Si la vida te da limones, pide sal y tequila

Levanto la cabeza y miro el hermoso cielo azul, guardo esta imagen para pintarla después. Eso es lo más fascinante del arte, puedo plasmar aquellas cosas que me fascinan de la manera que yo quiera, crear mis propios parámetros de belleza y perfección, de alegría y dolor. Siempre fui buena dibujando, siempre me gustó pintar y dejar volar mi creatividad diseñando mi propio mundo ideal, porque no hay limites en el arte y eso es una de las cosas mas fascinantes que tiene.

—¿Qué acabas de decir? —me pregunta Santiago.

Vuelvo a la realidad y aparto mi mirada del cielo para mirar los ojos grises de Santiago.

—Deja el drama, es una broma. —le respondo.

Observó con fascinación su descapotable negro, siempre he querido un auto así, desde que aprendí a manejar mi sueño ha sido tener un descapotable rojo y dejar que mi cabello vuele en el viento mientras manejo escuchando buena música.

—¿Me dejas manejar? —le pregunto.

Él me mira como si me hubiera crecido una segunda cabeza. Yo cambio mi peso de un pie al otro esperando que él responda.

—No, porque no vas a venir conmigo a ningún lado.

Recuerdo a la perfección la primera vez que lo vi, mis padres invitaron a comer a Daniel, el novio de Ellie mi hermana, y él llevó a su hermano Santiago. Yo tenía en ese entonces dieciocho años y no voy a negar que me gustó, es un hombre sexy, pero solo fue eso, un gusto. En ese tiempo yo aún estaba con Emmanuel y creía tontamente que me iba a casar con él. Para mí no había nadie más que Emmanuel.

El amor nos vuelve idiotas.

—¿Por qué no? Vamos, no quiero regresar a mi casa, mi ex está ahí. ¿Qué harías tú si vieras a tu ex?

Él tiene que tener experiencia en eso, ha salido con a mitad de las mujeres de este país.

—Yo no he tenido novias...

— Solo relaciones casuales. —completo por él. — Como sea, sé buena persona y sácame de aquí—no puedo creer que le esté pidiendo al idiota de Santiago un favor. —Vamos a un bar, te prometo que la pasaremos bien y yo invito la primera ronda de bebidas.

Santiago me mira molesto, pero no me rechaza, lo veo pensar en mi propuesta y al final, a regañadientes, me abre la puerta de su auto.

Sabía que al final terminaría aceptando, siempre consigo lo que quiero, excepto por lo visto un novio que me quiera y no sea tan dependiente como lo era Guillermo.

—¿A dónde quieres ir? —me pregunta.

Yo estoy con los ojos cerrados disfrutando del viento en mi rostro y cabello. Me siento libre.

—A donde tú quieras.

—Bien.

Es un hombre de pocas palabras, de eso no hay duda. Un gran contraste a mí, que me gusta hablar mucho, conversar sobre cualquier cosa y siempre busco la forma de llenar los silencios para evitar que se vuelvan incomodos. Peyton siempre me molesta diciéndome que hablo hasta por los codos.

—¿Cómo están tus hermanas? —le pregunto.

Santiago y Daniel tienen dos hermanas menores, Alexa y Kittie, que es la menor. Todos ellos son adoptados porque la señora Esme, no puede tener hijos. Alexa es de la Edad de Ellie y Kittie es un año menor que yo.

—Alexa está estudiando diseño de modas en Milán, regresa en un mes más o menos y Kittie, bueno, ella está estudiando diseño de interior aquí.

Kittie siempre fue muy tímida, callada y asustadiza. Muy diferente a su hermana Alexa que sólo con mirarla sabes que traerá problemas. Yo me llevaba muy bien con Alexa.

—Y tú, ¿Cómo estás?

Él me mira de reojo.

—Haces demasiadas preguntas. —me dice sin alguna emoción en la voz.

Recojo mi cabello en una coleta alta.

—Prefiero hacer las preguntas a que me las hagan. Creo que tú eres igual.

Algo que sorprendentemente tenemos en común. —pienso en mi mente.

Santiago no responde a mi pregunta, solo se dedica a conducir por las calles mientras yo pienso en la inmortalidad del cangrejo.

Llegamos a un bar muy bonito, por lo que veo no puedo dudar del buen gusto de Santiago. Me bajo del auto y espero a que él se baje para entrar. Miro todo el lugar y sonrió, es pequeño, no hay mucha gente y la música que suena es muy buena. Es un buen lugar para pasar el rato.

—¿Qué quieres tomar? —me pregunta Santiago mientras nos sentamos en la barra.

Miro con una sonrisa al barman que no esta nada mal y él hombre me guiña un ojo mientras coloca un pañuelo rojo sobre su hombro y se gira para tomar un par de botellas.

