D O C E


Tarda dos segundos la puerta abierta sin que nadie salga y mi cuerpo parece petrificado. Sale mamá, pero sale de espaldas hablando aún con la mamá de Kevin. De forma sincronizada, compartimos con Luka una mirada y la mía debe ser similar a la del ganado camino al matadero. Temo que de dar cualquier paso quede al descubierto y por eso mi quietud. Luka me sacude la mano llamando mi atención y señala la cima con su mentón.

—Corre —susurra—. Yo la distraigo.

Pues no voy a objeta nada. Un segundo antes de que mamá volteé a mirar al frente Luka llega hasta allí y veo a Kevin salir. Luka se acomoda estratégicamente tras mi madre tapándole la visión hacia arriba y sigo corriendo. No sé qué hará, pero no me interesa, tampoco tengo tiempo de quedarme a mirar. Saco cada una de las fuerzas que no tengo en mi sistema hasta dar con la cima; me atrevo a mirar hacia abajo y mamá aún no viene subiendo.
Camino a paso rápido hasta mi casa y abro la puerta encontrando la estancia vacía, veo la luz del baño prendida y asumo que es mi hermano y como él es mucho más metido que nadie, opto por no hacer ruido y subir directo al ático.

Cerrando la puerta a mis espaldas trato de recuperar el aliento con un dolor horrible en el pecho que me oprime completamente. Me dejo caer en la cama mirando al techo con ese vacío en mis pulmones que no sentía desde que salí del colegio y no volví a tener educación física. Hoy fue el día más alocado de mi vida y ya en mi soledad puedo pensar en eso.

¡Luka me tomó la mano! Fue para que le apurara el paso pero la tomó y me salvó de un buen regaño. Pero más importante aún ¡tuve una cita con Luka! Mi sonrisa es más grande que mi cansancio y cada parte de mi ser vibra de pensar en el rubio. Puede que no vuelva a salir conmigo por esta experiencia alocada, pero ¡salí con él! Dios mío, Luka es el chico que mas me ha gustado en toda la vida y no puedo evitar ilusionarme. ¿Con qué? Con nada en específico, solo con... no sé, ¿volver a verlo? Así solo sea para atenderlo en BurgerBoy.

Demostró ser increíblemente amable al pasar por todo eso sin objetar ni irse. En parte hubiera querido que se quedara en el centro comercial la primera vez que huí para no alimentar así mis ilusiones pero si lo vemos en retrospectiva, de no ser por él ni siquiera hubiera llegado al taxi. Sé con total certeza que cualquier interacción que tenga con Luka va a ser en plan amigos pues estoy muuuuuyy por debajo de su gusto o estándar. Es como poner a Nemo el pez con un Delfín. Yo soy el pez pequeño e insignificante, él es el delfín hermoso que todos desean ver.

Un buen rato después escucho la puerta y las voces de mamá y papá. Me apresuro a colocarme mi pijama y bajar casualmente a comer algo.

—Hola —saludo, tomando asiento en mi silla del comedor.

—Hola, Cinthya. Te estuve esperando para ir a la casa de la señora María —dice.

—Había un poco de trancón. Casi no llego. —Literalmente, casi no llego.

—Kevin tiene un amigo muy gentil que conocimos hoy —informa. Mi atención se centra totalmente.

—¿Ah, sí?

—Sí. Se llama Lucas y me preguntó que si yo sabía de alguna iglesia pues en la suya están en remodelación.

Quisiera reír, quisiera preguntar más, quisiera corregir su nombre o llamar a Kevin a que me de mas detalles pero me limito a asentir mostrando muy poco interés. Sacó un tema excelente para entretener a mi madre y le estaré eternamente agradecida por ello.

