Capitulo XXXVI: Malévola intimidación


El ministro Oderbrech era uno de los políticos más respetados en toda Aiskia, de cincuenta y cinco años y carrera brillante, ningún escándalo la manchaba. Estaba casado, como todos los grandes padres de la patria, tenía una familia modelo con dos hijas adolescentes: Anastasia y Karina de catorce y dieciséis años. Su esposa, Andria, era una afamada cirujana del país, directora del Hospital Universitario de Aiskia. Del ministro se decía que sería el próximo presidente de la nación.

El ministro sabía de la existencia de los vampiros y mantenía jugosos contratos con ellos. El príncipe Ryu era el principal benefactor de su carrera política, a cambio, el ministro Oderbrech influía en el gabinete para que las concesiones en telecomunicaciones fueran a parar al emporio del vampiro. Era un acuerdo que beneficiaba a ambos. Ryu quería que llegara a ser presidente para él continuar gobernando la región desde las sombras, como lo había hecho hasta entonces.

El ministro Oderbrech sabía que podía tener mucho en su alianza con el príncipe de los vampiros, pero quería más. Deseaba la inmortalidad que La Orden le prometió y hacerse con el control del imperio de Ryu una vez los vampiros cayeran.

Esa noche de finales de invierno el ministro estaba en su Pent House de la calle Epifanía, en la zona más apartada y exclusiva de Aiskia. Su esposa e hijas no se encontraban en casa sino visitando a sus abuelos maternos.

El ministro bebía whisky frente al gran balcón con vista a la ciudad mientras pensaba en que pronto sería inmortal.

Muy pronto, cuando La Orden tuviera listo el ejército de nuevos cazadores, podría acabar con Ryu y adueñarse de todo su imperio. Pronto sería más poderoso que el príncipe de los vampiros. Este pensamiento y la boca experta de su secretaria que, arrodillada ,le hacía una felación, lo hicieron derramarse abundantemente. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó un suspiro de satisfacción.

La voluptuosa trigueña, que más que secretaria parecía actriz porno, se levantó ufana y le besó en la boca dejándole probar su sabor.

De pronto los ojos del ministro se abrieron horrorizados cuando divisó una figura negra penetrar por la ventana abierta de su lujoso balcón.

En una ocasión vio al príncipe de los vampiros y quedó impresionado, tanto como para nunca olvidarlo. A pesar de los acuerdos que mantenían, no se frecuentaban. Ahora le veía de nuevo, allí en su balcón y se sentía aterrado.

Ryu llegó vestido enteramente de negro lo cual hacía que su piel blanca resplandeciera dándole un aire fantasmagórico. Los ojos violetas brillaban aterradores y su expresión fiera dejaba ver los largos colmillos.

El ministro tardó unos segundos en ver que el príncipe no estaba solo. Traía a Oliver, su joven asistente, prendado por los cabellos. Con salvaje furia lo arrojó a los pies de Oderbrech. El pobre muchacho se arrastró desesperado, tratando de huir. El político vio que la pierna derecha de su asistente se torcía en una extraña posición y su cara mostraba moretones recientes.

La secretaria del ministro comenzó a gritar de forma histérica ante la dantesca escena. Ryu la enfocó con fastidio y el ministro deseó con todas sus ganas que se callara, pero la mujer empezó a acompañar sus gritos con pequeños saltitos desesperados. Ryu no esperó de más. Agitó su mano y salvajemente la estrelló contra el techo para luego dejarla caer. La pobre secretaria se arrastró por el piso, derramando sangre de su nariz rota por toda la lujosa alfombra, pero los gritos no cesaron. Entonces Ryu la atrajo hasta él y clavó los colmillos en su cuello sin apartar la mirada del ministro que se mantenía con una mueca de horror en el rostro. Cuando la drenó por completo, la dejó caer, exánime, en la alfombra manchada. El ministro miró, al borde de las lágrimas, los ojos sin vida de su secretaria.

Ryu se acercó con pasos elegantes a Oderbrech y este creyó que su corazón se paralizaría cuando lo tuvo frente a él.

—Buenas noches, ministro —dijo mostrándole en una amplia sonrisa los colmillos que goteaban la sangre aún tibia de la mujer—. Me disculpo por llegar sin avisar y a tan altas horas de la noche incordiando su descanso, pero tengo asuntos que tratar con usted. Asuntos urgentes que no pueden esperar. Por favor, de la orden a sus guardaespaldas que no lo molesten —dijo dándole el auricular del teléfono.

Instintivamente, el ministro se alejaba a medida que el príncipe se acercaba hasta que sus piernas chocaron con el sofá haciéndolo caer sentado sobre él. Entonces tomó el teléfono que le ofrecía el vampiro e hizo lo que le pedía.

—Verá, señor ministro, me he enterado que usted, a mis espaldas, menospreciando nuestros acuerdos, se ha dado a la tarea de hacer negocios con La Orden. Y aunque la decepción es grande, quisiera que me contara al detalle de que se tratan —Su voz estaba impregnada de una fría calma que hacía temblar al político.

El ministro comenzó a balbucear palabras ininteligibles.

—Disculpe, pero no puedo entenderlo —dijo Ryu, caminando lento hasta quedar de pie frente al político sentado en el sillón.

