S I E T E
Dylan Beliarna es su nombre.
Veintidós años y claramente parte importante de la iglesia junto con su familia.
Un chico alto, demasiado delgado para mi gusto, de cabello negro que permanece engomado sin dejar un solo pelo al aire libre, de ojos sosamente negros y puedo jurar que ni siquiera le brillan como a una persona normal. Lo conozco desde que tengo catorce años y coincidimos en la catequesis para la confirmación. Con esa lógica quiero decir entonces que van seis años en que he acumulado disgusto tanto por él como por su cuadriculada familia.
De ideologías impuestas por su familia y la iglesia, devoto de manera enfermiza a los mandatos de su padre que es el diácono principal de la parroquia a la que asistimos. Siempre ha sido tan correcto en su vida que me fastidia su presencia pues siento que cualquier cosa fuera de lugar llegará a oídos de su padre y de la iglesia y me condenaran al infierno por siempre.
Mis queridos padres les tienen un respeto anormal lindando en la envidia a los suyos; los señores Beliarna pueden ser perfectamente la imagen de familia ideal a la que mis padres aspiraron pero no consiguieron. Incluyendo a los hijos; estoy segura que de ser una opción, nos cambiarían a mi hermano y a mí por los perfectos Dylan y Angie Beliarna. Por su parte, la familia ideal miran a todo el mundo con desdén pero claramente lo niegan y tratan de que no se note bajo la teoría de «ama a tu prójimo» y esas cosas.
Yo sé que ellos no consideran a nadie en este mundo suficientemente bueno o buena para emparentar con ellos o siquiera ser sus amistades y realmente nunca me importó; sin embargo, ahora es completamente diferente al ser yo la que queda en medio de sus cosas y el tinte de desconfianza se hace presente al tener la clara convicción de que mi familia, especialmente yo, seríamos los últimos a quienes ellos escogerían a voluntad para unirnos de cualquier modo. Y mucho menos con una relación amorosa con su ególatra hijo. En la mente de ellos, él merece el cielo y por la vida que llevan quizás sea cierto pero yo estoy lejísimos de ser algo ni cercanamente al cielo. Soy más como un trozo de tierra.
No es que mi autoestima sea baja, es que la de ellos literalmente toca a Dios y le da consejos.
—¿Qué? —pregunto pasados unos segundos en que cada teoría se cruzó por mi mente.
—Que Dylan quiere salir contigo, Cinthya —repite mamá con ese tono de vergüenza ajena por no entender algo tan básico como esa frase.
Por instinto, al escuchar de nuevo su nombre mi vista viaja hasta su persona y a pesar de que tenía en mente mirarlo con amabilidad fingida, no puedo evitar mi mueca de claro desacuerdo.
Es un antipático. Es un arrogante. Es un pedante. Es un machista. Es un imbécil y todos sus derivados y tengo demasiado claro que yo no soy su persona favorita tampoco y la única respuesta es que algo trae entre manos para elegirme a mí.
Me sonríe casi burlándose de la posición en la que me tiene pues es consciente del poder que tiene mi madre sobre mí y lo mucho que ella lo aprecia a él.
—Me pareció lo más apropiado pedirle permiso primero a tus padres —habla dirigiéndose a mí y acercándose un par de pasos con una sonrisa amplia que deja ver sus blancos y derechos dientes—. Espero que me aceptes.
—Ni siquiera somos amigos —objeto con desprecio y a pesar de que Dylan se ríe como si fuera el mejor de los chistes, mamá me da un pellizco en la espalda que me hace cerrar el pico.
—¡Cinthya! —regaña mi madre y sin ni siquiera tomarse la molestia de mirarme, le pide disculpas es a Dylan—. No le hagas caso, Dylan. Eres su primer novio y no sabe cómo actuar.
¿Novio? Inclino la cabeza hacia atrás olvidando la excelente cortesía y me separo un paso de mama para que sus pellizcos queden lejos de mí y sacudo la cabeza algo desesperada.
—¡¿Novio?! ¡No somos nada! —chillo ganándome la mirada iracunda de mi madre con sus dientes apretados guardando los modos.
Eso repercutirá más tarde con la chancla o la correa.
—¡Discúlpala! —expresa con fervor meneando sus manos a Dylan. Él ríe de nuevo como si toda la situación fuera una simple broma más de la vida y quisiera pensar que eso es: una broma; pero conozco a mi familia y la palabra «broma» no es parte de su vocabulario.
La para nada mala mirada de la señora Yolanda me examina de pies a cabeza con sorpresa, casi anonadada de que le diga que no a don perfección andante. Antes de devolverle la mirada de asco, desvío la mirada por mera cortesía.
