V E I N T I N U E V E
Parece que también me engañaron con lo de la resaca o las lagunas. O quizás no bebí tanto para llegar a eso. No me duele nada y recuerdo todo, incluyendo el infortunado descubrimiento/aceptación de que me enamoré del vecino. No sé exactamente cómo proceder desde acá ya que literalmente nunca había llegado tan lejos, solo sé lo triste que me siento de no ser nada con él. Es decir, yo sabía que iba a terminar enamorándome a lo pendejo e imprudente pero esperaba tardar más.
Aún tengo muchísimo que organizar acá porque ayer por salir no hice nada y aún hay ropa y cosillas qué desempacar. Debo admitir que esto de estar sola no es tan bonito, debo levantarme a preparar algo de desayunar si quiero comer y ahora sé que lo que necesite, debo hacerlo yo o no se hace. A eso no estoy acostumbrada, pero debo acostumbrarme y ya. Como hace una semana no lavo ropa y ya se me acaban las camisetas limpias, decido ir a la lavandería. Según el casero queda abajo en el sótano y está siempre abierta y ya que es miércoles tengo la esperanza de que no haya tanta gente.
Cargo mi lona de ropa sucia y saco dinero, mi celular y mis audífonos. Luego del primer piso, debo bajar diecinueve escalones y llego al desolado lugar que de no ser porque estoy segura que es el mismo edificio me asustaría por su aspecto, parece de película de terror y como la luz del sol no llega a estos lugares, se ve tétrico. Coloco mis audífonos y prendo la música para olvidar donde estoy y solo lavar la ropa. Al menos no es difícil usar estas lavadoras. Tomo dos lavadoras para que toda la ropa salga al tiempo y me siento en el suelo, cruzada de piernas. Intento con todas mis fuerzas ignorar el tintineo escalofriante de la luz del techo que combinado con el ajetreo de las máquinas me asustan un poco.
La música se detiene cuando una llamada entra. Sonrío al teléfono antes de contestar.
—Hola, Kevin. ¿Cómo estás?
—Hola, Cinthya. ¿Dónde andas? Hoy descansas, ¿no?
—Sí, hoy descanso. Estoy en el sótano del edificio, lavando ropa. Es sorprendente que haya señal en este hueco.
—Oh, con razón. Ya bajo, estoy en tu edificio, frente a tu puerta.
Y sin decir más, cuelga. Me levanto del suelo y voy sacando la ropa que casualmente ya estuvo seca. Al cabo de unos segundos, Kevin entra con un muffin de glaseado azul en su mano, con una velita en la parte superior. No puedo creer que lo olvidé.
—¡Feliz cumpleaños! —Se acerca de un solo paso y uno de sus brazos me apretuja fuerte. Al alejarse, alza el pastelito a mis ojos—. Pide un deseo.
Me toma un segundo descongelarme de mi asombro y ternura. Soplo la velita con el deseo sencillo en mi mente sin esperanza real de que se haga realidad y Kevin deja un beso en mi mejilla para luego mirarme de pies a cabeza.
—¿Por qué estás en esas fachas? ¡Es tu cumpleaños!
—Sí... yo lo había olvidado —murmuro—. Supongo que con todo lo que ha pasado no estoy muy en humor de celebración.
—¡Hay muchísimo qué celebrar! Te fuiste de casa y eso implica estar libre de la loca de tu madre, sin ofender. —Niego con la cabeza ante su chispeante humor de hoy—. Tienes empleo, un techo, un abuelo postizo, comida, un amigo y un muffin. ¿Qué más le pides a la vida?
Su blanca sonrisa llena de picardía y de cariño me hacen ver que realmente tengo mucho. Kevin es tener mucho, él es casi todo lo que tengo.
Observo el pastelito como si fuera el mayor de los tesoros porque así lo siento. Y más que haya tenido el detalle de venir, significa muchísimo para mí.
—No sé qué haría sin ti, Kevin.
