Capitulo XXXI: Orgía de sangre

*** Advertencia: este capitulo contiene escenas de sexo, violación, tortura y violencia que no deben ser leídos por menores de 18 años, ni personas sensibles.

*** Los personajes de esta historia son ficticios y no reflejan las opiniones de la autora.

Desde que tuvo su primer auto en 1890 le encantó manejar, sentirse en control. Claro, en aquella época eran mucho más lentos e incómodos; eso también le encantaba, el progreso tecnológico del mundo. No cambiaría la época actual por ninguna otra, ver el avance de la humanidad era delicioso, siempre encaminándose a la comodidad y a hacer de la vida lo más placentera posible.

Él no era como algunos progresistas que siempre están encontrando un defecto en la sociedad, quejándose por ejemplo del aislamiento social que conlleva la tecnología, o de que las mujeres están sometidas por una sociedad mayoritariamente patriarcal que las denigra o las considera inferior a los hombres, o la marginación de la que se quejan las minorías "sexo diversas". Claro, que era comprensible que pelearan por sus derechos en un mundo cada vez más divergente, pero también más tolerante.

Él, que vivió la inquisición y su feminicidio; que permaneció encerrado en un prostíbulo junto con su hermana, mientras su madre era menos que una esclava en una época donde la mujer era más o menos igual a un animal doméstico, que nunca disfrutó de una niñez feliz porque tuvo que separarse de la mujer que le dio la vida dejándolo solo en un mundo hostil; él, que vio de cerca como los nazis acabaron con miles de homosexuales y personas de otras razas consideradas inferiores, podía hablar de discriminación e inclusión. Sin duda, esta era la mejor época que había vivido y quería seguir viviéndola sin problemas y sin guerras, viendo hasta donde podían llegar los humanos en su afán de comodidad y de pertenecer a algo.

Manejaba el auto que para él dispusieron al llegar a la pista de Isla Valaquia, la isla privada de Vlad y Zahyr en las Bahamas, después de un largo viaje en avión desde Europa. Sus sirvientes, en esta oportunidad todos vampiros, venían en otro auto detrás. Lía lo acompañaba en el asiento de copiloto, taciturna como nunca, mirando por la ventanilla.

A veces Ryu sentía nostalgia del sol como lo sentía en ese preciso momento. Le habría gustado poder contemplar el exuberante paisaje tropical a la luz del día. El olor a mar era penetrante y la brisa cálida agitaba sus cabellos negros que llevaba sujetos en una cola alta. A través de la ventanilla del auto contemplaba la lujuriosa vegetación del lugar y las palmeras mecerse seducidas por al viento, casi podía sentir la fina arena blanca bajo sus pies. Aunque la isla tenía 350 hectáreas, no era un trayecto largo desde la pista al castillo, pero Zahyr igual envió sus autos para recibirlos.

La residencia de Zahyr y Vlad en la isla era toda una epopeya al lujo. Zahyr construyó el castillo a semejanza de la antigua vivienda del príncipe húngaro, pero no donde vivió en Valaquia, sino aquella donde se conocieron hacía ya cientos de años en el imperio otomano, donde Vlad pasó su infancia. Por supuesto que el nombre de la isla sí era un tributo al pueblo que tanto amó el dragón húngaro.

Ryu se sintió envuelto por las lejanas brumas de un pasado olvidado al divisar el castillo a lo lejos. Aunque el clima era muy diferente al que describía la leyenda del conde Drácula, no por eso lo hacía menos grandioso. Al contrario, el contraste resultaba impresionante.

Descendió del auto y entregó las llaves a uno de los sirvientes. Ya sus guardaespaldas lo esperaban, algunos en la entrada y otros rodeando su vehículo, para ayudar a Lía a bajar de él. Phidias, de pie, esperaba que descendieran para entrar juntos en el opulento castillo. «Zahyr y sus excesos» pensó Ryu al ver las paredes de piedra delante de él. Siempre al llegar a la isla se decía a sí mismo que, a pesar de toda la nostalgia del pasado, él se habría construido una bonita casa de playa en lugar de un castillo medieval.

