Capitulo XI: Cobardía
Debido al caos que causó el atentado en la Fortaleza, y a las reuniones con Ryu y el resto de los vampiros, Lía no tuvo oportunidad de volver a ver a Made desde su graduación, ni siquiera de enviarle algún mensaje, por eso ahora moría de nervios.
Con su mano derecha le daba vueltas sin cesar al anillo en el dedo corazón de la izquierda. Madeleine la había citado en su pequeño departamento y la vampiresa no se atrevía a ir.
«Lo sabe, ella lo sabe» pensó caminando de un extremo a otro en su habitación. «¿Y si me pregunta, que debo decirle? ¿Si le digo la verdad, se asustará? Una cosa es estar ebria y que todo te parezca maravilloso y otra muy diferente es ver las cosas con el crisol de la realidad.»
Se sentó en la orilla de la cama.
—Todo sería más fácil si simplemente sugestiono su mente, si hago que se sienta perdidamente enamorada de mí.
Se levantó y caminó hasta el tocador donde se inclinó para ver su reflejo en el espejo.
—Pero, ¿que ganaría con eso? Solo sexo —se dijo a sí misma.
El reflejo en el espejo le devolvió una mirada angustiada y afligida. De pronto Lía se desconoció. Ella no era así, siempre fue una mujer segura de sí misma a quien poco le importaban los sentimientos de los demás, siempre y cuando pudiera alcanzar su propia satisfacción. Pero ahora era diferente. La satisfacción que quería no era solo carnal.
—¡Deseo que me ame como soy!
Caminó de nuevo por la habitación. Nunca antes le había pasado algo así: ¡Sentirse insegura de los sentimientos de un humano! Ella, que solía jugar con la comida, porque los humanos no eran más que eso, comida. Cerró los ojos y el rostro sonriente de Madeleine apareció en su mente. ¡Los humanos no eran comida, eran mucho más! ¿Por qué continuaba engañándose de esa forma, tratando de verlos como solo alimento? Tal vez era su forma de enfrentarse al hecho de que ella había dejado de serlo hace mucho tiempo.
Pensó en Dorian, en el arrebatado amor que experimentó por él cuando lo conoció. Pensó en su hermano y la cazadora, por mucho que le pesara, desde que ella regresó él estaba radiante de felicidad. Pensó en Made y en lo que le hacía sentir. Vampiros y humanos, ¿realmente eran tan diferentes? Ojalá Ryu tuviera razón y fuese posible que ambas especies convivieran en paz.
Suspiró sin conseguir calmarse ni un poco, sin embargo, tenía que ser la Lía de siempre. Tomó el celular y leyó nuevamente el mensaje de ella donde le decía que quería hablarle esa noche. Se miró de nuevo en el espejo y se arregló el cabello, retocó el maquillaje, tomó el frasco del perfume y roció un poco en su cuello y muñecas. Agarró el teléfono, lo introdujo en el clutch negro de raso y salió rumbo al pequeño departamento.
En el trayecto continuó atormentada por el miedo de enfrentarse a Made y a lo que le diría. Al llegar a su destino, permaneció largo rato en el auto, llenándose de valor.
Respiró con fuerza varias veces, se secó el sudor de las manos y salió del coche. Subió las escaleras hasta el segundo piso, arregló su cabello antes de tocar el timbre. Tuvo el impulso de salir corriendo, pero antes de que pudiera ceder a él, la puerta se abrió.
Madeleine lucía hermosa, con su pelo corto negro, rizándose en las puntas a la altura de la mandíbula. Sonrió y coquetamente se llevó un mechón detrás de la oreja dejando al descubierto el pequeño caracol llenó de diminutos zarcillos y argollas. La garganta de Lía se le secó aún más, no sería capaz de emitir palabra alguna.
—Pasa —dijo Made, apartándose un poco para que ella entrara— ¿Quieres beber algo? ¿Tal vez una margarita? Si deseas puedo prepararte tu favorita.
Lía solo fue capaz de asentir torpemente ¿Qué le pasaba? ¿Cómo era posible que estuviera tan nerviosa? ¿Qué había hecho esa humana con ella? Se sentó en el sofá de dos plazas de la salita y cruzó los tobillos de manera elegante. ¿Era posible que su corazón de vampiro latiera tan rápido?
Made tomó las fresas y las licuó para hacer el jugo. Tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para que la tembladera de su mano no derramara el líquido al servirlo en la ancha copa. Lía se veía demasiado arrebatadora, llevaba un vestido rojo entallado, de cuello redondo que solo dejaba al descubierto los brazos y las pantorrillas. Iba más cubierta que de costumbre, pero así su presencia era mucho más seductora.
La joven humana recordaba vagamente un torpe beso la noche de su graduación en el elegante restaurante donde cenaron, pero no recordaba cuál había sido su reacción. Después de mucho pensarlo decidió invitarla a su casa y ver si Lía le decía algo al respecto.
Pero la vampiresa a su lado, guardaba silencio. Estaba callada y distante. Desde que se vieron en el restaurante, no la llamó, no le escribió ni siquiera un mensaje, no le dejó notas de voz y Made temía que hubiese realmente metido la pata besándola, que Lía se hubiese espantado de su osadía. Después de todo, ella era una mujer casada y tal vez Madeleine estaba sola en sus sentimientos, confundiendo amistad con amor.
