T R E C E
Si no fuera por el miedo a que mi trasero toque el suelo con estruendoso y doloroso impacto, me embobaría de tener a Luka a mi lado. Pero a la mierda, mi seguridad es primero.
—¿Me ruedan hasta la salida? —pido, haciendo mucha fuerza con mis manos en los brazos de ambos. Luka se ríe.
—¿Dónde está tu cita? —pregunta y agrega:—. ¿Por qué te pusiste los patines si no sabes andar derecha?
—El idiota está... en algún lugar cerca y en cuanto a la segunda, fue por orgullo.
—¿Ir siendo arrastrada por dos personas sí conserva tu orgullo? —apostilla su amigo con una risita.
—No tomo las mejores decisiones, ¿de acuerdo? —digo cansinamente.
Llegamos al cristal delimitante y me siento en una de las gradas completamente a salvo. Por ahora al menos. Ahora sí es momento de disculparme con el chico; ambos se sientan en la misma grada, el chico a mi lado quedando en medio y Luka al extremo.
—Lamento haberte arrollado. —Se encoje de hombros y recuesta la espalda en la grada de arriba; lo veo sonreír y noto que tiene unos dientes muy bonitos.
—De hecho, yo te recibí. Si me hubieras arrollado habríamos terminado ambos en el suelo.
—Gracias. —Busco con la mirada a mi cita mas no lo veo por ningún lado, me dirijo entonces a Luka—. ¿Qué haces acá?
Ambos nos inclinamos hacia adelante dejando a Gabriel en medio, quien finge no vernos.
—Me gusta patinar —responde—. Y a Gabriel también.
—No es cierto, yo lo odio —refunfuña él, muy bajito y en burla.
—A propósito, los presento —anuncia Luka, tratando de disipar el comentario del moreno—. Gabriel, ella es Colibrí; Colibrí, él es Gabriel.
El apodo sonaba –se leía– bello en los mensajes. En persona... se oye muy extraño y vergonzoso. Me apresuro a corregir.
—Soy Cinthya. —Gabriel se limita a sonreír con amabilidad.
—Bueno, ya sabes mi nombre —exclama Gabriel y se levanta de la grada, cambiando sus patines por sus tenis—. Voy a comprar una gaseosa, solamente unos minutos patinando y estoy muriendo de sed.
—Me traes una —sentencia Luka y su amigo levanta una ceja al tiempo que niega; Luka rueda los ojos—. Vamos, no me hagas quedar mal con Colibrí.
—Trajiste al amigo equivocado entonces.
Diciendo eso, se retira con el mentón en alto recibiendo un empujón de Luka en el camino. Ambos ríen. El rubio mueve su cuerpo para ocupar el sitio que Gabriel dejó quedando muy cerca mío; cruzo mis piernas luego de quitarme las ruedas del demonio quedando en calcetines y tomo aire con fuerza volviendo mi corazón a su estado normal luego de varios minutos de susto.
—Gracias a tu amigo no me partí la cara —murmuro en un intento de romper el hielo.
—Debía ser yo el que te recibiera pero él llegó primero —informa. Muerdo mi labio para atajar la sonrisa—. Es el colmo que tu novio te deje sola.
—Creo que si en algo estamos de acuerdo Dylan y yo, es en que no nos agradamos. Aún no sé qué quiere de mí, pero sé que realmente no le intereso. Ni siquiera sé en dónde está.
Me enderezo para observar más allá de la gradería intentando hallarlo pero en el mar de piernas y ruedas no logro vislumbrarlo. Estoy como en modo pause de esta cita, no estoy con él pero sigo acá, no sé qué procede. Pero la compañía de Luka me gusta.
—Mira el lado positivo —propone y enarco mis cejas a él esperando que lo diga porque yo no lo veo—: estás fuera de tu casa un sábado a las nueve de la noche.
—No es suficiente.
—Estás conmigo.
—¿Te han dicho que la modestia es tu mayor virtud? —inquiero, codeando levemente su brazo.
Sigue alborotando mis mariposas pero intento que no lo note; los cambios de color no los puedo controlar, pero sí mis acciones para no ser tan obvia. Actuar casual, natural... aunque mi cara vomite dulces de colores.
—No, eres la primera —responde con sarcasmo.
Mi bolso junto con mis zapatos están a unos metros de mí y me levanto para agarrarlos y ponérmelos. No pienso entrar más a esa pista; Luka se queda en su lugar y estando en la labor de calzarme, una figura me observa desde el otro lado del cristal: es Dylan. Lo ignoro y continúo, bajando la vista a mis pies para unos segundos después verlo llegar a mí.
