V E I N T I S I E T E



De mi mente no se aleja el hecho de que tengo hasta el domingo para buscar algún lugar donde vivir. No es que el sofá de Luka sea incómodo, pero creo que la base de este paso que doy es la independencia y eso incluye no depender de los amigos; no tomar el codo cuando me ofrece la mano. Aunque he de admitir que me encanta pasar las noches allí; Gabriel es muy hablador y me hace reír bastante, Denny solo lo observa hablando y a veces completa las anécdotas que han vivido.

Hoy como buen turno del viernes ha estado lleno; Andy me ha colocado en la sección más sencilla de manejar: tras la cocina, armando cajas. Casi todo encaja porque aún me duele un poco la espalda así que agradezco no tener que matarme en caja recibiendo y entregando pedidos. También como por predisposición divina, mi turno salió hoy solo hasta las tres y le avisé a Kevin así que ya saliendo, lo veo a él llegando. Se acerca con cautela y soy yo quien me abalanzo a abrazarlo.

—Dios, Cinthya, ¿Cómo estás? Recién anoche me enteré de lo que pasó —dice, atropellando las palabras—. ¿Cómo es que siempre me entero al último? Y... ¡Te fuiste de tu casa! No me habías dicho, ¿cómo es que...?

—Te contaré todo, cálmate —respondo risueña ante su afán a las palabras—. Vamos a una cafetería.

Avanzamos hasta la más cercana y pedimos, él una soda y yo un café. Le sonrío y sé que es imposible que note mi tranquilidad. Toma mi mano.

—¿Estás bien? Sé sincera, Cinthya. ¿Estás bien? —Asiento efusivamente—. Bien, entonces te diré que estoy muy orgulloso de ti.

—Gracias, Kevin.

—No lo podía creer cuando mamá me contó —anuncia. Suelta mi mano y recuesta la espalda en su silla—. Aunque claro, ella me dio la versión de tu madre.

—Sí, ya Dylan me contó lo que se dice por ahí. No hay nada que pueda hacer con eso.

—Apuesto a que no te dijo que tú madre está completamente segura de que volverás arrastrándote a ella.

Eso ni siquiera me sorprende, es mi madre. Bien, consideré el volver cual perro arrepentimiento la primera noche pero luego de tres días, no me pienso retractar de mis decisiones. Contraigo mis hombros, sin darle importancia a esos chismes. Si el qué dirán no me mató en mi adolescencia, no lo va a hacer ahora.

—Era de suponerse. Quizás algún día cambié ese pensamiento de mí —murmuro sin convicción.

—Yo... lo dudo. Pero en fin, ¿dónde te estás quedando?

—Por estas noches con Luka. Estoy pensando para dónde irme ahora; no quiero volver al vecindario pero debo recorrer las calles cerca a BurgerBoy para ver dónde rentan algo económico.

—¿Con quién...? —pregunta, la última sílaba queda en el aire cuando parece recordar de quién le hablo. Abre mucho sus ojos, con algo de reproche en sus pupilas—. No me digas que con el chico que apenas conoces de un mes.

—Mes y medio —corrijo en un susurro.

—Cinthya, no puedes vivir con un extraño —reprende, sacando su lado de hermano posesivo.

—No vivo —recalco la palabra— con él; solo paso estas noches. Y no es con un extraño... es con cuatro extraños... —bromeo, sin embargo, él no le encuentra el chiste. Me apresuro a contestar—. Vive con su mejor amigo y el novio de él, además su hermanito se queda con ellos en vacaciones.

Como si sacarlo en tema sirviera para invocarlo, mi celular suena anunciando una llamada del rubio. La mirada de rencor mezclada con indignación de Kevin oscila del teléfono a mí, coronando sus ojos con un arco perfecto de sus cejas. Le sonrío cómplice y tomo la llamada.

—Hola, Luka.

Hola, Colibrí. Oye, ¿te vas conmigo o te espero en el apartamento? Estoy cerca a BurgerBoy.

