CAPITULO XV: Beso de sangre.


Después de su incursión nocturna en el pabellón de investigación, Amaya y Tiago conversaban constantemente. La Orden no les había contado todo, y era lógico que no lo hiciera, ellos no eran más que peones a los que les controlaban sus vidas desde pequeños, y a quienes modificaron sus cuerpos para cumplir sus propósitos.

Los dos amigos, sumergidos en especulaciones, planteaban teorías que pudieran explicar el contenido de los archivos cifrados y por qué el de Amaya también lo estaba. ¿Qué más les ocultaban?

El chico planeaba bajar esa misma semana a la división médica con alguna excusa para hacerse de la contraseña necesaria y poder abrir así el resto de los archivos. Ambos creían que quienes, de seguro, tenían esa contraseña eran Branson y Auberbach. Que fueran ellos representaba un problema, porque a diferencia de Amaya, a Tiago no lo examinaba Branson. De hecho, pocas veces había estado frente al científico, así que era complicado acceder a cualquiera de los dos.

El par de cazadores se devanaba los sesos buscando un pretexto que fuera lo suficientemente bueno como para que Tiago pudiera estar frente a alguno de los dos y poder leerles la mente.

Lo mejor que se les ocurrió fue revelar las habilidades psíquicas de Tiago, entonces quizás el doctor Branson o la doctora Auberbach se interesarían en él para hacerle estudios. También cabía la posibilidad de que no se encargarán ellos personalmente del caso del chico, entonces habrían perdido una ventaja y una oportunidad.

No se convencían de que correr ese riesgo valiera la pena, mantener en secreto la habilidad psicoquinética del cazador constituía una ventaja que no querían perder. Después de mucho discutir llegaron a la conclusión de que lo mejor era volver a bajar de incógnito al área médica para que Tiago se introdujera en la mente de la doctora Auberbach como lo hicieron antes. Ella continuaba siendo el blanco más accesible, pues el doctor Branson permanecía poco tiempo en el edificio.

El jefe de la división médica pasaba largas temporadas de comisión en la sede de las Islas volcánicas o cuidando de su hija enferma.

Tiago y Amaya planeaban, sentados un uno de los bancos de piedra del jardín interior, los detalles de su nueva incursión no autorizada al área médica, cuando uno de los cazadores le notificó que la solicitaban en el despacho del coronel.

La cazadora se asustó. ¿Sería posible que los hubiesen descubierto? ¿Cometieron algún error la noche pasada? No. Confiaba en Tiago. Él le aseguro que las cámaras no los captarían.

Ambos amigos se miraron con la incertidumbre y el pánico dibujado en sus rostros.

Ella Recordó la sensación de ser observada que sintió mientras espiaban abajo. En ese momento tuvo la corazonada de que alguien más estaba allí. ¿ Y si era cierto? ¿Y si alguien los vio?

Aparentando una tranquilidad que no tenía, Amaya caminó detrás del joven cazador de tercer rango al interior del edificio. Entró a la oficina del coronel.

Para su sorpresa el hombre le informó que la misión dónde debería matar al príncipe Ryu la llevarían a cabo al día siguiente.

La cazadora quedó en shock.

No los habían descubierto, pero lo que le ordenaba su jefe, para ella era igual de terrible que si lo hubiese hecho.

Amaya lo olvidó por completo, y escuchar la fecha de boca del coronel fue como si un balde de agua fría le cayera encima. No se encontraba nada preparada para llevar a cabo esa orden. Su mente, imbuida en asuntos conspiratorios, lo último que pensó fue la misión que le asignarán en días pasados de matar al príncipe.

Delante del coronel puso su mejor cara, que estaba segura, no ocultaba su expresión de sorpresa y espanto. Tragó grueso y después de un «Sí, señor» salió del despacho con pasos vacilantes a prepararse para su nueva tarea.

La noche siguiente ella y Phill esperaban de madrugada en las sombras, cerca de un café clausurado que sería el sitio de encuentro de los seres de la noche. El local pertenecía al vampiro Donovani y exhibía un letrero fuera: "Cerrado por remodelación".

Donovani, el líder del clan del sur del país, estaba bajo el dominio del príncipe Ryu. La carpeta que le diera el coronel Vladimir a Amaya semanas atrás, decía que ambos vampiros ese día se reunirían con fines comerciales. La Orden vio en dicho encuentro una oportunidad para acabar con el príncipe a quien su subordinado traicionó revelando a los cazadores los pormenores del encuentro.

Amaya desconocía que ganaba Donovani en su acuerdo con La Orden, pero ya tenía muy en claro que nada era gratis en esa guerra y que algo debió ofrecer la organización a cambio de la traición del vampiro.