—Ni idea, pero conmigo vas a salir. Como soy pobre, solo te voy a llevar al parque de unas calles y te invito un helado.
—Me parece perfecto.
—¿Ya casi acabas acá?
—Solo me falta sacar lo de esta. —Toco la secadora, ya apagada—. Me cambio y salimos.
Acabo de sacar la ropa y Kevin ayuda llevando la lona de vuelta arriba.
—Ayer salí con Gianella —comento a Kevin en el elevador—. Fuimos a un bar en el centro.
—Llevas una semana fuera y ya tienes vida social —bromea—. ¿Qué tanto te embriagaste?
—Recuerdo todo y no tengo resaca así que supongo que no tanto. —Suspiro y Kevin se queda mirando, sabiendo que eso significa que le voy a contar algo—. Me encontré a Luka cuando llegué.
Como era de esperarse, los pensamientos de un adolescente como Kevin toman el carril más equivocado... bueno, no tanto pero en este caso sí es el incorrecto.
—¿Tú y él...?
—¡No! Solo... solo no. Pero tenías razón —confieso—. Con lo que dijiste hace unos días.
—Te enamoraste. —Asiento y su lástima se refleja en sus ojos—. Te lo dije. Sé que ya lo sabes, pero te lo dije.
—Sí, yo también lo sabía y aún así me siento estúpida.
—Ni siquiera te voy a contradecir eso —burla. Río y le golpeo suavemente el codo. Con su brazo libre me atrae y me abraza. Hago un puchero y la puerta del elevador se abre—. Vamos, no pienses en eso.
Saliendo, veo un rostro conocido acercándose. Me alivia un poco saber que no es Luka. Gabriel me sonríe y luego mira a mi compañero descaradamente de pies a cabeza.
—Hola, Caro.
—¿Cómo estás, Gabriel? —Señalo a Kevin—. Él es Kevin, un amigo. Kevin, él es Gabriel, el mejor amigo de Luka.
Estrechan sus manos con aparente amabilidad y Gabriel desvía la mirada al muffin en mis manos.
—¿Quién cumple años?
—Yo.
—¿Qué? ¿Por qué no lo sabía? Feliz cumpleaños. —Me abraza y palmea mi espalda con su mano, dejando un beso en mi mejilla.
—Ni yo lo recordaba.
—¿Qué tan loca debes estar para no recordar tu propio cumpleaños, Carolina? —inquiere el moreno.
—Parece que mucho. —Veo que va en chanclas y camiseta, posiblemente recién levantado—. ¿A dónde vas?
—Solo a la tienda. Te veo más tarde.
Se despide y seguimos nuestro camino a mi apartamento. Kevin entra y mira en todas direcciones con la desaprobación en sus ojos. Resoplo.
—Aún no está totalmente arreglado, ¿De acuerdo? Falta mucho.
—Muchísimo, diría yo.
—Solo siéntate donde sea y espérame.
—Bien. —No se sienta sino que se recuesta en mi cama mirando al techo—. ¿Cómo haces sin televisor acá? Esto es aburrido.
Llevo un vestido sencillo y no muy bonito al baño para ponérmelo. Hace sol y es mi cumpleaños así que puedo usar algo que muestre un poco de mis piernas, aunque no haya mucho qué mostrar. Le respondo a Kevin desde el baño:
—Con música, o solo mirando el techo.
—Es aburridííííísimo... —gruñe, o eso me parece y retoma el tema del elevador—. ¿Cómo es eso de que ya sabes que te enamoraste del tonto ese?
Con el vestido a medio camino, suspiro.
—Anoche lo besé —respondo— y no sé... fue como un aviso de mi mente. Sabía que eso pasaría porque, vamos, soy yo... pero aún así es chocante.
—¿Y por qué es chocante? Quizás y el tonto te corresponde.
—No es así, Kevin —objeto—. Tú lo has visto y por más que seas hombre eres consciente del tipo que es. Él no se va a fijar para algo serio en alguien como yo.
