V E I N T I C U A T R O


Sinceramente no quiero sonar desagradecida o mala persona pero jamás en mis veinte años de existencia había sentido este odio por mi madre.

No he parado de llorar en lo que me ha parecido una maldita eternidad y siento que en cualquier momento me voy a derrumbar. Mamá podrá excusar como quiera lo que hizo, pero ¿dentro de la mente de cual Jesús, según ella, cabe la idea de golpear un hijo hasta el cansancio como algo positivo?

Trato de ladearme en mi pequeña cama sintiendo la punzada en mi costado izquierdo, obligándome a volver hacia el otro lado. Un jadeo se aloja en mis labios cuando mi mano viaja hacia ese punto de dolor y palpo con mis dedos la marca repetitiva de la correa de cuero que mamá usó. Ya estoy cansada de llorar y me digo que no voy a hacerlo pero este es uno de esos dolores que hacen que las lágrimas broten solas, así no más.

No voy a repetir todo lo que mi madre dijo cuando llegué de trabajar ayer antes de su arranque de ira, solo diré que jamás había escuchado que alguien condenara verbalmente de esa manera a una persona; mi madre asegura que iré a arder a lo más profundo del infierno y que no hay nada que compense mi ofensa a Dios al siquiera pensar en apoyar a las personas que según ella son la abominación en tierra. Cometí el error de responderle en una ocasión y mi mejilla pagó las consecuencias.

Mis ojos están hinchados de llorar y al tomar una ducha los dolores se acentúan en ciertos lugares y los músculos de destensan en otros. Me cuesta un poco agacharme y mis piernas duelen con cada paso pero me decidí a no mostrar eso a mis padres. Lo único que me queda es mi supuesta fuerza interior que a veces siento que no sirve para un carajo. El frío, sumado a que no he querido bajar a comer nada y a mi estado físico, me tienen temblando desde que me levanté, aunque me he envuelto en dos sacos y tres cobijas.

Cerca de la una, un mensaje de texto entra a mi celular. Luka sabe que no cargo Internet en el trabajo así que por eso el mensaje de texto.

¿Por qué no estás trabajando? Habíamos venido con Mateo para salir un rato contigo.

Me enfermé. Lo siento.

¿Qué tienes?

Solo gripa. No te preocupes.
Yo creo que mañana trabajaré normal.

¿Segura, Colibrí?
¿Quieres que te lleve algo?

No.
Estoy bien, Luka.
Gracias.

Bloqueo la pantalla sin estar dispuesta a responder nada más. Mi respiración se hace trabajosa a cada segundo que pasa y mi puerta abriéndose me sobresalta. Mamá entra como si nada, buscando ropa en mi armario.

—Dylan ha venido, Cinthya. Levántate —dice animosa. Me repito que es mi madre para no soltar un improperio.

—No quiero. Me duele la espalda. —Trato de imprimirle acusación a mis palabras pero parece que no es suficiente para que ella lo note, más porque parece que mi respuesta la ofendió.

—No te estoy preguntando si quieres.

—Casi no puedo ni moverme, mamá. Por tu culpa.

—Te lo buscaste —responde simplemente. Ya estoy en el peor de los estados así que no tengo mucho que perder.

—No me voy a levantar.

—Te lo pondré así: te levantas y sales con tu novio o te olvidas de tu preciado empleo.

Mi madre sabe cuáles son mis debilidades y mi trabajo, mi único símbolo de independencia es una de ellas. Ahogo un sollozo y me levanto de mi cama sintiendo cada hueso crujir. Mamá llega hasta mí y trata de poner su mano en mi mejilla, me retiro con indignación y ella suspira con aparente tristeza.

—Ya lo entenderás. Ponte eso. —Señala la ropa que sacó de mi armario y se dispone a salir—. Abajo en diez minutos.

Me visto con parsimonia porque el dolor no me da para más, un pantalón oscuro y suelto que no me apreta nada que no debería, una blusa de tirantes y un buso manga larga encima. Bajo los escalones con dificultad y estando a punto de llegar, suspiro y pongo una sonrisa para mi encuentro con Dylan.

—Buenas tardes, Cinthya —saluda antes de mirarme del todo, sin embargo al llegar a él descompone un poco su sonrisa pero tapa rápido la impresión. No sé qué aspecto tengo exactamente, no me miré mucho al espejo antes de bajar. Mira a mi madre—. Solo la invitaré a tomarnos un café.

