V E I N T I O C H O
Sentada sobre un colchón relativamente nuevo para mí con muchas bolsas alrededor y desorden a donde no da más, me ahogo en mis propios pensamientos. Llevo más o menos dos horas solo mirando a la oscuridad porque no he querido prender la luz. Mi vida entera está reducida a este pequeño espacio y se me hace triste y deprimente.
Luka salió a trabajar y mentí a Gabriel al decirle que quería descansar. Realmente no quería que me vieran llorar más, no quiero que nadie me vea llorar más, no deseo que alguien vea mi debilidad nunca más porque ya estoy cansada de ser el eslabón débil de mi propia existencia.
La ausencia de cortina en mi ventana permite que la luz de la luna adorne un poco la penumbra, hay un persistente olor a amoniaco del aseo que el casero le hizo al apartamento antes de entregarlo. Saber que en estas pequeñas cuatro paredes está ahora todo lo que Cinthya Anderson representa me resulta chocante.
Me levanto de la cama –que debo recalcar que es cómoda– y busco una pijama y la toalla para poderme duchar. Hay agua caliente, eso también es un punto a favor. El vapor de la ducha opaca todo el cristal del espejo y con mi mano limpio la parte de mi rostro, a pesar de todo mis ojos tienen un brillito nuevo, uno que proviene de la tranquilidad supongo. Me sonrío, repitiéndome que puedo hacerlo, que puedo llevar mi propia vida sin necesidad de mis padres. Que será duro pero no imposible.
Denny muy amablemente me dejó en la diminuta cocina algunas cosas por si «me daba hambre más tarde» y ahora lo agradezco eternamente porque hambre sí tengo. El apartamento no tiene televisión pero sí tiene un estéreo algo empolvado en una esquina. Conecto mi celular con la esperanza de que funcione y sí lo hace así que el espacio se llena con mi música.
No hay mejor terapia de tristezas que las notas de una canción. Organizo un poco de mi ropa en el armario al son de la música y cuando siento que ya es suficiente y que tengo el cabello seco, decido acostarme. Las paredes aún están desnudas así que se siente un ambiente más frío de lo que realmente está pero con un suspiro y con mi soledad a mi lado, empiezo simbólicamente mi nueva vida.
—Mañana descanso —informa Gia en un ratico que tenemos libre—. Salgamos.
—También descanso mañana. Salgamos esta noche mejor —propongo. Una sonrisa burlona alumbra su rostro.
—¿Y eso? Creí que tus padres no te dejaban ir ni a la esquina.
—Sí... Algo así como que... me fui de mi casa hace unos días... —confieso en un susurro. Gia abre sus labios evidenciando su asombro.
—¿A dónde te fuiste? No puedo creer que no lo supiera, siento que casi no hablamos.
—Estoy cerca, en un edificio de apartamentos. Es económico y pues... sí, ahí estoy.
—Eso está bien, Cinthya. Independizarse siempre es bueno, o eso he escuchado. —Ubica un mechón de su cabello tras su oreja y continúa:— Entonces esta noche, vamos a un bar del centro que me gusta. Siempre voy allí con mis compañeros de universidad...
—Me tendrás que decir cómo llegar —comento.
—Papá nos puede llevar, él suele recogerme pero puedo decirle que nos lleve.
—¿Tu padre haría eso? —pregunto sorprendida.
—Mi relación con mis padres es muy buena. Ellos confían en mí plenamente y no los he defraudado. Siempre saben dónde estoy y hasta el día de hoy no les he mentido en cuanto a eso. Ellos conocen a mis amigos y tú les vas a gustar.
Eso de envidia de la buena no existe, solo es envidia y ya. La diferencia está en quién inspira esa envidia, Gia me gusta y es una buena amiga así que esta envidia es de esas que admira y no de las que desea el mal. Ojalá mi relación con mis padres hubiese sido diferente desde un comienzo.
—Bien, entonces sí. Salimos de trabajar y voy a arreglarme un poco, luego vamos.
—Sí... —Julián pasa a lo lejos con unas cajas aparentemente pesadas. Gia pone toda su atención en él y esa mirada de melancolía la adorna, sigo el trayecto de sus ojos y escucho su suspiro—. Necesito distraerme y quizás embriagarme un poco.
—¿Están mal? —pregunto, mordiendo mi labio. Ella cierra sus ojos, resignada.
