2
Joe King
Junto los dedos de mis dos manos, y ejerciendo un poco de fuerza los hago tronar. Mis articulaciones se destensan. Pero yo no, sigo aún sin entender qué estoy haciendo aquí. Vuelvo a colocar la bolsa de hielo que me han proporcionado sobre la parte derecha de mi mandíbula, la cual aún duele del encontronazo. Cuando miro el reloj que marca las seis de la mañana es cuando pienso en mi madre, la pobre debe de estar preocupadísima, hace horas ya que tendría que haber regresado a casa. No me han permitido llamarla.
El lugar es tan caluroso que mi frente suda sin siquiera tener que moverme. Quizás los nervios influyan. Bebo un poco del agua de la botella que me han servido para hidratarme y tratar de pasar esa sensación, tengo la boca tan seca como un cubo de arena.
Tras un gran rato de espera, un agente se digna a interrumpir el silencio que he estado guardando desde que he llegado. Me mira impasible y se sienta delante de mí, encontrando sus ojos a la altura de los míos. Organiza los papeles que lleva consigo y empieza a hablar.
—Tú eres Joseph King, ¿verdad?
Asiento en silencio, a la espera de que continue. Cuanto menos hable más difícil será para él encontrar fallas en mis palabras, siendo honesto no se me da bien trabajar bajo presión. Me mira con algo de recelo.
—Dime Joseph, ¿a quién pertenece el coche que utilizaste para llevar a cabo el robo?
—Es el coche familiar —me limito a responder.
—No sé si eres consciente de lo temeraria que fue tu conducción. ¿Tienes siquiera el permiso para conducir?
—Sí, me lo confiscaron junto con mis pertenencias —empiezo a sudar de nuevo. Estoy odiando cada minuto de esta charla— Me lo saqué hace solo un mes, así que todavía no estoy del todo acostumbrado. Además me puse nervioso.
—Me imagino —anota la información recibida.
—Oiga, yo no he robado nada —suelto de forma casi inaudible, desesperanzado por la situación que se nos ha echado encima de repente— Sé que todos dicen lo mismo, pero mis amigos y yo no tenemos nada que ver con todo esto.
—No puedo negarlo —responde él— Pero tampoco darte la razón. Si me explicas lo sucedido con detalle será más sencillo y rápido llegar a una conclusión acertada, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respiro, y le cuento lo que mis ojos vieron la noche anterior.
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A las nueve de esa noche tuve una quedada con unos conocidos. Más bien era una quedada entre ellos, y yo fui invitado muy a las bravas. Pero fui, no iba a perder nada por salir un rato por la noche. La velada estuvo bien, el ambiente era acojedor, pude charlar de cosas banales con mucha gente y había bebida de todos los tipos y sabores. Hacía días que no me veía con mis amigos, así que socializar un poco me pareció una buena idea.
No estaba muy lejos de mi casa, a unos quince minutos con el coche. Aproveché la ocasión también para practicar, acababa de obtener mi licencia de conducir y mi seguridad en el volante seguía siendo algo pobre. Todo estuvo muy bien, y cuando decidimos que ya habíamos tenido suficiente todo el mundo se fue para su casa. Yo ya estaba algo cansado, solo tenía ganas de meterme en la cama.
Subí al coche de nuevo y ajusté la música de este. Una de las cosas que más disfruto del trayecto es escuchar aquello que me gusta, me hace de compañía y evita que sobrepiense demasiado todo lo que hago, algo que me es muy usual. Simplemente dejé que todo fluyera, el sonido del coche y las luces de la ciudad noctura acompañaron el ritmo apagado de la música por las carreteras vacías de humanidad. Bajé las ventanillas para sentir el aire fresco en mi cara, y este jugó con mi flequillo mientras llenaba el ambiente de paz.
Aunque esta se terminó rápido. Reduje la velocidad al entrar en la zona urbana, y llegando ya a mi destino un alma apareció ante mis ojos, iluminada completamente por los faros del vehículo. Pisé el freno tan fuerte como pude, deteniéndome justo a tiempo. Por suerte nadie salió herido físicamente.
—¡¿Qué haces, animal?! —le grité tras recuperar el aliento perdido por un momento.
Él se movió rápidamente y entró en el coche por la puerta del copiloto, tomando el asiento. Le grité de nuevo para que se largara y me dejara continuar con mi camino, todo hasta que vi brillar a la luz de la ciudad una navaja con la hoja tan larga como mis dedos. Entonces me quedé mudo. Él sin embargo, miró atrás para hacerle una seña a alguien, y se dirigió a mí.
—Ahora nos vas a llevar a un sitio a mi amigo y a mí —acercó el utensilio a mi cuello— Si haces todo lo que digamos te dejaremos marchar.
Asentí a su orden sin pensarlo dos veces. No me apetecía perder la tráquea.
