U N O
El drástico choque de la realidad que sufres cuando no entiendes la diferencia entre la vida y los libros es devastadora.
Desde los 9 años empecé a leer libros de romances idealizados para que chicas ingenuas como yo nos ilusionáramos con el príncipe azul o más actualizadas, con cualquier criatura fantástica y de cuerpo escultural. Pero mi dosis de realidad llegó pronto bajándome de mi nube auto impuesta de perfección.
Cursé el bachillerato y no conocí al amor de mi vida en la cafetería; no conocí a nadie al chocar con él para que luego tuviéramos una historia complicada con final feliz; el chico que me gustaba no se dio cuenta mágicamente de que existo y me llevó al baile de graduación; no tenía diferentes materias con diferentes personas: todos los treinta y cuatro estudiantes estuvimos juntos los seis años de bachillerato; no experimenté mi primera borrachera en la fiesta del popular donde se supone que habría una piscina, vasos rojos por doquier y gente bailando y besándose por las habitaciones de la mansión con una linda fuente en medio de un jardín de ensueño; no tuve una mejor amiga adicta por las compras con quién salía los sábados a tomar café en el centro comercial; no tuve un mejor amigo enamorado de mí; no descubrí mi talento musical en una obra de teatro protagonizada por un chico que se enamoraría de mí al escuchar mi voz de ángel.
¡Los libros nos mienten!
Cuando me quité las gafas e intente cambiar mi vestuario, no me volví irresistible; sólo más torpe por los tacones y más ciega por la miopía. Ahora a mis 20 años y con una visión un poco más realista de la vida y la capacidad de separar mi sosa realidad de la fantástica de los libros, puedo decir que estoy decepcionada y a un par de desencantos de renunciar al amor.
Digo «desencanto» y no «desamor» porque no he tenido lo segundo; no he tenido mi primera cita; no he dado mi primer beso –a excepción de un niño en una piñata cuando tenía siete años que me dio un pico para luego salir a correr avergonzado–; no me he enamorado ni un poquito.
Pero desencantos, sí.
Le llamó «desencanto» a aquello que mencioné antes: al impacto de realidad; por ejemplo: cuando iba en el bus leyendo y el chico de dos puestos más allá leía también, esperaba que levantara la mirada y la cruzara con la mía; pero sólo me observó un milisegundo, desvío la mirada a su libro y dos estaciones después se bajó.
O aquella vez que me senté en un parque y puse mi mochila a un lado; un chico se sentó junto a mí y cruzamos miradas por un instante pero a los 10 minutos se levantó y se fue sin presentarse ni pedir mi número.
O hace casi tres años; cuando vivíamos en un conjunto residencial y una familia desconocida se mudó al departamento de al frente y un chico venía incluido en ella; nos encontramos en el elevador y supondrán que también esperaba su «Hola soy fulano, el nuevo vecino» y posteriormente una historia de amor; pero obviamente no pasó. Ni siquiera me dirigió la palabra; se puso sus audífonos y comenzó a tararear hasta que nos bajámos para salir... así que sí, muchos desencantos.
¿Estoy loca por mantener la esperanza? Quizás. Pero creo ciega y secretamente en el amor y estoy dispuesta a todo para conseguirlo este año.
Cuando digo «a todo» es algo metafórico. No voy a hacer el ridículo ni a ponerme de ofrecida con el primer chico que se me cruce. Solo digo que dejaré de esperar que el príncipe se acerque y me ofrezca su vida, que dejaré ese pensamiento anticuado de que las mujeres debemos sentarnos pacientemente hasta que llegue alguien a invitarnos a bailar. ¿Por qué no bailar sola? ¿Por qué no invitar a alguien a comer helado? ¿Por qué no iniciar yo con un «Hola» en vez de mirar al chico esperando que lo haga él?
No voy a ilusionarme con lo primero que se me cruce, pero puedo hacer el intento. Sonará loco, pero incluso deseo que me partan el corazón una vez para saber qué se siente porque estoy segura de que no todo es color de rosa.
Lamentablemente, para mí es más difícil que para la mayoría, ¿la razón?
Mis padres y mi hermanito.