—¿Cómo que alguien como tú? Tienes dos brazos, dos piernas, dos ojos y a veces parece que dos corazones. Eres igual que cualquier chica... en el buen sentido.
—Hombres como él no miran exclusivamente los sentimientos —explico—. Eso de «bonita personalidad» no es suficiente.
Salgo del baño descalza y con mi vestido. Kevin ni se mueve de su lugar. Hemos tenido esta conversación antes un par de veces, siempre lo mismo que dice un amigo o un hermano o un abuelo de «tú vales mucho» y «eres hermosa por dentro».
—Pero tú eres bonita no solo de personalidad, Cinthya. Si fueras mi tipo estaría echándote los mejores piropos de camionero —dice. Reímos al tiempo—. Pero me gusta mi vecina.
—Eres mi amigo, es tu deber decir esas cosas. Y solo para el registro, con piropos de camionero no me conquistarías.
—Hey, Cinthya, ¿Tú padre es pastelero?
—¿Qué? No...
—Porque cuando te hizo, salió el mejor de los bizcochos —concluye.
No hay mayor carcajada que la que sale de mi tórax justo ahora. Kevin ríe conmigo y me lanza una de mis almohadas.
—Eres un imbécil.
—Sí te conquistaría con mis piropos de camionero —afirma—. Algo como: «Quién fuera pantalón para estar en tus nalgas». Eso enamora.
—Por Dios, debes estar bromeando. Jamás, nunca de los nunca le digas eso a tu vecina.
—Claro que no. Para ella reservo los mejores —asegura—. Solo es un chiste, tontina. Necesitas reírte más, no quiero que te apagues y te vuelvas una vieja amargada solo porque el tonto no ve lo mucho que vales.
—Yo quiero al tonto —mascullo. Kevin se sienta completamente y me sonríe—. Quizás deba comprar un pez.
—Y le ponemos Dorothy. —Se levanta de la cama y me lanza los zapatos que estaban juntos a ella—. Vamos, el sol te va a quitar esos pensamientos pesimistas de peces. Si él no te quiere, ya llegará otro. Si tuviera un dólar por cada amor no correspondido...
Deja la frase en el aire y la curiosidad me pica.
—¿Cuánto tendrías?
—Solamente tu dólar porque yo no me he enamorado, pero ese no es el punto.
—Te odio.
Un amigo como Kevin vale más de mil amores así que es cierto que no debo quejarme. Aunque eso no significa que ignore el hecho de lo que sucede con el rubio, Adam me dijo que en algún momento va a dejar de ser suficiente la amistad que Luka me brinda pero ese momento no ha llegado. Aún lo quiero a mi lado aún como vecino y amigo únicamente, supongo que mientras él siga soltero puede seguir funcionando mi enamoramiento dentro de lo platónico.
Es como si estuviéramos juntos, solo que él no tiene por qué saberlo. Es más de lo que he tenido en algún momento antes.
Cerca de las tres de la tarde Kevin decide que es momento de irse y me deja a un par de calles del edificio para tomar su autobús. Creo que ya la otra semana empieza a estudiar de nuevo así que tendremos menos tiempo de vernos. He querido escribirle a Gia para asegurarme de que no está enojada conmigo pero esto de la independencia incluye pagar mi propio Internet y como realmente no es que chatee con mucha gente lo veo innecesario y estoy incomunicada por ahora. Mañana nos veremos de igual manera.
Kevin tenía razón con lo de que el sol me quitaría los humores pesimistas. El día realmente está caliente y la calidez del sol acaricia mis brazos y mi rostro.
Debo ir a preparar algo de comer porque es casi hora del almuerzo y ya tengo hambre, aunque puedo comer el muffin mientras tanto. Aún falta una calle y un perrito pequeño, de pelo corto y negro se me atraviesa. Me mira, sentándose frente a mí.
—Hola —saludo, agachándome a su nivel. Está despeinado y le hace falta un baño pero es muy quieto—. ¿De dónde saliste?