A pesar del desastre obvio de mi encuentro con Luka, me siento más feliz que cualquier otra noche de recordar cada segundo. Incluyendo en su totalidad el tiempo que pasé con Julián, fue magnífico lo que hizo por mí y por primera vez en muchísimos años me siento viva, me siento querida y puedo hacer alarde de tener a más casi amigos que solamente Kevin.
Dije en algún punto que sin importar lo malo que hubiera sido el día, podía empeorar, pues a la inversa funciona el mismo principio: no importa que tan bueno fue el día, siempre puede mejorar.

En esta ocasión con algo tan nimio como un mensaje.

¿Llegaste viva?

Tapo mi cara con la almohada ahogando la emoción con el celular siendo apretujado en mi mano. Respiro hondo y escribo.

Gracias a ti, sí.
Te debo muchísimo, Luka.

¿Recuerdas que habías dicho que si te ayudaba no volvería a saber de ti?

Un puchero dramático adorna mi rostro al recordar ese detalle. Quizás por eso me ayudó. Tiene sentido.

Sí. Y lo hiciste, fue un gusto haber estado hoy contigo. Supongo que nos veremos si alguna vez vas a BurgerBoy de nuevo.

¿Era en serio?
Supuse que lo decías en la desesperación del momento, ¿De verdad no voy a volver a saber de ti?

Bien, ya me confundí.

¿Qué piensas tú?

Que esta fue la cita más loca que he tenido en la vida.

Lo siento.

¿De qué? Fue la más divertida.

Já, .

Asumo que estás sonrojada y como no te estoy viendo, puedes dar por seguro que no es una mentira solo para ver tus colores.

¿Se puede tener una arritmia cardíaca solo por las palabras de un chico al otro lado del teléfono?

En ese caso, recuerdo que te debo otro helado.

O una cena o una salida al cine.
Y no me debes nada, yo pago a la próxima.
Fue genial salir contigo.

Puedo decir lo mismo.

Seremos grandes amigos, ya verás.

Listo, nube disipada. Bueno, en parte lo esperaba así que no me duele tanto, al menos podré seguir viéndolo. Luego de despedirme, apagan el WiFi y me rindo al sueño, al cansancio, a las mariposas y a la idea de que mañana vuelve mi rutina.

Valió la pena. Totalmente.

—¿Que tal esta, cariño? —pregunta mi madre ondeando una blusa morada frente a mí.

Intento con cada fibra de mi ser fingir una emoción que en realidad no me nace ni de chiste. Asiento con la mejor sonrisa fingida y para mamá parece ser suficiente. Falta media hora para que empiece mi cita con el queridísimo Dylan y mirando el entusiasmo de mi madre pienso que debería ser ella la que salga y no yo. Obviamente el novio perfecto le informó a mis padres del horario de nuestra cita para que yo no tuviera excusa válida para no ir.

—Esa está bonita.

—¡Claro que lo está! —chilla con alegría—. Póntela y yo... voy a buscar un moño para tu cabello.

De brinco en brinco sale de mi ático dejándome sentada en la esquina de la cama con la blusa en las manos y mi fastidio en la mente. Llegué hace poco de trabajar y mamá apenas y me dio tiempo de comer algo por empezar a arreglarme.
Me quito la camiseta de mi uniforme para reemplazarla por la blusa y suspiro con pesadez. Me siento con esa opresión en el pecho que sientes cuando debes ir a visitar a la tía que no te agrada, ese fastidio latente que se echa encima de tu cuerpo quitando las ganas hasta de caminar. Es un asco.

Pero como una lucecita, mi celular alumbra y suena el tono que destiné a los mensajes del rubio. De nada a todo pasa mi cuerpo con solo ese sonido; hemos estado hablando a ratos estos días aunque no ha vuelto a BurgerBoy. Lo cual es lógico porque comer siempre afuera debe salir costoso. Tomo mi aparato de la peinadora y me siento frente al espejo a desbloquear la aplicación.

Hola, Colibrí.

Arrugo la frente en confusión y luego noto que pudo haberse equivocado de chat. Sí, eso debe ser.

Te equivocaste de chat, Luka.

¿No eres Carolina?