—¿Qué crees que haces? —cuestiona. Habla a un volumen justo para los dos así que asumo que Luka no lo oye a pesar de estar a unos pasos.
—Me coloco los zapatos —digo en tono obvio señalando mi otro tenis—. No voy a entrar más.
—Yo no me pienso ir todavía.
—Bien, te espero hasta la hora que se te de la gana —me quedaré hablando con Luka mientras tanto— pero no voy a patinar más.
—Debes entrar conmigo —ordena y me pongo de pie quedando casi a su nivel.
—¿Para qué?
—No sé si no lo has entendido, pero estás saliendo conmigo.
—No. Quiero. Salir. Contigo —asevero en voz grave y pausada—. No me agradas, Dylan. Escasamente tolero que respires cerca de mí.
—Pero aún así debes estar conmigo —murmura con superioridad—. O le puedo decir a tus padres que me rechazaste, ¿Imaginas lo que tu padre hará? ¿O lo que dirán en la iglesia de ti?
Tomo el poco valor que tengo en la vida y lo empujo contra el cristal con toda la fuerza sintiendo mis lágrimas acercándose.
—¡Te odio, Dylan!
—No estás tomando las decisiones correctas —espeta recomponiendo su postura—. Cuando te duela, no quiero que te arrepientas.
Fuerzo mis ojos a que no lloren frente a él y en lugar de eso, lo reten con la mirada. No puedo dejarme intimidar de esa forma porque es por eso que él me pasa por encima. No me queda espacio en el cerebro para albergar siquiera el considerar las consecuencias, solo lo detesto y ya.
—¿Todo bien? —pregunta Luka acercándose.
Dylan despega su mirada al fin de la mía para enfocar al desconocido que se mete en la discusión ajena. Su rostro se pone rojo de ira o de vergüenza o yo que sé y le responde con rencor.
—No es asunto suyo —farfulla. Luka acorta los pasos entre ambos y se ubica frente a él con total calma en su rostro y seriedad en su expresión.
—Carolina es mi amiga, sí es mi asunto.
Son casi iguales de estatura pero Luka es considerablemente más ancho: Dylan es un palito a comparación; no es que Luka sea una masa de músculo pero sí es de contextura gruesa.
—Ella es mi novia, no se meta.
—¡No soy nada tuyo! —chillo poniéndome de pie también.
—Esa no es manera de tratarla sea o no tu novia —asegura Luka.
Dylan en medio de todo, da un vistazo fugaz a su alrededor y nota varias miradas puestas en ellos; no sé qué bicho le pica o qué bicho me pica a mí pero en un segundo y tratando de desviar la atención, Dylan se acerca a tomarme por la fuerza del codo para sacarme de allí a lo que me suelto de un jalonazo para empujarlo de nuevo. Como toda la cobarde que soy, me encaramo en la grada de arriba justo detrás de Luka aún sabiendo que tendré que volver a casa con Dylan.
—¡Vámonos, Cinthya! —brama con autoridad Dylan. La piel se me enchina de pavor pero mis músculos deciden congelarse.
Pretende rodear a Luka y agarrarme de nuevo pero éste lo intercepta por la muñeca cuando alarga la mano. La calma de Luka es extrema, no ha mostrado signos de enojo o de buscar pelea alguna, a diferencia de Dylan que parece querer difuminar a todos con la mirada y andar desnudo en señal de gloria.
Luka le habla muy bajito sin llamar la atención de nadie y creo que solo yo y el implicado logramos escucharlo.
—Podrás ser un dios en tu iglesia, y tratarla como a una esclava frente a sus padres —sisea—. Pero fuera de allá, solo eres un imbécil sin los huevos suficientes para poner la cara como un hombre. Y para que lo sepas, Carolina no está sola y le llegas a hacer algo y te las verás conmigo.
—No me conoce —responde Dylan apretando los dientes en un intento de ser igualitario con la advertencia.
—Claro que sí —dice una voz ajena al círculo que hemos formado. Ladeo la cabeza a la derecha y veo a Gabriel que muestra exactamente la misma calma de Luka. Dylan parece estar a punto de ahogarse en su saliva, supongo que se siente acorralado y eso lo enfurece—. Te conocemos, Dylan. Eres igual a todos los que se resguardan en su poder para manipular a los demás.
Luka suelta su agarre de la muñeca de Dylan y este se endereza mirando de nuevo a su alrededor para detener los ojos dos segundos en los del moreno, reluciendo fastidio en ellos. De todos nosotros, él es el único que tiene cara de haber pasado por una pelea, o algo así. Luka y Gabriel están como si nada y yo... pues, casi me orino de miedo y de sorpresa. Pero estoy bien.