Ella y Phill aguardaban vestidos con los resistentes uniformes de poliamidas, enteramente de negro, en el hombro derecho el emblema dorado de la organización, camuflados en la oscuridad. No percibían el frío otoñal debido a la adrenalina que circulaba por sus cuerpos preparándolos para la acción. Armados con sus espadas, Amaya además tenía una ballesta y flechas cuyas puntas de plata y estrancio eran capaces de matar a un vampiro si se clavaban en su corazón. Su puntería era certera y con una de esas saetas debía asesinar al príncipe.

Su órgano vital latía de prisa. Sus ojos azules mejorados, enfocaban a la perfección en la oscuridad, como si hubiese nacido en la noche. Sus oídos y olfato se mantenían atentos, podía escuchar hasta el leve crujir de las hojas alrededor. Oyó antes que su compañero cazador el motor de un auto acercándose y lo alertó. Phill todavía no lo percibía y sintió envidia de sus habilidades. Ella siempre sobresalía. A pesar de ser mujer, físicamente más débil que un hombre, ninguno era mejor que ella, podía sentir a los vampiros , como si tuviera una conexión con ellos, siempre había sido así.

Adentro del Café esperaban Donovani y algunos de sus seguidores. El par de cazadores tenía orden de no tocarlos, solo el príncipe era el objetivo.

Resguardada detrás de un gran árbol, a unos cuantos metros de donde se detendría el auto, el corazón de Amaya latía desaforado queriendo salírsele del pecho. Pensaba en todo lo que había averiguado en los últimos días sobre La Orden y los vampiros y se preguntaba si matar al príncipe no obedecía quizás a algún plan orquestado por fuerzas que ella no alcanzaba a ver. Una maraña de alianzas y traiciones, un juego político que, hasta entonces, inocentemente no creyó que existía. Tomó una gran bocanada de aire frío para tranquilizarse y montó la flecha en la ballesta, lista para usar.

Por otro lado, si mataba a Ryu acabaría también con la duda y la desesperación que anidaba en su interior desde que lo conoció. Con esos sentimientos y extraños anhelos que la dejaban en paz. Estaba a segundos de por fin realizar la fantasía que tenía en cada uno de sus entrenamientos dónde terminaba con la vida del vampiro y con la confusión que él trajo a la suya. Si lo conseguía volvería a ser la misma de antes: una cazadora comprometida con su misión. Se cubriría de gloria, le cerraría la boca a quienes dudaban de ella.

Pero no estaba segura de nada, ni de su organización, ni de quién era en realidad el enemigo. Lo único seguro era su caos interior.

El Lamborghini negro se estacionó frente al café, los guardianes del príncipe salieron antes para abrir la puerta de su líder.

El aura poderosa la envolvió y con ella la duda de si lo que hacía era lo correcto.

Vio el perfil conocido, sereno y atractivo, el largo y reluciente cabello negro atado en una cola alta cayéndole por la espalda, recordó sobre sus labios los del vampiro y el calor lo nubló todo.

El príncipe estaba de frente a ella, el ángulo era perfecto. Desde donde estaba no podía fallar. Phill la miraba impaciente, debía disparar ya o el vampiro se escaparía. Apuntó con dedos trémulos.

«Debo ponerle fin a esto. Vamos, enfócate. Así La Orden sea una farsa, de todas maneras él es un vampiro, un asesino. Una alimaña. Termínalo y te liberarás a ti misma y a la humanidad.»

Sus ojos apreciaron la silueta negra enfrente y en el preciso instante de soltar la flecha, los ojos violetas se encontraron con su mirada temblorosa subyugándola, llamándola al abismo.

La flecha se desplazó veloz por el aire.

Desgarró la tela, atravesó la carne y fue a clavarse en el hombro izquierdo del príncipe.

Amaya había fallado.

«¡Maldita sea!»

Ryu solo la miró sereno y misterioso a unos metros de distancia.

Después todo fue confusión.

Cuando volvió a mirar después de parpadear, Ryu ya no estaba.

Los cazadores se replegaron detrás del gran tronco del árbol, pero los guardianes del príncipe se les abalanzaron. La puerta del café se abrió y los seguidores de Donovani salieron también. Phill rápidamente se hizo de una de las gruesas ramas del árbol y la arrojó al grupo de vampiros de Ryu quienes cayeron al suelo maldiciendo.

Amaya montó varias flechas y las disparó, certeras fueron a clavarse en el cuerpo de varios de sus oponentes.