—A donde quieras, Dylan. Tiene la tarde libre.

Sonrío, dándole la razón y Dylan toma mi mano. Me dejó hacer ya que sé que ambos estamos claros en que no somos nada. Mamá me dedica una significativa mirada antes de salir y abandonamos mi casa. Creo sinceramente que el único que puede de cierta manera saber lo que sucede es Dylan. Eso y que es casi obligatorio contarle, pero no quiero hacerlo porque tendría que decirle que estuve en la marcha y de la foto y de Luka. Todo es una maraña muy grande que me hace preguntarme en qué momento se me complicó todo.

Hoy no trajo su auto así que solo vamos a una cafetería del barrio. O ese era el plan, aunque ya estando alejados de mi casa, Dylan se detiene con su gesto grave.

—¿Qué tienes, Cinthya?

—Nada...

—No me mientas. ¿Te viste en el espejo antes de salir? —ironoza—. Estás pálida y tiemblas. ¿Qué mierda te pasó?

Su ira está contenida aunque no conmigo sino con, quien él supone, me hizo esto. El cúmulo de todo lo que ha pasado me dejan imposible responderle con sarcasmo o ocultarle algo pero tampoco quiero que acá en la calle, medio barrio se de cuenta de que estoy llorando. No le respondo, pero saco mi celular y marco el número de mi único amigo.

¿Hola?

Hola, Kevin. ¿Dónde estás?

En mi casa. ¿Qué pasa? Te oyes llorando.

—¿Estás solo?

Sí. Mis hermanos están con mi abuela y mamá trabajando. ¿Qué pasa? ¿Dónde estás? Dime, Cinthya.

A unas cuadras de casa. Estoy con... un amigo. ¿Podemos ir? Quiero hablar contigo.

Claro, ven.

Cuelgo y mi vista se enfoca en Dylan que me ha estado observando atentamente sin interrumpir. Mi respiraciones son ahogadas, me duele mucho el pecho.

—Vamos a la casa de Kevin. Es mi mejor amigo.

—¿Me contarás qué sucede?

—Sí.

No es que vea a Dylan como un aliado pero sí sé que sabe guardar un secreto y Kevin es el único que sabe de las veces anteriores. Se molestará pero sé que puedo confiar en él. Llegamos a su colorida casa y luego de presentarlos, entramos. Kevin no pasa desapercibido que Dylan me lleva de la mano pero decide no decir nada. Lo que sí no omite es el comentario por mi aspecto.

—¿Qué tienes, Cinthya?

La presión no me da para más y suelto a Dylan para dejar que Kevin me abrace. Me derrumbo completamente llorando en su hombro y él –ya suponiendo lo que sucede–, me abraza sin fuerza alguna. Entramos a su pequeña y acogedora sala, él le dice a Dylan que se siente donde quiera y sin soltarme, nos acomodamos ambos en su sillón.
Kevin se acerca y olvida que tenemos otro acompañante, me habla en voz baja.

—¿Por qué fue esta vez?

—No quiero hablar de eso. —Lo escucho resoplar.

—¿Qué tan mal estuvo?

—Peor que todas las otras veces juntas. Me duele mucho la espalda, Kevin. Y mis piernas.

—Supongo que tu amada madre no te aplicó nada para el dolor. —Quita su brazo de mi hombro y yo niego con la cabeza. Dirige su mirada a Dylan—. ¿Él qué?

—Es... un amigo. Está bien.

—Quítate la chaqueta, Cinthya.

Es triste pensar que no es la primera vez que él me hace de enfermero. Más triste aún que va a ser una humillación frente a Dylan que me vea así pero qué más da. Kevin se dirige a su baño luego de decirme eso, creo que a traer el botiquín y me pongo de pie para quitarme la chaqueta. Al doblar el brazo siento una contracción de dolor y Dylan se levanta sin decir nada y me ayuda a quitármela. Compartimos una mirada en la que me muestra su compasión pero debe ahogar una exclamación cuando me siento de nuevo y observa mi espalda. No dice nada.

Kevin llega y me mira como quien encuentra a un perrito maltratado en la calle. Me ladeo en el mueble para darle la espalda. Ni siquiera me he mirado en el espejo así para no ver qué tan malo es el daño, con el dolor me lo imagino suficiente.

—¿Qué tan mal está? —pregunto con cautela.

