27 | CRIMEN

A la mañana siguiente, el campamento se despierta con gritos de horror. Salgo corriendo de la cueva, con Ignis en brazos, para encontrar a una multitud reunida alrededor de una escena espantosa.

El hombre que me había insultado está allí, su cuerpo decapitado y su cabeza colocada a sus pies. La visión es aterradora y un murmullo de miedo y conmoción recorre a los presentes.

Thorian aparece junto a mí, su rostro se evidencia pálido pero su mirada es fría, imperturbable.

–¿Q-qué ha...pasado?–pregunto con mi voz temblorosa y me volteo para que mi bebé en brazos no vea eso. Puede que sea muy chiquito aún, pero es traumática la situación, no merece pasar por algo así.

–Lo que vemos es lo que sabemos–responde Thorian, su voz es tensa–. Esto no es un accidente.

La comunidad está en un caos. La gente susurra y señala, siento las miradas de nuevo encima de mí, esta vez llenas de terror y sospecha. Me aferro a Ignis, intentando comprender al tiempo que busco alguna manera de no ser juzgada.

–Tenemos que averiguar quién hizo esto–dice Alara, acercándose–. No podemos permitir que el miedo y la venganza se apoderen de nosotros. Este asesinato ha sido con mucha saña.

Asiento, sabiendo que esta muerte solo complicará más las cosas.

–¿Quién haría algo así?–pregunto con voz tenue, aunque la respuesta parece evidente para muchos.

–Alguien que quería enviar un mensaje–responde Thorian con su voz evidenciando firmeza y autoridad–. Pero no podemos dejar que esto nos divida más. Debemos mantenernos unidos.

La tensión en el aire se corta con cuchillos y siento que estamos al borde de algo terrible. La muerte del hombre ha desatado una tormenta y ahora debemos encontrar una manera de navegarla sin que nos destruya. Mientras sostengo a Ignis, me prometo a mí misma que haré todo lo posible para protegerlo, sin importar el costo.

Al regresar a mi cuarto, le cambio el pañal, pero... Encuentro manchas de sangre en Ignis y mi corazón se detiene por un instante.

Arremeto a revisar completo a mi bebé rápidamente, pero esto no es su sangre. Respiro profundamente, tratando de calmarme, pero el miedo no desaparece. ¿De dónde proviene esta sangre? ¿Qué está pasando aquí? No digo nada, solo lo limpio cuidadosamente mientras mi mente corre a toda velocidad, considerando alternativas que son delirantes. Pero algo más ahora: ruidos fuera. Me acerco y descubro que hay una suerte de protesta interna entre las comunas de refugiados.

Thorian está en el centro de un torbellino de acusaciones. La gente lo rodea, insultos y miradas acusatorias llenan el aire. Alara intenta mantener el orden, pero es difícil cuando todos parecen estar al borde de la histeria.

–¿Quién más podría haberlo hecho– grita uno de los hombres con su voz llena de veneno–. Thorian ha sobrevivido dos veces al dragón. ¿Qué más sabemos de él sino que lo protege al igual que a esa criatura endemoniada?

–¡Lo mató porque fue el único que tuvo las que se necesitan para señalar lo que todos sabemos que sucede!–ahora una mujer.

–¡Es un asesino!–exclama otro, y las palabras se sienten como un latigazo en el aire–. ¡Y protege al dragón que está en pleno exterminio!

Thorian se mantiene firme con su expresión endurecida.

–No fui yo–sentencia con su voz resonando una calma que parece solo alimentar las sospechas–. No maté a ese hombre, cielo santo. Llevo semanas enteras protegiéndoles inclusive de ustedes mismos.

–¿Y cómo podemos creerte?–pregunta una mujer, sus ojos llenos de miedo y desconfianza–. ¡No sabemos nada de ti! ¡Podrías ser un espía, un traidor! ¡Eres un cómplice del dragón!

–¡Silencio!–Alara levanta las manos, intentando restaurar el orden–. No podemos acusar sin pruebas. Thorian ha demostrado ser valioso para nosotros y, en cierto modo, estamos vivos por su intermediación–. No olvidemos eso.

Pero sus palabras caen en oídos sordos. El miedo y la ira han tomado el control, y las acusaciones siguen volando.

Thorian me busca con la mirada, por un momento nuestros ojos se encuentran. Puedo ver la lucha interna en su semblante, la mezcla de rabia e impotencia. Sé que él no es el asesino, pero también sé que las circunstancias están en su contra.

–Tenemos que encontrar al verdadero culpable–me atrevo a salir en su defensa, mi voz es más fuerte de lo que esperaba–. No podemos permitir que el miedo nos consuma y nos lleve a culpar a los inocentes.

–¿Y quién nos asegura que él es inocente?–pregunta alguien en la multitud–. ¿Quién puede darnos esa garantía? ¿Cómo podemos descartarlo y saber que estamos realmente a salvo?

Me quedo en silencio porque no tengo una respuesta para eso. Pero algo en mi interior me dice que Thorian no es el culpable. Ha sido mi protector, mi salvador en más de una ocasión, lo ha sido para todos los demás.

Sin embargo, mi cabeza sigue vagando y no puedo ignorar las manchas de sangre que encontré en Ignis. ¿Qué significan? ¿Qué conexión tienen con todo esto? ¿Quien decapitó al tipo se atrevió a tocar luego a mi hijo?

La multitud sigue murmurando, la tensión va creciendo. Alara se adelanta, colocando una mano firme en el hombro de Thorian.

–Lo investigaremos–dice–. Pero hasta entonces, debemos mantener la calma y no permitir que el miedo nos divida más.

El silencio apenas dura un momento antes de que sea roto por un grito lleno de desesperación y rabia.

–¡No podemos permitir que se queden aquí! –vocifera uno de los habitantes, su rostro contorsionado por la angustia–. ¡Están poniendo en peligro a todos nosotros!

El clamor de desaprobación se convierte en un rugido cuando otro habitante se une al coro de la discordia.

–¡Expulsemos a los rebeldes! –grita, y las voces de aprobación se multiplican, formando una ola de ira y miedo que amenaza con arrollar cualquier intento de razón. Lo que antes era una queja aislada se convierte rápidamente en una grieta profunda entre las comunas, dividiendo a la gente que una vez había estado unida.

En medio del tumulto, trato de calmar a Ignis, que comienza a llorar, su pequeño cuerpo temblando al percibir la agitación a su alrededor. Lo sostengo contra mi pecho, sus sollozos suaves resonando en mis oídos mientras mis pensamientos se convierten en un torbellino de preocupaciones y miedos. ¿Cómo podré protegerlo de todo esto? ¿Cómo podré asegurar su seguridad en un mundo que parece volverse más caótico con cada día que pasa?

De repente, el ruido de motores pesados se hace eco en el aire, una vibración que resuena en el suelo y en nuestros corazones. Las miradas se vuelven hacia la fuente del sonido y, antes de que podamos reaccionar, pesadas camionetas interceptan el lugar, bloqueando cualquier posible salida.

–¿Pero qué...? –comienzo a preguntar, mi voz ahogada por la confusión y el miedo.

Soldados armados emergen de las camionetas, sus rostros ocultos tras visores opacos, moviéndose con precisión y determinación. La confusión se convierte rápidamente en pánico. Los murmullos se transforman en gritos y la multitud, que ya estaba al borde del colapso, explota en un frenesí de desesperación.

Alara intenta alzar la voz por encima del caos, pero sus palabras se pierden en el tumulto.

Me aferro a Ignis con más fuerza, intentando encontrar un camino entre la multitud que ahora se dispersa en todas direcciones.


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#LaNocheDelDragón

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