Extra

Hola, amores Mazorquitos ♥

Qué raro es actualizar por estos lares, peeero estoy participando en un concurso y en uno de los retos, debía escribir un relato navideño y ya que entré al concurso con esta historia, decidí hacer este extra con mi Carito. 

Aprovecho para desearles una navidad muy feliz y un año nuevo lleno de amorsh y de comida que no los engorde. Thyfhanhy Inc. les envía un abrazo virtual a todos. 

Espero disfruten este pequeño especial navideño y no se olviden de comentar y/o votar, o al menos de amarme profundamente ♥♥

El comercio extravagante que nace desde finales de octubre hasta fin de año con motivos navideños ya me tiene con dolor de cabeza.

En años pasados y desde que tengo memoria, ver los alumbrados, las tiendas vendiendo árboles, guirnaldas, renos, Santas y una infinidad de adornos y regalos más, era algo que me emocionaba e incluso sacaba un día específico para ir a ver luces por la ciudad con la madre de Kevin y sus hermanos. A mis padres no les emocionaba mucho, pero a mí sí, y aunque el espíritu navideño no entraba con mucho agrado a mi casa, en mi corazón siempre estuvo presente.

Hasta este año.

Las navidades y sus relacionados suelen verse como sinónimo de alegría, de unión, de amor, de dejar al menos por un par de días los rencores para sentarse alrededor de un árbol en casa, escuchando música y riendo con la familia, sin embargo cuando no se puede compartir nada de eso, la navidad solo se convierte en una apreciación lejana y obligada de la felicidad ajena.

Este año no tengo motivo alguno para celebrar; estoy en una nueva ciudad sin Kevin, acabo de sufrir un colapso amoroso y lo peor de todo, Adam acaba de irse al cielo, ya no tengo ánimo alguno de celebrar o compartir la dicha general que invade a las demás personas.

De hecho, ver el ambiente navideño me trae más bien nostalgia de lo que era mi vida trescientos sesenta y cinco días atrás, cuando estaba en mi casa, sabiendo que iba a seguir estudiando cuando enero llegara, con Adam a una llamada de distancia y con Kevin y su madre a la luz del arbolito de navidad y su pesebre... y claro, sin conocer a Luka.

Se supone que el tiempo y la distancia deben hacer que los desamores se olviden pero al parecer las dos constantes físicas no son capaces de irrumpir en la mente ni en el corazón. Luka, contra toda mi voluntad, no deja de pasearse por mi pensamiento.

Es algo irremediable, estando en el trabajo o en la casa o comiendo o ejerciendo cualquier actividad, sea como sea, de un momento a otro su nombre aparece o veo algo que me lo recuerda y a veces parece que todo me lo recuerda a él. No es algo que controle y eso lo hace peor aún porque mi mente ya está convencida del mal que me hace seguir pensando en él pero Luka sigue ahí, quiera o no, me guste o no, vaya a regresar algún día con él o no.

Es como una presencia fantasmal de la que no puedo deshacerme y a la que solo puedo mantener un poco a raya dejando salir alguna vez una o dos lágrimas en su nombre.

Por ser veinticuatro de diciembre, la empresa cerró temprano y siendo casi las dos de la tarde, vamos saliendo con Theo.

—¿Algo especial por Navidad hoy? —dice.

—¿Tú tienes ganas de celebrar?

—No, pero tú eres tan... tú. Quizás quieras hacer algo.

—¿Me acompañarías a una fiesta si te lo pido?

Theo lo piensa por un par de segundos y asiente, muy a su pesar.

—No te voy a dejar sola.

Mi amigo, como es de esperarse, tampoco está en su mejor época festiva. Sabemos que es navidad, que es una fecha especial pero lo único genial del asunto es que nos dejaron salir temprano.

—Gracias. Pero no te preocupes, no voy a ir a ningún lado.

Theo suspira evidentemente aliviado.

—Gracias al cielo. —Llegamos a un cruce de semáforo y Theo por instinto me toma del brazo, deteniendo mi marcha ya que la luz verde que nos cede el paso parpadea para alumbrar la roja—. ¿Qué quieres comer? Navidad o no, tengo hambre.

—Recién almorzamos.

—Pero me dará hambre más tarde y no sé tú, pero no tengo muchas ganas de cocinar, así que debemos comprar algo antes de llegar.

—Lo que quieras está bien —aseguro—. Y a lo que sea que quieras, agrégale una pizza familiar y pollo frito.

Theo sonríe y el semáforo cambia, cruzamos la calle y caminamos un poco hasta la primera pizzería que nos cruzamos.