Entonces fue el autocorrector.

Oh, tu autocorrector puso Colibrí.

No fue el autocorrector, fui yo.
Decidí que te llamaré así de ahora en adelante.

Los apodos a mi parecer son una muestra de clara confianza entre amigos o familiares y en las parejas, de amor sincero. Es como querer distinguir a esa persona por algo único que no sea como todos la llaman. Ahora, que mi «escasamente amigo al que he visto un par de veces y dijo que seríamos grandes amigos» me llame por el nombre de un pájaro, me deja pensativa de si será un halago, un insulto o algo al azar.

¿Puedo saber por qué?

¿Qué sabes de los Colibríes?

Después de todo, cualquier conversación puede servir para algo en un futuro y es cuando a mi mente llega el dato que creí inútil cuando Julián me lo dijo en medio de un intento de halago.

Aletean más de sesenta veces por segundo.

Exacto.
Van a más velocidad que cualquier otra ave. Al menos que la mayoría; dicen que son mágicos porque aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.

Sigo sin entender qué tiene que ver un ave diminuta conmigo.

Tú no caminas por la vida, tú trotas, corres, huyes, vuelas. En un segundo te veo cerca y luego te veo como alma que lleva el diablo al otro lado del lugar.

¿Me dices Colibrí porque huyo de mi madre?

Creo más que huyes de la vida a causa de tu madre.
Pero sí. Suena lindo, ¿No crees?

Luka ha conocido mucho de mí estos días que hemos hablado. He sido sincera sin dar detalles vergonzosos y él me ha contado muchas cosas que quiero pensar que también son sinceras. Lo único como... triste al respecto es que hemos tenido muchísimas conversaciones en plan "amigos". Es decir, son cosas de las que no hablas si pretendes tener una relación amorosa con alguien. Pero me conformo.

¿Tengo opción?

No. Eres Colibrí.
¿Qué haces?

Lo imposible: arreglarme para mi cita.

¿Dices imposible porque no quieres ir?

Digo imposible porque no tengo arreglo.

No necesitas arreglo. No estás averiada, colibrí.
Tal vez algo desequilibrada pero no averiada.

Y también porque no quiero ir.

La pista de patinaje es divertida.
Olvida la compañía y disfruta.

Sé que me voy a ir de cara en algún punto.
Tú lo dijiste: soy una desequilibrada.

Pero si tienes al chico de apoyo, no te caerás.

Dylan gozará de verme en el suelo, sacará fotos y se reirá en su casa con ellas.

Ya que me dije a mi misma que no iba a mostrarle miedo de los patines a Dylan haciendo gala de mi orgullo, voy preparada para lo peor pero esperando lo mejor. Antes de teclear respuesta, escucho los pasos de mama y bloqueo la pantalla con afán, si se llega a enterar que hablo con algún otro ser humano puede mandarme a un internado aún cuando ya tengo veinte años. Me meacomodo la blusa extremadamente rápido y finjo estar arreglando mi cabello frente al espejo.

—Esa blusa es muy linda —halaga mamá. Asiento sin decir nada y la dejo acomodar mi cabello a un lado sosteniéndolo con un moño lila de seda.

El timbre suena y mi madre da un respiro rebosante de alegría, de esos que desearía que tuviera cuando hago algo bien en la vida pero que solo salen cuando de Dylan se trata. Parece que de lo único de lo que mi madre puede estar orgullosa de mí, es de que no la cague con el chico ideal.

—Ya bajo —anuncio antes de que ella me inste a salir. Mi no entusiasmo es bastante obvio.

—Cinthya, debes portarte bien. Recuerda con quién estás saliendo —ordena apuntándome con su índice y templando la mandíbula—. Si te dio una segunda oportunidad, no la desperdicies. Debes decir que que sí a todo lo que te pida. —Se dobla un poco para quedar a un centímetro de mi cara que aun sigo sentada y me analiza con gesto grave y sugestivo—. A todo.