Los vampiros derribados por Phill se levantaron y regresaron al ataque, dispuestos a no darles tregua. Con rapidez sobre humana, Amaya montó de nuevo la ballesta . Ella cubría las espaldas de su compañero lanzando sus flechas mientras esté los enfrentaba con la espada.

La velocidad y habilidad de Phill eran asombrosas. Rápidamente dio de baja a tres vampiros, aún así, los cazadores continuaban en desventaja.

— Tenemos que irnos, Amaya.

La muchacha asintió y más al darse cuenta que ya no le quedaban flechas. Cuando emprendían la retirada, se vieron rodeados también por detrás.

Los vampiros de Donovani los rodearon en círculo. Amaya y Phill empuñaron con fuerza sus espadas, mirando de uno en uno a los vampiros que los amenazaban, listos para dar lo mejor de sí mismos, dispuestos a morir esa noche.

El líder, Donovani apareció ante ellos con una sonrisa cruel en su rostro de apariencia juvenil.

—La sangre siempre tiene un mejor sabor cuando es ganada al calor de la batalla o la pasión —dijo y sonrió mostrando los blancos colmillos.

Amaya hizo un amago de atacar.

—Es mejor que no lo intentes, no tiene caso.

—Jamás nos rendiremos —dijo Phill, quien para sorpresa de su compañera, arremetió contra el vampiro con una poderosa patada que le dio en el pecho y lo lanzó varios metros hacia atrás.

Amaya se adelantó haciendo frente con su filosa espada, Gisli. Tomándola con ambas manos, cercenó el cuello del vampiro que tenía delante de sí. Inmediatamente, otro de los vampiros se lanzó con rapidez sobre la muchacha logrando hacerle un corte en el brazo derecho, pero ella giró antes de que el vampiro pudiera herirla de gravedad y hundió la espada en su pecho.

Donovani se levantó de nuevo y lleno de furia fue a enfrentar a Phill que luchaba con dos vampiros al mismo tiempo. Con un movimiento de su brazo, sin siquiera tocarlo, lo sacudió violentamente estrellándolo contra uno de los árboles. El cazador cayó semiconsciente a los pies de Amaya quien intentó ayudarlo, pero no llegó a hacerlo porque sintió como Donovani la tomaba fuertemente del cabello trenzado y la arrojaba al suelo.

Desde el piso, Amaya lo veía amenazador, la furia deformando los rasgos de su cara mientras se acercaba. Se relamía los colmillos en la antesala del festín que se daría con ellos. El vampiro extendió su mano para tomarla y la cazadora tuvo la certeza que su vida acababa de llegar al final. Al menos moriría como siempre quiso, peleando.

Pero antes de que los dedos helados de Donovani se cerrarán alrededor de su cuello, una figura negra se interpuso de la nada entre los dos.

Ryu, con expresión serena se plantó frente a su súbdito.

—Señor, por supuesto el derecho de asesinar a esta despreciable cazadora es suyo si lo desea —dijo Donovani, relajando la rabia de su rostro. Sumiso, con voz melosa se inclinó levemente.

El príncipe, le dedicó una mirada indiferente a su homólogo antes de volverse hacia Amaya. Posando las manos suavemente en sus hombros la levantó y luego susurró en su oído:

—Fallaste y me salvaste.

Por un momento, todo se detuvo a su alrededor. El aliento del vampiro envió una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo; la cercanía de su rostro atractivo la hacía temblar. Luego él se volvió hacia Donovani y con expresión feroz le dijo:

—¡Traidor!

Comenzando una lucha poderosa entre los dos vampiros.

Amaya aprovechó el momento para salir del aturdimiento. Levantó a Phill que aún estaba algo conmocionado en el suelo y juntos corrieron a las motos para huir. Escuchó en la distancia los gritos de dolor de los vampiros y como se desataban remolinos de energía en el enfrentamiento.

Las motos rugieron adentrándose en la noche oscura y sin estrellas, nadie los seguía. La misión fue un fracaso, Amaya había fallado. Salvaron la vida, solo quizás por la misericordia del príncipe. Este pensamiento enfadó a Phill, sentía su orgullo de cazador herido, si el vampiro no hubiese tomado venganza en Donovani por traicionarlo, de seguro ellos estarían muertos. El muchacho seguía analizando la situación que les permitió escapar y no se dio cuenta cuando Amaya, deliberadamente, se desvió del camino.

La cazadora tenía el imperioso deseo de salir de la vía y alejarse de Phill, poco a poco desaceleró hasta que se estacionó a orillas de la carretera, pasó sus manos por la cara y luego por la trenza rubia despeinada. «¡Maldición! ¿Qué fue lo que hice?, no pude matarlo» Pensó con amargura.

