N U E V E
No sé si fue que el inconveniente de Luka fue algo más importante para Andy de lo que yo había pensado pero hoy se ha dedicado a mirarme con algo de recelo más de la cuenta. Cada que me doy cuenta es como si quisiera gritarme algo pero no lo hace por algún motivo, es inquietante pero trato de ignorarlo.
Ya que me quitaron el internet anoche no supe si Luka me respondía, igual y piensa que estoy chiflada y no me vuelve a escribir. Al menos puedo decir que tuve una casi interacción con un chico lindo, eso ya es un punto positivo para mi vida.
Que me condenen a encargarme del aseo no es lo más triste del mundo pero sí es cansador y más para una chica floja como yo; ya me duele la espalda de estar agachada y las manos de estar restregando, sin embargo como todo siempre mejora, dos cuerpos se agachan a poca distancia de mí a ayudarme. Ambos me sonríen con amabilidad y empiezan a restregar el suelo.
—¿Los castigaron? —bromeo y ríen por lo bajo.
—Andy quisiera mandar a todos a restregar pisos para que lo miraran desde abajo —responde Julián y Gianella lo observa como toda una enamorada.
Me pregunto si ella está oficialmente como una rechazada o si nunca lo han hablado. Debe ser muy imbécil si no se ha dado cuenta de sus miradas endulzadas; Gianella me sorprende mirándola y se sonroja agachando la cabeza.
—Digamos que los empleados geniales estamos en el suelo —exclamo y solamente Julián se ríe.
—¿Sí descansas mañana, Cinthya? —Julián ladea un poco su cuerpo hacia mí.
—Sí. Y lo merezco y lo necesito —anuncio con exageración—. Esto de trabajar no es fácil y estoy exhausta.
—Salgamos —propone y niego con la cabeza.
—Ya te había hablado de eso.
—¿Sabes lo difícil que es mentir a tus padres? —pregunta con obviedad—. Te diré: no es difícil. Diles que vendrás a trabajar y no vienes, es muy sencillo.
—Pero...
No puedo creer que no se me haya ocurrido; quizás soy demasiado buena hasta para mi propio bien y por eso no se me había cruzado por la mente. En realidad sí es muy factible esa opción, suena sencillo y aunque jamás he mentido de esa manera puedo intentarlo por primera vez y ¡Salir con Luka! Es perfecto, es mi oportunidad y ¿que puede salir mal?
—No hay excusa, Cinthya —asevera Julián y mi sonrisa pensando en el rubio ya está más amplia que mi cara—. Mañana salimos...
Eso me devuelve a la conversación y levanto la vista a él buscando cómo decirle que no; no es que quiera rechazarlo por segunda vez pero quiero salir con Luka... Aunque pensándolo bien, debo salir de mi casa temprano como si fuera un horario de trabajo y dudo que cualquier ser humano quiera helado a las ocho y media de la mañana. Debo buscar qué hacer hasta medio día.
—¿Qué tal a las nueve?
—¡¿De la mañana?! —chilla.
—Pues si debo salir como si viniera a trabajar, no me voy a quedar como un perro en un parque hasta que pase mediodía —razono y Julián se estira para darme un amistoso golpe en el hombro.
—Bien, te invito a desayunar pero luego vamos a algún lado —sentencia.
—Genial entonces.
Mi mente está llena únicamente con la idea de llegar a casa, prender el internet e invitar a Luka a comer helado mañana. Me siento como una criminal planeando el escape, es algo genial pero me asusta. Que deprimente es mi vida... en fin.
Juro por todos los libros del mundo que no tengo dobles intenciones al salir con Julián ni que las tenía al aceptar con tanta efusividad su invitación, así que es sincero cuando digo que no quería que nadie malinterpretara nada y por «nadie» hablo de Gianella que luego de mi sonrisa de comercial dedicada a Julián, se levanta y se aleja hasta perderse. Julián ni siquiera la nota, no alza la vista pero yo sí lo noto y me siento de repente terriblemente mal por hacerle esto.