Un factor en común que he detectado en las novelas es que los padres son permisivos o no están o viajan a Londres todo el tiempo o están llenos de dinero y no les importan los hijos o muchas cosas más que desembocan en el hecho de que la protagonista tiene Libertad.
Esa es la clave: libertad.
No estoy quejándome de que mis padres me amen y viva pendientes de mí o de tenerlos a mi lado. Me quejo de que en pleno siglo veintiuno me traten como si estuviéramos en las épocas de Orgullo y prejuicio; no porque me quieran desposar con alguien ricachón o me pongan edad límite para enamorarme, sino por sus normas de sobre protección para conmigo.
No sé lo que es una fiesta porque según ellos si estoy afuera hasta las tantas me pueden violar; no sé lo que es ir a cine con alguien ajeno a ellos... bueno, eso sí es porque no he tenido con quién ir.
El punto es que me tienen en una burbuja encerrada desde que tengo memoria. Si no tuviera libros, televisión y Wattpad no sabría nada de la vida.
Y... mi hermanito.
Es una criatura que lleva once años compartiendo mi aire y siete molestando mi existencia (desde que aprendió a ser algo independiente). Si alguna vez remota he intentado hacer algo mínimamente mal, ese niño aparece como cámara de vigilancia para reproducirle todo a mis padres.
Solo ha pasado dos veces en que intenté ser alguien normal; una fue en mi graduación, era una fiesta general donde estaban invitados los familiares y el enorme salón estaba lleno; las familias de treinta y cuatro estudiantes juntos en un intento de celebración... como sea, me alejé a una esquina con unos compañeros –no amigos, compañeros– y bebí dos copas de vodka. Eran tragos inocentes y solo para celebrar. La viejita chismosa (mi hermano), me vio, avisó a mis padres y me sacaron casi de las orejas de mi propia graduación, en frente de todos y derrochando palabrería de que «esta juventud está maldita y el fin del mundo está cerca»
Sí. Mis padres son extremadamente religiosos católicos. Y creen que yo debo serlo.
Y la otra vez fue más recientemente cuando me dije a mi misma: «Sacaré una cita médica para planificar». Bien que no tengo novio y soy virgen pero uno nunca sabe y estar precavida nunca está de más. La viejita chismosa tomó mis papeles mientras me duchaba y "por curiosidad" se los llevó a mamá. Cuando salí, ella tenía los documentos en sus manos, una mirada iracunda, el rosario en sus manos y me gritó.
—¿Qué significa esto? —Meneaba los papeles en el aire. Resistí la tentación de rodar los ojos y me puse colorada.
—¿Qué soy responsable? —respondí en un susurro dudoso.
Puedo jurar que casi le salen llamas de los ojos.
—¡Cinthya Carolina Anderson! Debes llegar virgen al matrimonio, ¡Por Dios! ¿Donde están los valores que te hemos inculcado?
En la basura junto a mí orgullo justo ahora. Pensé.
Bien, si soy virgen hasta el día de hoy es porque no se ha presentado la oportunidad, no porque crea en eso de virgen hasta el matrimonio. Creo en Dios. Soy muy creyente en ÉL, pero la religión me saca de quicio con sus normas impuestas y todo eso. Mamá no lo sabe y si lo supiera me bañaría en frente de toda la ciudad con agua bendita.
Luego de un largo sermón del porqué está mal fornicar por placer –palabras de ella–, me dijo que dejara esas ideas de Satán y fuera a la iglesia. La cita médica ya la había tenido y ya tenía mi método anticonceptivo pero ella no lo supo. Le dije que iba a tener otra cita a la que ahora no iba a ir.
En resumen, planifico, sin novio y sin que mamá lo sepa. Toda una rebelde.
Mi padre es exactamente igual en cuanto a mi seguridad concierne. Y con seguridad me refiero al estado de mi himen y mi pureza.
Los fines de semana se resumen a ver televisión, leer, ver memes en Internet y los domingos ir sagradamente a misa de siete de la mañana donde ruego a Dios que me dé fuerzas para no dormirme. Esas son mis plegarias, sí señor.