¿Tienes apuro?

No. Hoy entro al bar a las ocho.

Estoy en la cafetería de dos calles al norte. Estoy con Kevin, ven.

Bien, ya voy.

Kevin ladea su cabeza y entrecierra sus ojos, cruzando sus brazos. Pongo mis manos en mi regazo y miro la mesa, sintiendo el peso de su mirada.

—¿Qué? —Se inclina, colocando los codos en la superficie de la mesa, entrelazando las manos bajo su mentón.

—No puedo creerlo, Cinthya —exclama, realmente sorprendido—. Estoy seguro de que no has querido pero lo hiciste.

—¿De qué hablas?

—Te enamoraste de ese chico —explica. El calor no demora en llegar, aglomerándose en mis mejillas y mis orejas—. Por eso no le prestas gran atención a vivir con un extraño: porque te enamoraste del extraño.

—Eso... —carraspeo, tragando saliva—, no es... eso no... no es cierto...

—No me lo niegues, Cinthya —dice, claramente divertido con mi situación—. Hace unas semanas te habría parecido una locura pasar varias noches en casa de un extraño y ahora...

—Ahora nada —asevero, tratando de sonar dura. Una de sus comisuras se curva, retándome a defender mi postura. Junto mis cejas en el inicio de mi nariz, mostrándole enojo—. Solo estoy con un amigo que me tendió la mano, era eso o dormir en la calle y no puedes solo venir y decir... —Veo a Luka a sus espaldas, entrando a la cafetería e inmediatamente mi cuerpo me traiciona al encorvar la postura y sonreír tontamente, llega a nosotros—. Hola.

Dios, eso pudo salir mejor para no quedar en evidencia. Kevin mascullar un «Ajá» bastante burlón y se saludan con Luka estrechando sus manos. El rubio se sienta junto a mí, quedando ambos frente a Kevin. Mi amigo podrá ser menor de edad pero aparte de la estatura que lo acompaña, su falta de pelos en la lengua lo caracteriza. Cualidad que no logra ocultarse lo suficiente para evitarme una vergüenza.

—Entonces, ¿qué planeas con Cinthya?

—¡Kevin! —chillo. Sin embargo, Luka ríe y ocupa la misma posición de Kevin, con sus codos sobre la mesa.

—¿A qué te refieres, exactamente?

—La llevas a tu casa y hasta donde yo sé, bien podrías querer vender sus órganos. No te conozco y ella tampoco.

—Dios mío —susurro para mí misma. Le hago señales visuales a Kevin de que cierre el pico pero parece cómodo en su posición de sobreprotector.

—Si quisiera vender sus órganos, ya lo habría hecho —responde Luka tranquilamente—, el dinero me vendría bien y ella me ha dado la confianza.

—¿Y entonces? —inquiere Kevin—. ¿Qué quieres con ella? Porque por más que ella diga que eres muy hermoso o lo que sea, eso no te hace buena persona.

—¡Kevin! —chillo por segunda vez. Ambos me prestan atención, en mi momento más embarazoso—. ¿Qué...?

—¿Crees que soy hermoso? —pregunta Luka con su sonrisa ladeada.

—Y no sabemos si buena persona —interviene Kevin.

—¡Suficiente! No sean así. —Señalo a Kevin con mi índice—. Tú deja de ser tan hablador, que Luka solo me está ayudando.

—Solo pregunté qué planeaba.

—Él no tiene porqué planear nada —replico—, soy yo la que debo mirar qué hacer.

—Puedes quedarte en... —dice Luka.

—No va a vivir contigo permanentemente —sentencia Kevin—. Eso no tiene sentido ni lógica.

—Eso debería decirlo ella.

Sus respuestas suenan secas aunque en realidad ambos tienen el brillo de la burla en los ojos. Creo que estar rodeada de personas que me dejan en medio de sus chistes siempre, no es conveniente. Sacudo la cabeza, incrédula de la situación.