—¿Es en serio, Cinthya? —responde Kevin con su voz pastosa, esa que sale cuando quieres llorar pero no te lo permites—. ¿Qué mierda hiciste? ¿Robaste un banco?

—Kevin...

—¡No me salgas con que no es para tanto, Cinthya! ¡Tú no eres la que está viendo la espalda de alguien más casi en carne viva!

Mi llanto se hace irrefrenable y siento el ardor de lo que sea que Kevin me está aplicando. Dylan solo observa, con su mandíbula apretada y sin decir nada.

—Auch... —Apreto los párpados cuando pasa por la mitad de mi espalda donde la columna sobresale—. Duele.

—Tu madre se pasó esta vez, Cinthya. ¿Te das cuenta de que casi te mata? —sisea mi amigo. Dylan decide intervenir.

—¿Eso te lo hizo tu madre? —espeta con incredulidad. No respondo, pero Kevin lo hace.

—No pensarás que se cayó por las escaleras, ¿O sí?

—Claro que no —escupe—, pero supuse que había sido su padre.

Kevin suspira hondo y responde en voz más baja, impropia y por mera inercia.

—Su padre nunca la ha tocado. Es su madre la que está loca. Aunque él también lo está por permitir que le haga esto.

Kevin termina su curación y va a su baño para guardar todo. Dylan se acomoda junto a mí; bajo mi mirada que está inundada da lágrimas imposibilitando que vea con claridad.

—Cinthya...

—No me vayas a preguntar qué fue lo que hice.

—No me interesa lo que hiciste. Así hubieras robado un banco, como dice tu amigo, esto es inhumano. ¿Por qué no me lo habías dicho?

—¿Qué diferencia hace, Dylan? No puedes hacer nada y ella no va a admitir nada.

Para mi sorpresa, me abraza en uno de esos contactos de consolación. Esos que tanta falta me hacen ahora.

—Tienes que hacer algo, Cinthya.

—¿Como qué? No hay nada, Dylan. Ya pasó.

Kevin, Dylan, la vida, el ángel de la guarda y hasta la mascota de Julián son capaces de reprenderme por mi cobardía. Yo lo hago también y no hay nada que me duela más que la certeza o la idea de no poder hacer nada. Un encierro dentro de mí misma, dentro de las creencias de mis padres, una privación de la libertad por el simple hecho de pensar diferente. No puedo contar las veces que he imaginado otros rumbos y la cantidad de veces que he llegado a la conclusión que de nada serviría porque no tengo el valor suficiente.

Quizás ni siquiera es culpa de mi madre por atarme las alas sino mía por no intentar aletear más fuerte. Cuando el miedo domina la existencia es bastante difícil acertar con las decisiones porque solo se ve la parte negativa de los resultados. No tengo ni idea de lo que cruza por la mente de mis padres cuando hacen esto, no sé si después de calmada la ira tienen al menos una pizca de arrepentimiento o si en algún momento me ven como algo más que una llave para mejorar el estatus social.

Una tarde de descanso en la casa de Kevin, siendo cobijada por su brazo mientras miramos una película fue el mejor de los remedios. Más que nada porque en cualquier lugar ajeno a mi casa puedo respirar tranquila y es como si una barrera se interpusiera entre el infierno y yo. Dylan estuvo en el otro sillón en silencio, aunque a ratos sentía su mirada en mí. Volví a casa cerca de las siete con Dylan, él se quedó un rato y luego se fue, no sin antes –y para mí sorpresa– decirme que lo tenía a una llamada de distancia y que a la hora que fuera lo podía llamar.

A pesar de que los músculos aún están resentidos y magullados, ya hoy puedo caminar con normalidad y reanudar mis labores en BurgerBoy. Especialmente porque hoy pagan y eso hace que me den más ánimos de ir a trabajar. Luka me escribió anoche pero decidí no contestarle para no entablar conversación, creo que es momento de alejarme de él considerando que mamá ya me vio besándolo en la fotografía del periódico y ahora me tendrá más vigilada porque ser una zorra no es bien visto y a pesar de que salió en el periódico, dijo que debíamos omitir ese hecho hasta que fuera posible taparlo. «Hasta que tenga a Dylan bien comprometido conmigo», palabras textuales de mi madre.

Antes de que mi turno termine, Andy me entrega lo correspondiente al pago de la quincena. Me permito suspirar un momento sintiéndome feliz de tener dinero en mis manos. Sin embargo, cuando lo cuento, noto que algo está mal. Llego al gerente y llamo su atención.