Faltaban algunas horas para el amanecer, pero, aun así, se sentía cansado del largo viaje, conocía muy bien a Zahyr y solo esperaba que no tuviera preparada "una fiesta de bienvenida".

El móvil vibró en su chaqueta de cuero marrón y Lía, a su lado lo miró interrogante, cuando contestó la llamada mientras subían las escaleras de piedra de la entrada.

—León, dime ¿todo bien? —preguntó el príncipe a quién le hablaba por teléfono.

—Sí, señor —contestó el sirviente del otro lado de la línea—. Como usted me indicó, no me he movido de su dormitorio. La señorita Amaya se recupera rápidamente.

—Muy bien León, a partir de ahora yo te llamaré. Solo si se presente algún incidente deberás informármelo de inmediato ¿entendido?

—Sí, señor.

Ryu cerró la llamada y continuó atravesando pasillos alfombrados con paredes de piedra y salones de exquisita magnificencia donde grandes lámparas de cristal de bohemia iluminaban con luz tornasolada. Continuó caminando con Lía prendada de su brazo hasta llegar "al salón del trono".

Los perros, aparte de Vlad, eran los únicos seres que Zahyr amaba. Por eso, dos hermosos Gran Daneses de pelaje negro brillante estaban sentados sobre sus patas traseras a ambos lados de las altas puertas de secoya que custodiaban el salón, en cuya superficie se encontraba labrado el emblema de la antigua orden del dragón a la cual Vlad perteneció cuando vivió en Rumanía.

Al abrir las puertas, Ryu pudo ver alrededor de una veintena de vampiros en el salón, los más poderosos e influyentes del mundo, charlando despreocupados y tomando su bebida favorita en hermosas copas de cristal tallado. Los tres asientos en el trono de la Alianza del Dragón, hechos de ébano, oro y plata, estaban desocupados. Zahyr y Vlad compartían con sus invitados mientras suave música de cámara ambientaba la reunión. Cerca de la entrada, una gran mesa estaba dispuesta con numerosos y variados aperitivos, algunos vampiros los llevaban a sus bocas con gestos aprobatorios, ellos fueron los primeros en notar la llegada de Ryu y Lía e inclinaron sus cabezas en señal de respeto.

—¡Ah, Ryu, Lía al fin han llegado! —exclamó Zahyr en voz alta al verlos entrar. De inmediato todas las inmortales cabezas giraron para mirar a los recién llegados.

Ryu enarcó las cejas al ver su atuendo: Zahyr vestía un caftán de terciopelo púrpura con bordados dorados, pantalones y camisa de seda negra que recordaba la moda otomana del siglo XIV. El vampiro albino extendió su mano llena de sortijas con gemas engarzadas hacia ellos.

—Lía, querida, que placer que nos honres con tu adorable presencia.

La vampiresa, envuelta en un ceñido vestido rojo de escote pronunciado hizo una reverencia antigua delante de Vlad y Zahyr.

—¡Es un honor para mí estar aquí!

—Estábamos impacientes por comenzar nuestra celebración —Zahyr habló acentuando las últimas palabras y Ryu, con algo de decepción, comprendió que su descanso no llegaría sino mucho después.

—Tuve algunos asuntos urgentes que atender que me retrasaron —explicó el príncipe de ojos violeta.

—Pero ya estás aquí, que es lo importante —dijo Vlad con voz profunda y suave, acercándose para darle una copa de rutilante sangre tibia.

Al igual que Zahyr, llevaba un caftán algo menos opulento en sencilla seda azul oscura y debajo pantalones y camisa negra, aunque de corte moderno, también evocaba épocas más remotas. En realidad, los asistentes estaban ataviados de manera elegante. Las mujeres, muchas con vestidos largos de telas vaporosas y los hombres con traje, pero todos sin excepción tenían un toque anacrónico en su atuendo que hacía difícil precisar una época específica, todos menos Ryu que iba vestido con traje italiano de alta costura de tres piezas en color azul oscuro y camisa de seda negra.

— ¿Tienes idea de cuándo fue la última vez que nos reunimos? —preguntó Vlad con sus espesas cejas negras relajadas.