Cuando se da por entendida, se levanta recomponiendo su sonrisa y mi mente evoca una escena de esas películas de terror en las que el diablo amenaza y luego voltea luciendo una sonrisa de comercial para engañar a los inocentes; así tal cual es ella. Sacudo la cabeza y me coloco los zapatos; una última mirada al espejo mirándome a los ojos.

—Sé valiente. —Cierro los ojos un segundo y me alejo de mi espejo.

La sonrisa estéticamente bonita de Dylan me recibe en el piso de abajo. Tiene sus manos en su espalda con expectativa y otra sonrisa de película de terror; mis padres ambos están junto a la puerta con esa mirada que denota orgullo y me esfuerzo en sonreírle igual a Dylan frente a ellos.

—La traeré antes de las once —asegura Dylan mirando a mi padre con respeto.

—Sé que lo harás, hijo. Confiamos en ti.

Más que en mí, pero bueno.

Abrir la puerta y atravesarla nunca me había fastidiado tanto y más cuando Dylan pone su brazo sobre mi hombro guiándome hasta su auto (por que sí, sus padres le dieron un auto al cumplir veinte) y con toda la caballerosidad del mundo me abre la puerta. Ya adentro, miro por el espejo retrovisor y mis padres están en la puerta meneando su mano como si me fuera para siempre. El descenso de la cima transcurre en silencio, lo cual agradezco pues mientras menos hable Dylan, mejor para mí.

—¿Emocionada? —Rompe el silencio en un semáforo que agarramos en rojo.

—Sí, la euforia no cabe en mis poros. Me embarga la emoción.

—Hey, vamos en buen plan. —Su mano se desplaza hasta mi hombro y entonces giro violentamente a mirarlo.

—¿Qué quieres de mí, Dylan?

—Solo es la primera cita, Cinthya. No estés a la defensiva.

El semáforo cambia y con ello la conversación termina. No puedo confiar en él, simplemente no me nace. Sé que algo busca y no voy a bajar mi guardia con él.

La pista de patinaje es algo retirada y nos toma cuarenta minutos de incomodidad llegar; ni él volvió a hablar ni yo lo forcé a decir nada. Sus atenciones no bajan, como por ejemplo, me abrió la puerta al bajarme y también la del edificio para entrar. Apenas y le he dedicado una que otra mirada pero me ha respondido con sonrisas que de no conocerlo, creería que son sinceras.

Él paga las entradas y nos guían hasta la pista, nos prestan los patines y nos dirigimos a unas gradas que hay tras el cristal que encierra la explanada de cemento para colocarlos. Hay mucha gente, en su mayoría jóvenes, todos rodando por el terreno que es enorme, es como un estadio. Como se ven los estadios en televisión porque jamás he ido a uno.

Es aquí cuando los nervios arremeten al intentar ponerme los tenis con ruedas. Dylan se los pone con agilidad y yo trato de hacer tiempo buscando una estrategia para no caerme.  Desvío la vista a los demás y pues... no parece tan complicado, creo que puedo hacerlo. Hasta hay niños acá, no puede ser imposible. No obstante, toca bajar dos escalones para llegar a la pista así que me quedo en medias y camino con los patines en mis manos. Dylan me sigue.

—Debes ponértelos, bonita —ironiza. Resoplo y llego a lo plano, me inclino a colocarlos.

—Lo sé.

Bien, ya me los puse. Me pongo de pie con mucho cuidado y no me tambaleo. Bien, eso está bien, ahora, ¿Cómo me muevo?

—Estamos en una cita, bonita. Yo te ayudo.

Su tono dulce aún se tiñe de desconfianza a mis oídos pero me digo a mi misma que trate de llevarlo; puedo divertirme y quizás, solo quizás pueda estar bien con Dylan. Me toma del codo y empezamos a movernos, él es muy bueno en esto, yo solo me estoy dejando arrastrar. Mi ceño fruncido va desapareciendo conforme nos alejamos del cristal que delimita adentrándonos en el centro para ser reemplazado por una sonrisa de gozo puro.