Eso sería muy triste, pero prefería no ser correspondida y continuar la amistad que perderla del todo solo porque ella, ebria, no se pudo controlar.
—¿Qué tal está?
Tragando con dificultad, Lía le contestó con un tenue movimiento de su cabeza, evitaba mirarla a los ojos, parecía avergonzada. Made pensó que de seguro se sentía incómoda y no hallaba como decirle que no quería ninguna relación romántica con ella. Por lo tanto, habló decidida a mentirle, a dejarle en claro que ese beso fue un error, no deseaba perder su amistad.
—Te invite, porque...deseaba disculparme contigo. La noche pasada tomé de más y creo que te importuné. ¡Lo siento mucho!
Lía abrió sus ojos violetas un poco sorprendida, no creyó que Made se disculparía. ¿No había deseado besarla? Todo fue producto del alcohol. ¿Cómo pudo creer algo diferente?
Miró la copa con el líquido rojizo. Algunas partículas de sal habían caído en su interior y flotaban. Le pareció como si esos diminutos cristales intentaran no disolverse en el alcohol, poco apoco se iban hasta el fondo y quedaban allí, olvidados, disolviéndose para dejar de ser granos de sal. Lía parpadeo, los ojos le escocieron por las lágrimas retenidas, no quería llorar, pero su corazón se rompía. Sin embargo, respiró hondo buscando reponerse, ordenó sus sentimientos y con una sonrisa en apariencia despreocupada, le dijo:
—No te preocupes, entiendo que estabas feliz por tu graduación y te excediste. No debes disculparte conmigo, después de todo, no pasó nada del otro mundo.
«¿No fue nada del otro mundo?» Cuando Made escuchó las palabras de Lía, una exhalación de pesar escapó de sus labios.
—Sí, tienes razón, es un alivio que pienses así.
La muchacha se levantó incapaz de ocultar por mucho tiempo las lágrimas y fue hasta la cocina. Una a una abandonaron sus ojos oscuros. Se metió el puño a la boca para no gritar. ¿Cómo podría verla de nuevo a los ojos?
Dio un suspiro profundo y secó sus lágrimas antes de comentar tratando que su voz no temblara:
—¿Quieres comer algo? Tengo algunos canapés.
—Eh, sí por favor «con veneno, si eres tan amable» —Lía estaba devastada.
Made regresó con una pequeña bandeja que dejó sobre la mesita y se sentó a su lado.
La copa a medio vaciar y los canapés cobraron un inusitado interés. Ambas los miraban. Desde afuera llegaba el ruido de los coches y las luces intermitentes de sus faros cuando cruzaban por el frente del pequeño edificio. La sirena de una ambulancia resonó por varios minutos, quizás alguien estaba a punto de morir en ese momento.
Lía levantó el rostro y llevó la copa a sus labios, luego dijo con voz titubeante:
—¿Qué harás ahora que estás graduada? —Tenía que salir de la espantosa espiral que quería tragársela o disolverla igual que a los cristales de sal en el fondo de su copa, cambiar el tema, hablar de otra cosa, ignorar que ella no la amaba— Puedo hablar con mi hermano y ver si hay plaza para ti en alguna de sus empresas.
Madeleine sonrió. Fue una sonrisa triste. A pesar de todo, su amiga continuaba preocupándose por ella. Luego pensó en sus sospechas de que tal vez ambos fuesen vampiros, quería preguntar, pero no se atrevía.
—Si pudieras hacer eso, sería genial. ¿Cuál es el nombre de tu hermano?
Lía parpadeó. ¿Debía mentirle o decirle la verdad? Sí ella no la amaba lo más probable es que huyera si se enteraba de que era un vampiro.
—Phidias.
—¡Oh! Pensé qué...
—¿Qué pensaste? —le preguntó ansiosa.
—Nada, es un nombre raro.
¡No era un vampiro! ¡Lía no era un vampiro y su hermano tampoco! Miró a su amiga y pensó en lo importante que era su amistad. En ese momento se prometió a sí misma que no dejaría que sus locas fantasías la arruinaran. De ahora en adelante se controlaría, no permitiría que se enterara que estaba chiflada por ella, después de todo solo eran amigas.
Lía suspiró y apuró el resto de la copa en un solo trago. Era una cobarde. Ella que se enfrentó a situaciones inimaginables antaño, que era capaz de asesinar sin remordimientos, no se sintió capaz de decirle la verdad. Si Made no la amaba, lo más probable es que huyera despavorida al enterarse que era un vampiro.
Sabía que podía leer su mente si quería y salir de dudas, pero si veía en ella que Made sentía repulsión por el beso, si confirmaba que no la amaba, estaba segura que se destrozaría, así que, otra vez la cobardía le ganó. Mejor la ignorancia, fingir demencia, "el beso no fue nada" y seguir adelante con la amistad. Mejor eso que quedarse sin ella.
Otra sirena sonó en la lejanía y ahora sí estuvo segura de que alguien había muerto.
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