—Ya no más —ordeno—. Kevin, eres un grosero. Pero tienes razón, no me voy a quedar permanentemente con Luka.

—Eso duele —formula el rubio, poniendo una mano en su pecho, desatando el nudo de tensión que se había formado, haciéndonos reír a ambos—. Pero no era eso lo que iba a decir. —Busca mis ojos y al dar con ellos, informa:— En el edificio, el hombre que vivía en el apartamento 50 se mudó ayer. Puedes mirarlo y quizás rentarlo. Es bastante económico porque es de los pequeños; es más un aparta-estudio pero está amoblado y para ser tú sola, puede ser suficiente.

—¡Eso es genial! —exclamo. Desvío mi vista a Kevin quien parece amasar la propuesta, finalmente asiente.

—Bien, eso me gusta. Siempre y cuando pueda visitar seguido y tengas una puerta con dos cerraduras. —Mira de lado a Luka—. Y que solo tú tengas copias.

—Puedes visitar siempre, a donde sea que yo llegue. —Mi reciente entusiasmo me permite dar un brinco sutil en mi silla y sonreír—. ¿Cuando podemos verlo?

—Ya. El arrendatario está hoy mirando qué arreglos necesita para ponerlo de nuevo a disposición y es amigo mío así que vamos.

Es... gris. Oscuro, sin vida y realmente triste. Es efectivamente pequeño: una habitación mediana, un baño –debo destacar que algo grande– con una amplia ducha, una cocina diminuta y una ventana ancha. Está la cama desarmada (supongo que para poder hacer aseo antes de que alguien venga) con sus tablas contra la pared, una mesita de noche, una lámpara, una estufa y algunos trastes de cocina.

De haber venido a ver esto hace unos días cuando aún vivía en mi casi cómoda casa, habría salido corriendo porque no es una buena perspectiva pero ahora... cualquier cosa que implique ser independiente parece ser buena. El arrendatario nos informó el costo, que de hecho es accesible, y salió a responder una llamada.

Quiero pensar que es perfecto, en serio... Lamentablemente, mi subconsciente sí lo encuentra feo y se refleja en mi rostro. Estamos los tres –porque Kevin decidió venir– de pie, en medio de la estancia mirando el desolador paisaje.

—Es tan... —inicia Kevin, recorriendo los seis metros cuadrados— anti-Cinthya.

—Sí... —conviene el rubio—. Es algo desesperanzador.

Sí, eso es: desesperanzador. Pero como decidí buscar mis propias esperanzas ya que la vida no me las da por las buenas, trato de ver lo positivo y vamos, esto es más de lo que tenía anoche, es decir, nada. Cualquier cosa es mejor que nada.
Ambos chicos están de espaldas a mí, observando las paredes que obviamente requieren de una pintada o al menos una lavada; sonrío ampliamente para mí misma y luego exclamo con emoción:

—¡Vamos, puede ser lo que sea! —Ambos giran a mirarme, algo sobresaltados por mi casi grito de loca y empiezo a moverme por el reducido espacio—. Puedo poner una cortina rosa en esa triste ventana y ya no va a ser triste —propongo. La mirada que ambos me dedican me deja en claro que piensan que ya perdí la cordura, pero continúo:— Kevin, tú me regalaste un atrapa sueños gigante en la Navidad pasada y puede ir en la triste pared sobre la triste cama. Con un par de fotos o cuadros o estrellas de papel, esto puede lucir bello.

—Dios bendiga tu optimismo y entusiasmo —dice Kevin, burlón.

—Amén —replica Luka en el mismo tono.

El arrendatario llega de nuevo; bajo sus arrugas que piden a gritos un retiro y una pensión, me observa con expectación. Es realmente gentil y su tono bajo, grave para hablar y cabello casi blanco me recuerdan un poco a Adam así que ya me agradó desde que lo vi.