Gianella es una chica demasiado amable pero callada y de las que no dicen cuando algo les molesta o les alegra; ese instinto femenino, sin embargo, me dice que se molestó y es con justa causa pero como no quiero tener de enemiga a la única alguien que me agrada de acá, me decido por abordarla en el cuarto de casilleros antes de salir. No me ha mirado más en el trascurso de la tarde y parece reacia a hacerlo ahora pero me planto frente a ella obligándola a levantar la vista.
—Gia.
—Dime.
Creo que ser directa es lo único que puedo hacer ahora así que voy al punto sin rodeos.
—Julián no me interesa —aseguro y su atención se centra del todo en mí—. No lo veo como algo más que un compañero de trabajo y mañana saldremos en plan de amigos, te lo prometo.
Suelta una risita seca, no con rencor sino con resignación. Agarra su maleta y la cuelga a su espalda; antes de salir y cuando creo que ya no me va a responder, se gira junto a la puerta y me sonríe nostálgica.
—El problema no es que no te interese, el problema es que él sí se interesa en ti. —Muerde su labio con esa conocida expresión de contención a soltar lágrimas—. Y que no puedo hacer nada al respecto, al igual que en los últimos cuatro años.
—Gia...
—No es tu culpa, Cinthya. Te veo el jueves.
Con el último susurro se va, haciendo que me pregunte si realmente quiero enamorarme. Debe ser despreciable amar sin ser correspondido, tener esa imagen de esa persona y suspirar por ella pero no poder tocarla o besarla a gusto porque no despiertas nada en el otro... mejor no pienso en eso; cruzaré el puente cuando llegue a él.
Toda la energía que mi cuerpo puede albergar es usada para subir los dos tramos de escaleras de mi casa posteriores a los cientos para llegar. Al menos mamá está en alguna parte afuera y no tuve que cruzarme con ella así que comí algo rápido y llegué como un tiro a mi ático para buscar comunicación con Luka. Luego de cambiarme la camisa del uniforme y cuando me dispongo a escribirle, el tono de llamada me borra la sonrisa y respondo de mala gana.
—¿Sí?
—Hola, futura novia.
—Jamás, Dylan. ¿Qué quieres? —espeto.
—¿Te han dicho que parece que tuvieras un forro alrededor que dice «púdrete»?
—Solo lo ves tú porque solo es para ti. ¿Qué quieres?
—Eres una grosera. Estoy llamando en buen plan.
—Cualquier plan que te incluya es una real mierda.
—Te oyes horrible maldiciendo.
—Consigue una en la iglesia que se quede callada como una sumisa y no me jodas a mí entonces.
Esa pequeña parte de sentido común que habita en mi cuerpo me dice que no sea tan grosera si no quiero problemas con mamá pero al mismo tiempo no me importa; si estoy obligada a salir con él sí o sí, no lo trataré bien, no es mi obligación salir contenta, solo salir. Sí, esa es mi defensa.
—Me gusta que seas rebelde. Por eso te elegí, bonita —dice con su tono jocoso de siempre lindando en la burla—. Pero no llamé a saludar, llamé a recordarte que paso por ti el sábado a las siete.
Quizás él es mi karma por alguna vida pasada; debí ser Hitler o algo para que Dios me cobre de esta manera.
—¿Al menos me dirás a donde vamos?
—¿Para qué? Te vistes igual en cualquier lugar.
La maldición más grande de mi vida es que me dan ganas de llorar de enojo, de felicidad, de tristeza, por hormonas, porque sí y porque no. Apreto la mandíbula hasta que me duelen las muelas traseras e inspiró hondo.
—No sé por qué me haces esto, Dylan —escupo las palabras—. Pero cuando lo sepa, todos lo sabrán. Algo te traes y voy a averiguarlo.
—¿Tan mala es tu autoestima que no puedes creer que te quiero a mi lado por ser tú y no por conveniencia?
—No soy una estúpida, Dylan. Tú y yo sabemos que algo te guardas.
—Como quieras, bonita. Iremos a la pista de patinaje del centro, ¿Crees que tu equilibrio sea suficiente? —pregunta con sorna.
La verdad, no. Pero ya fue suficiente de destacarle su superioridad.
—Te odio, Dylan Beliarna.
—¿En serio, Cinthya? ¿Ya no me quieres ni un poco?