Cada día veo más complicado aquello de conocer a alguien pues según mis limitaciones sociales (y geográficas por vivir en una ciudad pequeña), solo puedo conseguir viejitos en la iglesia o vagabundos en el albergue donde mamá me hace ir a servir almuerzos los domingos en las tardes.
Eso o conocer a alguien por internet y eso nahhh... Es de locos. Hay muchos depravados en línea.
¿Es mucho pedir a la vida que el amor de mi vida me encuentre en la calle? ¿Que me estén robando y venga a salvarme? ¿Que esté comprando el mismo sabor de helado que yo y al notarlo me sonría y nos demos cuenta de que somos almas gemelas?
Lo sé. Pido mucho.
Este año entré a la universidad, decidí estudiar pedagogía infantil porque amo enseñar y amo a los niños. El primer semestre fue bueno: una que otra compañera –porque somos el 98% chicas– que pueden ser amigas con el tiempo y buenas notas.
Nada de príncipes.
Ahora tengo casi dos meses de vacaciones y como no quería confirnarme a mi pequeña habitación, decidí buscar trabajo. Mis amados padres estuvieron escépticos, pero vamos, no podían tener premisas válidas para no dejarme trabajar honradamente como una persona normal.
Hace una semana fue mi entrevista en BurgerBoy, el negocio de comidas rápidas menos asqueroso de la ciudad y me dieron el contrato de principiante: dos meses y la posibilidad de alargarlo si me va bien. Si resulta puedo cuadrar las clases y seguir trabajando. Veremos.
Cuando me informaron que tenía el empleo, me emocioné y vi mil posibilidades. De todo: en el amor, quizás una mejor amiga, experiencia laboral. Tantas cosas.
Tan emocionada estaba hace unos días que me decidí a crear una lista de metas así como las de año nuevo pero más cortica y con la esperanza de tener un compañero para llevarlas a cabo.
Así él no lo sepa, será mi compañero de metas. ¿Quién es él? Aún no lo sé, pero lo sabré así que con eso empieza mi lista.
⬜Encontrar a mi compañero perfecto (no es necesario que él sepa que lo es).
⬜Tener la iniciativa de empezar la conversación (y si es posible invitarlo a comer helado).
⬜Escaparme una noche por mi ventana (así sea solo hasta el árbol de al frente y no importa si voy sola).
⬜Tomarme varios tragos a escondidas de mamá (tampoco importa con quién).
⬜Bailar en alguna fiesta (con o sin él, no importa).
⬜Ir a un club.
⬜Salirme de misa y no entrar más (esa solo aplica a mí).
⬜Entrar a una cabina de fotos y hacer muecas (no es necesario compañía).
⬜Dar mi primer beso y que sea perfecto (No que sea con el amor de mi vida pero sí que sea algo, al menos una gótica romántico).
⬜Ir a la marcha del orgullo LGBT (eso no es nada del otro mundo pero si mamá se entera... Mejor que no se entere).
⬜Conseguir un intento de mejor amiga.
⬜Hacer karaoke.
Bien, si soy honesta, esa lista no va para mí compañero perfecto sino para mí.
Sí, para mí.
La razón es que me decidí a hacer un cambio en mi vida, a ser algo más de lo que soy y dejar de lado la obediencia. Al menos un poco. Mi lista está compuesta por metas simples y algo ridículas y más triste es que esas cosas debí haberlas vivido hace unos tres años en mis épocas de colegio para tener las anécdotas hoy en día, pero no lo hice así que... mejor tarde que nunca.
Todo empezará en mi primer día en el trabajo, con mi historial de desencantos no espero que el jefe sea el amor de mi vida, (bueno, sí lo espero pero tengo en mente que puede no pasar), no obstante, es mi primer empleo, es decir mi primera interacción con gente fuera de la iglesia, el albergue y la universidad y eso puede implicar el cambio de página en el libro de mi sosa vida.
Guardo mi trozo de papel con mis metas en un cuaderno enterrado en mi escritorio y avanzo hasta mi cama; me acuesto con la vista en el techo y con la esperanza de vivir las próximas ocho semanas y recordarlas por siempre.
Hoy domingo trazo una línea imaginaria entre la yo de hoy y la que nacerá mañana.
Amo ser dramática.
Será divertido intentarlo.
Espero...
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