— Yo, yo no...

— Ah, pero yo sé que sí. Es mejor que me diga qué planean los cazadores.

Oderbrech temblaba de pies a cabeza.

—¿Qué planean? —preguntó el ministro sin entender a qué se refería Ryu.

—Sí. Sé que ellos tienen un arma capaz de liquidarnos, quiero saber qué pretenden hacer con ella y cómo usted los está ayudando.

El ministro torció sus rasgos con espanto. ¿Cómo era posible que ese vampiro estuviera enterado de aquello? Estaba seguro que su fin había llegado.

—Ellos, ellos hicieron experimentos genéticos y han creado un ejército de cazadores suparavampiros.

—¿Supravampiros? —Esa palabra empezaba realmente a fastidiarlo.

—Sí. Son cazadores modificados genéticamente. Han creado una nueva especie. Son invencibles —las palabras salían atropelladas de su boca, hablaba intentando ganar el favor de Ryu y evitar que lo asesinara.

—Y el "modulador".

Ryu estaba muy bien enterado, pensó Oderbrech y se arrepintió de haberse involucrado en todo aquello, debió mantener su trato con el vampiro y no hacer caso de las pretensiones y promesas de La Orden, pero ya era tarde para arrepentirse, ahora solo quedaba tratar de sobrevivir.

—El mo, mo, modulador es una droga que aplicada a los soldados les da fuerza y resistencia sobre humana, haciéndolos como los cazadores, convirtiéndolos en súper soldados.

Ryu lo miró fijamente.

—¿Cuándo lo usaran? ¿Cuándo iniciarán su ataque?

—No, no, no lo sé—tartamudeó Oderbrech— aún está en pruebas.

Ryu lo miró con intensidad, leyendo su mente. Encontró que era cierto lo que el ministro decía.

—¿Quienes más apoyan esta locura?

—No, no, no estoy seguro —dijo el ministro, pero al ver la mirada diabólica del vampiro comenzó a hablar—. El canciller de Rusia, el ministro de defensa de Inglaterra, Francia, España, Japón.

Ryu consideró lo que el ministro decía. Como pensó, no eran muchos los implicados, sin embargo, Rusia era un país extenso con un gran ejército, si usaban el modulador en ellos, sería difícil hacerles frente, a fin de cuentas, los vampiros eran una minoría y no contaban con un ejército lo suficientemente grande como para enfrentar algo así.

—Pues bien, mi querido ministro —dijo el príncipe sobreponiéndose a lo que acababa de escuchar, acariciando la mejilla rasposa de Oderbrech, continuó—, usted se encargará de hacerlos desistir de usar ese modulador o de emplear cualquier medio para enfrentarse a nosotros.

La mano de Ryu descendió de la mejilla al cuello y se cerró alrededor de él cómo una garra.

—Tiene dos hijas preciosas ministro. Le aseguro que entre los míos serán muy apreciadas, tanto para drenarlas de una sola mordida como esa pobre secretaria suya, como para hacerlas esclavas donantes de algún noble vampiro. A mí particularmente me gustaría quedarme con Karina, parece una jovencita dulce. La vaciaré cada vez que quiera. Por supuesto, también la compartiré con los hombres y vampiros de mi fortaleza. Si algo bueno tenemos nosotros es que somos generosos. Usted lo sabe puesto que se benefició bastante de mí.

Dicho esto, Ryu apretó más el cuello. No lo soltó hasta ver que los labios del ministro comenzaban a tornarse azulados.

En medio de un acceso de tos, el hombre luchaba por hablar.

—Perdóneme, Ryu, jamás debí ceder a las pretensiones de La Orden,

—Cierto, ¡no debió hacerlo! Evite que nos ataquen. Piense en sus hijas —dijo el vampiro señalando a la secretaria muerta.

El ministro quiso congraciarse con él e hizo un último intento. Había algo que Ryu no había mencionado, algo que quizás no sabía y Oderbrech se sujetó de esa endeble rama para no caer. Antes de que el príncipe se fuera le dijo:

—Hay algo más, los cazadores tienen un collar.

Oderbrech consiguió lo que quería, porque Ryu volteó y lo miró con renovado interés. El político acertó, el vampiro no tenía información sobre el collar.

—¿Un collar?

El ministro asintió.

—Uno que anula los poderes de los vampiros.

Los ojos de Ryu se oscurecieron. La Orden iba en serio en su afán de destruirlos y quizás no solo eso, sino esclavizarlos.

—Quiero ese collar, ministro.

El vampiro se volvió hacia el asistente del político que sollozaba en un rincón sujetándose la pierna rota.

—Creo que continúo con hambre.

En un parpadeo Ryu se movió hasta el joven, tomándolo del cabello lo levantó exponiendo su cuello.

—Pero me contendré. Ya lo sabe, evite que nos ataquen, tráigame el collar y dígame todo lo que planean los cazadores y yo seré con usted tan bueno como con su asistente a quien perdonaré está noche.

Ryu dejó caer al joven quien gritó de dolor al lastimarse la pierna rota.

El ministro no se percató del momento en que el príncipe vampiro se fue, pero cuando lo hizo, notó que contenía la respiración. Solo hasta entonces llenó con una gran bocanada de aire sus pulmones mientras sentía su corazón latir desesperado. 


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