Q U I N C E
La expectativa versus la realidad siempre ha sido un misterio para las personas. Cualquier cosa que hagamos a imagen de algo o alguien usualmente no sale tan perfecto; es como tratar de hacer una obra mágica de pastelería con un tutorial de un chef en internet. Así más o menos funcionan las relaciones (cualquier tipo de relación), excepto por el hecho de que no hay tutoriales para una relación y en todo caso siempre estás con la expectativa de lo que esa otra persona quiera hacer para ti o contigo.
Trato de decirme que cualquier cosa que Luka quiera hacer conmigo será divertida y que me va siempre a dejar con deseos de salir de nuevo con él.
Esa es la expectativa.
Ahora la realidad.
En un baño demasiado pequeño para alguien adulto y en un espejo al cual debo agacharme un poco para ver mi cabeza completa, observo mi reflejo preguntándome si realmente vale la pena salir con Luka. Él está del otro lado de la puerta tocando y hablando insistentemente animándome a abrir pero la imagen que veo de mí misma me causa risa y vergüenza en un balanza que se inclina más hacia la vergüenza total.
—Abre, Colibrí.
—Me parece una falta de respeto —inicio con voz dramática de ofensa y en tono alto para que logre escucharme— que magulles de esta manera mi dignidad.
—Vamos, no puede estar tan mal.
La pomposa falda de color amarillo que me llega un poco más arriba del tobillo haciendo juego con el corsé azul que es obviamente una talla menor a la mía, me hacen recordar el porqué hace más de seis años que no me disfrazo.
—Está mal. Es horrible, Luka. Te odio.
—Hagamos una cosa: me miras y así ya no te sientes tan mal contigo misma —propone con un claro tinte de risa en su tono.
Quisiera reírme pero estoy en ese lapsus en que es muy trágico así que reír estaría mal. Decido asomar la cabeza para observarlo a ver si eres cierto que se ve igual de ridículo que yo y quizás así subir mi confianza.
Resguardo mi cuerpo con la puerta y giro el pomo asomando apenas la cabeza y Luka se aleja dos pasos para girar sobre su propio eje mostrándome su disfraz. No es justo, él se ve bien con todo.
—Aaggg —resoplo y cierro de nuevo.
—¿Qué? Me veo ridículo.
—Eres el príncipe y eres rubio, te ves perfecto —exclamo sin atajar mis palabras y sonrojándome por ellas.
Cuando dije que sí iba a escaparme de nuevo de mí casa solo porque Luka me dijo "Haremos algo mega divertido", no pensé que el plan fuera llegar al colegio internado de Mateo donde hay programa vacacional para representar un cuento ante los niños más pequeños. A la próxima voy a preguntar.
—Y tú Blancanieves, debes verte bien. Abre de una vez que ya casi nos toca salir —exige.
—Blancanieves era bonita y en teoría... era más pequeña —replico, buscando un adjetivo justo para decir que yo soy muy grande... de todos lados. Que lo diga mi corsé.
—Solo abre, Colibrí —ordena con impaciencia. Inspiro hondo arrugando la frente para mostrarle mi descontento y destrabo la cerradura.
Dos segundos después empuja la puerta y entra, me cruzo de brazos haciendo un puchero enojado y él apreta los labios para no reír. Se acerca hasta quedar a la suficiente distancia para ponerme nerviosa y suelto mis brazos. Me observa con esa mirada pícara hasta que me contagia la risa y le doy un manotazo empujándolo.
—¡No te rías! Esto es horrible. —Sacudo la cabeza efusivamente y me encojo de hombros reconsiderando todo—. ¿Sabes qué? No lo haré, qué vergüenza salir así. No y no.
—No me estoy riendo, Colibrí —asegura—. Te ves hermosa, te lo juro.
¿Por qué mi voluntad se va a pasear cuando él hace un comentario de esos? Me he dado cuenta de que los halagos le salen bien, es decir, los dice muy naturalmente y parece que solo lo hace como una muestra de amabilidad pero mi mente aún no asimila eso y se me hincha el corazón cada que escucho sus palabras. Para él son solo palabras pero para mí... No, Cinthya. No. Nada de nada.
—Solo lo dices porque me iré.
Su rostro se torna serio confiriendo a su gesto una autoridad y madurez adicionales. Él es hermoso. Y entre otras cosas, está disfrazado de príncipe azul con capa y todo y... vamos, es perfecto.
—Te ves muy bonita, Colibrí. ¿Por qué no me crees?