—¿Qué necesito para tomarlo? —pregunto, con una felicidad que al parecer también es ridícula a los ojos del señor porque su mirada también dice que perdí la razón.

—Tu copia del documento de identidad, un certificado de que estas trabajando y una semana para pintarlo.

Una semana. No tengo tanto; Luka podrá decir que está bien pero a mí no me parece. Realmente es incómodo no estar bajo un techo relativamente propio, es sentirse como una intrusa así los anfitriones sean tan atentos como ellos.

—¿Qué tal sin pintura y para el domingo? —El señor recoge sus arrugas hacia arriba al abrirme mucho los ojos con sorpresa y casi con satisfacción.

—Para el lunes, al menos debo darle un aseo general —propone. Asiento efusivamente, extendiendo mi mano a él—. Y necesito los documentos mañana antes de las dos.

—Trato.

Kevin se despide asegurándole a Luka que ya sabe dónde vive por si algo me pasa y entramos al apartamento. Mateo está con Gabriel y con Denny en la tienda según una nota que dejaron. Me siento en el cómodo sillón tan sonriente como puedo.

—Lo diré por milésima vez, Colibrí: estás muy, muy loca. —Muerdo mi labio, intentando no sonreír tanto. Se sienta a mi lado—. No puedo creer que ese... cuartico te haya gustado tanto.

—Ese cuarto es como yo: no es que sea horrible, es que no está bien arreglado. Si yo puedo usar maquillaje, el apartamento puede tener adornos.

Una carcajada sale de su tórax por mi comentario.

—Pensándolo bien, solamente estando tú, el apartamento ya toma cierta vida.

—Seremos vecinos. —Evado el tema de su halago—. Estamos a dos puertas de distancia.

—Me gusta más estar así, a dos suspiros de distancia.

—Quiero tener la certeza de que con el tiempo, me voy a acostumbrar a tus comentarios y dejaré de avergonzarme por ellos. Solo quisiera saber cuánto tardará eso.

—Por mí que tarde mil años, me gusta verte así.

Había escuchado que amistades son aquellas que hacen locuras contigo sin preguntar o cuestionar nada, supongo que ya que nunca he hecho una locura, no he probado el grado de amistad de nadie aunque estoy segura de que Kevin me acompañaría a tirarme a un volcán. Sin embargo, a Gabriel, Denny y Luka, a quienes recién conozco no les habría apostado mis fichas... pero aquí están, conmigo en un pequeño camión de un amigo de Gabriel camino a mi casa a recoger mis pocas cosas.

Desde que desperté esta mañana he estado menos animosa de lo normal, esperando lo mejor a pesar de saber que todo lo malo puede suceder. Son cerca de las cinco porque tuve que trabajar aunque hablé con Andy para que me diera el turno corto y titubeando, aceptó. Sé que mamá debe estar ahora en casa pero realmente no puedo ponerme de exigente y esperar a que no estén para meterme cual ladrona. El camión estaciona frente a la fachada de tres pisos del que era mi hogar y Luka que conduce me observa, Denny y Gabriel me examinan también desde la parte de atrás.

—¿Te acompañamos o esperamos acá? —pregunta Denny.

—Voy sola. No sé qué pueda decir mi madre y para ella, tú —Señalo a Luka— eres el demonio que me sacó del camino del bien.

—Pudiste dar una mejor impresión, imbécil —reprende Gabriel, desencadenando nuestra risa.

—Ya... ya vuelvo.

Saco las bolsas enormes que Kevin consiguió para llevar mi ropa y con un suspiro, meto mi llave en la cerradura. Papá no está, lo sé porque su auto no está en el garaje. Empiezo a subir las escaleras sin preocuparme por ver a mi madre; al llegar a mi habitación la abro e ingreso, sintiendo la nostalgia de verla por última vez. Inspiro hondo y saco la primera bolsa, guardando al azar mi ropa. Mamá aparece en el umbral.

—Hola, mamá —saludo gélida, sin levantar la vista ni dejar de guardar lo que ocupa mi ex armario.