—Es normal, señora Anderson —interviene Dylan con una afable amabilidad—. No somos muy cercanos y está bien que esté a la defensiva; sería preocupante que me aceptara por una sola palabra; la mujer vale más cuando no es fácil.
—Muy agradecida de tu compresión —espeto y arriesgando el mundo, me dispongo a casi huir hasta mi ático/habitación—. Hasta... luego.
Evadiendo a mamá por un ladito salgo a correr escaleras arriba con una velocidad muy ajena a mi habitual flojera. Sé que me traerá problemas pero me niego a dejarme manipular hasta el punto en que me consigan a un novio; hay límites y ese límite se cruzó cuando dejaron entrar a esa familia acá.
No puedo ni imaginar lo que le costó a mamá no lanzarse a mí con una cachetada pero nada pierdo echando el pestillo de mi puerta intentando fingir que del otro lado no se liberará el infierno cuando los Beliarna se vayan.
Dejo mis luces apagadas hundiéndome en a oscuridad y el silencio tratando de oír lo que se habla pero estando a dos pisos de distancia, apenas y me llegan ecos inteligibles. Es cuando escucho la puerta de salida y me asomo por mi pequeña ventana para ver a la familia inmejorable, que empiezo a temer por las consecuencias de mis actos. Las pesadas pisadas de mi padre y las más suaves de mi madre me dan una punzada de adrenalina en cada escalón que suben.
Mi cuerpo empieza a temblar levemente y las lágrimas comienzan su formación sin haberlos siquiera visto aún. Sin pocas las ocasiones en que siento miedo de mis padres pero son suficientes las experiencias previas a desacatos para temerles. Mientras siga viviendo de ellos y en esta casa, ni puedo objetar nada sin importar que tenga diez o veinte años. Deseo pensar que todo lo hacen por mí bien pero sus acciones muchas veces me lo ponen difícil y he de confesar con culpa que en momentos de crisis de este tipo, he renegado a Dios por darme esta familia.
El respeto se pierde cuando se tiene una familia para el mundo y otra diferente a puerta cerrada.
—Abre la puerta, Cinthya —dice la voz gruesa y contundente de mi padre y me enchina la piel de los nervios. Es más atemorizante cuando muestra ese tono calmado.
No obstante, sé que es más conveniente obedecer y no hacerme la rogada al no abrir. Me acerco de dos pasos sintiendo la madera fría en mis pies y quito el seguro para alejarme de nuevo esperando a que ellos entren por su cuenta. Mamá es la primera.
—¡Quiero una explicación de tu comportamiento, Carolina! —trona dándole a su frágil aspecto un sombrío matiz. Trago saliva.
—No voy a salir con Dylan —afirmo en un susurro que no tiene ni la mitad de fuerza que quería. Mi vista está en el suelo negándome a que mi madre me vea llorar absurdamente.
—¡¿Por qué?! —grita de nuevo caminando hacia mí. Me siento en la cama con ganas de lanzarme por la ventana y la mirada de mamá reluce las llamas del infierno.
—No lo conozco, ni lo quiero, ni siquiera me agrada. Ni él ni su familia...
Un sonido hueco pero cercano y doloroso calla mis palabras cuando mamá me da una bofetada que me ladea la cara hacia el otro lado. Ubico mi palma en el lugar del impacto tragándome las lágrimas por el orgullo y decidida a no decir más tampoco para evitar una réplica. Papá como siempre se limita a mirar, estando del lado de su esposa dejando que me pase por encima sin importar nada.
—¡Eres una desagradecida! —farfulla mi madre llena de ira. Me encojo en mi lugar apretando los dientes—. No estaba pidiendo tu opinión con respecto a salir con Dylan. Alguien como tú debería sentirse afortunada de que alguien como él la haya tenido en cuenta. No podrás encontrar a alguien mejor y no se discute más.
Pisoteando por milésima vez mi dignidad, mi orgullo y mi amor propio, se aleja de mí dejándome respirar tranquila por su ausencia. Papá no se ha movido y cuando me atrevo a alzar la muy llorosa vista, levanto el mentón en un intento de que no me vea derrumbada como en verdad estoy.
—Saldrás con Dylan y punto —señala pausadamente y sale de mi habitación cerrando la puerta a sus espaldas.
Yo detesto el maquillaje. Base, polvos, iluminadores, sombras, brillos y no sé cuántas mierdas más existen para aplicarse en cada parte del cuerpo; todo eso se me hace tedioso, todo mi maquillaje se reduce a un labial y a un lápiz de ojos. Sin embargo, hoy tuve que recurrir a mis polvos y a un poco de base que compré para mi grado hace más de dos años con el fin de cubrir el rojo que dejó el anillo de mamá en mi pómulo.