—Porque tengo ojos y a este vestido le falta tela. —Con mis dedos intento sutilmente subir un poco más la parte de mi espalda y escote, aunque sin éxito.
—O tú lo rellenas mucho mejor —dice serio. Luego nota lo que dijo y se ríe de sí mismo—. Eso sonó mal, lo siento. —Mi rostro no puedo subir más en tono rojo—. Digo que te ves bien.
—No creo...
—Mírate —formula, señalando el espejo a mis espaldas. Obedezco mecánicamente y ladeo la cabeza hasta tocar mi hombro con mi oreja para alcanzar a verme en el bajito cristal.
—Veo lo mismo que hace unos minutos.
Se ubica tras de mí e inclina la cabeza también para ver mis ojos en el espejo. Resoplo de nuevo pero él me sonríe poniendo su mano en mi hombro.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—¿La falta de tela en el vestido? —ironizo.
—No. No te ves a ti misma como lo que eres.
—Veo más de lo necesario por la falta de tela del vestido.
—¡Deja de hablar de la tela del vestido! —explota exasperado enderezado la espalda de nuevo.
—¡Pero falta tela...!
—¡Carolina! —trona fingiendo enojo aunque su sonrisa lo contradice. Termino riendo igual y me pongo frente a él—. No falta tela, te ves hermosa.
Mis ojos se mueven sin punto fijo aquí y allá buscando una salida y un mechón de cabello cae a mis ojos.
—Mi cabello no es como el de Blancanieves —anuncio agarrando un montón con el puño
—¿Tú conociste a Blancanieves? —pregunta y antes de que hable, responde—. No, no la conoces. Pudo ser castaña y no lo sabríamos.
Me resigno y ruedo los ojos a mí misma preguntándome porqué soy tan pendeja y luego veo a Luka sonriéndome ampliamente y recuerdo que él es el motivo.
Había una pareja que iba a hacer el papel, según Luka, los tíos de uno de los niños pero convenientemente tuvieron que viajar dejando todo botado y como el bello Mateo tiene un hermano del que está orgulloso, lo propuso para ocupar su lugar y ya que su hermano tiene una «amiga del hogar de la abuela», acá estoy en mi intento de ayudar a los demás perdiendo la dignidad en el camino.
—Bien. Pero jamás volveré a salir contigo sin preguntar antes a dónde vamos —sentencio.
Eso no lo creo ni yo, si me dijera que vamos a robar un banco, ya estaría buscando la máscara para acompañarlo.
—Genial —apostilla y se acerca al lavamanos diminuto de los niños de cinco años y agarra mi peine—. Voltéate, te voy a peinar.
Levanto ambas cejas viendo la oportunidad de reírme a gusto de él. Alza sus palmas esperando a que haga lo que dice y entonces me río.
—¿Me vas a peinar? —inquiero burlona pinchando su hombro con mi dedo—. ¡Me vas a peinar! ¿Sabes peinar?
—Si se lo dices a alguien, tienes problemas conmigo —advierte completamente serio—. Sí sé. Y sí te voy a peinar. Y ahora te vas a callar y te dejas.
Suelto el gancho que sostenía parte de mi cabello y me giro, posterior a eso siento sus manos en mi cabeza y el peine bajando con delicadeza. Me pica la lengua y no alcanzo a atajar las preguntas.
—¿Por qué sabes peinar? —Lo veo desde abajo por el espejo y finge no escucharme, sin embargo mi atención en su rostro le resulta incómoda y me mira con rencor. Mi sonrisa no puede bajarse.
—Soy multifuncional —responde simplemente.
De un halonazo me acomoda la cabeza para que deje de mirarlo y susurra un muy falso «lo siento».
Para ser hombre, no tiene la mano pesada para estas labores y casi no he sentido sus movimientos, apenas y he notado que el cabello ya no cae sobre mis hombros sino que está recogido. No tarda más de diez o doce minutos en acabar.
Me observo y veo un recogido simple pero bonito que empieza con una trenza desde mi frente. Ni yo misma me peino tan bien. Antes de que pueda halagar el lindo resultado y buen trabajo, siento sus dedos en mi nuca haciendo que de un respingo.
—Tienes un lunar muy bonito acá —murmura, tocando con su índice algún punto en el comienzo de mi columna vertebral.
—No digas eso —farfullo, removiéndome para que me suelte. Él apenas y se ríe de mí.
—¿Por qué no?
Porque haces que me gustes más y más.
—Solo no. Me da vergüenza.
—¿No estás acostumbrada a recibir halagos? —pregunta, casi incrédulo. Ruedo los ojos y me inclino a recoger mi blusa para ponerla en la maleta mientras me la puedo volver a colocar.