—Cinthya, ¿qué haces?

—Recojo mi ropa —respondo con obviedad. Subo mis ojos un segundo a ella y vuelvo a mi labor—. Solo serán unos minutos.

—¿Cuatro días viviendo en pecado no fueron suficientes? —espeta. Entorno los ojos, ignorando sus palabras—. Sabes que no tienes que irte.

Enderezo mi espalda y camino a ella, mirándola con desdén. Ella pone su expresión de ternura contenida, quiero escuchar lo que va a decir porque sé que no me va a convencer de nada.

—Tú me obligas a irme.

—Solo quiero lo mejor para ti —corrije. Un bufido se aloja en mis labios—. Ve al retiro con el padre Torres, tienes...

—No, gracias.

Vuelvo a mi armario, empezando a llenar la segunda bolsa con zapatos y bufandas. La respiración de mamá es todo lo que acompaña el silencio, la escucho en crescendo acercándose a mí.

—Cinthya, no eches tu vida a la basura por una rebeldía de la juventud —aconseja. La ignoro—. Tus sueños se irán a la basura si te vas.

—No, mamá, tus sueños se irán a la basura —siseo—. Tengo los míos propios y acá no los voy a conseguir. No contigo diciéndome que todo está mal.

—¡Esa marcha está mal! Esa gente está mal —exclama. Niego con la cabeza, dispuesta a no discutir y empiezo la tercera bolsa con las fotos de mi pared y mis almohadas—. Admite tus errores, Cinthya. Quédate. Sigue tu compromiso con Dylan, de acá a unos años cuando estés casada y con tu vida establecida, verás que todo fue por tu bien.

—No tengo nada con Dylan. No lo quiero ni lo voy a querer; no quiero casarme, ni con él ni con nadie. Ni ahora ni nunca. Quiero más para mi vida que ser ama de casa, quiero ser... —Tomo aire, con la punzada de culpa por mis palabras pero sin detenerlas— más de lo que tú eres.

Parece dolida por lo que le digo y chasquea la lengua. Su falda amplia hasta la rodilla se mece al dar ella un paso hacia atrás, cruza sus brazos y luego mueve su capul que le tapa ligeramente uno de sus ojos.

—¿Eres consciente de que al irte renuncias a tus estudios? Tu padre no pagará más la universidad.

Lo pensé hace unas noches y eso es lo único que me duele en el alma y ellos lo saben. El llanto toma una lucha interna con la dignidad por salir y dejarme en evidencia, pero basta cerrar los ojos y detener un segundo las manos para contener la tristeza para que no se muestre frente a ella.

—Lo sé —respondo—. Aplazaré mientras puedo volver a estudiar.

—¿Crees que un miserable trabajo en BurgerBoy te va a mantener, Carolina? ¿Piensas que la vida es así de sencilla? Eres una ingenua, una niña y nos necesitas, lo aceptes o no.

Giro ipsofacto a ella, armada del valor que su ofenda me produce. Sus ojos me retan, con esa convicción de que lo que dice es cierto.

—¿Sabes qué? Es cierto, mamá, soy una ingenua. Pero aprenderé de la vida y si toca a las malas, a las malas será. La comodidad que este techo me da no se compara con la intranquilidad de saber que estás lista en cualquier momento para golpearme cuando algo no te parece.

—Si te vas ahora, no te permito la entrada nuevamente a esta casa —sentencia, casi con desesperación.

—Eres mi madre y a pesar de todo te amo, pero si esa es tu decisión, la respeto. Pero sí te digo algo, ma: tarde o temprano, las oportunidades vendrán a mí y sin pensarlo las voy a tomar y quizás dentro de unos años pueda verte y presumir que sí pude sin ustedes.

Le hago el nudo a la quinta y última bolsa, terminando de recoger todo lo que es relativamente mío y un par de lágrimas osan salir. Sacar esas palabras fue más un esfuerzo de mi pecho que de mi boca y una liberación diminuta me invade.