—Disculpa, Andy. Algo está mal con mi pago.

—¿Se te dio menos? —pregunta, levantando los ojos de su planilla de nómina.

—No. Me pagas completo pero ayer falté. No me descontaron el día de ayer —informo. Lo único que mamá pudo dejar de enseñanza positiva en mí es la honestidad así que no podría solo llevarme más de lo que me corresponde.

—Lo sé. No te lo desconté, tómalo como un... bono.

Eso me deja sin palabras por un par de segundos. Su vista vuelve a sus papeles sin prestar mayor importancia al asunto, aunque es bastante extraño. La gente no anda por ahí regalando dinero.

—Pero...

—Eso es todo, Cindy —interrumpe, zanjando así el tema. Lo miro con extrañeza pero decido dar media vuelta y alistarme para irme.

Julián descansa hoy así que no me lo he cruzado para que pregunte por mi ausencia, y de paso ayuda a que Gianella se acerque a mí. No he sabido en qué va la relación de ellos pero luego de haber metido la pata prefiero no preguntar nada.

—¿Ya estás bien? —curiosea Gia.

—Sí. Debió ser uno de esos virus de una noche.

Me examina en silencio con su mochila en su hombro y esperando que yo termine de colocarme mi chaqueta. Hago un gesto al pasar la manga por mi brazo derecho pero Gia parece no notarlo.
Salimos de BurgerBoy. Son las tres y cuarenta minutos de la tarde y aún hay sol, aunque el aire sopla fuerte meciendo las hojas de los árboles que se encuentran entre las avenidas.

—Tú y yo nunca hemos salido, Cinthya. Hagamos algo un día de estos. —Me sonríe con amabilidad aunque mi gesto es de resignación pura.

Aunque... no me vendría mal una tarde con una amiga y Gia parece ser una. Mi día de descanso supongo que cae hasta la otra semana pero podemos bosquejar un plan.

—Mañana averiguo cuándo descanso y cuadramos, ¿te parece?

—Claro. Podemos ir al centro comercial o a donde sea.

A Gia la recoge su padre así que al llegar a la esquina, un auto rojo la espera. Se despide con su usual sonrisa y se sube. Me queda una calle y media para llegar al paradero y mi celular timbra. Sonrío al teléfono con pesadumbre.

—¿Hola?

—Hola, ¿estás enojada conmigo? —Luka habla con su linda voz pausada y algo decepcionada. De solo imaginarlo me dan ganas de besarlo, luego siento la punzada en mi pecho y como que la realidad cae de nuevo.

—No.

—¿Por qué estás tan seria? ¿Estás bien?

—No es nada, Luka. Solo... creo que tú y yo...

¿Vas a terminar algo que no ha empezado, Colibrí? —Vuelve a su tono jocoso y bromista lindando con lo coqueto y no puedo hacer más que reír.

—No. Lo siento.

¿Entonces no estás enojada?

No, Luka. Para nada.

Me cuelga. No sé por qué pero ya que no es que me sobre el saldo, decido no devolver la llamada y mejor mensajearlo cuando llegue a casa. No obstante, su voz llega detrás de mí alterando cada latido cardíaco. Antes de que logré voltear, me apretuja contra él estando yo de espaldas. Casi puedo imaginar cómo la herida se abre y emito un gemido muy lastimero a lo que Luka me suelta ipsofacto.

—¿Qué? ¿Qué...? Perdón, ¿qué pasa? —Se ubica frente a mí y se inclina un poco ya que yo me encorvé al sentir el dolor.

Mi respiración se agita y los ojos se me agúan aunque no tengo ganas de llorar. Es más como un reflejo de mi cuerpo. Quiero levantarme pero me siento incapaz de enderezar la espalda así que solo cierro los ojos.

—Estoy bien...

—¡¿Qué le hiciste?! —Escucho la voz de Mateo y abro mis ojos para verlo junto a Luka mirándome preocupado—. ¡La abrazaste muy fuerte, Luka!

—No. No...

Inspiro hondo dos veces, poniendo mis manos en mis rodillas y me incorporo lentamente hasta quedar completamente recta. Muerdo mi labio y luzco la mejor sonrisa que puedo a ambos que tienen sus ojos desorbitados.

—Hola.

—¿Qué te pasó? —exige Luka.