—Dos vasos del mejor tequila que tenga. —le digo al barman.

Este me vuelve a guiñar un ojo, pone dos vasos frente a nosotros y después llena los vasos de tequila y nos da la sal y el limón, algo que no puede faltar.

—¿Tequila? —me pregunta Santiago mientras sostiene el vaso entre sus dedos.

Asiento con la cabeza y pongo algo de sal en mis labios, chupo el limón y bebo el tequila para después lamer mis labios.

—Así es mi querido Santiago, tequila.

Él bebe el tequila y yo pido dos vasos más.

—Juguemos a preguntas y respuestas por cada vaso.

Él niega con la cabeza. Siempre pensando y analizando todo. Santiago puede ser muy estresante.

—¿Acaso tenemos doce? No, no voy a jugar eso. —me responde él.

Saco mi teléfono y pienso en llamar a Lola mi mejor amiga, pero dudo que ella este libre. Seguro está en uno de sus múltiples labores comunitarios. Guardo el teléfono y vuelvo a mirar a Santiago, a veces me pregunto en que está pensando o porque siempre es tan serio.

—¿Alguna vez te has enamorado? —le pregunto.

Por un momento pienso que él va a dejar pasar la pregunta, que se va a levantar e irse, pero para mi sorpresa él responde.

—No. —Se limita a responder, pero hay un toque amargo en su simple respuesta y a algo me dice que eso no es del todo cierto, pero yo no digo nada y solo lo veo beber su vaso con tequila. —Es mi turno ¿Ya superaste a tu ex?

No me esperaba esa pregunta, estoy segura que él puede ver la sorpresa y la confusión en mi mirada. Apartó la mirada de sus ojos grises y concentro mi atención en el vaso de tequila frente a mí.

—Yo respondí, te toca responder. —me dice Santiago de forma desafiante.

No entiendo porque me resulta tan difícil responder, debería decir que sí, que ya lo olvidé así como él me olvidó a mí. Que ya no pienso en él antes de dormir, que no escribo cartas para él que jamás voy a enviar. Que ya dejé de imaginar un futuro juntos, pero es mentira. Aún pienso en él, no como antes, pero lo hago. Así que no, no lo he olvidado. ¿Cómo podría? Él fue tan importante para mí, estuvimos juntos por tanto tiempo y de pronto llegó ella y él jamás me volvió a mirar de la misma manera. Rosalie llegó y lo cambio todo.

Él se enamoró perdidamente de ella, dijo que jamás había sentido por mí, la mitad de lo que siente por ella. Me dejó y dijo que esperaba que yo también encuentre el amor. Y a veces me pregunto si quizás mi amor era él y ya jamás me podré enamorar de nadie más.

—No. — respondo y bebo mi tequila, y esta vez siento como me quema por dentro o quizás lo que me quema es la desilusión por un amor no correspondido.

Santiago pide dos vasos más.

—Mi papá jamás sabrá que me emborrachado en España o que salía con alguien allá.

Él sonríe y entiende el juego. No puedo creer que haya sonreído, seguro son los efectos del tequila.

Mágico tequila que puedes hacer sonreír a Santiago, cara de pocos amigos, Miller.

—Mi madre jamás sabrá que perdí mi virginidad cuando tenía catorce con una de sus amigas.

Me río mientras él bebe.

—Que sucio ¿Quién lo diría? Santiago Miller, era un adolescente calenturiento.

Pedimos dos vasos más y después dos más hasta que terminamos pidiendo una botella.

Después de un par de vasos, él empieza a decir frases mas largas, a participar de mis preguntas y respuestas, e incluso me cuenta un par de anécdotas y yo lo miro algo incrédula, porque me cuesta un poco asimilar que debajo de toda esa fachada de hombre frio y déspota, se esconde un ser humano decente y que puede ser agradable si se lo propone.

—¿Sabes una cosa, Santiago? No eres tan aburrido como pensé, incluso creo que podrías llegar agradarme.

Él no me dice nada por un momento y empiezo a creer que no me escuchó, hasta que se gira y choca su vaso con el mío.

—Hay varias cosas de mí que aun no conoces, Hope, podría sorprenderte.

No, en eso tiene razón, hay toda una cara de él que yo desconozco.

Cuando terminamos la segunda botella él me dice que es hora de irnos, pero yo no quiero, le digo que nos tomemos una botella más, además nada malo va a pasar, es solo alcohol, no sería la primera vez que me emborracho y definitivamente no será la última.

—Solo un vaso más, Santiago.

—Bien, Hope, un vaso más y nos vamos.

Para futuras referencias, nunca hay que confiar en alguien cuando dice solo un vaso más, porque nunca es solo uno. 

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