Otro hombre entró en el asiento trasero, lanzó un cuerpo dentro y luego subió él. Vi por un instante el rostro de mi amigo, aún asimilando todo.
—¡¿Joe?! —gritó Caleb en reconocerme.
—¡Caleb! —le contesté igualmente sorprendido.
—¡Callaos los dos! —ordenó el de la navaja, y luego me atravesó el alma con su mirada— Acelera y gira hacia la derecha en la próxima salida. Date prisa.
Eso hice al instante. Pisé el acelerador con todas mis fuerzas, y tras el brusco movimiento que dio el coche al iniciar la marcha de nuevo me incorporé hacia la derecha.
Mil dudas recorrían mi mente en ese momento, no entendía cómo dos hombres y Caleb habían terminado en mi coche, conduciendo a una velocidad alarmantemente alta y con movimientos poco precisos. Tenía miedo de chocar con algo o alguien, pero más miedo me daba lo que pudieran hacernos esos tipos si rebajaba la velocidad.
Las luces de la calle se volvían rastros luminosos al pasar al lado nuestro, me sudaban las manos y el volante me resbalaba constantemente, me temblaban las piernas a causa de los nervios y los pedales me parecían todos iguales. Y cuando parecía que nada podía ponerse peor, un flash blanco por detrás me avisó de la fotografía tan poco deseada que nos acababan de tomar, llevando con ella una sanción por exceso de velocidad que llegaría a mi casa en pocos días.
—No me jodas —pronuncié con desesperación al ver eso— Mi madre me matará cuando lo vea.
—No te detengas —me amenazó el copiloto. Que más daba ya, la fotografía estaba tomada— A la próxima a la izquierda.
—¡Joe cuidado! —me advirtió Caleb. Cuando volví la vista a la carretera pude ver a una persona cruzando un paso de peatones.
Di tal giro de dirección que todos salimos impulsados hacia la derecha. Esquivamos a la persona de milagro, y tras eso giré a la izquierda como me habían pedido, derrapando a toda velocidad y temiéndome ya lo peor. Me llevé por delante una señal, la cual cayó al suelo como si de una brizna de hierba contra el viento se tratara. El volante giró bruscamente y el vehículo se desestabilizó. Todos adentro iban de un lado para otro, y yo trataba de retomar el control sobre la dirección a la que nos dirigíamos. Estábamos al borde de volcar.
—¡Coge bien el volante! —me gritó el tío de atrás con una desesperación palpable en sus palabras.
—¡Eso intento! —le repliqué.
Lo agarré con todas mis fuerzas, y lo puse a sitio, evitando la catástrofe. Luego pisé el freno, y el coche paró en seco en medio de la calzada. Ahí nos quedamos por unos segundos, mientras recuperábamos el aliento y dábamos gracias por seguir vivos e intactos. Me encontré a mí mismo temblando como un flan mientras el oxígeno entraba de nuevo a mi cuerpo. De algo estaba seguro, y es que no iba a volver a conducir en una buena temporada.
Valoré la situación a mi alrededor. No había nadie en la calle, pero después de esto estaba seguro que la policía local no tardaría en acudir. No había dudas de que alguien les hubiera avisado, las probabilidades eran demasiado altas a pesar de la hora que era. Y como si él pudiera leer mis pensamientos, el tipo de la navaja se dirigió a mí de nuevo.
—Ya casi estamos, así que arranca —me ordenó, ignorando los nervios que inundaban el espacio en ese mismo momento— Sigue recto hasta que veas la librería. Allí gira a la derecha en el primer callejón.
Di la vuelta a la llave, poniendo el motor en marcha, y pisé el acelerador, ahora con algo más de lentitud, a la cual no pusieron ninguna queja. Creo que todos lo agradecíamos. Aún así la velocidad seguía siendo elevada. Me dirigí hacia donde ellos me pidieron, y cuando la librería apareció ante mis ojos, también lo hizo el mencionado callejón. Sin pensarlo me adentré en él, donde se divisaron dos personas al final.
Respiré de alivio al pensar que pronto se saldrían del coche y tanto Caleb como yo podríamos largarnos y hacer como si nada hubiera ocurrido. Podríamos denunciarlos a la policía, pero iban tan bien cubiertos que era imposible reconocer sus facciones, por lo que dejarlo pasar sería también la mejor forma de evitarnos más problemas con ellos. Suficiente habíamos tenido ya.
—¿Ese no es David? —Caleb me sacó de mi nube de pensamientos.
Detuve la marcha y me fijé bien.
—Esto tiene que ser una broma —pronuncié al reconocer a mi amigo pelician.
—Muy bien. ¡Ahora largo! —el copiloto tiró de mi hacia él, sacándome de mi asiento de forma repentina, sin dejarme tiempo de reaccionar.
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