No hay respuesta a eso. No frente a Mateo y así no más. No voy a decirle nada. Me encojo de hombros mirando al suelo y Luka no destempla su ceño hasta que Mateo lo mira a él como pidiendo una explicación. Recompone la sonrisa y le habla.

—Quizás solo fue un calambre. Vamos a comer helado.

Me dedica una mirada que no acepta réplica y llegamos a un parque cerca del paradero. Luka le propone a Mateo ir a jugar a los columpios y él feliz se retira. Nos sentamos en una banca siendo imposible que yo diga algo; al no obtener más que silencio, Luka decide hablar.

—¿Qué tienes?

—Nad...

—¿Recuerdas que dijimos que podías confiar en mí? Me refería a momentos como estos.

Lo medito unos instantes y desvío la mirada al cielo. Creo que ya llegué a mi punto límite al ocultarle a Luka lo que sucede en mi casa y ocultar en mi casa lo que pasa con Luka y ya que obviamente no me voy a sincerar con mi madre, mi opción es el rubio.

—Bien... —Tomo aire y Luka toma mi mano, al levantar la vista, sus ojos me infundan valor—. Tuve un problema con mi mamá y... se le pasó la mano y...

—¿Te golpeó? —Asiento, sintiéndome tan avergonzada como aquella vez en la pista de patinaje cuando iba a pedirle perdón a Dylan. Su reacción me sorprende al poner una voz de rencor que no había escuchado en él—. ¿Es una puta broma, Carolina? ¿Cómo me vas a decir que te golpearon? ¿Lo han hecho antes? ¿Cómo es que...?

—Lo siento —sollozo, soltándome de su mano. Respira pesadamente y tarda unos segundos en volver a hablar.

—No es tu culpa —dice—. ¿Qué pasó?

—Pues que mi mala suerte se hizo presente y ya... En la marcha cuando me besaste... pues personas tomaron fotos porque fue algo de lo más bello y perfecto del mundo... y una de esas fotos llegó a un periódico y papá lo vio y... —Corto mi relato a falta de aire y sobra de lágrimas. Luka me atrae a él envolviéndome en un abrazo suave que recibo con premura.

—Auch... —Me quejo cuando siento fuerza en su agarre. Me suelta de inmediato.

—Estás mal —exclama. Toca mi mejilla con la punta de sus dedos—. ¿Cómo puedo ayudarte?

—Nada, Luka. No es justo cargarte mis problemas y...

—Eso es maltrato, Caro. Debes poner una demanda...

Un bufido se escapa de mis labios.

—¿A mis padres? ¿A los que me mantienen a mí y a mi hermano? Por favor, Luka...

Mi celular suena de nuevo alterándome. Nadie además de Luka me llama. Saco el teléfono de mi bolsillo y mis temores se van en pique hacia arriba cuando en la pantalla sale el número de papá. Luka nota mi nerviosismo extremo y con su mano toma mi mentón para que lo mire a los ojos.

—Contesta.

Obedezco con la mano temblorosa y deslizo el botón de «contestar».

¿Dónde estás, Cinthya? —dice la voz pausadamente escalofriante de mi padre nada más responder.

—Salí del trabajo hace unos minutos. Acompaño a una compañera a comprar un jugo.

Sí, podría inventar algo mejor. Ya qué.

Estoy en la esquina de BurgerBoy. Te quiero acá en dos minutos.

Ya voy. —Cuelgo la llamada y limpio mis ojos apresuradamente, levantándome de la banca—. Me está esperando. Debo irme...

Se pone de pie también y me toma con delicadeza de los hombros. Sus ojos casi traslucen por la luz del sol que está a su favor. Le sonrío.

—Escúchame bien, Colibrí; estoy a una llamada de distancia a cualquier hora del día. O llamas a Gabriel o a Denny. No interesa que sean las tres de la mañana, si te vuelven a tocar, corre, Caro. No mereces eso, no te ates a un infierno porque siempre hay posibilidades.

Sus palabras me desencadenan el llanto de nuevo y aún sabiendo que no huiré a ningún lado, asiento dándole la razón. Él solo es optimista, pero no sabe nada. Para bien o para mal, no me conoce ni sabe lo que mi madre y mi padre son en mi vida. No sabe de mi vida más de lo que le he contado pero saber que tengo ese apoyo me sirve para no dejarme caer tan pronto.

—Gracias, Luka.

