V E I N T I T R É S


Aunque es imposible que el corazón lata desenfrenado por muchísimo tiempo seguido sin ser causa de una cardiopatía, estoy rompiendo las leyes naturales de la anatomía y la circulación. Desde el segundo en que el despertador sonó he tenido la chispa de alegría recorriendo mis venas con más intensidad que el mismo oxígeno, reflejándolo en actos tan simples como cantar en la ducha y ponerme el moño más lindo en el cabello.

Claramente, mamá saca sus propias conclusiones.

—¿Emocionada por la reunión de hoy, cariño? —pregunta mientras desayunamos.

La reunión es tapada con la excusa de «recolección de fondos» así que es más un evento social donde se ven a leguas las clases que se arman dentro de la comunidad católica. En términos políticos, la familia de Dylan, los Beliarna, vendrían siendo los presidentes del lugar y mi familia simplemente unos concejales que aspiran a vicepresidencia o al menos a la alcaldía. Y yo vendría siendo aquella que puede juntarse con la buena estirpe, algo así como un conejillo de indias al que ponen todas las fichas de la apuesta social.

—Sí, mamá —convengo, determinada a que nadie me va a quitar el día de ayer y todo lo que significó—. Muy feliz.

—Dylan estará allí —informa, aún cuando su presencia es algo obvio.

—Sí, dijo que quería que estuviera con él. —Cierro la boca de golpe al revelar ese insignificante detalle. Sobra describir la emoción de mi madre.

—¿Oíste eso, Jaime? —habla a mi padre que, detrás de su periódico pule una sonrisa de complacencia con su esposa aunque mostrando más indiferencia que la mía—. Nuestra hermosa hija ha conquistado a un Beliarna.

—Genial —apostilla mi padre, apretando cariñosamente la mano de mi madre, sin siquiera dedicarme una mirada.

Las primeras hileras de la iglesia siempre están reservadas, a la izquierda para los Beliarna y los Gómez a la derecha. Sin embargo, y para el gozo de mi madre, hoy la señora Yolanda Beliarna nos pidió personalmente sentarnos tras ellos, quitándole el lugar a los Tadeo que son más influenciables en la jerarquía que nosotros. Al menos hasta hoy. Mis padres y Alex se sientan tras ellos pero yo tengo la dicha de sentarme en la primera fila, junto a Dylan en la orilla de la banca de cinco puestos.

La eucaristía aún no comienza y los murmullos llenan el lugar, algunas madres hablando de sus hijos, otras criticando la vestimenta de algunas familias que vienen ocasionalmente y otras simplemente derrochando palabrería de los pecados que se cometen hoy en día (esas son las abuelas de la esquina en la columna izquierda).

—Me gusta tu moño, Cinthya —halaga mi compañero en voz baja, solo para que yo lo escuche.

—Gracias. —Sonrío ampliamente y llevo la mano por instinto a mi cabello. Hoy simplemente estoy feliz.

—Estás más alegre hoy —comenta. Me encojo de hombros. Su cabeza está inclinada hacia mí en plena confidencia. Mamá debe estar que suelta brillos de los ojos mirándonos—. Parece que te quitaste el letrero de «púdrete» de tu frente.

Río.

—Sí tú lo dices. Eras el único que lo veía así que si dices que no está, no está.

Cruzo mis piernas y miro distraídamente el altar mientas los acólitos acomodan lo necesario. De repente Dylan se acerca muchísimo más de lo que el espacio personal permite y casi pega sus labios a mi oído para hablarme. Siendo consciente de dónde estoy, me quedo quieta esperando a que diga algo.

—Solo para asegurarme, ¿estás completamente clara en que lo nuestro es irreal?

—Bastante.

—Entonces estamos del mismo lado.

—Supongo.

—De acuerdo, entonces estamos bien.

Nada más decir eso, deja un beso dulce en mi mejilla y al separarse pasa su brazo por mi hombro, atrayéndome a él. Una obra de teatro solo sale bien si todos actúan hacia el mismo lado así que siendo sinceros en cuanto a la situación, podemos dejarnos llevar ambos por la corriente en lugar de luchar con ella y ahogarnos ambos en el intento.