Toco su cuello y no tiene collar, miro en todas direcciones y no parece haber nadie buscándolo o siguiéndolo. Le acaricio la cabeza y me lame la mano.
—Ven.
Así como cuando uno le habla a un animal con más cariño que a una persona, lo llamo para ir a la tienda más cercana. Allí le compro una salchicha pequeña que engulle de un bocado. Saca su lengua y me agradece con un ladrido.
—Me voy.
Emprendo caminata a mi edificio y en silencio y educadamente, el perrito me sigue, meneando su cola y con su lengua afuera. Freno en seco antes de llegar al edificio y con mi índice le digo que se vaya. El perrito se sienta con la espalda recta y mete su lengua.
—Shhuu... Vete...
No se mueve. He escuchado que no hay mirada más sincera que la de un animal ni mayor lealtad que la de un perro. Una loca idea llega a mi mente: quizás cuando cerré los ojos al apagar la velita esta mañana y desear con todas mis fuerzas un amor sincero, la empresa mágica encargada de cumplirlos sabía que eso solo lo iba a hallar en un animal y por eso puso a este can en mi camino.
Sabes que se te fue un tornillo cuando piensas que un perro es la señal divina de tu destino. Yo ya estoy ahí en ese punto de locura, ya qué.
Me agacho de nuevo y lo analizo fijamente. El perrito incluso parece que aguanta la respiración esperando alguna palabra de mi parte.
—Quizás eres mi nuevo compañero de aventuras —digo al perro—. Bien, como eres un perro y obviamente no me vas a responder y como estoy loca por apostar mi destino a un animal, lo pondremos así: me voy a levantar y caminaré hasta allí —Señalo la entrada del edificio—. Si quieres quedarte conmigo, sígueme pero te prohíbo irte después.
Incluso hablar con una pared tiene más sentido. Me río de mí misma y palmeo la cabeza del Sin nombre para luego ponerme de pie. Él no se pone de pie, ni siquiera se mueve. Camino hacia la entrada mirando tras de mí cada tanto y el perro no se mueve. Cuando estoy a tres pasos de la puerta, giro totalmente sobre mi eje y pongo mis manos en la cintura.
—¡¿Y bien?! —grito al perro—. ¡Ven!
Si hasta un perro me rechaza, ¿qué puedo esperar de la vida? Lo observo un segundo y suspiro, sucumbiendo a mi locura y entonces el perro arranca una carrera hasta mí. Cuando llega, se ubica a mi lado, dispuesto a entrar. El vigilante lo ve y se pone de pie.
—¿Es suyo, señorita?
—Sí... —titubeo—. ¿Está bien que esté conmigo? Mi mamá no lo quiere mucho y por eso lo traje...
El joven vigilante lo observa a él y luego a mí y luego a él de nuevo. Como si Sin nombre supiera, se sienta juicioso y lo observa con esa ternura propia de los animales.
—Desde que no sea ruidoso en las noches y no cause problemas a los vecinos, está bien.
—Genial. Vamos... tú... —El perro obedece y subimos al elevador. Oprimo el botón y me inclino a él—. Bien, voy a ser una grosera mirando debajo de ti.
Le levanto una pata con cuidado y no es él, es ella. Mejor aún. Es una raza criolla y dudo que sea adulta, debe tener unos meses. Apuesto a que es de esos que son flacos pero crecen mucho. No importa, ahora es mía.
—Debemos buscarte un nombre. Por ahora serás Cachorra.
Las puertas del elevador se abren y Cachorra sale corriendo mostrando así su emoción propia de la edad que tiene. Agarra para el lado opuesto y le grito que vuelva, obedece de inmediato pero arranca velozmente al otro lado.
—¡Cachorra! ¡No corras!
La alcanzo justo cuando se detiene frente a la puerta 52. Maldición. Si este animal también prefiere a Luka sobre mí, la dejo en la calle por desagradecida. Al llegar a esa puerta veo que quién le hace mimos es Denny y no el rubio.