La gota rebosa mi ojo y le cuelgo el teléfono esperando que no haya consecuencias.
Los sentimientos son como una balanza, el péndulo principal tiene al amor de un lado y al odio del otro. Una balanza no baja o sube sola por mirarla, debe haber una fuerza para que cambie su posición, así exactamente funcionan los sentimientos. Dylan y yo hace años estábamos en el centro de esa balanza sin inclinarnos a ninguno de los lados, bueno, yo estaba dando pasos cortos y cautelosos al extremo del amor haciendo que su lado subiera y pudiera admirarlo desde abajo. Cabe aclarar que esa era MI balanza, no la suya pero él había entrado en ella.
Supo que él me gustaba así que me molestaba en actos que yo tomaba como coqueteos, finalmente a mis catorce, casi quince años me invitó a salir. Era mi primera cita y estaba que no cabía de emocion, ni qué hablar de mi mamá que por primera y única vez la vi orgullosa de mí. Me arreglé, me vestí, me peiné, me puse la ropa más linda que tenía en mi conservador armario y me senté a esperar la hora. Cayó la noche y nadie llegó, le envié un mensaje que decía «¿Vienes tarde?», su bella respuesta fue «Oh, era una broma. No pensaste que en serio te iba a invitar a salir ¿O sí?». Mamá me culpó, yo me culpé.
Nadie odia por que sí; el odio, al igual que cualquier otro sentimiento, es inspirado por algún motivo o causa, sin excepciones. Dylan está en mi mente como «Mi primer desencanto» y el más fuerte y el más asqueroso, ese que ha hecho que sienta que no soy merecedora de nada.
La diferencia entre odio y amor radica en la creencia popular de que el odio con el tiempo merma, mientras que el amor crece, pero hay casos como el mío con Dylan en que el odio no disminuye sino que se mantiene estable pero cuando él hace una aparición como esta nueva que tiene en mi vida, la balanza emocional que nos carga se inclina al lado oscuro: el del rencor, donde yo voy bajando y él por su parte sube para que yo pueda mirarlo desde abajo cada vez más hundida en ese sentimiento repudiando su simple imagen.
Lo de la criminal escapando de prisión no iba tan en broma y bien puede ser un símil de mi vida; lamentablemente para alguien cuyo mayor crimen ha sido urgar en las ollas luego de almorzar, es demasiada carga de nervios un escape como el de hoy. Temo que con solo mirar a mi madre todo se desmorone en mi parte malvada y termine confesando y pidiendo perdón. Mejor pedir perdón que permiso, sí, así va el dicho y hoy voy con toda la emoción. Mi vecino de cien escalones más abajo es cómplice y pasaré primero allí para cambiarme mi horrible uniforme.
Desayuno de la manera más casual posible aunque las miradas a ambos lados como una paranoica del libro 1984 no son tan sutiles. Mi hermano me ha mirado raro dos veces aunque eso es normal, papá tiene su nariz en el periódico y mamá en la Biblia. Me levanto en silencio dejando el plato en su lugar y susurro una despedida para irme sin llamar la atención. Solo faltan dos pasos para la libertad condicional cuando llega mi padre a mí, me tenso a sabiendas de que normalmente es mamá quién lo hace.
—Adiós, papá.
—¿Estás bien? Estás muy pálida, ¿Estás enferma? —pregunta sin expresión en su rostro. Él es más de los de la filosofía «me vale cinco la vida de mis hijos excepto lo que diga mi esposa».
—Sí. Solo voy tarde... —Tomo el pomo de la puerta con la cabeza agachada y él pone una mano en mi hombro.
Listo, eso fue todo, me descubrió, ahora mamá se va a enojar y me encerrará por siempre hasta que me salgan canas; papá la apoyará y mi hermano se reirá de mí y no volveré a ver a Luka y...
—Solo voy a decirte esto una vez: no vas a arruinar tu cita con Dylan. Es muy importante para nosotros que ustedes se unan.
A la mierda todo, seguiré mintiendo.
—Sí, lo sé.
Me libero de su agarre y camino a paso rápido hasta la hilera de escaleras. Vuelvo la cabeza un poco y veo a papá que me observa desde la puerta, hago un ademán casual y empiezo a bajar. Cuando sé que no puede verme echo a correr hasta la puerta de Kevin que ya está abierta con el chico del otro lado sonriéndome como todo un cómplice orgulloso.