—Así que... yo quiero comida china y le agregamos pizza y pollo frito —corrobora. Asiento, complacida—. Y comemos de todo un poco.

—Por supuesto, aloquémonos hoy que la vida es corta —le guiño un ojo en broma y él me sigue la idea.

—A volvernos locos entonces... después de todo es navidad.

***

Mientras en el resto de la ciudad la gran mayoría de personas lucen su ropa nueva o al menos la más bonita mientras comparten con alegría con su familia, nosotros estamos sentados en el sofá de segunda que Theo compró para su pequeño apartamento en el piso de arriba, él usando una sudadera y yo mi pijama enteriza. Tenemos cada uno un alita de pollo en la mano y los ojos en el televisor, viendo la película del Grinch, algo acorde con la fecha especial. Luna reposa a mi lado en el suelo alfombrado, con su cabeza agachada y sus patas extendidas.

—¿Sabes? Cuando era niño odiaba al Grinch porque era un grosero con todos —comenta—. Ahora como que lo entiendo y siento empatía por él.

—Yo lo sigo odiando. A ratos, pues... cuando quiere dañar la navidad. Este año no estoy de los mejores humores pero no por eso me gustaría que se cancelara la navidad para los demás.

—Eres muy buena persona —ironiza.

—Lo sé, es mi peor defecto.

—Estoy de acuerdo.

Theo es el consuelo desconsolado más oportuno del mundo. Uno pensaría que para salir del fondo necesita a alguien que esté arriba, feliz, rebosante y que nos contagie con su alegría, pero resulta que no. Para sanar realmente un corazón roto, no se necesita uno nuevo que traiga bienestar, sino uno igual de dañado que brinde un apoyo para que cure de a poco con la ayuda de la empatía. El error de muchos es tapar la herida del corazón con una bandita de alguien feliz, pero es mejor dejarla abierta y visible para que no solo se oculte, sino que cicatrice.

En los dos meses —aproximadamente— que llevamos viviendo relativamente juntos con Theo, nos hemos convertido en la muleta del otro. Como en todo, hay días buenos y días malos y él tiene los suyos, en los que piensa mucho en su ex y le duele y revive la situación en su mente; yo lo escucho cada vez que quiere hablar y lo abrazo tan fuerte como puedo y guardo silencio, evitando decirle palabras que no sirven de nada. Él hace lo mismo por mí y me ha visto llorar con disimulo por Luka y llorar a pulmón herido por Adam.

También nos hemos visto sonreír por donde estamos ahora y sentir enojo por donde quisiéramos estar ahora. Nuestra relación se ha vuelto una constante reciprocidad de apoyo en cada rama de las emociones.

Antes de todo lo que pasó creía que yo solo necesitaba ser feliz y estar animada a todo momento, ser positiva y atraer esa positividad a mi vida con buenas energías, luego, descubrí que para ser feliz también necesito dolor y que una sonrisa sabe muchísimo mejor cuando nace luego de un llanto profundo.

—Oye, ya casi es medianoche.

—Me consume la alegría por eso —expreso, sarcástica.

Las casas vecinas tienen sus equipos de sonido a todo dar y eso hace que la llegada de la medianoche no pase precisamente desapercibida. La película ha terminado y ahora miramos alguna otra que transmiten por el canal nacional. No me interesa, ni atención le pongo, no puedo sacar de mi mente a Adam, y el hecho de que no voy a recibir su llamada diciéndome Feliz navidad me deja intranquila. Ni qué decir de mis padres, ellos no me van a llamar.

—Ponte un suéter —dice de repente y se levanta—. Uno mío para que no bajes hasta tu apartamento. .

—No pensarás salir a la calle ahora, ¿verdad?

—Faltan diez minutos para medianoche, vamos.

—No voy a salir a la calle —insisto.

—No vamos a la calle, vamos, Cinthya. —Theo ve la intención de Luna de levantarse y seguirme—. Deja a Luna acá, no tardamos.

Viendo que ya está con la mano en la cerradura, me resigno y me levanto. Al no haber traído chaqueta, efectivamente tomo un sueter de Theo y me lo coloco. Me queda ajustado, obviamente, dado que él es alto y delgado cual astilla. Salimos —con algo de dificultad para dejar a la perrita adentro— al desolado y pequeño pasillo que tiene escaleras a ambos lados. Theo toma el tramo izquierdo y sube, yo lo sigo. Abre con estruendo la metálica puerta de la terraza y sale conmigo detrás.

La terraza es pequeña, sencilla, está con el uso exclusivo de lavar y extender la ropa para que se seque. Según me dijo Benjamín, Adam planeaba algún día construir otro piso aquí, pero nunca concretó nada.