—Ya casi no me habla —confiesa—... Es complicado... hoy te cuento, Cinthya. Solo promete que serás la responsable y no te embriagarás tantísimo. Necesito a alguien que me lleve por si quedo semi inconsciente —bromea.
—Bien.
Andy se aproxima a nosotras y cerramos el pico para fingir que hacemos algo con las manos. Pensando que va a pasar de largo no le prestamos mayor atención pero entonces se ubica frente a nosotras, haciendo que elevemos nuestras caras a él.
—Debo hablar contigo —anuncia, señalándome.
Inmediatamente imagino lo peor pensando que me va a despedir por tantos permisos que he pedido esta semana por mis problemas personales.
Da la espalda y se retira a su pequeña oficina con la intención de que yo lo siga. Conecto miradas con Gianella un segundo y ella se encoge de hombros aunque sé que el pensamiento pesimista también cruza por su mente. Sigo a Andy y al entrar a su oficina, cierra la puerta y con su mano indica que me siente.
Y aquí está Cinthya, siendo incapaz de mantenerse callada.
—Andy, lamento mucho todos los permisos que he pedido —Muevo mis manos llena de ansiedad y... Dios, debería callarme, pero no lo hago—. He tenido problemas y me fui de casa y... no me despidas, trabajaré sin descanso lo que necesites pero necesito el empleo, yo sé que soy medio torpe pero le pongo mucho empeño y...
—¿Qué? Cállate —ordena. Muerdo mis labios con fuerza y él me observa con su fastidio de siempre. «Irritado» es una buena palabra para definir su expresión—. No es por eso que te llamé.
—¿Ah, no?
—No. Llevas poco tiempo acá pero te ha ido mejor que a muchos que han pasado —dice—. Y por eso quería ofrecerte el puesto de Cielo.
Mi distraído cerebro tarda en amasar esas palabras. ¿Escuché bien? ¿El puesto de Cielo? Pude haberlo imaginado, sí, eso suena como algo que yo inventaría por mi desprecio a Cielo, aunque...
—¿De Cielo?
—Sí, ella dejó de trabajar ayer exactamente y... está la vacante —informa. No había notado que hoy ya no está, aunque supongo que pensé que estaba descansando. No, en realidad no lo había notado—. Me parece tedioso enseñarle a alguien completamente nuevo, en cambio tú ya tienes más o menos las bases. Cielo era supervisora, en pocas palabras tienes más voz que los demás empleados y debes estar pendiente de que las cosas no se salgan de control.
—Gracias por considerarme...
—Entrarás media hora antes de lo que lo haces ahora —interrumpe, hablando mecánicamente— pero saldrás a las tres todos los días sin falta, a menos que hagas horas extras desde allí. Solo trabajarás dos domingos al mes y el sueldo sube un poco.
Juro que casi veo el halo alrededor de Andy por la oportunidad que sus palabras representan. Es como un milagro de las oportunidades.
—Entonces, ¿te interesa?
—Emm... Sí, claro. Por supuesto.
—Perfecto. Mañana descansas, ¿correcto? —Asiento—. Bien, entonces a partir del jueves estás como supervisora. Eso es todo, puedes irte.
Su vista vuelve instantáneamente a la pantalla de su computador y empieza a teclear cifras. Me levanto con cautela y pongo la mano en la perilla, aún muy estupefacta como para sonreír. Abro y cruzo el umbral, antes de que cierre a mis espaldas, escucho su voz de nuevo.
—Hey... —Es de las pocas ocasiones en que me observa directamente a los ojos ya que siempre están en alguna planilla o en otro lado. De nuevo pienso que son unos de los ojos más bonitos que haya visto. Un esbozo de media sonrisa ladeada se asoma en sus labios—. Bienvenida de nuevo... Cinthya.
¡Me dijo Cinthya! ¡Y me sonrió! Ya no me odia. No es que sea mi mejor amigo, pero sí, es genial que ya no me desprecie.
Gianella como buena amiga y compañera me está esperando junto al mostrador y al verme con mi despampanante sonrisa, sonríe igual y pregunta.
—¿Qué pasó?
—No estoy segura... —musito— pero... Tengo el puesto de Cielo a partir del jueves. ¡Soy supervisora! O... algo así.
—¡Genial! —chilla, completamente animada. Me agrada mucho su personalidad explosiva—. Una razón más para salir hoy. Debemos celebrar.
Ni siquiera alguien a punto de saltar de un precipicio puede sentirse más temeraria que yo entrando a una discoteca. Lo sé: ridículo, pero jamás lo había hecho y es una sensación increíble de libertad. El padre de Gia sí nos trajo y Gia quedó de llamarlo para que nos recoja.