Acomodo mi cabeza en su cuerpo y su mano que sobresale de mi hombro, es tomada por la mía en un plan totalmente romántico. Los otros diez minutos de espera para el comienzo se cruzan en silencio por parte de ambos sin soltar nuestro agarre. La sensación es similar a abrazar una puerta pero al hacerlo no estaré en problemas así que puedo vivir con eso. En el trascurso de la eucaristía me he abstenido de voltear a ver a mi familia para evitar su orgullo falso pero sí sé que la iglesia se llena en su totalidad, al igual que cada domingo.

Muchas veces no me siento bien de pensar así, pero la misa realmente me aburre desde que tengo diecisiete años y cada domingo es un buen inductor de sueño contra el cuál debo batallar para no rendirme a él. Esta vez es incluso más pesado porque al tener el cobijo del abrazo de mi compañero, el sueño llega con más fuerza. Lo peor es que no es algo que pueda controlar, mis ojos se cierran solos y me es imposible mantener la conciencia alerta. No quiero ni imaginar qué pasaría si los demás asistentes notan mi somnolencia. Por eso me gustaba sentarme donde siempre: bien atrás, pero acá adelante quedo a la vista incluso del Padre.

Siento el halonazo de Dylan en mi hombro al levantarse y me despierto con el corazón latiendo a mil por el abrupto movimiento. Dios, me quedé bien dormida. Parpadeo varias veces actuando natural e imaginando los ojos de todos sobre mí, Dylan ha tomado mi mano y no me suelta para nada, lo cual es conveniente para mi desorientación actual. Estamos ahora de pie y no logro distinguir bien la voz del Padre en el micrófono. Entonces escucho algo claramente.

—La paz del señor esté siempre con vosotros.

—Y con tu espíritu —suena al unísono.

—Ahora, como hijos de Dios, pueden darse la paz.

Dylan se gira y me abraza, besa mi mejilla de nuevo y susurra.

—Nadie lo notó, solo sonríe.

Al soltarme le da la mano a su madre y un beso en su mejilla, abraza a su padre y besa a su hermana. Hago lo mismo y doy la paz a mis padres y a Alex. Usualmente solo doy la paz a los que están a una banca a la redonda pero estaba tan distraída que no lo había visto hasta que desde la tercera fila hacia atrás y tras soltar la mano de su abuela, se encamina a mí. Sin despegar mis ojos de los suyos, camino rodeando mi banca hasta tenerlo al frente y extenderle la mano, hala mi brazo suavemente para chocar muestras mejillas.

—¿Qué haces acá? —murmuro en su oído.

—Esperando la paz para abrazarte.

Luka me dedica una de sus sonrisas ladeadas y vuelve a su lugar haciendo que haga yo lo mismo. Dylan mira a Luka y palidece de repente para luego tornarse rojo y tratar de disimular su ira. Para los adultos presentes –mis padres y los suyos– el momento pasa sin ser visto (ya que estaban dándose la paz entre ellos) y ya que nuestro encuentro fue de dos segundos, no alcanzó a llamar la atención. La eucaristía continúa pero ahora sí estoy bien distraída y despierta de solo la idea de que a unas bancas, Luka está observándome... o solo respirando, el caso es que está acá y ya que lo pienso, Mateo no. Dylan me abraza de nuevo, aunque algo más rígido que al comienzo.

—¿Qué tienes tú con ese tipo? —espeta muy bajito, manteniendo su sonrisa. No altero mi expresión.

—Es solo un amigo y es cliente de BurgerBoy. Eso es todo.

—¿Qué hace acá? —sisea.

La repartición de la comunión nos da unos minutos de privacidad en que ambos estamos, a ojos de los demás, en un instante de romance y amor en el que nadie parece querer interrumpir.

—Solo vino a misa, supongo. Es una coincidencia encontrarlo.