—Sé que no querías celebrar —comienzo—, pero creo que pasar la medianoche tiritando en frío es un poco extremo en tu rencor hacia la navidad.

—Ven acá.

Se sienta en el helado piso de cemento y cruza las piernas. Pese a que su expresión es tan neutra y autoritaria como siempre, parece un poquitín emocionado así que obedezco y me acomodo a su lado. Es evidente que su sudadera tiene la tela más gruesa que mi pijama y el frío me cala más hondo a mí.

—Ya me estoy congelando, ¿ahora qué?

—¿Puedes esperar un poco?

—Con este frío, creo que no.

De lejos se escucha la voz de algún locutor de radio que está a todo volúmen en el parlante del auto de algún vecino. Este empieza a anunciar la cuenta regresiva de menos de cinco minutos y Theo se voltea para observarme.

—Apuesto a que este no era tu plan navideño al iniciar el año —dice.

—Puedo decir lo mismo.

—No era el mío, por supuesto —confiesa—, pero tampoco está tan mal. Cuando pasó lo que pasó, supuse que de ahí en adelante cualquier celebración sería en solitario y pensando en ella y sintiéndome miserable. Aún pienso en ella y me siento miserable, pero no estoy solo.

—Qué grandes ánimos.

—Las cosas de la vida no siempre son claras en su manera de proceder, pero no puedo negar que creo con toda firmeza que... sea el destino o Dios o el universo, nos cruzó en el camino por algún motivo.

—Esta no es una declaración de amor, ¿cierto? —bromeo. Theo ríe.

—No. Es más una declaración de amistad. Sé que si hubiera sido otra persona la que iba a llegar así a mi vida de repente, no le habría prestado mayor atención ni se habría vuelto importante, pero tú sí. Y ahora, solo unos meses después, estamos en otra ciudad, viviendo juntos en la práctica y me has apoyado tanto, Cinthya, que sé que el conocerte no pudo ser una simple casualidad.

Escucho sus palabras con un pequeñito nudo en la garganta. Theo no es de sacar a lucir mucho su lado tierno y aprecio infinitamente el que haga ese esfuerzo. Tal vez aunque no se celebre con alegría, la navidad igual trae sus milagros.

—Es lo más romántico que me han dicho —dramatizo.

—Espera a que algún chico que valga la pena te descubra, entonces recibirás mucho más.

Abajo, la voz del radio vecino empieza el conteo hacia atrás: 10...9...8...

—Feliz navidad, Cinthya.

5...4...3...

—Feliz navidad, Theo.

1... ¡Feliz Navidad!

Al inicio de música en la emisora luego del enunciado del locutor, siguen gritos de los que sí celebran y sonido a más alto volúmen. Theo pasa su brazo por mi hombro y frota mi brazo en un fallido intento de menguarme el frío. A los diez segundos, descubro la razón de Theo para traerme acá y en definitiva no es el querer sincerarse con su aprecio hacia mí.

El cielo se ilumina en un estallido de pirotecnia de mil colores, chispeando la oscuridad con reflejos hermosos. A pesar de que el barullo exterior supera todos los decibelios admitidos por los humanos, los fuegos artificiales parecen acallar por un momento todo, quedamos solamente Theo y yo, sin tantas luces, en la terraza, sumergidos en una especie de hipnosis mágica. Incluso los dolores en el corazón se me apagan y aunque sé que es algo muy efímero, me siento tranquila y me permito disfrutar de la calma que el panorama me trae.

Giro un segundo la cara hacia Theo, cuya mirada solo brilla en reflejo a los mezclados colores de la pirotecnia; sus ojos son otro cielo oscuro que también está estallando en figuras multicolores. Lo observo por cuatro segundos y sonrío antes de mirar de nuevo hacia arriba.

Me muevo un par de centímetros más cerca a Theo y él afirma su brazo sobre mi hombro, ubico mi mano sobre su rodilla y continúo disfrutando del espectáculo que sé que no durará más de un par de minutos.

En el pasado la navidad para mí representaba comida, luces, fiesta, abrazos, familia, risas y regalos, hoy, sin embargo, la navidad fue mi pijama, fue mi perrita Luna, fue comida chatarra, una película y disfrutar de un congelado momento sentados en el suelo mirando pólvora explotando.

Pero más importante aún, hoy la navidad fue Theo y sin importar los motivos por los que la vida decidió juntarnos, no podría estar más agradecida de tenerlo a mi lado. 

♡ ¡Cuénteme qué les pareció! Los leo. 

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