—¡Ya eres una rebelde! —exclama con emoción.
Pues rebelde, rebelde, no. Pero casi y me siento feliz.
—Estoy orgullosa de mí.
—¿A dónde irás, prófuga?
—Ahora me veré con un compañero del trabajo y luego, veré.
Ayer no encontré a Luka conectado así que no pude pedirle o invitarlo a nada, aunque espero que hoy sí pueda así habrá valido la pena el riesgo que tomé. Si no lo encuentro pues... nada, estaré con Julián o como mi plan inicial, en un parque como un perro hasta que sea hora de llegar a casa.
—Ya eres una adulta. —Kevin seca una lágrima imaginaria del rabillo de su ojo y luego señala a su habitación—. Allá está tu ropa, no te demores.
Se pierde en la cocina y yo en su habitación; el cuarto de Kevin es el típico de un chico de menos de dieciocho años lleno de desorden y ropa sucia por todas partes. Es asqueroso, a veces me pregunto si todos los hombres son así. Me quito la camiseta amarillo pollito para reemplazarla por una blusa morada y mis tenis blancos por unas bailarinas más bonitas. Al salir, Kevin tiene una tostada colgando de su boca y un vaso de algo en la mano, hago una mueca de asco y él ríe con la boca llena.
De nuevo Kevin va tarde a su trabajo tiempo parcial en la tienda pero parece que le da tan igual como si no importara.
Quedé de verme con Julián en una calle cerca a su casa que si bien no sé en dónde es, me dijo que me bajara en la octava estación luego de que me subiera al bus. Mi sentido de orientación es algo de lo que no puedo hacer alarde y ya que jamás he salido de mi barrio, cada calle se me hace un mundo desconocido y no dejo de mirar en todas direcciones esperando que no se me pase la cuenta de los paraderos para bajarme a tiempo. Por el tráfico que se me hace eterno, el recorrido dura más de media hora. Julián me había dicho que luego de bajarme caminara al norte dos calles, sin embargo, he caminado suficiente para saber con certeza que estoy perdida.
Ya en el momento de pánico en un barrio ajeno al mío, saco el celular y marco el número de Julián.
—Hola, soy yo. —Saludo inteligentemente.
—Hola, ¿Dónde estás?
—Creo que me bajé donde dijiste.
—Yo estoy fuera de casa, dime dónde estás.
Miro a mi alrededor sin reconocer absolutamente nada. Titubeo, notando cómo la gente que pasa me mira como una loca pues eso debo parecer dando vueltas sobre mi propio eje buscando algo familiar.
—Emm... no sé, hay un perro junto a mí. —Escucho su risa y detengo mis vueltas—. ¡No te rías!
—Cinthya, ¿Algún local? ¿Un parque? ¿Un loco? ¿Algo?
Examino de nuevo de izquierda a derecha y solo veo la avenida por donde pasan los buses, dos paraderos y una muchacha paseando tres perros enormes.
—Hay un conjunto residencial de pared azul atrás, los autos adelante, un columpio a mi izquierda y un loco en una banca durmiendo a unos metros.
—Ya sé dónde estás.
Por un momento dudo que de verdad lo sepa con mis escuetas indicaciones, pero unos minutos después lo veo acercarse batiendo su mano. Está más informal que en el trabajo lo que se traduce a que está en sudadera y no en jeans. Suspiro aliviada pues en secreto me da miedo andar sola por la ciudad y más en un lugar que jamás había visitado.
—¿Llegaste fácil?
Iba espichada en el bus, me despeinaron, un señor me pisó el pie, el bus casi no me para, me perdí y me daba miedo de llegar a otra dimensión.
—Sí.
—No es tan complicado, igual. Vamos.
Emprende camino deshaciendo los pasos que había recorrido más sonriente que nunca. Es el chico más sonriente que he conocido hasta el momento, es decir, es el único chico sonriente que he conocido hasta el momento.
Nos adentramos en una calle sin acceso de vehículos y nos detenemos en una puerta amarilla de fachada verde. Abre la puerta y me deja pasar, doy dos pasos hasta quedar adentro y espero a que Julián cierre para seguir porque es casa ajena y no he tomado confianza.