Gia me tomó el brazo desde que entramos para no perdernos en el tumulto de gente y así, siendo amasadas por muchas personas, llegamos a la barra donde una chica de pelo rojizo nos atiende, dándonos dos tragos.
—Normalmente no está tan lleno un miércoles —excusa Gia, casi gritando.
—¡Qué importa!
Desviando la vista un poco se ve el motivo de la conglomeración de jóvenes hoy: hubo (porque creo que ya acabó) un partido de fútbol del equipo nacional y lo trasmitieron en unas pantallas gigantes que hay. Supongo que ganaron porque todos se ven felices.
Con dificultad nos hacemos hueco en una de las mesas más alejadas de los parlantes para poder charlar cómodamente. Entre las dos compramos la botella de vodka que ahora reposa en la mitad de la mesa junto a las copas. Tomamos tres tragos cada una. Ya que no soy una bebedora regular, no sé qué tanto deba beber. Por ahora el licor me ha quitado el frío y un poco el estrés así que estamos bien.
—¿Sabes? —empieza Gia, tras el quinto trago—. Uno pensaría que una amistad de doce años no va a terminar sin motivo ni razón de un momento para otro.
—¿Julián? —pregunto en reflejo aún conociendo la respuesta. Asiente, haciendo un puchero con su labio inferior—. Quizás él no te merece.
—Eso no impidió que me enamorara de él hace cinco años —confiesa. Creo que a ella ya le agarró el licor un poco más—. ¡Cinco años, Cinthya! ¿Cómo puede ser que las mujeres seamos tan estúpidas a veces?
—No eres estúpida, Gia.
—Estábamos en el colegio —inicia— y yo tenía un novio amable y dulce y una reputación de mujeriego y toda esa mierda que nos gusta a los quince... Julián me celaba. O eso creía, quién sabe... yo no sentía nada por Julián y nunca le presté atención y entonces el imbécil decidió así no más besarme... —Arruga sus cejas en una mueca graciosa de indignación. Me siento mal por ella—. ¡Besarme! A él le pareció lo más gracioso del mundo porque yo era «la mejor amiga» y no iba a sentir nada y él quería tener su primer beso para practicar porque tenía su primera cita ese día...
—¿Fuiste su primer beso?
—Eso me dijo... Pero ¡para practicar, Cinthya! —aclara. Sus ojos se cristalizan—. Lo que el imbécil no sabe es que lo único que hizo fue hacer que yo me enamorara... Terminé con mi novio y desde ese día lo veo con sus distintas novias cada tanto y debo aguantar eso porque a mi puto corazón no se le ocurrió fijarse en algún otro maldito sino en él.
—No es tu culpa. —Deja la copa de lado y bebe directamente de la botella sin pensarlo dos veces. Cuando veo que lleva bastante le quito la botella con tacto aún cuando reniega.
—¡Y luego llegas tú! —grita—. Y haces en dos palabras lo que yo no he hecho en cinco años... lo atraes y lo traes estúpido tras de ti.
Guardo silencio sin saber si es una acusación solo se está desahogando. Mueve el cuerpo para quedar bien cerca a mí, mi vista ya está un poco borrosa y debo admitir que las cosas a mi alrededor se mueven un poco pero aún estoy bastante consciente. Gianella sirve ambas copas y me tiende una, que dejo de lado porque no creo que sea conveniente.
—Lo siento, Gia.
—¡No! ¡No, Cinthya! —Pasa su mano por mi hombro lo que me facilita enfocarla por la cercanía. Ella está a unas palabras de echarse a llorar—. No es tu culpa. Eres muy amable y por eso le gustaste... a mí me agradas y admiro que no hayas querido salir con él por mí... al menos eso me dijo él.
—Eres una buena amiga, no te haría eso.
—¡Exacto! Eres la amabilidad en persona así que no lo juzgo a él por fijarse en ti. Solo... no es justo, ¿sabes? Yo quiero dejar de verlo así pero no puedo... no hay nadie aparte de él y eso me enoja conmigo misma por ser tan masoquista.
—No eres masoquista, solo te enamoraste.
—Tú eres tan amable —repite—. Ojalá el mundo fuera no-egoísta como tú.
Puede ser el licor que hace que la culpa me apuñale más duro cuando dice esas palabras pero decido ser completamente sincera aún sabiendo que puede salir mal.