El viento frío golpeaba su rostro, estaba herida tanto en el brazo como en una pierna y sangraba con profusión. Buscó en el pequeño bolsillo atado a su cadera y sacó una venda con la cual cubrió las heridas.

Lo sintió antes de verlo y entendió qué fue en realidad lo que la impulsó a salir del camino.

—¿Por qué no me asesinaste? —preguntó la muchacha de espaldas, con voz apagada sin levantar la mirada.

—Tampoco tú lo hiciste —Sus ojos violetas vagaron por los vendajes ensangrentados de la joven.

—Tu mirada hizo que fallara, lanzaste sobre mí tu influjo hipnótico y ya no pude acertar.

—Te equivocas, ya te he explicado que no soy fanático de la hipnosis, mi bella cazadora. Si fallaste fue porque así lo quisiste —dijo el vampiro acercándose peligrosamente.

La mano fría y pálida se posó en su mejilla con delicadeza y la caricia la estremeció.

—Ya te he dicho que soy incapaz de asesinar a un ser tan hermoso, y menos ahora que ese ser ha perdonado mi vida. La pregunta aquí, querida, es ¿por qué lo hiciste?

Amaya no supo que responder, eran varias las razones por las que no lo había asesinado.

—Simplemente fallé y no me enorgullece eso. Debí acabarte y más aun después de que enviaste tus hordas de vampiros tras nosotros aquella noche de la fiesta a pesar de que dijiste que no nos perseguirías.

—¡Ah! Veo que estás dolida y tienes razón de estarlo, pero no fui yo quien los mandó a perseguir, fue Lía.

—¿Y quieres que te crea? —dijo Amaya, displicente.

—Es la verdad.

La cazadora pensó antes de contestar:

—Siendo así, estamos en paz, vampiro. De encontrarnos nuevamente no fallaré.

—Esperaré impaciente por ese encuentro —dijo el vampiro rodeando su cintura y tirando de la joven para acercar su cuerpo al suyo y darle un beso sorpresivo, duro y hambriento.

Deslizó su lengua dentro de la boca cálida de ella quien forcejeaba, sorprendida, para zafarse de su abrazo posesivo, pero empezaba a sentirse caer en los brazos del vampiro. Odiaba esa sensación que nublaba sus sentidos y la hacía sentir débil. Quería resistir, apartarlo sin piedad, tomar su espada y poder asesinarlo.

Pero a pesar de que quería luchar, su cuerpo se negaba a obedecer. Sus sentidos la traicionaban. Se entregaba a la embriagante calidez que le proporcionaba el otro.

Amaya respondió al beso y esto sorprendió a Ryu. Una sonrisa de satisfacción se extendió en sus delgados labios.

La cazadora se llenó de temor al percibir como el deseo crecía en el vampiro. Le exigía en el beso con ardiente pasión. El calor era abrasador, sentía que si seguía solo quedaría de ella las cenizas. Él quería más y la voluntad de Amaya amenazaba con evaporarse por completo. Haciendo un esfuerzo sobrehumano lo empujó, jadeando.

—¡Apártate de mí! —exclamó entre jadeos, las mejillas de un intenso carmesí.

—Te he extrañado y parece que también tú lo has hecho —dijo el príncipe tocándose los labios que se habían tornado rojos y dirigiéndole una mirada intensa—. Yo puedo darte lo que en realidad deseas, lo que anhela tu corazón.

—¿Que sabes tú lo que anhela mi corazón? —dijo la muchacha aun jadeando, pero con ojos desafiantes y la sangre latiendo rápido por su cuerpo.

—Sé que te sientes sola, diferente, me extrañas. Hallaste compañía cuando estuviste conmigo, aunque no lo quieras aceptar.

—Te equivocas. No estoy sola. La Orden es mi familia.

Ante ese comentario el príncipe rio con ganas.

—Tan bella, tan valiente, tan poderosa... y tan inocente.

Amaya lo miró con rabia. Ella no era inocente.

—La Orden no puede ser tu familia, te he dicho que no son lo que crees, ¿Todavía no lo compruebas por ti misma?

—No sigas con eso, mi lealtad está con ellos. ¿Dime qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué haces esto?

—¡Inocente e ingenua! ¿Aun no lo comprendes? Deseo tu corazón, te deseo a ti—dijo él, sonriendo seductor—. El que me hayas perdonado la vida me da esperanza.

Amaya tragó grueso, frunció el ceño confundida por sus palabras.

—¿Esperanzas de qué?