—No me agrada.

Ladeo mi cabeza quedando casi rozando narices con mi compañero. Las sonrisas de ambos se mantienen estáticas pero el desafío en los ojos se hace presente también. Mamá que mira desde atrás debe suponer que me va a besar; nada más lejos de la realidad.

—No es mi problema, Dylan. No controlas mis amistades —objeto. Lo veo apretar los dientes.

—Estamos del mismo lado, Cinthya, así que no...

—Así que nada, Dylan. Ya te di la opción de descubrir todo y de que dejes las cosas así.

Estoy echando el tiro ciego mas grande de mi vida. Lo único que nos ha resguardado en este trato es su posible compasión de mí y a mi seguridad pero la realidad es que en el momento en que él considere indiferente lo que suceda conmigo, todo se va al traste. El jaque lo tiene él y en un movimiento la partida puede acabar y desde ningún ángulo yo soy la ganadora. En resumen: mi situación depende del corazón y bondad de Dylan.

Sí, así de jodida estoy.

La reunión de recaudación es en un salón enorme adyacente al templo y luego de concluida la misa, salimos a la calle cada quien con su familia esperando un poco para dirigirse al evento. La mano de Dylan ha estado alrededor de la mía todo el tiempo y eso me ha evitado los acercamientos de mi madre. Los señores Beliarna entablan conversación con otra familia llamando a su hijo que se obliga a alejarse de mí. Llego a donde mis padres.

—Es la eucaristía más inspiradora a la que he asistido —apostilla mi madre. Le doy la razón sin pensarlo pues mi mente está ubicada solo en encontrar el paradero del rubio porque lo perdí al salir de la iglesia.

—¿Ya eres novia de Dylan? —pregunta discretamente mi padre. No alcanzo ni a abrir la boca y mamá responde.

—¡Claro que sí! ¿No los viste en la iglesia? Hacen tan linda pareja.

—Podrían respetar al menos la misa —reprende mi padre, obteniendo la desaprobación de su esposa.

—Están en lo bello de la relación, Jaime. Déjalos.

Casi en cámara lenta un rubio roba suspiros se acerca desde algún lado de la calle. Me repito que estoy con mi madre y que debo guardar la compostura pero me es casi imposible. Más aun cuando llega y no me saluda a mí sino a mi madre.

—Buenos días, señora Anderson.

—Buenos días. —Mi madre le estrecha la mano con toda amabilidad y sigue su charla con él—. ¿Qué te pareció esta iglesia?

Oh, mamá lo conoce. No lo recordaba. Luka me salvó de una atrapada grave hace unas semanas y por eso lo distingue. Recuerdo que le había agradado.

—Es hermosa. Mucho más grande que a la que asistía antes.

—Me alegra que te gustara —responde y luego señala a mi padre—. Te presento a mi esposo, Jaime.

—Es un gusto, señor. Mi nombre es Luka Greisnar.

—Pensaba que eras Lucas —admite mi madre, risueña. Menea su mano restándole importancia y continúa:— Mi hijo, Alex. —Señala a mi hermano y él lo saluda indiferente. Luego me mira a mí—. Y mi hija, Cinthya.

Planeo decirle que ya lo distingo de BurgerBoy pero Luka estrecha mi mano con naturalidad. Me es imposible no sonrojarme con su mirada.

—Es un gusto, Cinthya.

Mamá la tiene que cagar siempre.

—Y allá está su novio, Dylan. —Mira a mis espaldas y todos miramos en esa dirección. Mamá marcando territorio.

—Me será grato conocerlo también —dice Luka.

Su amabilidad y refinamiento para hablar me dejan muy sorprendida. Es como un Dylan pero más guapo y rubio. Sabe actuar, eso es seguro.

—¿Viniste solo, Luka? —interviene por primera vez mi padre. El rubio niega con la cabeza.

—Con mi abuela y una amiga suya, señor; pero ellas ya se fueron. —Antes de que la curiosidad innata de mi padre siga preguntando, Luka continúa:— De hecho quería preguntarles en dónde encuentro una farmacia.