—Deja tu bolso... donde sea.
Lo pongo en la primera silla del comedor que se me cruza y sigo estática mirando las paredes. Es muy raro ir a casa de alguien por primera vez, todo lo ves raro y como si fuera de otro mundo, por estar acostumbrada a mi hogar de siempre, cualquier casa se me hace extraña. Julián ya se perdió de vista y no sé qué hacer ahora. Entonces escucho su voz hecha grito.
—¡Entra, Cinthya!
Avanzo siguiendo el origen de su voz hasta llegar a la sala donde está de pie junto al televisor buscando algún canal bueno.
—Que linda casa.
—Sí, gracias. Es... —Cuando voltea a mirarme y me encuentra casi en la entrada sin moverme y con las manos entrelazadas se ríe y se cruza de brazos—. Hey, esa timidez de no querer entrar no es bien recibida en mi casa. Siéntete como en la tuya. Acomódate que no tenemos pulgas en el mueble.
—Lo siento...
—Sí, siéntalo, sienta tu trasero en el mueble. —Voltea de nuevo al televisor escuchando mi carcajada por su chiste acomodado. Pone un canal de televentas y resopla—. A esta hora no hay nada qué ver. Debería estar durmiendo.
—Lo siento.
—¿Vas a disculparte toda la mañana? ¿Dónde está la Cinthya divertida?
—En BurgerBoy, trabajando. —Al menos puedo presumir de sacarle una risa a Julián. Pero aún se me hace extraño estar acá.
—Eso está mejor. ¿Qué desayunamos? —pregunta.
—Ya desayuné, gracias.
Su gesto de mala gana se rompe cuando escucha los pasos bajar por las escaleras. Grita hacia ese lugar indicando en dónde está y una señora bajita, de cabello castaño claro y parecida a mi compañero aparece con un traje de oficina. Su atención llega directamente a mí y luego a su hijo.
—Ella es Cinthya, ma.
—Hola —murmuro en voz baja.
—Es un gusto, Cinthya, soy Marisol. —Deja su bolso en el mueble y se encamina a la cocina—. ¿Tienen hambre?
—Sí —responde Julián—. Cinthya me decía que está hambrienta.
—¡Eso no es cierto! —Reprendo a Julián con la mirada, sin embargo, la señora Marisol ríe.
—¡Que tiene hambre, ma! Pero que le da pena.
—¡Julián! —Aprovechando que su mamá ya no nos ve, le doy un manotazo en el hombro sintiendo mi cara colorada. Estiro el cuello para hablar hacia la cocina—. No tengo hambre, señora Marisol.
Admito que de ser amigos cercanos con Julián no me importaría arrasar con la comida de su casa, pero ya que no es así, me reservo los instintos para tratar de dar una buena impresión.
Se escucha el trajinar de las ollas en la cocina pero Julián es indiferente y pone total concentración al comercial de una máquina de ejercicios que promete un cuerpo escultural.
—Chicos, debo irme —anuncia la madre de Julián saliendo presurosa luego de un rato para agarrar su bolso y dirigirse a la puerta—. Les dejé desayuno en la encimera.
Julián se levanta y la acompaña hasta la puerta; él es bastante más alto que su madre y se agacha para darle un beso en la frente y ella le da la bendición.
—Te veo en la noche, ma.
—Me dejas la cocina limpia —ordena su madre, Julián blanquea los ojos y asiente.
Esa simple imagen que dura a lo mucho minuto y medio me hace suspirar pensando que sí es posible tener una buena relación con los padres pero que ambos deben poner de su parte. Si tan solo mamá y papá... no importa, ellos fueron los padres que la vida me dio y debo agradecer por ellos.
Julián me descubre mirándolo fijamente cuando cierra la puerta tras su madre y me saca la lengua sonrojado, así que asumo que le avergüenza un poco ser el consentido de mamá.
—Desayuno, arreglo el reguero y nos vamos —sentencia. Da dos pasos largos hasta la cocina.
—¡¿A dónde?! —grito desde mi lugar.
—¡A conocer, muñeca!
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