—Creo que fue para dar la bienvenida al nuevo milenio, mi príncipe —dijo la condesa Erzésbet Bathory, acercándose al recién llegado para darle un beso en los labios. Pariente de Vlad, la vampiresa pelirroja era de los pocos inmortales con un verdadero título nobiliario a parte del príncipe húngaro.

—Realmente hace mucho que no nos reuníamos y siempre es bueno volver a ver los rostros que permanecerán constantes en nuestras vidas, ¿no lo cree, señor? —habló Miguel Antonio Blanco y Gasset, un vampiro reciente de 1790, oriundo de América del Sur y que tenía sus dominios en la industria alimentaria de esas desordenadas tierras.

—Sí, es bueno verlos —dijo Ryu deshaciéndose con suavidad del agarre de la condesa que tenía sus níveos brazos alrededor de su cuello—, aunque hubiera preferido que fuese en otras circunstancias más afortunadas.

—¡Ah!, por favor querido Ryu, hablemos ese engorroso asunto después —dijo Zahyr tomando a la condesa por la cintura después de ver su mohín de disgusto ante el rechazo de Ryu—. Ahora debemos celebrar que los amos del mundo se han reunido.

Una lluvia de aplausos siguió al comentario de Zahyr, mientras Ryu lo miraba en silencio.

Inmediatamente, la música de cámara fue sustituida por otro ritmo tropical mucho más moderno que invitaba a mover las caderas. Katherina Lynch y Nina Rosewood, dos vampiras, una rusa y la otra norteamericana, bailaban de manera sensual. Con sus miradas invitaban a los príncipes a unirse a su baile seductor. Andreas Filippo, el vampiro italiano dueño de varios viñedos mediterráneos, aplaudió complacido para luego agregar:

—Maravilloso, adoro esta música moderna que invita a... — el vampiro no terminó de hablar pues su boca la ocupó en los dulces y voluptuosos labios de la condesa.

—Solo falta el banquete mi querido príncipe —dijo Lord Byron a Zahyr levantando su copa.

Ryu observó en silencio como Vlad y Zahyr sonreían satisfechos.

—No crean que nos hemos olvidado de eso —dijo Vlad alzando la voz—, Zahyr y yo hemos seleccionado lo mejor para esta celebración. Después de casi un siglo sin estar todos juntos en la misma habitación, creo que es lo adecuado.

—¿De esa espléndida granja que tenéis? —preguntó Lía, dando palmaditas entusiastas con sus blancas manos de lirio.

—¡Oh no!, el banquete de hoy es producto de una feliz coincidencia y os aseguro que se relamerán los colmillos —Vald estalló en una sonora carcajada que hizo vibrar su espesa cabellera oscura.

Ryu estaba expectante ante lo que sus homólogos habían preparado para esa noche de fiesta. Presentía que se irían a los excesos como siempre y aquello no le apetecía para nada, pero aun así le sería difícil resistirse a sus "exquisitas selecciones culinarias" como ellos les llamaban, después de todo, también era un vampiro y la sangre era su platillo favorito.

Por la gran puerta de madera del salón comenzaron a llegar un grupo de hermosos jóvenes veinteañeros con aspecto de modelos, todos vestían ropa ligera acorde con el clima y la locación. Los hombres llevaban pantalones frescos de lino o bermudas acompañado de camisas de manga corta sin abotonar que permitían ver perfectos pechos trabajados; las jovencitas, algunas traían pequeños vestiditos coloridos o shorts diminutos que dejaban al descubierto largas y torneadas piernas. Entraron riendo y bailando al son de la música, al ver los ocupantes del salón, expresiones de asombro y deleite acompañaron a los sensuales movimientos del baile que habían iniciado. Los jóvenes estaban maravillados de la belleza de sus anfitriones y estos a su vez fascinados por los invitados.

Ryu bebía de su copa sin perder detalle de lo que ocurría en el salón. Una de las jovencitas, algo pasada de alcohol se les acercó y arrastrando las palabras se dirigió a Vlad:

—Este castillo es increíble, está super cool, gracias por traernos hombre hermoso —dijo, tratando de darle un beso en la mejilla a Vlad, pero perdió el equilibrio, el vampiro tuvo que sostenerla por la cintura para evitar que cayera.