—Es en serio, Colibrí.

—Lo sé.

—Aprovechando que Mateo está en el tobogán, te voy a besar —anuncia, sacándome una sonrisa tan grande como el sol.

Sus manos no se mueven de mis hombros, con temor de lastimarme. Pero las mías se aferran a su camiseta y me estiro un poco para llegar a sus labios. Son solo dos segundos: un beso de despedida.

—Adiós.

El viaje a mi casa trascurre en ese silencio sepulcral de mi padre que me deja con los pelos de punta. Ni siquiera respondió a mi saludo sino que no despega sus ojos de la vía y si no estuviera segura de que es mi padre, podría jurar que ni siquiera respira.
Papá es como el empleado del zoológico que debe llevar a las pobres presas al león, siendo el león mi madre y esta vez no creo que sea la excepción.

El silencio en que está inmersa mi casa no auguria nada positivo y mi corazón es testigo del temor que me causa. Con su mano en mi hombro, papá me conduce hasta la sala donde casi puedo ver la caída de mi vida cuando diviso a mi madre sentada en el sofá con su expresión de madre y esposa modelo y al sacerdote de nuestra iglesia que en lo personal, jamás me ha agradado. Siempre tan soberbio y regio con sus leyes.

—Buenas tardes, Padre —saludo—. Hola, ma.

—Hola, hija —responde mi madre.

—¿Qué es todo esto?

—Cinthya, cariño —empieza mi madre—. Lo que sucedió es una clara muestra de que te estás influenciando por el diablo. —Enarco mis cejas—. No imaginas la preocupación que nos provocas y el Padre Torres vino a ayudar.

—No estoy haciendo nada malo.

Ambos comparten una mirada cómplice. Mi miedo acrecenta en cada segundo.

—El... evento que recién pasamos —dice mamá con desdén— no puede repetirse. Ese... muchachito que me engañó haciéndose pasar por feligrés, es obviamente una mala influencia.

—Luka no tiene nada que ver —intervengo. Mamá me calla con una mirada cargada de odio. Mis manos empiezan a sudar.

—Tu estás comprometida, Cinthya y no puedes andar de adultera con otro hombre. Eso no es bien visto.

—Yo no estoy...

—Además, ¿qué hacías tú en ese evento de abominaciones? ¿es esa la crianza que te hemos dado?

—Ellos son personas como tú y como yo —defiendo con voz débil.

—Están enfermos —apostilla mi padre, ubicándose junto a su esposa—. No sabes lo avergonzado que me siento ahora de decir que eres mi hija. Cuando todos vean esa foto, seremos el hazmerreír de la iglesia.

Sus palabras queman y remueven los sentimientos en una licuadora emocional. Quiero negarme a llorar así que guardo silencio.

—No podemos permitir que sigas en esos pasos, hija —anuncia mamá—. Queremos lo mejor para ti.

—Por eso estoy acá —conviene el Padre Torres con una amplia sonrisa—. Un buen acto de contrición dejará este... episodio en el pasado, Cinthya. El camino del señor es bondadoso y si te arrepientes de corazón, Dios te perdonará.

Tomo aire sintiéndome abrumada por tanta contradicción.

—No hice nada malo. No estoy arrepentida de nada, Padre. Con todo el respeto a su política religiosa, sigo sin considerar mi asistencia a la marcha del Orgullo un error.

—¡Cinthya! —grita mamá, sobresaltándome—. ¡No puedes decir esas cosas en esta casa!

—Es lo que siento. —Mis lágrimas inundan mis ojos y puede ser solo la adrenalina del momento, pero mi boca sigue hablando—. ¡No voy a pedir perdón ni a Dios ni a ustedes por algo que estuvo correcto!

—¡CAROLINA! ¡CÁLLATE!

—¡¿O QUÉ, MAMÁ?! ¿Me golpearás más? ¡Porque puedes hacerlo, pero no volveré a postrarme en un altar para recibir perdón de pecados que no he cometido!

La veo enfurecer, veo cómo sus colores cambian hasta la ultima y más intensa gama de rojo y si bien debería pensar en las consecuencias, no me siento capaz de hacerlo. Justo ahora solo quiero decirle lo que no le dije hace dos días. O hace años. Cierra sus ojos un poco buscando paciencia y cuando los abre exhibe esa sonrisa tétrica de muñeco de plástico.