—La dejarás en paz, ¿estamos? —dice Luka. Dylan no responde pero apreta tanto los dientes que siento que se le va a partir uno. Luego voltea y me habla a mí—. ¿Vamos?
Obedeciendo a la parte imprudente y temeraria de mi sistema producto de la liberación de la adrenalina de ese episodio, asiento y salgo. Ni siquiera con Luka, solo caminando a paso rápido, huyendo de Dylan sin mirar si Luka viene o no tras de mí. Lamentablemente tratando de llegar a la salida o a un baño, no llego sino a la plazoleta de comidas; el lugar es inmenso y me pierdo hasta en un sitio cerrado.
Cuando llego a una pared sin puertas, doy media vuelta para emprender huida hacia el otro lado pero me estampo con Luka que trae su misma expresión de seriedad. Al verlo es como si mi cabeza reprodujera lo que acaba de pasar y me arrepienta inmensamente por lo mal que estuvo; ahora mis lágrimas sí no se retienen.
—No... Eso estuvo mal —balbuceo para mí misma, Luka apreta mis hombros buscando una calma que no va a encontrar en mí—. ¡Estuvo mal! Debo... debo ir a disculparme con Dylan... Dios, ¡Eso no pudo...!
Me suelto del agarre del rubio con la vista nublada y los pensamientos enredados. No puedo dejar que Dylan se enoje o le dirá a mamá y... no, no, ¡no!. Casi corro desandando el camino que recorrí hacia acá pero Gabriel me detiene; trato de safarme siendo ya presa de las lágrimas pero él no me suelta hasta que llega Luka tras de mí.
—No vas a disculparte, ¿Estás demente? —reclama Luka.
—¡Tú no entiendes...! —No puedo decirle que temo que mamá me deje un ojo morado, no... no y no—. Debo ir con Dylan...
Mis párpados abren y cierran con desenfreno y desespero queriendo gritar pero callando todo. Como siempre.
Ya ninguno de los dos me sujeta y mis pies caminan solos ignorando el llamado de alguno que escucho a mis espaldas. Todo hasta que Luka se planta frente a mí sacudiendo mis hombros con un poco más de fuerza de la necesaria pero la justa para que detenga mi despliegue de locura para mirarlo a los ojos.
—Él no le dirá nada a tu madre —asegura.
—No te ofendas, Luka —empiezo, desvío la mirada con las mejillas mojadas y la dignidad siendo prisionera de Dylan—, pero no suenas tan amenazante como para que Dylan te haga caso.
—Colibrí... Hey, Colibrí —insiste al ver que no soy capaz de levantar mis ojos sintiendo el peso de la vergüenza sobre la nuca—. Hey...
—Te agradezco tus intenciones, pero...
—Mírame —exige, colocando su mano en mi mejilla. Me remuevo algo incómoda por su contacto. Jamás me había sentido tan inferior en mi vida; retira la mano pero la que tiene en mi hombro no se va—. Colibrí.
—Perdón.
—Deja de disculparte como si fueras la mala acá. Mírame —insiste de nuevo.
—No tienes idea de lo avergonzada que estoy ahora —susurro con deseos de correr.
—Bien, no me mires entonces. Solo escucha —concede. Asiento—. Te conozco desde hace muy poco y no hay una razón real para que lo hagas, pero ¿puedes confiar en mí?
Él a pesar de todo a demostrado ser alguien de confiar. Al menos alguien que no se limita a burlarse de mis incidentes y mirarme con desdén como lo han hecho todas las personas excepto Kevin a lo largo de mi vida. La confianza no nace así no más, eso lo sé y no mentiré diciendo que confío mi vida a un chico que en la práctica es un completo extraño.
—Podría —susurro.
—No le dirá nada a tu madre. —La completa convicción de su afirmación me dan un pequeño empujón para ser capaz de enfrentarme a sus ojos. Su gesto es noble y algo... compasivo, incluso veo lástima en ellos—. Lo que dije allá es cierto, Colibrí. No estás sola.
—Ya me acostumbré a estarlo.
—Pues acostúmbrate a no estarlo —dice la voz de Gabriel que llegó mágicamente a mis espaldas— porque cualquiera que tenga a este imbécil, ya me tiene a mí también.
No es posible describir los nervios que me carcomen y me han atormentando en los que, me han parecido, los minutos más largos de mi existencia. Mis piernas tambolirean arriba y abajo en el precario espacio del que dispongo en medio de ambos chicos en el asiento trasero del taxi. Como si lo coordinaran mentalmente, ambos colocan una de sus manos en cada una de mis rodillas deteniendo mis movimientos.