Casi no pude dormir por estar embargada en llanto y eso repercute en mi aspecto incluyendo ojeras, ojos hinchados y rojos, la mejilla inflamada y un cansancio demencial. Pero debo ir a trabajar; cada día que pase trabajando es un mini diminuto paso más para salir adelante fuera de esta casa. Opto por llevar el cabello suelto para disimular un poco la atención de mi mejilla y usar mi sudadera con capucha. En BurgerBoy me la debo quitar, pero mientras tanto puedo taparlo así.
La hipocresía se ve en todo el mundo: en los pobres, en los ricos, en los apuestos, en los feos, en hombres y en mujeres; nadie está exento de tener hipocresía en su vida pero eso no hace que la de mi madre me choque menos cuando me saluda sonriente y ora sobre los alimentos sosteniéndo mi mano con cariño. No puedo evitar recordar lo de ayer y el llanto amenaza con volver. Revuelvo mis huevos con el tenedor sin tener nada de apetito y mamá nota mi inquietud.
—¿Qué pasa, Cinthya?
—Nada —susurro agachando más la mirada si es posible—. Debo irme, se me hace tarde.
Me levanto y avanzo hasta la puerta; mamá me alcanza y me detiene pero a diferencia de anoche, ahora está amable y amorosa. Evado su mirada. Pone sus manos en mis mejillas; siento su frío contacto y me estremezco de rencor. Es mi madre, lo sé, pero estoy sentida.
—¿Qué pasó cuando Dios vio que el mundo se descarrilaba? —pregunta. Empezamos.
—Mandó a Jesús a morir por nosotros —respondo sin una pizca de cariño, de manera automática y sumisa.
—¿Y crees que eso no le dolió?
—Sí le dolió. Era su hijo.
—Con tal de ver a nuestros hijos felices, hacemos sacrificios y puede que lo veas como algo negativo pero es por tu bien y lo hago con mucho cariño.
Está comparando la muerte de Jesucristo con su manía de controlarme la vida para que tenga los ideales que ella no consiguió en la suya. Ni siquiera tiene sentido la comparación.
Me golpeó con cariño. Sí, igual que siempre.
Asiento sin mirarla y salgo de la casa chocando con el aire frío de las ocho de la mañana que de cierta manera me hace sentir mejor.
Bajo las escaleras con la capucha puesta y las manos en mis bolsillos tratando de olvidar todo por el periodo que pase fuera de casa. De repente una vocecilla que empieza a perder su tinte infantil llega a mis oídos pronunciando mi nombre: es Kevin que baja a toda velocidad para alcanzarme. Intento sonreírle sin dejar ver mis ánimos reales y saludo.
—¿A dónde tan temprano, Kevin? Eso es raro en ti.
—Y estoy que me caigo del sueño —pronuncia—, pero eso no importa. Ayudaré unos días en la tienda del señor Morales y pues... él abre a las ocho.
—Son las ocho y diez.
—Sí... —Se encoge de hombros—. Ya voy tarde.
Río de su optimismo que desearía que pudiera transferirme por hoy. Llegamos a la avenida principal donde partimos camino y volteo a él para despedirme olvidando momentáneamente mi rostro y cuando él lo ve, su sonrisa se borra para ser reemplazada por una mueca de odio. Sin pena y sin pensarlo se acerca y me toca la mejilla; repelo su contacto mirando al otro lado.
—¿De nuevo, Cinthya? —espeta.
Kevin es menor pero su altura es un poquito más que la mía, somos casi iguales y saliendo de su voz medio chillona y su enclenque cuerpo, puede pasar por mayor de edad y en casos así, resulta algo intimidante.
—No importa —digo en un jadeo.
—¿Por qué fue esta vez?
—No importa, Kevin. Déjalo así... —Mis manos empiezan a temblar por algo más que frío y prefiero irme ya—. Se me puede ir el bus. Te veo después, Kevin.
Cuando doy la vuelta para caminar al paradero, me detiene por la muñeca sin quitar su expresión enojada. Es raro no verle su usual carisma y asusta un poco.
—Me vas a contar después —sentencia. Asiento resignada y cabizbaja. Total y a él le cuento siempre de estos problemas.
Siempre trato de que esas cosas no me afecten a lo largo del día pero todo se complica cuando el mero hecho de sonreír me recuerda el dolor en la mejilla.
