D I E C I S E I S


Cambiar el plan dominguero de ir al albergue a estar en el baile del hogar San Patricio es algo muy a favor. Y más aún cuando mamá sí fue al albergue a repartir almuerzos, lo que implica que me dejó venir sola halagando mi disposición a ayudar a los demás.

Yo no soy la más en pro de los vestidos pero es un baile y no voy a llegar en jean así que me decidí por un vestido que he usado solo una vez anteriormente: en la Primera Comunión de mi hermano. Es sencillo, es azul cielo y lo bastante suelto como para que no me remarque zonas del cuerpo que es mejor no remarcar.

El baile empieza a las tres pero desde el medio día estoy acá ayudando con la decoración. Las enfermeras se ataréan siempre demasiado y me siento mal de que no tengan ayuda y no poder pedirla porque todos son ancianos; he puesto serpentinas de colores, varios globos –y por cierto, ya estoy sin aire por inflarlos–, las mesas se han decorado y el pastel no tarda en llegar.

Uno de los dos salones que componen al hogar, fue vaciado de mesas para convertirlo en la pista de baile, de por sí todo está desocupado pues la gran mayoría de los abuelitos están arreglándose para recibir a sus familiares. Según me cuenta Carmen se vendieron todas las entradas así que en la perspectiva, esto se va a llenar.

Ya faltando apenas unos veinte minutos y con muchos de los familiares ya acá con sus abuelos correspondientes, renuncio a mi labor de acabar de acomodar los vasos para irme a buscar a Adam. Su habitación queda en el segundo piso y subo las escaleras sonriente; toco dos veces y al escuchar su voz diciendo «Siga» entro para verlo acomodando su corbatín frente al espejo y de espaldas a mí.

—¡Estás muy apuesto, Adam! —chillo, llegando hasta él y poniendo mi mano en su hombro.

Se gira a mirarme de pies a cabeza y pongo mis manos en la cintura, modelando para que vea mi atuendo. Yo nunca me arreglo tanto y eso es algo para celebrar. Asiente en aprobación y avanza hasta su mesita de noche de donde saca una cajita.

—En mis épocas se daban ramilletes —anuncia, tendiéndome la cajita—, pero darle ramilletes a un chico era muy raro entonces, así que nunca lo hice. Y tú ya eres muy bella sin flores en la muñeca así que te traje un pequeño adorno.

Cala sus gafas con su arrugada mano y me sonríe esperando a que lo abra. La tapa levantada revela unos lindos pendientes y una cadena de mariposa, son dorados y en mi nulo conocimiento, creo que son costosos. Abro mucho los ojos y lo observo a él.

—Esto debió costar mucho, Adam. —Niego con la cabeza cerrando la cajita—. Con un pan hubiera sido suficiente.

Ríe de mi no-chiste y mueve su mano restándole importancia; llega hasta mí y abre él mismo la cajita para sacar la cadena y dejarla colgando en su dedo índice; con algo de dificultad desabrocha el seguro y levanta ambas partes con gesto obvio de que debo ponérmelo.

—Carito, no tengo a quién darle mis mimos, solo estás tú —exclama—. Eres la única familia que tengo así que me vas a aceptar el detalle y no vas a objetar o me da un ataque al corazón y caerá en tu conciencia.

Mi sensibilidad nata hace acto de presencia y se me agúan los ojos; me volteo quedando de espaldas a él y él pasa la cadena por mi cuello. En realidad es muy bonita, mamá nunca me dio algo similar y por ende, toda mi bisutería es barata y de plástico. Esto definitivamente es lo más valioso que cargo, incluyéndome.

—Es muy bello.

—La gente tiene la idea errónea —empieza con su voz de que va a dar una lección de vida. A mí me encanta escucharlo— de que una chica se vuelve mujer a sus quince años... o más actualizados, cuando pierde la virginidad.

Mi sonrojo se hace inminente.

—No me vas a dar "la charla" —Remarco las palabras en una comillas con mis dedos—, ¿Verdad? Porque no la necesito...

