Amarga resaca
No vuelvo a beber, lo juro o al menos la próxima vez lo hago con moderación. No me vuelvo a emborrachar.
Abro los ojos muy despacio y parpadeo varias veces hasta acostumbrar mis ojos a la luz. Me siento despacio en la cama y veo toda la habitación, no reconozco donde estoy. Es una habitación completamente blanca con algunos toques en negro y gris. Es muy amplia.
—Pero ¿Dónde se supone que estoy?
Me duele la cabeza y admito que no fue tan buena idea beber tanto, prometo no exagerar la próxima vez.
—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó anoche?
Me pregunto mientras trato de recordar un poco. Un par de imágenes borrosas aparecen en mi mente. Recuerdo haber bailado la macarena en la barra del bar y después como Santiago... Mierda. Ahora lo recuerdo, estoy en su casa.
Levanto la sábana de seda negra, me sorprende que no sea blanca. Cuando levanto la sábana me doy cuenta que llevo una de sus camisas negras, estoy segura que es de él ¿De quién más podría ser? No llevo sostén, pero si mis bragas, eso es algo ¿Verdad? Entro en pánico cuando me doy cuenta que lo más seguro es que me haya acostado con él.
—No, no y mil veces no.
No pude haber perdido mi virginidad con él. No, ahora acabo de decepcionar a mi abuela, que en paz descanse. Porque cuando tenía nueve años ella estaba moribunda y me hizo prometerle que llegaría virgen al matrimonio, en esa época no sabía ni que era el sexo así que acepté sin dudarlo. Ella dijo que si rompía mi promesa la iba a decepcionar mucho. Ahora debe estar revolcándose en su tumba.
—Mi pobre abuela. —digo mientras me pongo de pie. —Lo siento mucha abuela, en serio lo siento.
Debí prometer darle nietos como Ellie o terminar la Universidad como le hizo prometer a Peyton. Pero no, yo tenía que prometer llegar virgen al matrimonio. Pero tenía nueve años y la idea de tener hijos era una pesadilla.
—¡Dios mío!, puedo estar embarazada.
No estoy lista para tener un hijo. Hace poco tuve unos pescaditos y se murieron porque olvidé alimentarlos. A veces incluso me olvido de alimentarme a mí ¿Cómo podré con un hijo?
—¿Estás bien? —me pregunta Santiago.
Él esta recostado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Ya está bañado y cambiado con una camisa negra y unos pantalones del mismo color. Se lo ve bien, el negro le queda muy bien... olvida lo bien que se ve, Hope, concéntrate en lo que está sucediendo.
—No, no estoy bien. No estoy preparada para ser mamá. ¿Cómo se lo voy a contar a mi madre? Ni si quiera puedo imaginar la reacción de mi padre.
Él me mira confundido.
—Mi abuela debe estarse revolcando en su tumba y todo es tu culpa. —le digo mientras le empiezo a lanzar las almohadas de su cama.
Santiago entra en la habitación, esquiva las almohadas que yo le lanzo y yo retrocedo unos pasos de él.
—Relájate. —me dice. —No tuvimos sexo, ni siquiera nos besamos. Te dormiste en el taxi y no creí correcto llevarte a tu casa en ese he estado, así que te traje aquí.
Respiro algo más tranquila y me siento en la cama. Eso es bueno, al menos mi abuela no me va a jalar los pies mientras duermo.
—¿Me viste desnuda? —le pregunto mientras le señalo la camisa.
Él vuelve a negar con la cabeza.
—Te traje aquí y te despertaste, dijiste que te gustaba esa camisa y que ahora era tuya. Salí cinco minutos y cuando volví ya estabas con la camisa puesta y profundamente dormida en mi cama y no, no dormimos juntos, yo dormí en el cuarto de invitados.
Sonrió aliviada ante su respuesta, veo un espejo de cuerpo entero detrás de él y camino hasta ahí, pasando por las puertas dobles que dan hacia un pequeño balcón con vista al hermoso jardín.
Analizo mi reflejo en el espejo.
—No me veo tan mal. —me digo mientras peino con mis dedos mi cabello rubio. A diferencia de lo que muchos creen, yo soy rubia natural al igual que Ellie, ambas lo heredamos de mi madre. Peyton tiene el cabello de un castaño claro, igual que mi padre. Pero las tres heredamos los ojos azules de mi mamá. —En serio no me veo mal.
Tengo los ojos algo hinchados, pero nada más, es algo que se va con una relajante ducha de agua caliente.
—Iré a tomar una ducha y después podemos desayunar.
Lo miro de reojo y veo como aprieta la mandíbula.
—¿Así funcionan las cosas para ti? —me pregunta él. —¿Tú ordenas y los demás obedecen? Eso es muy atrevido de tu parte. —me sigue diciendo él en su característico tono neutral donde uno no sabe si él está molesto, feliz o triste. —Deberías llamar a tus padres.
Niego lentamente con la cabeza mientras camino hasta el cuarto de baño.
—Seguro Peyton me cubrió, ella siempre cubre mi espalda. Pero jamás le digo nada a Ellie porque ella no sabe mentir.
Entro en el baño y cierro la puerta, me quito la camisa y lo que queda de mi ropa interior. Cierro los ojos y me relajo bajo el agua caliente.
Cuando salgo de la ducha mi ropa está sobre la cama. Huele a limpio, seguro Santiago pidió que la lavaran. Me cambio y me peino con los dedos, estoy acostumbrada hacerlo. Salgo de la habitación y miro el enorme pasillo blanco y una foto al final del pasillo llama mi atención. Es una foto familiar, en esa foto Santiago debe tener diez años y está parado algo serio junto a su madre. ¿Acaso él nunca sonríe?