—O puedes caerte y no tener a nadie que te recoja —rebate, con ácido en su tono—. Estás perdiendo tu comodidad, tu estudio, tu futuro esposo y a tus padres porque ya no podrás llamarnos así.

Sus ojos se opacan tras las lágrimas y cada palabra sale entre dientes con ese tinte de amenaza que días atrás me habría hecho obedecer a lo que fuera que se me impusiera. La fractura cruje en el centro de mi alma por el golpe del odio de la suya pero basta con pensar en lo poco y significativo que gano al perder lo que ella dice para que mi decisión siga intacta.

Son muchas escaleras hasta la entrada para subir y bajar cinco veces con las bolsas y ya que esto no ha salido tan tranquilo como esperaba, no pierdo nada sacándole una rabia más a mi madre. Me asomo por mi ventana que da a la calle y grito a Luka. Sale del camión y sube su vista, le tiro mi llave de la casa.

—¡¿Pueden subir a ayudarme a bajar las cosas?! —grito y al segundo, veo a Denny y a Gabriel bajarse y se disponen a entrar los tres—. ¡Último piso, puerta de la derecha!

—No harás entrar a esos pecadores a mi casa, Cinthya —apostilla mi madre.

—Ya es tarde, ya vienen. No será mucho tiempo, agarran las bolsas y salen. Salimos.

—¡Por esa gente es que estás haciendo esto! —trona.

—¡Ellos no tienen la culpa de nada! —grito igualmente. Camino hasta mi ventana y arrastro un baúl que allí reposa hacia la puerta, me lo llevo. Mamá se planta frente a mí—. Permiso.

Sus sollozos se intensifican y cada tono que sale de su voz rota es como una aguja que pincha el campo de fuerza de mi valor. Ignoro ese sentimiento de culpa y tristeza y camino hasta mi escritorio para desocuparlo de mis cuadernos y un par de textos de la universidad. Los coloco en el baúl y escucho los pasos de los tres llegando por las escaleras. Mamá se sobresalta como si de ladrones se tratase y se ubica en una silla al otro lado de mi desnivelada habitación/ático.

—Buenas tardes —saludan los tres en un susurro cortés sin ver directamente a mi madre.

—Son esas —indico, señalando las bolsas y el baúl.

Gabriel agarra el baúl y cada uno una bolsa. Bajan los tres, dejando el resto para una segunda vuelta porque son grandes y pesadas. Guardamos silencio con mi madre mientras yo tomo las cosas pequeñas de mi tocador, como mis aretes, maquillaje, collares y un par de fotos con Kevin y con mi hermano.
Suben una segunda vez y cada uno lleva una bolsa, Denny y Gabriel bajan, Luka aguarda en la puerta. Lleno una maleta que me quedaba con más pertenencias y Luka me tiende la mano, serio y sin importarle la presencia de mi madre.

—Desde que Cinthya lo conoce a usted se ha vuelto una mala persona —acusa mi madre, Luka opta por callar—. Dios los castigará.

La hipocresía de sus palabras es demasiado grande incluso para que me ponga a discutir con ella. Luka, con la última bolsa en una de sus manos y apretando la mía con la otra, me sonríe un poco.

—¿Lista?

Asiento, dándole la espalda a mi madre pero estando a un paso de cruzar el marco de la puerta, su voz suena de nuevo, sin fuerza y con aparente dolor en una mezcla que incluye ira y derrota.

—Cometes un grave error.

Sin soltarme de Luka, volteo y busco su mirada. Le sonrío con tristeza.

—Hay una cosa más que perderé al irme de esta casa y de tu vida, ma.

El nudo en mi garganta llega como bola de demolición amenazando la intención de mis palabras. Trago saliva, impostando mi voz.

—¿Y qué es eso? —desdeña.

—Tu voz en mi cabeza diciéndome que no soy suficiente.

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