—Gia, debo decirte algo... —anuncio. Su frente estaba casi pegada a la mía así que se separa un poco para escucharme. Toma un trago y me observa—. Yo... se me escapó una vez con Julián que tú estabas enamorada de él.
Por un segundo parece que su embriaguez se desaparece al escuchar mi confesión. El brazo que tenía sobre mí se retira y mueve el cuerpo dejando mucho espacio entre nosotras.
—Me... me estaba invitando a salir y yo ya no sabía cómo decirle que no... y... y se me salió... perdón, Gia. No debí...
—Sí, no debiste —espeta—. ¡Claro! Por eso es que no me habla. Es... —Vuelve sus ojos repentinamente hacia mí, llenos de ira— ¡ES TU CULPA!
Se pone de pie de un brinco y empieza a sortear gente para salir. Dejó incluso su bolso así que agarro ambos y salgo tras ella. Gia está en definitiva más ebria que yo y no voy a dejar que la atropelle un carro o algo.
Acabo de descubrir que no hay sensación más extraña que sentir el viento helado en la cara estando en estado de embriaguez. Es como si todo el licor decidiera acentuarse más fuerte aturdiendo la vista y el oído, amortiguando todo y haciendo que la borrachera se sienta como un corrientazo en todo su esplendor. Me toma unos segundos aceptar que estoy ebria y saber que debo mantener el equilibrio.
Alcanzo a Gia y la tomo por el brazo. Ella trata de soltarse pero no es dueña de sus extremidades.
—¡Suéltame! —balbucea—. Es tu culpa que Julián no —Hipa— no me hable...
—Perdóname, Gia. Te juro que no era mi intención.
Entonces empieza a llorar desconsoladamente. Dios, no puedo creer que esté en plena madrugada en algún lugar desconocido viendo llorar a una buena amiga por mi culpa. Sí... la primera experiencia seria con el alcohol, no me salió tan bien.
—Julián no me quiere —solloza en mi hombro. Miro en ambas direcciones, Gia de tambalea y en una ráfaga de viento mantengo la falda de su vestido para que no se levante. Gracias al cielo yo vine en pantalón.
—Él se lo pierde —trato de razonar—. Vales mucho, Gia, no llores... —Se desestabiliza y hago un mega esfuerzo en no dejarla caer—. Oye, ¿tu papá dice algo si te ve así?
—No... Deja lo llamo y que pase por nosotras.
Debería darme un miedo extranatural estar en una fría calle a estas horas y medio –más allá que acá– ebria pero es un sector de clubes así que hay varios grupos o parejas iguales o peores a nosotras. El padre de Gianella llega al cabo de unos minutos y ayuda a su hija a subirse, me subo junto a ella en el asiento trasero y Gianella cae dormida casi de inmediato. Espero que no la regañen mañana. Mis párpados pesan pero decido esperar a llegar. El señor me deja donde me recogió, frente al edificio y luego de agradecerle, me bajo.
Saco mi celular mientras el elevador abre sus puertas y veo que son las 3:17 de la madrugada. Mis pies dueles a pesar de no haber bailado ni una canción y todo me da vueltas. Subo al elevador y hago un esfuerzo por enfocar el piso correspondiente. Apoyo la cabeza en la pared y antes de que las puertas se cierren, una mano las detiene. No lo veo porque llevo los ojos cerrados pero su aroma lo delata.
—¿Colibrí?
Su voz me encanta, es como el mejor de los sonidos que he escuchado en toda mi vida. Mis manos van en mis bolsillos y evito abrir los ojos. Estando así y luego de la conversación con Gia como que estoy más consciente del maldito enamoramiento grave que tengo con Luka y me deprime la situación general de todo.
Las puertas se cierran.
—Hola, Luka.
—¿Por qué llegas tan tarde? Son las... casi las tres y media. —Me encojo de hombros, sin poder esconder una infundamentada sonrisa.
—¿Y tú?
—Estaba trabajando —responde en reflejo—. ¿Por qué no me miras?
—No quiero —confieso. Se acerca. Siento el calor de su cuerpo junto al mío.
—Estabas bebiendo —sentencia. Sonrío.
—¿Cómo lo sabes?
—Hueles a licor. —Su aliento roza mi mejilla. Separo la cabeza de la pared y abro mis ojos. Apenas y lo enfoco, además de que el bombillo del elevador es bastante débil—. Estás ebria.