De cierto modo el mundo está algo a mi favor y al ser un solitario lunes me dejan en la parte de atrás armando cajitas y acomodando utilería en soledad. Gianella descansa hoy y no puedo esperar al miércoles para hacerlo yo, quiero dormir mucho y... eso es todo, no hago más sino dormir.
Salgo un momento de la pseudo bodega para avanzar hasta el baño cuando una imagen no agradable se adentra en el local con su usual caminar que deja diciendo que es mejor que el de los demás.
Camino hasta él sintiendo mi cara arder entre ira y muchas cosas más. No sé si está acá por mera casualidad pero finge muy bien su cara de sorpresa al verme aunque la transforma de inmediato a su arrogancia de siempre. Quedamos a unos pasos de la entrada pues no le permití avanzar más.
—¿Qué haces acá? —espeto sin la más mínima educación.
—¿Y tú? —replica.
Hago un ademán señalándome de pies a cabeza diciéndole la respuesta si es capaz de mirar lo obvio y que traigo uniforme. Asiente burlón y mete su mano en un bolsillo.
—¿No fue suficiente lo de anoche, Dylan?
—Deberías sentirte afortunada —repone sonriente.
—Sé un hombre y sé directo, Dylan —exijo—. ¿Qué quieres de mí? Tú y yo sabemos que ni siquiera congeniamos y que no soy atractiva para ti ni tú para mí.
—Hace años sí te parecía atractivo —recuerda. Frunzo las cejas lo más que mi rostro lo permite omitiendo el dolor, reemplazándolo por ira y fuerza para hablar.
—¿Qué quieres de mí? —repito, sintiendo mis ojos llorosos.
Subo mis ojos a los suyos y por su parte, pierde la sonrisa un instante al percatarse de algo. Destensa los hombros bajando su austera posición y mi necesidad de conservar el orgullo doblega mi negación a su presencia. Frunce el entrecejo con disgusto y acerca su mano a mi mejilla pero me retiro como si tener contacto con su mano fuera lo más asqueroso del mundo.
—¿Qué te pasó? —sisea.
—Nada que te interese.
—¿Fue tu padre?
—No es asunto tuyo, suficiente con haber aparecido ayer y... —Me callo de golpe al sentir la lágrima bajar. Me la retiro con rabia y Dylan desvía la mirada.
—Tu padre te golpeó porque me rechazaste —afirma para sus adentros.
—¿Qué quieres de mí? —insisto.
—Vamos a salir el sábado —sentencia. Antes de que replique, continúa—. Paso a las siete por ti.
—¡No voy a salir contigo! —exclamo algo más alto tratando de ahogar el grito.
—¿Prefieres decoraciones en tu cara o salir conmigo, Cinthya? —Su altivez y obvio triunfo me sacan lo más infernal de las entrañas; nunca me había sentido tan humillada y furiosa con una simple persona. Ante mi silencio, se da por satisfecho—. Eso pensé.
Sin decir más da media vuelta y sale a pasos seguros del local. Me toma doce segundos descongelar el cuerpo y dirigirme al baño para quitar los residuos de lágrimas en mi rostro. No supe si Dylan venía a molestar o a comer pero acabó de dañarme el día. Al salir, Cielo me informa que debo quedarme un rato en dispensación a pesar de que hay poca gente. Aprendí a manejar la caja el jueves pasado pero no me la han encargado, gracias a Dios.
—Cindy —llama Cielo, volteo a ella pues estaba de cara a la máquina de papas—. Quedas encargada por unos minutos, voy al baño. ¿Puedes o es demasiado? —expresa con condescendencia.
—Puedo —aseguro y soltando una carcajada hueca, se va.
Juego con mis dedos estando de frente a la registradora pensando en nada cuando veo por el rabillo del ojo un cliente. Suspiro para poner mi sonrisa de atención maravillosa.
—Bienvenido a BurgerBoy... —Freno en seco las palabras cuando levanto la mirada al cliente.
No sé si tiene un interruptor mágico en su sonrisa, pero nada más verlo se prenden mis colores y mi corazón se acelera entorpeciendo mis movimientos y trabándome la lengua, cosa que él encuentra divertida.
—Hola, Caro.
Ninguna sonrisa se me había hecho más hermosa antes y no es la estructura que tiene, es la calidez que trasmite y las palabras que calla y todo lo que no hace y todo lo que sí hace... es como si todo se concentrara en su boca y todo se resolviera en sus labios conteniendo en su sonrisa los secretos del mundo entero y viéndome incapaz de evitar intentar resolverlos.
No ha habido en mi inexperta vida chico más hipnótico que Luka el rubio.
∞∞∞∞∞∞
-
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top