La primera mañana

Era una mañana como cualquiera en la vieja ciudad de mañanas grises, tardes bulliciosas y noches apagadas, las seis y media de la mañana; en una de las casas de una de las familias más ricas de la ciudad (eso si no es que la más) había sentados dos niños.

Uno de ellos tenía piel blanca y cabello negro con potentes ojos grises. La otra tenía la piel negra y el cabello rubio con ojos azules. Estaban sentados en las escaleras de piedra de la gran casa de ladrillos blancos y decorados dorados, frente a un gran portón rojo con manijas de oro, cada uno sostenía su mochila frente a si abrazándolas con los brazos y sosteniéndolas con las rodillas.

Después de algunos minutos, frente a ellos se detiene un autobús escolar, ambos alzan la vista y se levantan, el niño se cuelga la mochila en el hombro derecho, la niña en el izquierdo; se toman de la mano y bajan los escalones hasta el autobús, cuando llegan, la puerta de este se abre y el niño ayuda a la pequeña a subir, yendo él detrás; la mujer que va conduciendo el autobús sonríe al verlos entrar, ambos le devuelven la sonrisa

—Hola mamá — saludan ambos y se sientan en las butacas de la primera fila del camión de el lado de la puerta y así esperan hasta llegar a la escuela.

Todos los alumnos bajan uno por uno hasta que solo quedan los niños y la conductora, ella solo voltea a verlos y ellos le devuelven la mirada

—Cuídense niños — dice ella con una sonrisa, la cual la niña devuelve ampliamente

—Sí mamá — responde el niño, ambos se levantan tomados de la mano y cuando están por bajar la mujer los llama

—Lauren, Luca — ambos niños voltean y la mujer sonríe —Los quiero

—Nosotros a ti — responde el niño y baja para después ayudar a su hermana

De solo entrar a la escuela se nota que este no será un día normal; la atmósfera se siente más pesada que de lo normal, un extraño sentido de alerta se hace notar en todos en el lugar, además, hay unas muy extrañas pilas de cenizas en las esquinas de las paredes, lo raro es que parecen moverse con mente propia, pues no se mueven con el viento, si no, en su contra.

Los hermanos se miran entre ellos y aprietan su agarre mientras ven como el autobús se aleja lentamente de la escuela, Luca por primera vez en un año no suelta a su hermana en ningún momento hasta que la deja en su salón y no se aleja hasta que la ve sentada en su lugar; con las manos en los bolsillos, la espalda encorvada y pasos lentos pero firmes se dirige a su salón con los pensamientos anudados en la cabeza

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