—Buenos días, señorita, el señor manda a decirle que el desayuno ya está servido en la mesa y que no demore.
La muchacha debe tener casi mi edad, lleva su cabello negro peinado en dos perfectas trenzas y me sonríe con mucha amabilidad.
—Soy, Hope, no me digas señorita. ¿Tú cómo te llamas?
Veo como ella se relaja y su sonrisa se hace aún más amplia.
—Dana, es un gusto.
—El gusto es mío Dana, ahora vamos al comedor antes que Santiago explote del coraje. — tomo su brazo y dejo que ella me guíe al comedor.
Santiago está sentado en una gran mesa leyendo el periódico, cuando me escucha llegar baja el periódico, pero no dice nada. Dana nos sirve el desayuno y empezamos a comer en silencio. Siempre me gustó comer en silencio, pero, aunque me gusta hablar, hay muchas cosas que me gustan hacer en silencio, porque a veces el silencio es tan acogedor y reconfortante.
—¿Tienes muchos empleados? —le pregunto a Santiago.
Él niega con la cabeza.
—No, solo la señora Jonson, Dana que es su ahijada y Tom el jardinero, que viene un par de veces a la semana.
Veo que a Santiago le importa mucho el jardín, eso me resulta extraño y muy interesante. Quiero preguntar porque le importa tanto su jardín, pero sé que no me va a responder, así que no pierdo mi tiempo.
—Ya es hora que te vayas. —me dice él sin mirarme.
Reprimo un insulto porque a pesar de todo se ha portado muy bien conmigo. Asiento con mi cabeza y me pongo de pie. Mientras me alisto para irme recuerdo que no sé dónde está mi teléfono.
—Mi teléfono ¿Sabes dónde está?
—Debe estar en mi habitación.
Entonces yo tuve mi teléfono anoche, nunca es bueno que una persona ebria tenga su teléfono, en especial si esa persona ebria soy yo. Nada bueno suele pasar.
Hope, por favor, espero que no hayas hecho alguna estupidez. —pido mentalmente.
Santiago me lleva hasta su habitación, busca debajo de una de sus almohadas y saca mi teléfono. Tomó el teléfono y cierro los ojos un momento antes de ver la pantalla. Tengo treinta y cinco llamadas perdidas, quince son de mi papá, cinco de mi mamá, diez de Peyton y también está Guillermo y Ellie. Seguro fue una noche interesante.
—Mierda. —digo mientras reviso las llamadas que hice. —¿Cómo se te acurre dejarme sola con mi teléfono?
—Sólo fueron cinco minutos ¿Qué caos pudiste hacer en cinco minutos?
Mucho caos, porque si Santiago me conociera mejor sabría que puedo destruir una ciudad en cinco minutos.
—Llamé a mi ex. —llamé a Guillermo ayer ¿Porque no borré su número? No puedo imaginar que mierda le habré dicho. —También hablé con mi papá. Me van a matar.
Creo que aún estoy a tiempo de tomar un vuelo e irme al Polo Norte o tal vez un cohete e irme a la Luna. Sí, eso suena a una gran idea.
—Santiago, reza por mí. —le digo mientras marcó el número de mi papá.
Santiago se sienta en la cama con su cara de pocos amigos y me mira mientras yo me muerdo las uñas esperando a que mi papá conteste.
—Hola papi. —digo con la voz más dulce que puedo.
Silencio, este es el tipo de silencio que no me gusta. También hay silencios que pueden ser estresantes y este es uno de esos. Este es el silencio que hay antes de la tormenta.
—Hope Evans, me puedes explicar que haces tú durmiendo con el cuñado de Ellie y desde cuando estas saliendo con él y porque no nos habías dicho nada.
Esto es peor de lo que esperaba, mucho peor.
—Pero ¿quién te dijo todo eso? —preguntó tratando de sonar ofendida.
—Tú.
Mierda.
Yo misma cabe mi tumba. Bueno, tuve una buena vida, porque estoy segura que después de esto mi padre me va a matar.
Piensa Hope, piensa en cómo salir de esto. —me regaño. —Piensa en una buena salida para esta mentira.
—Papá hay una explicación para todo, déjame ir a la casa y te explico.
Otra vez silencio.
—Bien, no sólo a mí, también al chico Guillermo que vino a conocer a tu prometido.
Espera ¿Qué? No, no, no ¿Por qué estas cosas me tienen que pasar a mí? ¿Qué clase de Karma estoy pagando?
Contengo la respiración y me siento en la cama. ¿Cómo mi vida se complicó tanto?
—¿Guillermo está ahí?
—Sí. —me responde antes de cortar la llamada.
Me quedo mirando el teléfono sin saber que hacer o decir.
¿Cómo se supone que voy a solucionar este lio? Porque cuando yo tuve la "brillante" idea de mentirle a Guillermo, jamás se me pasó por la cabeza que él me seguiría a Toronto. Se supone que nadie debía enterarse de esta mentira, pero claro, debí saber que algo así podría pasarme, con la suerte que tengo... ¿Qué voy hacer ahora?
—Santiago, tienes que hacerme un favor. Un gran y enorme favor, por el cual te estaré eternamente agradecida.
Santiago enarca una ceja en mi dirección, pero no dice nada.
—Tienes que fingir ser mi novio.
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