—Sé que te acabo de conocer —dice Gabriel derrumbando el silencio— pero me tomaré la confianza de decirte que eres un fastidio y que estoy a un par de toques de nervios de tu parte de darte un puño para que te quedes quieta.
—Perdón —susurro, agacho la cabeza escondiéndola en mis manos y escucho que Luka le da una palmada en la cabeza a Gabriel.
—Cállate, imbécil.
—Si quieres que me calle, no me invites —rebate.
—Tiene razón —murmuro, enderezándome de nuevo—. Soy un fastidio. Lo siento.
—Estarás bien, Colibrí —dice Luka—. Dylan no te hará quedar mal.
—¿Cómo lo sabes? No lo sabes. No lo sabemos.
—Tu novio es un cobarde, te aseguro que no dirá nada.
—No... —niego sacudiendo la cabeza.
—¿Por dónde los dejo? —interrumpe el conductor.
Observo a través del vidrio y ya estamos en mi vecindario, siento todo lo contrario a un sonrojo, es como una palidez súbita que me ataca. Luka se baja para dejarme salida y Gabriel le pide al conductor que espere. Al bajarme me abrazo a mi misma resguardando el calor porque el aire está helado; miro con dirección a mi casa (que está a una calle) y muerdo mi labio.
—No va a pasar nada malo. —La voz de Luka me trae de vuelta de los divagues en los que estaba pensando en mi castigo. Lo encaro.
—Supongo que ya no importa. Si ya estoy acá, no me queda de otra que entrar y si ha de pasar algo malo, va a pasar y ya.
—No eres la más positiva, ¿verdad?
Sí lo soy, pero esta situación puede conmigo.
—Dios, soy un desastre —apostillo en un susurro culposo—. Gracias por todo, Luka.
—No agradezcas. Tú sabes que cobro todo. —Ríe y ese sonido de su diafragma se me antoja tranquilizante.
Ganaré un récord en la vida por portarme bien tonta con el chico que me gusta.
—Me voy —anuncio, llenándome de valor.
—Te veo después, Colibrí. —Se acerca a dejar el beso de despedida en mi mejilla pero en lugar de eso, solo hace contacto mejilla con mejilla y susurra en mi oído—. Eres más valiente de lo que piensas.
Asiento con el nudo en la garganta y me inclino a pronunciar un fugaz «adiós» a Gabriel que está con la mirada en su celular esperando que Luka suba al taxi. Hasta que no escucho la puerta del auto cerrarse, no me muevo y cuando avanzo siento como con cada paso, mi corazón regala un latido adicional en aumento. Abro la puerta luego de un suspiro y de controlar la expresión. Mis padres están en la sala viendo televisión y ya que están en pijama y son cerca de las diez y media, asumo que solo me están esperando.
—Hola —articulo llamando su atención. Mi madre se levanta y llega a mí de un par de pasos. Trago saliva con fuerza.
—¿Cómo estás, Cinthya? —Es su primera pregunta. Denoto preocupación en su mirada y mi mente reluce confusión.
—¡Genial! —exclamo emocionada.
—¡No seas así! Dylan la está pasando mal —reprende, aunque sin odio. Ya que no tengo ni idea de qué habla, asiento con gesto grave dándole la razón—. Menos mal tú no comiste lo mismo que él.
—Sí, gracias a Dios. —Sigo la corriente. Papá apaga el televisor y llega a nosotros.
—Fue muy caballeroso en llamar y decirme que no te podía acercar hasta la puerta —explica papá dándome más detalles de la situación—. Esa comida de los locales es tan mal hecha, por eso le cayó mal.
Disimulo con éxito la gran apertura que mi boca iba a hacer en sorpresa y solo asiento, me disculpo diciendo que estoy cansada y subo a mi habitación tan emocionada como confundida. No sé qué pasó con Dylan y temo a la próxima vez que hable con él pero por ahora, y quizás por obra divina, decidió perdonarme el incidente y evitarme el golpe.
Saco mi celular con intención de buscar algún mensaje amenazante de mi cita o alguna venganza en proceso mas no hay nada. El wifi lo encendí recién subí y duró vivo los diez minutos que mamá estuvo apagando luces y poniendo pasador en la puerta, es decir, ya no tengo internet pero ese pequeño lapso bastó para recibir un mensaje del chico bello que me salvó la vida hoy.
A toda calma le hace falta un desastre para mantener la vida interesante. Solo que en tu caso, eres la calma y el desastre al tiempo, haciendo de tu presencia una montaña rusa para quien logre subirse en ella.
Descansa, Colibrí.
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