—¿Te sientes mal? —curiosea mi madre, con su preocupación de siempre. Presto más atención.

—Solo un poco de dolor de cabeza. No es nada grave pero no conozco el sector y usted es la única persona con un rostro familiar. Me disculpo si soy imprudente o grosero al acercarme a pedir un favor. 

Más que lo que dice, me bloquea un poco su tono de adoración que mamá ama escuchar. Jamás le dije eso a Luka, está dando puntada sin dedal basado en lo que le he dicho de ellos.

—No eres imprudente, Luka —asegura mamá—. ¿Vas a asistir al evento?

—Si sobrevivo al dolor, sí —bromea, sacando una risa natural a mi madre.

—Cinthya, acompaña a Luka a la farmacia de abajo —propone mi madre para mi desconcierto. Saca dinero de su bolso y me lo tiende—. Tráeme una botella de agua de paso. Hace un sol tremendo.

—¿Segura de que no hay inconvenientes? —Luka le sonríe a mis padres con tanta inocencia que asusta un poco.

—Claro que no; no es lejos y le iba a pedir el favor de todas maneras.

Luka hace una especie de venia corta a mi madre y me cede el paso para que vaya adelante. Con toda la formalidad del mundo nos vamos alejando; la farmacia queda dos calles bajando luego de doblar la esquina, pasando por un parque pequeño donde los niños toman helado callejero.

—¿Qué fue eso? —inquiero, estando a un par de metros donde ya no nos pueden oír.

—Yo solo pedí indicaciones para una farmacia.

—Sabes a lo que me refiero.

Llegamos a la esquina y la cruzamos, Luka vuelve la vista un momento y luego me sonríe con picardía.

—¿Crees que ya los perdimos de vista? —Miro hacia atrás y ya estamos bien lejos.

—Creo que sí, la farmacia queda...

No me deja terminar y toma mi mano para echar a correr colina abajo. El viento sacude mi cabello y todo mi cuerpo entra en calor por el repentino ejercicio que dura una calle y media hasta que llegamos al pequeño parque que tiene un enorme árbol en medio. Luka me arrastra hasta detrás del tronco y sin darme ni un solo respiro, me acerca para poner sus labios en los míos.

—Hola, Colibrí —saluda.

Mi pecho sube y baja con fuerza por la corrida sumado a su arranque de cariño. Dios, no quiero dejar de besarlo nunca. Es tan perfecto. Ni siquiera le devuelvo el saludo sino que niego con la cabeza y lo atraigo a mis labios de nuevo. ¿Se sentirá lo mismo besar a cualquier persona o es solo porque estoy flechada hasta la médula por él? No importa, aprovecharé mientras pueda.

—¿Así que no te duele la cabeza?

—¿Importa?

—No.

Me besa de nuevo, exhibiendo una sonrisa sobre mis labios. Su cabello es más suave al tacto que la más fina seda y la piel de su rostro es caliente por el sol que nos cubre. Sus dedos sobre mi mejilla me hacen suspirar exageradamente recobrando el aliento que perdí por la carrera en una honda exhalación.

—¿Puedo decirte que me encanta besarte? —musita. Puede decirme lo que se le dé la gana.

—Puedes.

—Me encanta besarte.

—Podría decir lo mismo —respondo. Me besa suavemente—. Pero no lo haré. Debemos volver.

Sonríe divertido ante mis palabras y asiente, deja un último beso en mis labios y pasa su índice por las comisuras de mi boca, haciéndome colapsar las mariposas. Gracias a las conspiraciones de la vida, hoy no me apliqué labial o esto sería un desastre.

—Te vi en la iglesia —anuncia—. ¿Ibas a besar a ese flacucho?

—Me estaba diciendo que no le agradas. Parece que no le cayó bien nuestro primer encuentro. —Muerdo mi labio cuando una idea repentina llega a mi mente—. ¿Qué tal si ahora sí me manda a volar? ¿Y si le dice a mi madre que tengo algo con alguien más? ¿Y sí...?