—¿Tú qué crees?
Me coloco la tonta capa tapando así la mayoría de lo que no debería estar descubierto y ya que Luka decidió callar y no responder, salimos del baño.
Mateo será uno de los enanitos de la obra junto con otros seis compañeros. Una niña de las más grandes será la reina y bruja; gracias al cielo no tengo que hablar en público o eso sí sería imposible pero esto es un cuento narrado así que solo debo escuchar lo que la grabación dice por los parlantes y seguir la idea. Según Luka será mega sencillo pero él lo dice porque solo debe salir al final y no durante toda la obra. No es que el público que está lleno de padres y familiares espere algo profesional porque, vamos, son niños... pero me da una vergüenza increíble solo tener que subirme con este disfraz. O solo subirme al escenario.
El internado es enorme y por ende, su teatro también así que ya está casi lleno y las profesoras acomodan a los demás niños con sus disfraces. ¿Por qué no pusieron a un par de niños de protagonistas? Según me dijo Mateo, ninguno quería ir de «pareja» con ninguno ni hacer de enamorados y ya que son la minoría los que están en el curso vacacional, no había más opciones.
Junto con Luka, mi maleta y mis nervios, llegamos tras el escenario y avanzamos hasta Mateo. Él al verme y con toda la indiscreción de un niño de diez años, me mira de pies a cabeza, luego nota la mirada de regaño de su hermano y se sonroja desviando la mirada. Si un niño me mira así como a un bicho raro, imaginarme a los demás seres humanos allí presentes me pone más de los nervios.
—Te ves bonita, Caro —dice Mateo a regañadientes.
—No me siento así, pero gracias.
Una señal de una de las profesoras hace que Mateo se vaya con ella, dejándonos a nosotros dos allí, por mi lado sintiéndome del asco física y emocionalmente y Luka... él es hermoso, está normal.
Apagan las luces y suena música de fondo, de esas de los comienzos de los cuentos en televisión.
Hace muchísimos años en un país muy lejano, se esperaba la llegada de una hermosa bebé, la princesa...
Entran unas niñas con un muñeco que hace de bebé y la música sigue con las palabras de esa voz propia de los cuentos. Creo que en uno o dos minutos entro, primero entra una Blancanieves niña y luego sale la más hermosa del reino. Es decir, yo. Al fin y al cabo es ficción porque si la más bella del reino fuera alguien como yo, dicho reino estaría jodido de belleza.
—¿Lista? —pregunta Luka a mi lado mientras miramos el avance.
—No. Me quiero ir. Me quiero quitar esto. Te odio. Me debes muchos helados por esto.
—Te daré lo que quieras después de esto.
Ojalá alguna de las cosas que dijera Luka no me sonrojaran, pero no. Todo hace que mis colores suban junto con mi temperatura corporal.
«¿Quién es la más hermosa?» Le preguntaba la reina a su espejo. «Tú lo eres», respondía siempre... Hasta que la princesa fue mayor y la respuesta fue diferente: «La princesa es la más hermosa»
Y aquí es cuando hago el mayor ridículo de mi vida, saliendo con la frente en alto y con andares exagerados propios de una princesa.
Las escenas pasan con calma, aparte de alguna mirada reprobatoria de algunos niños que sí se saben el papel, parece que no la he cagado tanto y he sabido llevar esto. Me dan la manzana, me tiro en el piso bien muerta y luego de que estuviéramos un minuto tras el telón, aparezco dentro del cofre del ataúd que es básicamente una colchoneta con adornos dorados y entonces aparece mi príncipe.
No había pensado en el hecho de que Luka de hecho es El Príncipe y que según el cuento debe besarme. No va a besarme, ¿O sí? No es por ser quisquillosa, pero ya que tristemente no he dado mi primer beso, no quiero que sea frente a todos y disfrazada. Así sea con un rubio como Luka, no quiero que sea así. Igual no creo que él vaya a besarme. Espero.
Estoy muerta pero abro disimuladamente uno de mis ojos para ver a Luka caminando con dramatismo y el pecho inflado de aquí a allá mientras la voz que relata el cuento llega a la parte en la que me encuentra. Finalmente llega el momento y Luka se ubica junto a mí dando la cara al público.
Tan solo con verla y ver su belleza, el amor nació del corazón del príncipe. La amaba y según la leyenda, nada puede más que un beso de amor verdadero.
