanco achicó sus ojos con suspicacia.

—¿Cómo sabes eso?

—Mi jefe y Bo Hung eran socios. Lamentablemente tuvieron problemas. Al jefe no le gustan los payasos, ahora nosotros estamos solos en el negocio. Espero que no le moleste.

—Lo que me molesta es que no me entreguen lo que pido —dijo el hombre bebiendo champan en una copa ancha.

—Ya le dije que las recibirá mañana. Este es solo un regalo del jefe. Ya sabe, a manera de disculpa por el retraso que causó la desaparición de Bo Hung.

—De acuerdo —dijo el de blanco recorriendo a las mujeres de arriba abajo.

Made había aprendido un poco de mandarín y pudo seguir la conversación. Estaba en peligro. ¿Que pretendía Lía? Sin embargo, el hambre era demasiada, no le permitía pensar con claridad, tenía el imperioso impulso de saltarles encima a los dos hombres frente a ella.

Se volteo y miró a Lía muy tranquila a su lado.

—¿Qué es esto? —preguntó Made, alterada.

León le dio un breve empujón hacia adelante que la hizo caer en las piernas del de blanco.

—¡Que se diviertan! —dijo León dando media vuelta.

—¡Lía! —suplicó nerviosa y temblando al sentir las manos del hombre metiéndose bajo su abrigo.

—¡No tienes ni tetas! —dijo el de blanco levantándola de sus piernas para dársela al otro hombre —quédate con esta. No me gusta, hasta parece enferma, seguro es una adicta.

El de negro la recibió en sus manos y la tomó con fuerza. El hombre tenía un rostro pétreo que inspiraba miedo. El tipo de blanco le hizo un gesto a Lía que con presteza fue a sentársele en el regazo. Antes de besarlo en la boca miró a Made y le dijo:

—Disfruta.

Entonces entendió.

El de negro apenas la tocaba, ella aspiró profundo sintiendo su aroma. Sin contenerse ya, se lanzó a su cuello y le clavó con fuerza los colmillos. El hombre gimió un poco y luego ya no habló más. En menos de cinco minutos Made lo había desangrado.

El hombre quedó recostado hacia atrás en el asiento como si durmiera. Made se giró para observar a Lía devorar a besos al mafioso de blanco. El hombre ya le había quitado el abrigo y le bajaba la corredera del pequeño y ajustado vestidito rojo que llevaba. Se lo sacó por la cabeza y la vampiresa quedó en ropa interior de encaje.

—Ese tal León acaba de ganar muchos puntos. Me gusta este regalo —dijo el hombre recorriéndole el talle con las manos —Siéntense queridas.

El de blanco señaló dos sillas de madera al frente. Lía obedientemente fue a sentarse donde le indicaron. Made, un poco desconcertada, la siguió. Entonces el hombre sacó una caja de una de las gavetas que se encontraba en la parte baja de su asiento.

—¿Chang Mao, te has quedado dormido? —El hombre bufó mirando a su compañero de negro recostado hacia atrás, del otro lado del asiento—¡No sabes beber!

El bote se meció suavemente y Made se tambaleó. El hombre abrió la caja, primero sacó unas sogas, luego un revólver.

—Ahora si vamos a divertirnos, muñecas.

Madeleine abrió sus ojos y vio desconcertada a Lía, no entendía qué pasaba. La vampiresa lucía tan tranquila como siempre. Made tragó y decidió confiar en ella.

El hombre apuntándolas con el arma le pidió a Lía que atara a Made a la silla.

La muchacha temblaba mientras la de ojos violeta tomaba sus manos y las amarraba juntas. Tal parecía que se había olvidado que era una vampiresa capaz de desatarse cuando lo quisiera. Después, de acuerdo a lo que le indicaba el hombre, ató cada tobillo a una de las patas de la mesa.

Cuando acabó de atarla, el hombre de blanco tomó a Lía por detrás y la abrazó. Una de sus manos le apretó un pecho, los ojos de ella se clavaron en los oscuros de Made, sus labios se curvaron en una torva sonrisa que la tranquilizó.

El hombre la empujó con violencia al piso de madera y se subió sobre ella, en ningún momento dejó de apuntarla con el arma. Al oído le susurró:

—¿Tienes miedo?

Lía abrió sus bonitos ojos y asintió fingiendo temor. El hombre jaló la caja y de ella sacó un cuchillo.

—¡Haré lo que me pidas, pero no me hagas daño! —suplicó la de ojos violeta.