—No tienes por qué agradecer lindura.

—Soy Giselle —dijo la chica con una risa floja y palabras que se enredaban al salir de su boca— y claro que sí tengo que agradecer. El estúpido de Ernest no sabía dónde estábamos, empecé asustarme cuando Carolaine dijo que nos encontrábamos en las aguas del triángulo de las Bermudas —un hipido la interrumpió—, sabes que ahí se pierde mucha gente, ¿verdad? Si tu yate no nos rescata nos habría tragado el monstruo que vive en el triángulo.

A Vlad le costaba trabajo contener la risa. Sí, definitivamente había sido una afortunada casualidad. Si ese yate lleno de modelos no se hubiera adentrado en las aguas del triángulo, él y Zahyr habrían tenido que servir algunos de los ejemplares de la granja y aunque eso no estaba mal, no se comparaba en nada a los deliciosos muchachos que ahora los acompañaban.

—Pero querida, ¡los monstruos no existen! —Y ya no pudo contener la carcajada sarcástica que resonó en el lujoso salón.

Giselle quedó desconcertada al ver reír a sus anfitriones, pero luego se unió a la risa del grupo. El hombre que la mantenía abrazada y que le había dicho que se llamaba Vlad, le parecía como un sueño. Olía delicioso, a madera y flores y si Sisi, su mejor amiga, viera su rizado cabello negro, tan brillante y suave, seguro se moría de la envidia. No quería que el hombre la dejara de abrazar. Comenzó a menearse delante de él tratando de hacerlo bailar, pero el enigmático caballero solo la miraba con una sonrisa, dejando que su cuerpo cimbreante lo rozara. Giselle bailaba de espaldas a él con sus manos alrededor de su cuello y su trasero restregándose en la pelvis del hermoso hombre, después de unos minutos comenzó a sentir perfectamente la caliente excitación de él abultarse contra su cuerpo.

Los ojos de la chica hicieron contacto con los de su amiga, Caroline que le sonreía mientras bailaba con una pálida mujer pelirroja y un hombre alto, también muy pálido de cabello oscuro. En la cabeza de Giselle todo daba vueltas, un sirviente le acercó otro trago y ella, que estaba bebiendo desde temprano igual que sus compañeros, le agradeció con una risita tonta. Frente a ella, un hombre de cabello lacio, negro, absurdamente largo, atado en una cola alta y ojos violeta la miraba fijamente. Su mirada la inquietaba hasta que Rowina se interpuso entre ambos y se guindó del cuello del hombre de los ojos violeta.

Todo era irreal y excitante en esa extraña fiesta. De pronto sintió como Vlad la tomó fuertemente por la cintura y la giró hasta ponerla frente a él, cuando miró sus ojos azul grisáceo de cejas gruesas, sintió que se volvía agua. Su corazón latía rápido, un gemido se escapó de sus labios al sentir los dedos fríos de él subir por su muslo y adentrarse bajo el diminuto vestido. El hombre volvió a girarla para clavar su dureza entre sus nalgas. Giselle estaba hirviendo bajo la ropa, sintió una de las manos de Vlad recorrer su cuerpo desde la cadera a la cintura para posarse luego en uno de sus senos y apretarlo con suavidad, la otra se abrió paso dentro de su intimidad. Aquellos dedos recorrieron la fina piel de su sexo en una caricia enloquecedora. Tocaron un punto en específico dando un masaje circular en el abultado botón, que la llevó a gemir en voz alta sin ningún tipo de pudor o reparo. Giselle se olvidó de las personas que los rodeaban. En ese momento solo existía ella y la mano que la masturbaba.

La joven modelo gemía embriagada por las sensaciones que las manos de Vlad le producían. Cuando abrió los ojos vio sexo por todos lados, ella no era la única que disfrutaba en eses momento. Su amiga Caroline estaba enfrascada en un trío. Arrodillada, tenía la cara enterrada en el regazo de una mujer pelirroja dándole sexo oral mientras un hombre alto la tomaba por detrás. Más allá el hombre enigmático de los ojos violetas embestía a Rowina contra la pared, de la chica solo se veía su rostro encendido en rubor, los labios entreabiertos dejaban escapar enloquecidos gritos de placer.