—No, Carito, no es eso. —Suspiro de alivio y él se sienta en su cama, palpando en lugar a su lado para que lo acompañe—. La niña empieza a ser mujer cuando vive, mi niña; cuando se rompe y debe remendarse para empezar de nuevo, cuando llora por algo ajeno a la alegría y comienza a ver la realidad. La niña debe mudar para dar nacimiento a la mujer, igual a la oruga para dar paso a la mariposa. Ese dijesito es para que recuerdes que hay una mariposa en ti y que en su momento saldrá.

—¿Soy una oruga? —pregunto, secando la lágrima de mi ojo con cuidado de no correr mucho mi escueta línea de maquillaje sobre el párpado.

—Algo así, Carito. Tú y yo sabemos el motivo de que sigas en la crisálida —Obviamente habla de mis padres— pero eres mucho más de lo que crees y tarde o temprano todo cambiará.

—Mejor bajemos —propongo, poniéndome de pie y tendiendo la mano a él. No me gusta que me vea llorando—. Hay que aprovechar nuestra elegancia.

Asiente y se levanta con un entusiasmo reducido a comparación del mío, pero emocionado al fin y al cabo. Acaba de perfumarse y salimos de la habitación; la música cincuentera y sesentera se oye a volumen moderado y al llegar al salón, muchas cabezas de cabello blanco sonríen ampliamente rodeados de sus hijos y nietos. Entrelazo mi mano con la de Adam y nos posicionamos en la mitad de la pista. Nunca he ido a una fiesta como tal pero no considero que bailar sea gran cosa o algo imposible. Mi equilibrio en ruedas es nulo pero en zapatos bonitos y con música literalmente de abuelitos, puedo moverme sin temor de atentar contra mi moral o el físico de otros.

—¿Y tu madre no vino?

—Gracias a Dios, no —respondo, Adam me da una vuelta y vuelvo a él—. Está en el albergue.

No voy a negar algo que es completamente obvio así que simplemente diré que gran parte de mi esmero por arreglarme y venir hoy no fue Adam ni mi necesidad de ayudar, fue la posibilidad de ver al rubio. Asumí que por razones generales, él y Mateo vendrían con su abuela y he tratado de distraer a mi cerebro de su imagen sintiéndome culpable por las dobles intenciones de mi voluntad pero ha sido en su mayoría en vano. Gracias a Adam, ahora sé que aparte de mis sonrojos que en realidad no controlo, puedo disimular mi gusto por Luka.

Todos los que estuvieron presentes en ese primer bingo en que lo vi realmente de cerca, saben que me gusta, pero luego de digerir su imagen en mi cerebro y de soñar con él, ya no me impacta tanto su presencia. Sus palabras y actos son otra cosa, pero en cuando a lo que los demás ven, puedo pasar desapercibida. Ni siquiera he mirado en alguna otra dirección aunque mi subconsciente quiere buscarlo; me digo a mi misma que al igual que nos hemos encontrado por casualidades anteriormente, si hemos de vernos hoy, así será y ya.

Que Adam sepa en parte de mis pensamientos me ayuda bastante y más aún cuando él es como ese mejor amigo escandaloso y alcahueta que todos necesitamos.

—El hermano pequeño del chico guapo está bailando con su abuela —susurra Adam para que solo yo lo escuche. El corazón reacciona inmediatamente por eso, llevando toda la sangre a mi cabeza.

—¿Y él? —pregunto igual en voz baja refiriéndome a Luka, con esos decibelios propios de una confidencia entre chicas. Aunque él es un abuelo.

—No lo veo, pero debe estar en algún lado. No creo que el niño haya venido solo

—¿Cómo estoy? —Con sus brazos me aleja un poco para verme y me sonríe cálidamente—. Y no me vas a decir que lo que importa es la personalidad —advierto.

—¡Pero si es eso lo que importa! —defiende, falsamente ofendido. Vuelve a tomar mi cintura y ríe—. Tú eres dos en uno, Carito. Aparte de que tienes una personalidad de oro, eres muy bonita.

—Eso sonó a «lo importante es que hay salud» —recrimino.