Todo ser humano por más que lo niegue, tiene un límite. Un límite de paciencia, de ira, incluso de amor y opino que siempre que se llega por primera vez a él, ocurre una catarsis no retornable de sentimientos que solo puede desestabilizar todo, llevando las acciones al extremo, cegando el camino correcto.

Mamá camina los dos pasos hasta mí, quedando a mi altura y eleva su mentón intimidando todo mi ser, solo que a diferencia de las otras veces, el inicio discreto de mi catarsis me impide bajar la vista y a cambio de eso, la reto con la mirada.

—Hay un retiro espiritual de tres semanas con el Padre Torres —informa. Mi explosión empieza su cuenta regresiva cuando noto el camino que lleva esto—. Ya está pago. Irás y cuando vuelvas pedirás perdón por tu ofensa.

—No ofendí a nadie —siseo— y no iré a ningún lado.

—¡Nos ofendiste a nosotros y a Dios con tus acciones!

—¡TU DIOS Y EL MÍO DIFIEREN, MAMÁ! ¡EL MÍO NO CONDENA COMO TÚ LO HACES!

El corrientazo eléctrico desde mi mejilla hasta mis pies no se hace esperar cuando la bofetada llega. Mi rostro queda ladeado mientras asimilo el golpe y mi mandíbula queda corrida unos segundos. Mi cuerpo empieza a temblar de dolor, de miedo y de ira. Sin embargo, al levantar la cara, me digo a mi misma que debo guardar la poquísima dignidad que me queda y la observo a los ojos. El Padre Torres y mi padre, se hacen los desentendidos mirando hacia otro lado.

—¡No me faltes al respeto, Cinthya Carolina!

—No puedes exigir lo que no ofreces.

Levanta su mano de nuevo pero en un acto reflejo nunca antes experimentado, detengo su muñeca poniendo mi mano en medio y tironeando con fuerza para alejarla de mí. Mamá se sorprende con eso y sus ojos sueltan llamas de furia.

—¡VAS A IR AL RETIRO!

—¡NO IRÉ! ¡ME IMPORTA UNA REAL MIERDA LO QUE EL PADRE O TÚ DIGAN! NO. HICE. NADA. MALO.

—¡Cuida tu vocabulario! —trona mi papá, interviniendo y poniéndose frente a mí madre, protegiéndola. Hipócritas—. ¡Mientras vivas en esta casa, se hace lo que nosotros decimos!

Y esas pocas palabras son las que liberan mi catarsis cambiando en diez segundos el aparente desolado rumbo de mi existencia, revelando una yo interior que es capaz de retar a mis padres, una yo que es capaz de tener voz propia y adueñarse de su vida porque Dios se la confirió a ella y no a otros.

—¡No iré a ningún retiro! ¡PRIMERO MUERTA!

Es la primera vez que pasa pero no por eso duele menos, mi papá que jamás anteriormente había hecho algo más que gritarme, me da un empujón que me lanza al suelo, y en mi caída, encuentro la mesita de centro y rozo mi espalda con fuerza contra ella quedando estática por un momento.

—¿Qué te está pasando, Cinthya? Tú no eres así —formula mi padre sin aparente alteración en su tono. Me levanto con un dolor asqueroso en mi costado.

—¡Estoy cansada de que quieran controlar mi vida! ¡ES MI VIDA!

—Mientras vivas con nosotros... —repite papá pero con el corazón en un puño, lo interrumpo.

—Entonces no viviré más acá —sentencio.

—¿Y a dónde piensas irte? —Mamá ríe con cinismo, con esa actitud de «no tienes a dónde ir»—. ¿A BurgerBoy? ¿A dónde el pecador ese que te ha sacado del camino del bien?

—Vivir en la calle es más digno que estar acá —asevero, con mis ojos inundados. Mamá parece incluso gozar con la situación.

—Una vez que cruces esa puerta —anuncia entre dientes, a unos metros de distancia de mí— no tendrás entrada de nuevo sino para recoger tus cosas.

Camino con paso decidido hacia ella aunque con una cojera producto de mi caída; con el mentón levantado, limpio mis lágrimas. Me observa con desdén a sabiendas de que realmente no tengo a dónde ir.

—Espero que tu Dios pueda perdonarte los desprecios que haces en la tierra —Abre la boca para replicar, pero no la dejo continuar— y espero no olvides nunca que me voy por tu culpa. Única y exclusivamente por tu culpa.

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