—Hola, Denny.
—Hola, Cinthya. ¿Es tuya? Necesita un baño y ¿por qué yo no la conocía?
—Es mía desde hace dos minutos —explico—, aunque parece que ya no me quiere.
El animal entra a su apartamento y creo que ya perdí su custodia. ¿Por qué no soy primera opción ni de los animales? La miro con el ceño fruncido y algo decepcionada. Elevo la vista a Denny y este me sonríe.
—Feliz cumpleaños, Gabriel recién me lo dijo.
—Gracias. Ni yo lo recordaba.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunta.
—Voy a prepararme algo de almorzar y luego creo que voy a dormir.
—¡Es tu cumpleaños! —objeta, incrédulo.
—Será una siesta de cumpleaños.
—Estás loca, no puedes quedarte en casa en tu cumpleaños.
—¿Quieres que salga a la calle a celebrar con el poste de luz o...? —bromeo. Veo a la perra pasar de un lado al otro del apartamento.
—Podemos salir a tomar algo —propone—. Un helado, una cerveza, una botella de agua. Lo que sea, linda. Debemos celebrar.
—Eres muy atento, Denny, pero no estoy de muchos humores ahora. Solo quiero dormir.
—Luka va a ir —contrapropone. Si supiera que él es en parte la razón de mi decaimiento. Bueno, no. Luka no tiene realmente la culpa.
—No sé...
—¡Decidido! Supongo que trabajas mañana así que pásate a eso de las seis, salimos un rato y volvemos temprano. Llevas a... ¿cómo se llama?
—Por ahora Cachorra —murmuro. Denny enarca sus cejas—. La conozco hace pocos minutos, no le he dado nombre.
—Como se llame, puedes llevarla. Vamos al parque del centro, hay puestos de comida y mucho césped.
Me ve resoplando y prefiere pasar de mi desentusiasmo. Me codea y finalmente sonrío.
—De acuerdo, pero solo un rato. Quiero dormir para madrugar mañana. —Asomo la cabeza y la perra no se ve por ningún lado—. Ya Cachorra no quiere estar conmigo. Eso es muy triste.
—Llámala a ver qué pasa. No hay nadie más, no vas a molestar.
Asomo del todo la cabeza y grito desde el umbral.
—¡Cachorra! —Nada. Ni siquiera ladra—. ¡CACHORRA! ¡Vamos!
No sale y me resigno a irme. Total y solo pase conmigo a ratos porque prefiere estar acá. Suspiro y doy media vuelta.
—Vienes al rato por ella —dice Denny.
—Sí...
Justo cuando la puerta va a cerrarse a mis espaldas, Sin nombre llega como un vendaval y sale, posándose a mi lado. Denny cierra y camino las dos puertas hasta mi apartamento.
—Pensé que de verdad me ibas a dejar —susurro una vez entramos—. Bienvenida a tu nuevo hogar.
La perrita entra tímidamente olfateando a su alrededor. Ahora su nombre. Su color es negro pero no voy a ponerle solo Carbón o Azabache. Es una perrita, Sasha es muy usado, Preciosa suena muy empalagoso, Deisy es el perro de Julián... Hally, no... Keyla, no..., Lucy, naahhh...
—Hey... —llamo su atención—. ¿Felicia? —La perrita ladea su cabeza—. ¿Greisy? —No se mueve—. ¿Paquita? ¿Luna? —Pega un ladrido fuerte, moviendo su cola. En mi locura quiero pensar que ese le gusta—. ¿Luna? ¡Luna! Desde ahora, eres Luna.
Quizás el amor animal es el único al que algunos podemos acceder. Luna parece ser justo lo que necesitaba en mi vida.
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*La lección del día está bien qlera. Yo no estar inspiradeishon, ni siquiera estoy tan conforme con el capítulo ;-;, no sé... eso es lo que hay anyway :'v*
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