—De que sientes algo por mí. ¿Acaso no entiendes lo que es el amor? ¿Por qué piensas que te liberé, qué salvé tu vida hoy? Lo que yo siento...

La garganta se le secó cuando escuchó la palabra "amor". ¿Cómo podía ser posible? Se resistía a creer en él. Lo interrumpió, no quería seguir escuchando sus mentiras.

—¡Mientes! ¡Tú no amas! Hablas y haces que todo parezca cierto, perfecto. ¡Todo en tu luz, tan maravilloso! No entiendo que es lo que quieres de mí. Solo destruirme. Juegas conmigo.

Amaya vio como los rasgos atractivos de su rostro parecían dolidos, tal como si realmente sus palabras le afectaran.

—Perdóname por lo que haré, pero esta es la única manera de demostrarte mi sincero afecto. La Orden no es lo que piensas, te deseo junto a mí y no puedo esperar más, no puedo esperar a que te convenzas por ti misma.

—¡No, por favor!

El terror invadió todos los sentidos de la cazadora cuando vio lo que Ryu se disponía a hacer. Muy tarde reaccionó tratando de apartarse, pero ya el vampiro la tenía fuertemente aferrada a su cuerpo y de un solo movimiento clavó sus filosos colmillos en su cuello.

De inmediato el calor lo nubló todo, se incendiaba por dentro y al mismo tiempo se volvía agua, se derretía. Sus entrañas explotaban de placer. Dejó de pensar, solo podía sentir y desear que ese beso sangriento no acabara jamás.

Ryu se apartó de ella con dificultad. El sabor de la sangre era muy tentador y dejar viva a una víctima siempre constituía un reto de fuerza y voluntad para los vampiros. Temblando, se alejó de ella.

—¿Qué harás mi bella cazadora cuando cambie todo en lo crees? —dijo depositándola seminconsciente sobre el suelo.

El príncipe acarició su cabello con algo que parecía ternura. Le dedicó una última mirada antes de alejarse hasta el Lamborghini que le aguardaba más adelante, mientras Amaya trataba de reponerse desde el asfalto.

A los pocos minutos, a través de sus sentidos embotados, escuchó otro motor acercándose.

—¡Gracias al cielo estás aquí! ¿Por qué desviaste el camino? Tuve la impresión de que el príncipe estaba cerca, pensé que...

—Estoy bien, Phill —dijo Amaya interrumpiéndolo con voz temblorosa y todavía nerviosa por lo que acababa de ocurrir. Si Phill descubría que Ryu la había mordido no existiría mañana para ella—, solo tenía que cubrir mi herida, estaba perdiendo mucha sangre, me siento muy débil. Disculpa por no avisarte.

El joven posó la mirada en la pierna de la chica, la cual lucía un vendaje parcialmente ensangrentado, luego miró su cara muy pálida. Tenía un corte en el pómulo y otro en el labio inferior.

Había sangre que descendía en un delgado hilo desde el cuello y se perdía en el borde del uniforme.

—Amaya, ¿qué te pasó allá? Tú nunca fallas. ¿Es cierto lo que dicen de ti y ese vampiro? Vi cómo te miraba. ¿Hay algo entre ustedes? Él nos dejó vivir solo porque quiso, de no haberlo hecho estaríamos muertos y sospecho que nos dejó vivir gracias a ti.

Phill escudriñaba atentamente el pálido semblante de la muchacha, queriendo descubrir que ocultaba.

Lo cierto es que ella misma no sabía porque había fallado. Dejándose caer pesadamente en la orilla de la carretera dijo:

— No lo sé Phill. Lo tenía a tiro. El ángulo era perfecto y antes de soltar la flecha el volteó y me miró... No sabes cómo es, me atrapó.

La muchacha cubrió su rostro con las manos, apesadumbrada. No podía explicarlo, no podía decirle que esos ojos la traspasaban y la hacían olvidarse de todo y mucho menos decirle que ahora la había atado a él con un beso de sangre. Esa mordida constituía una marca, una señal para decirles a todos que el mordido pertenecía a un vampiro y que tarde o temprano completarían la unión.

—Él te desea. Lo vi cuando te miró. Lo que me asusta es que también tú lo hagas, porque entonces estarás perdida y quizás nos arrastres a todos contigo.

Con angustia y desesperación Amaya le dijo:

— Jamás Phill, mi lealtad siempre estará con ustedes, mis hermanos, antes prefiero morir.

Dos gruesas lágrimas rodaron por las mejillas de la joven arrastrando la sangre y la suciedad consigo, dándole un aspecto de desamparo. Phill se sintió conmovido, mientras la abrazaba pensó «Solo espero que tú también lo creas».  

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