A Giselle se le nubló la vista, sin más, se dejó ir sintiendo todo su cuerpo temblar y su interior contraerse en rítmicas y placenteras oleadas alrededor de los dedos de Vlad.

Perdió el sentido en medio del orgasmo, poco a poco regresó a la realidad y entonces el placer se convirtió en terror.

Delante de ella, Caroline estaba en un charco de sangre que brotaba de su pecho abierto, la mujer pelirroja a quien antes le había hecho sexo oral lamía la sangre que brotaba de él y el hombre alto succionaba una de sus muñecas. Su amiga aún estaba viva y la miraba con los ojos llenos de lágrimas.

Rowina, muy pálida e inmóvil, yacía en el piso mientras el hombre de los ojos violeta caminaba indiferente con la barbilla manchada de sangre dejando ver unos enormes colmillos. Giselle gritó al tiempo que trataba de zafarse de Vlad, pero este la sujetó con una fuerza descomunal, una carcajada fría resonó en sus oídos.

—¿Te está gustando la fiesta cariño? Te di placer antes, ahora es tu turno de dármelo a mí.

Giselle, aterrorizada gritó más fuerte, pero solo escuchó carcajadas. Vlad la tomó por la muñeca y la arrastró frente a la mesa del banquete, allí estaba Ernest, el capitán de su yate, desnudo y riendo de manera tonta, parecía que no se daba cuenta de lo que pasaba.

El terror paralizó a la joven modelo cuando imaginó lo que vendría al ver como lo untaban de salsas, cremas y vino. Una de las mujeres se montó en la mesa y tomó la masculinidad erguida y embadurnada de salsa del capitán y la llevó dentro de su boca. Ernest gemía de placer hasta que el gemido se convirtió en un grito de espeluznante horror cuando vio su miembro desprendido que colgaba de la boca de la mujer. Al instante los otros se lanzaron sobre él como ratas hambrientas y comenzaron a morder y desgarrar su piel, a succionar la sangre que brotaba de sus heridas.

Giselle contuvo una arcada y trató de escapar, aunque sabía que sería inútil pues la mano firme de Vlad no se lo permitía. Con salvaje fuerza la llevó contra la pared y de un solo movimiento le arrancó el vestido, luego la levantó en vilo y la deslizó sobré su hombría enhiesta. La chica se retorcía tratando de escapar, pero parecía que eso solo excitaba más a su atacante, que con gemidos roncos la hacía subir y bajar con facilidad asombrosa. Aquello se había convertido en una terrible pesadilla. Todos sus amigos eran víctimas de sus anfitriones que resultaron ser horribles monstruos. Giselle de nuevo intentó huir, lo golpeó con su mano libre, pero Vlad parecía estar hecho de piedra, mientras más forcejeaba solo lograba hacerse daño. Cuando lo sintió a punto de venirse, un dolor agudo se apoderó de su cuello y luego el éxtasis más perfecto se extendió por su cuerpo. Flotaba en nubes de espléndida felicidad, detrás de sus párpados cerrados solo había colores brillantes, todo el horror y la sangre de ese salón maldito desapareció, no quería que la maravillosa sensación de plenitud desapareciera.

Vlad la abandonó semi consciente en el suelo frío y ensangrentado, ella escuchó su voz suave y profunda que le decía a alguien "llévala a la granja" luego todo fue oscuridad.  

*** Hola, ¿Cómo están? Muchas gracias a todos aquellos que han llegado hasta aquí. Este capitulo muestra la cara malévola de los vampiros y lo que le espera a la humanidad si son ellos quienes lleguen a gobernar. ¿Qué les ha parecido? No todo puede ser dulzura y romance y menos tratándose de asesinos.

Quería comentarles que he hecho unas fichas con los personajes principales y sus fotos en artbreeder, las cuales estaré posteando en facebook (el enlace está en mi perfil). Si pudieran pasarse se los agradecería y así me dicen que les parece. La de Ryu en particular me ha costado muchísimo ¿Cómo se lo imaginan ustedes? 

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