Uno de mis ojos ha estado abierto todo el rato y Luka me está sonriendo desde arriba. Se ve taaaan principesco que debo suprimir el suspiro porque estoy muerta. Casi literalmente. Mi semi sonrisa y deslumbramiento se decae un poco cuando lo veo acercarse lentamente. El corazón empieza a palpitarme muy fuerte pero más que nada de miedo. No quiero besarlo ahora, no y no.
No sé si mi rostro de indecisión es demasiado obvio pero estando a un par de centímetros y con algunas palabras bellas del que narra, Luka susurra casi sin mover sus labios.
—La obra no es el único motivo por el que voy a besarte, pero prefiero no robar besos. ¿Quieres que te bese?
Debo ser la persona más estúpida y ciega del planeta entero al rechazar semejante ofrecimiento. Luka es hermoso, es rubio, amable, me encanta... pero no quiero que así sea mi único primer beso.
Niego sutilmente solo para que él lo vea y sus labios aterrizan en mi mejilla. Abro los ojos exageradamente y me siento en mi ataúd para abrazarlo por el cuello.
—Lo siento —articulo entre dientes manteniendo la sonrisa teatral.
—No lo sientas.
Sí. Confirmado, no hay nadie más estúpido que yo.
Si me llega a preguntar más tarde, diré simplemente que estaba llena de nervios por ser el punto focal de unas cincuenta personas; jamás le confesaré que no he dado mi primer beso y que ridículamente espero algo mínimamente romántico. Ahí para delante, no creo tener que preocuparme por quién o cuando beso a alguien pero las primeras veces son únicas y eso las hace especiales; ni siquiera me he planteado que Luka vaya a ser mi primer beso porque no creo que alguien como él pueda fijarse en mí. Hace un momento simplemente fue cortés y por eso me preguntó pues sabía que la obra incluía beso.
La obra fue relativamente temprano y tuvimos tiempo de comer algo con Mateo en la cafetería del Internado. Luego de cambiarnos y devolver los disfraces, Luka estuvo algo serio y temí que estuviera enojado conmigo por lo de la obra a pesar de que recibimos muchos aplausos de cortesía. Mateo por su parte no ha parado de hablar del éxito que tuvo toda la función y de lo bien que lo hicimos.
Deben irse a su casa y yo llegar a la mía así que en el paradero de buses es donde debemos despedirnos. Mateo ha estado en medio de nosotros las dos cuadras que nos separan del Internado pero al llegar, Luka le dice que se siente y se acerca a mí.
—Gracias por hacer esto, Colibrí.
—De hecho... fue divertido. Al fin de cuentas fue algo nuevo —respondo—. Gracias por invitarme.
—Eres... —Calla y muerde su labio con duda. Pienso que iba a decir que soy loca pero prefirió callar—. Nadie más hubiera hecho esto.
—¿Hacer el ridículo en un colegio ajeno mientras está escapada de la casa? Sí, creo que no hay otra persona que a sus veinte años deba huir de esa manera para ir a un internado.
—A veces me pregunto cómo es que teniendo... —titubea un poco y luce algo avergonzado. La curiosidad me pica.
—¿Qué? Dilo.
—¿Cómo es que considerando tu vida sigues igual de sonriente? —pregunta dubitativo. Kevin ha preguntado eso muchas veces.
—Porque tengo fe en que la vida tiene algo mejor para mí —contesto segura y sincera—. Ahora o más adelante, no lo sé, pero no quiero amargarme mientras lo consigo. Si la vida te golpea, ríete del golpe o ella se reirá de tu derrota.
—Qué profundo —halaga burlón.
—Es la verdad.
—Es cierto. —Mira en la lejanía y viene un bus que es el que ellos toman—. ¿Sabrás llegar a tu casa?
—Sí. Ya sé qué ruta tomar, averigüé en Internet —presumo con orgullo. Ambos reímos—. La pasé muy bien, en serio.
Luka levanta su mano para que el bus frene. Mientras lo hace, se acerca a darme un abrazo que recibo con mil mariposas desgraciadas que solo aparecen en los peores momentos, justo cuando mi mente les dice que se jodan.
—Si no dejas de sonreír nunca, me tendrás siempre a tu lado —susurra y me suelta. Mateo ya subió y él lo hace detrás—. Adiós, Colibrí.
Me despido con la mano y veo el bus alejarse al mismo ritmo que mis palpitaciones vuelven a la normalidad. Ahora solo me esperan casi dos horas en bus hasta mi casa... tiempo que usaré para regañar al corazón por empezar a buscarle dueño a los latidos, en especial a alguien que ni siquiera sabe que existen.
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