—Pues a mi edad la salud sí es lo más importante.

Ojalá cuando yo tengo setenta y cinco años sea así de alegre aún si termino de solterona y con peces; a veces temo perder esa chispa de alegría y en parte, esa es la razón egoísta de venir a San Patricio: la mayoría de los que están acá me recuerdan el porqué debo seguir sonriendo.
Una mano masculina se posa en mi hombro y mi sonrisa se amplia como si tuviera un interruptor; volteo esperando ver a ese chico que me fascina pero me encuentro con uno menos rubio y más interesado injustamente en mí.

—¿Me la permite? —solicita Julián a Adam. Su rostro es de sorpresa, el mío es de más sorpresa.

—¿Quién eres y qué quieres con mi niña? —dice posesivamente Adam. La sonrisa de Julián flaquea y yo me río.

—Soy un compañero del trabajo y solo quiero bailar con ella —responde sumisamente y mi abuelo finalmente cede mostrando su verdadera personalidad.

—Bien, supongo que está bien. Ya he bailado por seis minutos y debo descansar unas dos horas.

Se retira a las mesas y Julián toma mi mano. Debo admitir que esto es demasiado raro pero... solo es un baile.

—¿Qué haces acá?

—Vinimos con Gia. Su abuela está acá —contesta. Instintivamente miro a mi alrededor buscándola, mas no la veo—. ¿Y tú?

—Vine con él. —Señalo a Adam que ya está llegando a su silla.

—Pues que bella coincidencia. Te ves hermosa de azul —halaga, lanzando la incomodidad a mis hombros. Apreto los labios y asiento.

—Gracias. ¿Dónde está Gia?

—Por ahí, supongo. —Se acerca más ubicando su mano en mi cintura. Dios, necesito un milagro para irme—. Ya que nos encontramos en pleno domingo, hagamos algo más tarde.

—No puedo. Lo siento.

—¿Estás saliendo con alguien? —inquiere con tranquilidad. Una imagen llega a mi mente pero lamentablemente con la palabra «No» en mayúsculas e iluminada con neón.

—No, pero no puedo salir contigo, Julián.

—¿Por qué?

¿En serio los hombres son tan pendejos? Resoplo al cielo buscando una paciencia que he acumulado todos estos años y me debato entre decirle la verdad o no. No quiero ser una metiche pero creo que eso cuenta como buena obra.

—¿De verdad eres tan ciego, Julián?

—¿Ah? —murmura.

—No puedo creer que sea yo quien te vaya a decir esto... —Las palabras se me pierden porque me siento realmente mal de entrometer la nariz en ese asunto. Puede pasar que él se enoje y deje de hablarle a la pobre Gia y ella no tiene la culpa.

—¿Decirme qué? ¿Por qué no puedes salir conmigo?

—Porque, pues...

—Porque sale conmigo —dice una voz hermosa y esperada a mis espaldas.

Quizás no necesitaba un milagro, quizás solo necesitaba un Luka.

Agradezco a los entes que se apiadaron de mí al mandarlo con una buena mentira para sacarme del embrollo. Ya no iba a aguantar decirlo y luego me habría arrepentido así que sí... llegó como caído del cielo.
Julián me suelta y Luka se ubica a mi lado dejando un beso en mi mejilla.

—No lo sabía —exclama Julián con su cara roja y observando con calma a Luka, incluso con vergüenza—. Te veo en el trabajo, Cinthya.

—Sí, está bien.

—¿Te das cuenta de que siempre te salvo de algo? —cuestiona burlón una vez que Julián se va. Me río y pretendo avanzar hasta las sillas—. ¿A dónde vas?

—A sentarme, ya estoy cansada.

—¿Me dejarás a mitad de la pista de baile luego de que te salvé la vida?

—No fue una "salvada de vida" —imito pobremente su voz sacándole una sonrisa—. Solo... evitaste que hablara más de la cuenta.

—Es lo mismo, ahora debes bailar conmigo y punto.