Nadie me advirtió que el licor hacía que los deseos salieran más a flote que de costumbre y un estremecimiento me recorre al tenerlo tan cerca. Desvío los ojos a sus labios sintiéndome mal por los pensamientos que deciden formarse en mi ebria cabeza.
—Un poco.
—Deberías ver tus ojos y ver «lo poco» ebria que estás.
—No importa. —Me muevo quedando junto a las puertas. No quiero tenerlo tan cerca, creo que puede terminar en una estupidez dejar que las neuronas muertas por el licor tomen el control.
—¿Por qué huyes de mí?
—Eso me preguntaste la segunda vez que nos vimos en el Hogar de abuelos —recuerdo.
—No vas a responderme que estabas en el baño de nuevo —rebate—. ¿Por qué te alejas?
—No te quiero cerca justo ahora.
Tampoco se me advirtió de que el poco filtro que tienen normalmente las palabras se va junto con la lucidez. Aunque resalto que el licor también se lleva mi botón de los sonrojos así que eso sí es genial. Luka sonríe coqueto igual que siempre que quiere burlarse de mí y yo suspiro. El elevador abre sus puertas y salgo rápidamente con Luka detrás. Me intercepta, quedando justo frente a mí. Aspiro su aroma e intento rodearlo aunque sin éxito.
—¿Por qué?
—No me dejas pensar con claridad.
—¿Qué tanta claridad puedes tener así de borracha en todo caso? —Mis manos se agarran de su camiseta, casi suplicantes de que se aleje. Agacho la mirada, enfocando sus zapatos.
—La suficiente para no quererte tan cerca.
—Eso no es una razón.
—Bien, te digo la verdad entonces... —Miro sus lindos ojos amielados en la oscuridad del pasillo—. Quiero besarte. Deseo demasiado besarte pero no lo haré así que... con permiso.
Lo rodeo esta vez consiguiéndolo y busco con dificultad las llaves en mi bolso. Cual ventisca en noche tranquila, Luka llega y se planta de nuevo frente a mí, con la diferencia de que esta vez con sus manos acuna mi rostro y con una pregunta implícita en el brillo de sus ojos y una respuesta en un suspiro de mi parte, me besa. Todo mi ser se rinde siempre ante el contacto de los labios de Luka. Baja una de sus manos y rodea mi cuello, enterrando suavemente los dedos en mi cabello. El corazón me salta como loco y quema en esa pasión que desprende. Un jadeo muy suave se me escapa sin la más mínima vergüenza y Luka lo degusta, yendo a mi cuello donde deja un delicado mordisco que sabe a caricia y lanza un temblorsito a todo mi sistema nervioso.
Solo basta un segundo de aire fresco que agarro cuando estiro el cuello hacia atrás para darme cuenta de lo que sucede y decirme que está mal. Que Luka no es nada mío y que no lo va a ser; que no voy a llegar a más porque no es así como quiero que sea y más aún porque me estoy confirmando lo peor que puede ocurrirme justo ahora: estoy enamorada de Luka Greisnar.
Mi respiración tan trabajosa como la suya chocan en el silencio del pasillo y consigo la fuerza suficiente para separarme, aunque no sin antes besarlo una vez más, degustando su sabor y acariciando su cabello. La forma medio brusca de soltarme es como un golpe seco que rompe aquel abismo en el que estábamos, dejándonos caer de nuevo en la realidad.
—Vete —pido. Puedo ver la confusión en su rostro e intenta acercar su mano, rehúyo per él consigue tomar la tela de mi chaqueta—. No, digo, me voy.
—Colibrí...
—Solo suéltame. Debo dormir.
—No pretendía...
—Por favor, Luka. Realmente debo alejarme de ti justo ahora.
Levanta ambas de sus palmas, dejándome libre de su agarre. Con las llaves en mis manos me alejo hasta el final del pasillo, donde queda mi apartamento. Antes de entrar, miro hacia donde está Luka, aún me observa. Nos separan unos ocho metros.
—Descansa, Colibrí.
Su cabello rubio brilla como nunca antes gracias a una sutil bombilla desnuda frente a su puerta, pero el brillo no le llega a la sonrisa, al menos no la alcanzo a ver. Asiento, sintiendo ganas de llorar y sin responder, entro. Ya en mi soledad puedo con toda calma regañarme por haberme enamorado de Luka.
Gia tiene razón: algunas mujeres somos estúpidas, somos masoquistas y amamos a quien no nos corresponde. Y aún sabiéndolo, eso no le importa al puto corazón.
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