—¿Tienes algo con alguien más? —interrumpe coqueto. Bajo la mirada, escondiendo una risita.

—Dylan podría inventar cualquier cosa.

—Es cierto —conviene—. Pero no dirá nada, no te preocupes.

—¿Por qué estás tan seguro en cuanto a Dylan? No lo conoces.

Me he tentado de pensar que quizás Luka o Gabriel lo han amenazado de alguna manera pero no veo a ninguno de los dos capaces de algo así. Sería una locura, y Dylan no parece ser de los que se amedrentan fácil.
Luka agarra un mechón de mi cabello, observándolo como si fuera lo más interesante del universo y evadiendo mis ojos en el proceso; sin embargo, su sonrisa no claudica y hace que yo desvié mi mirada exclusivamente a su boca.

—¿Sabes que no eres la más sutil del mundo, Colibrí? —inquiere, haciendo que suba la vista a sus ojos y note que lleva su buen rato notando cómo lo observo como lela. Qué vergüenza.

—Lo siento.

—Yo no —asegura—. Te diré: no importa por qué, pero sé que Dylan no hará algo que te perjudique.

—A mí me importa el porqué, Luka.

—Piensa que es por su buen corazón. —Voy a objetar porque no estoy tranquila con esa explicación, siento que algo me oculta, mas antes de que hable, me calla con un simple y escueto beso—. Vamos, ya deberíamos haber comprado el agua.

No me dirá nada. Y quiero creer que si fuera algo importante, me lo contaría. Quizás sí lo amenazó de alguna manera y prefiere que yo no lo sepa. Tampoco quiero saberlo, por ahora la situación está a mi favor, confiaré en él y lo dejaré pasar. Por ahora.

—Bien. Volvamos.

Martes.

Tuve que obligarme esta mañana a llamar a Julián con toda la vergüenza del mundo para que dijera en BurgerBoy que no podía asistir; me preguntó por qué y solo dije que estaba enferma y aunque no es del todo mentira, no es tampoco la verdad.
Julián no me creyó, obviamente. Ayer lunes asistí a trabajar aún con mi buen ánimo y no es tan creíble que en cuestión de horas me puse tan mal como para quedarme en cama.

Yo me considero fuerte, al menos de espíritu, eso lo tengo claro pero el espíritu solo es lo interno del cuerpo y el cuerpo es tan vulnerable como un cristal. Así un cristal tenga hierro en el interior, si se quiebra, no hay nada que hacer. Así estoy ahora. El cuerpo no me da.

¿Recuerdas lo que dije de la ley de las consecuencias? No siempre es bueno, es estadísticamente obvio que por cada buen final, hay dos malos. Es el equilibrio del mundo, la ley de las consecuencias y la ley de Murphy cuando se juntan. Todas se juntaron ayer en la tarde para mí despertando la ira de mi madre y la indiferencia de mi padre cuando observó cómo mamá me dejaba como lo hizo.

¿Por qué? Te diré:

De cincuenta y seis cadenas de periódico que circulan en: el barrio, a nivel local y nacional; de más de mil fotografías que estoy segura que se toman en estos eventos –profesionales y aficionadas–; de todas las páginas en las que pudieron poner esa imagen; salió en el periódico que mi padre lee, en la primera página y con unas letras en negrilla enormes encabezando las noticias del día lunes.

Una fotografía de mi beso con Luka bajo la gran bandera en la marcha del Orgullo LGBTI y en una composición perfectamente bella en una imagen debido al escenario mágico que había al ser nosotros dos los únicos bajo la tela, con el título de: «El amor que trasciende prejuicios» y un subtítulo de: «No necesitas pertenecer a la comunidad para saber que merecen los mismos derechos que tú», desató el infierno en mi casa, siendo mi madre el diablo y verdugo, mi padre la audiencia; siendo yo la condenada y mi apoyo a la comunidad de enfermos aberrantes el peor de los pecados.

Esta es mi consecuencia.

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