¿Cómo es que alguien puede parecerme tan encantador y tan perfecto? Eso de tener un crush mega platónico e imposible es realmente confuso; cualquier cosa que Luka haga o no haga me va a parecer maravilloso y cada palabra que me dice siento que debería consignarla en un diario como si tuviera diez años.

—Eso es chantaje.

—Eso es justicia, no discutas —asevera y extiende sus manos esperando que me acerque. Cedo, al fin y al cabo, es Luka—. ¿De qué iba eso? Parecía que fueras a decir tus últimas palabras.

—Ese chico es un compañero de trabajo —comienzo— y su mejor amiga de toda la vida, también trabaja con nosotros y está profundamente enamorada de él.

—¿Cómo lo sabes?

—Es obvio, si tan solo la vieras cuando lo mira. En fin, me invitó a salir y no quiero decirle que Gianella lo ama, ¿Qué tal que la enfrente? Puedo dañar una amistad de muchos años por metiche.

—¿Y a ti no te gusta él? —Sí, los hombres son unos pendejos.

—Desde el primer día vi lo mucho que ella lo quería, no podría verlo de alguna otra manera sabiendo que eso heriría a Gianella. Ella es muy buena persona.

Mirándolo desde algún punto de vista externo, yo soy Gia y Luka es Julián con la diferencia de que a Luka lo conozco de apenas unas semanas. Pero la idea es la misma.

—Siempre ves por el bienestar de los demás antes que por el tuyo. —Se pega tanto a mí que debo inclinar mi cabeza para alcanzar a verlo a los ojos. Son tan lindos, son de un color miel casi dorado, estoy segura de que son únicos en su especie. Si las pupilas tuvieran especies.

—¿Qué tiene eso de malo?

—Nada, solo... me pregunto por qué.

—¿Y por qué no? —rebato—. El mundo ya es lo suficientemente egoísta sin mí, así que ¿por qué no hacer las cosas bien? No se me va a caer un brazo por eso.

Detiene su paso y por consiguiente, detiene el mío. Prestó atención por si la canción se acabó y no me di cuenta pero no, aún hay música. Pretendo separarme pero afirma su agarre, cuando llego a sus ojos me sonríe con dulzura y empieza a acercarse. ¡Oh, por Jesucristo redentor! ¡Luka me va a besar! Es eso o me va a soplar un ojo y no creo que sea eso. ¡Me va a besar! Y esta vez voy a dejarlo porque la canción de fondo es romántica y el ambiente es cálido y sería perfecto y además... Deja de pensar, Cinthya. No me interesa que me mande a la friendzone por siempre o si luego me dice que es gay o casado, solo lo voy a besar y cuando tenga ochenta puedo decir que mi primer beso fue con un rubio muy apuesto muy por encima de mi nivel al que no volví a ver y... ¡No pienses!

¡Voy a besar a Luka!

¡Va a pasar!

¡Solo está a unos milímetros!

¡Cerró sus...! ¡CERRÓ SUS OJOS, GENTE, ESTO NO ES UN SIMULACRO!

Y... no pasó.

Un jalonazo suave a la falda de mi vestido me hace mover la cara buscando el origen y por ende, rompiendo el casi contacto. Nuestros ojos se abren, nuestro agarre se rompe y mi nube se desploma. Me sonrojo entre avergonzada, decepcionada y furiosa con el intruso y metiche pero al mirarlo no puedo sino destemplar el ceño sin ser capaz de molestarme con él. Luka es otro cuento.

—¿Qué quieres? —espeta Luka a su hermano.

—Mi abuela dice que saque a bailar a Carolina y que tú puedes bailar con ella —responde animosamente como cualquier niño en una fiesta.

—Me encantaría —anuncio, extendiendo mi mano sin poder buscar los ojos de Luka por la vergüenza y la frustración.

Ya mi primer beso con Luka valió, después de eso dudo que quería volver a hacerlo. En todo caso, estuve cerca. Quizás la vida me está guardando esa primera vez para el amor de mi vida y así me está diciendo que él no es.

Sí, eso debe ser.

Sin embargo...

Querido destino:
Si no es él, al menos deja que lo bese. Es lo más justo, llevo veinte años esperando.

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