Mi fe en la gente me va a arruinar, lo sé y Dylan me lo confirma cuando estando lejos de algún apoyo sólido, me suelta luego de darme un impulso. Puto.

—¡Dylan! —chillo bajando la voz con la intención de que no todos los presentes noten mi inminente caída.

—Pensé que sabías patinar, bonita —exclama con desdén antes de alejarse hasta perderse de mi vista.

Mis ruedas siguen avanzando y estoy a unos diez metros del cristal más cercano. Me digo a mí misma que si no me muevo tanto, el golpe será menos duro así que mis extremidades permanecen estáticas mientras la velocidad disminuye o me estrello, lo que pase primero. En un ataque de pánico, retraigo los brazos poniendo los puños en mis ojos cerrando los párpados con fuerza esperando el impacto y la humillación.

Son siete segundos hasta que el impacto llega, pero no caigo y no me duele porque no aterricé en un muro sino en el pecho de alguna persona. El corazón me late desbocado por el susto y me toma un momento reaccionar y notar que unos brazos me rodean, unos brazos que literalmente me recibieron evitando mi accidente. Antes de abrir los ojos y disculparme o agradecer, aspiro con fuerza recuperando aire y degustando el delicioso aroma a colonia masculina.

—¿Estás bien? —pregunta una voz gruesa y desconocida.

Sin mover más que mi cuello, levanto la vista encontrando a un hombre moreno, bastante moreno y de cabello rizado que me sonríe con ganas de echarse a reír. Qué vergüenza. El color rojo fresa llega a cada parte de mi rostro pero debido a mi escasez total de coordinación, no puedo separarme del desconocido.

—Perdón. Lo siento mucho, no vi por donde iba.

—Obvio que no, ibas con los ojos cerrados —exclama soltando una corta carcajada.

Resaltaré que no es uno de esos momentos de novela en las que el chico me gusta. Es decir, sí es muy apuesto pero no me atrae de esa manera ni espero una historia de amor por la manera cliché de conocernos. Sinceramente, tengo más vergüenza y miedo de caerme que sentimientos de atracción.

—¿Puedes...? —titubeo, atragantándome con mi saliva—. ¿Puedes empujarme hasta algún muro, por favor?

Estamos tan cerca que aún puedo oler su perfume y mis manos se han enganchado a su camiseta con fuerza, las suyas permanecen una en mi cintura y una en mi espalda alta impidiendo que me caiga.

—No vienes mucho, ¿Verdad? —Niego con la cabeza y con mucho cuidado el desconocido pasa de estar frente a mí a estar junto a mí en un intento de rodar conmigo hacia adelante.

En lo más profundo de mi ser está la razón real del porqué el desconocido no me atrae, la razón tiene nombre, apellido, unos ojos hermosos y un cabello rubio. Quiero negármelo a todo momento porque ya está claro que de una amistad no pasamos pero así es y me queda más que claro cuando una hermosa voz habla risueña a mis espaldas.

—¿Ves, Gabriel? Te dije que no había una chica más despistada que ella.

Un rubio que me ha robado el sueño nos rodea con mucha habilidad en sus patines para ubicarse frente a nosotros con su usual y amplia sonrisa. El chico –que ahora sé que es Gabriel– ríe en respuesta a la vez que Luka se pone a mi otro lado para tomarme del otro codo.

—Tienes razón. Solo hizo falta ver qué chica iba a estrellarse para saber quién era la famosa Carolina.

—Hola, Colibrí —dice Luka, ayudándome a rodar al igual que Gabriel. Debe ser gracioso pues mi cuerpo está entumido y solo se mueve por la presión que ellos hacen—. Qué coincidencia encontrarte acá.

No. No es coincidencia; él sabía que yo estaría acá.

Pero sí es una sorpresa y tal vez esta cita no termine tan mal después de todo.

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