El hombre rio y con el cuchillo cortó su sujetador.

—Eres muy bonita. Primero me divertiré contigo. Cuando termine, tendrás otro hogar, el Huangpu. Me gusta la sangre. ¿A ti no?

—¡Por favor...! — Volvió a suplicar Lía continuando con la farsa, viendo el cuchillo.

De pronto un recuerdo que no esperaba se coló en su mente. Dorian estaba sobre ella mirándola con lascivia mientras se encontraba indefensa con el collar alrededor de su cuello. La sensación de asfixia regresó paralizándola de verdad. Empezó a temblar. Se estremeció con más fuerza cuando sintió las manos del hombre agredir su intimidad con violencia.

Made, atada, esperaba que ella se quitara al hombre de encima y se levantara, pero Lía no reaccionaba, al contrario, una lágrima descendió por su mejilla. La muchacha frunció el ceño. Sabía que a su pareja le gustaba jugar con la comida, pero tenía la sensación de que algo iba mal con ella ¿o seguía fingiendo?

El de blanco se presionó más sobre su cuerpo y asaltó su boca con furia. Lía apretó los ojos, su rostro contorsionado por el terror. Giró la cabeza a ambos lados tratando de esquivarle. El de blanco la golpeó con fuerza a lo que ella abrió sus ojos, sorprendida.

—¡Déjala, infeliz! —gritó Made desde la silla, mirando con horror el rostro de Lía, bañado en verdaderas lágrimas.

El hombre solo se rio mientras se bajaba el pantalón. Lía no reaccionaba.

Made no podía aguantar más viendo el genuino sufrimiento en el rostro de ella. Con un poco de presión rompió la cuerda que ataba sus manos y luego separó sus pies de las patas de la silla. El hombre volteo a verla, anonadado.

—¿Qué carajos...?

Made lo golpeó con fuerza quitándoselo de encima a Lía. El tipo fue a dar contra el mini bar, las botellas cayeron en un estrépito de vidrios rotos y líquido derramado. La muchacha se inclinó sobre la vampiresa y la atrajo hacia sí, el corazón se le apretó al ver como lloraba desconsolada.

—¿Qué sucede? ¿Qué tienes? —le preguntó, desconcertada.

Lía entre hipidos alcanzó a decir un nombre

—Dorian.

Made lo entendió.

—¿En qué pensabas al hacer esto? —le preguntó enojada.

—Quería que nos divirtiéramos, quería jugar y darte un espectáculo.

—¿Estás loca? —le preguntó Made, furiosa— divertirnos rememorando una violación? ¿Lo que ese enfermo de Dorian te hizo?

Los labios de Lía temblaban, aun las lágrimas descendían por sus mejillas.

—No pensé, no creí que me había afectado tanto.

—Tonta —le dijo Made acercándola a su pecho para estrecharla con sus brazos. Tiernamente acarició su cabello.

Con delicadeza la levantó y le puso sobre los hombros el abrigo negro que ella traía puesto cuando subieron al yate. Al pasar al lado del hombre de blanco, este se movió y abrió los ojos. Made frotó el hombro de Lía señalándoselo.

—Aun no has comido.

Lía asintió con una pequeña sonrisa triste. Made se llenó de ternura al verla tan indefensa. Ya no era la altiva vampiresa que a veces le daba terror, sino un ser frágil que también necesitaba amor y protección. Ella la cuidaría de sus propios demonios, mantendría alejado el terrible recuerdo de Dorian, no dejaría que su sombra regresara para atemorizarla.

Made se agachó y miró al hombre a los ojos, al oído le susurró:

—¿Tienes miedo?

Luego se apartó dejándole libre el camino a su amada.

Mas tarde ambas cenaban en la lujosa terraza de uno de los restaurantes de Pudong con vista al río. Ahora sí, Made podía disfrutar del espectáculo de luces de colores y rascacielos futuristas, pero prefería deleitarse en el hermoso violeta de los ojos de Lía.

—¿En qué piensas? —le preguntó sin dejar de mirarla, llevando la copa de champan a sus labios.

Lía apartó la mirada de los edificios y volvió sus ojos a ella.

—En lo afortunada que soy de tenerte. Fui una estúpida hoy, de no haber sido por ti...

—Calla —le dijo colocando el índice sobre sus labios suaves.

Made sonrió y se acercó a esa boca que tanto deseaba, en ella el champan sabía mejor. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top