C I N C O
Siempre me he obligado a pensar que la bondad y la solidaridad aún existen en este mundo cruel, y teniendo en cuenta la familia que me rodea, eso dice de mí que soy optimista y la prueba de la fe por encima de la realidad. Por eso me enoja y me atemoriza a partes iguales que este chico, básicamente desconocido, me diga que le debo algo.
Me debato mentalmente entre agradecer su gesto de hace unas horas o enojarme por su casi reclamo; gracias a ese debate, no digo nada esperando que él hable o que yo consiga el valor de hacerlo, lo que pase primero. Pero de nuevo, es la señora Elvira la que responde, y para mi conveniencia y la vergüenza del chico, es para reprenderlo.
—¡Luka! No seas grosero —regaña y me sorprendo de ver cómo un chico tan alto se amedrenta con el aspecto débil y cansado de su familiar.
Me suelta entre sonrojado y risueño para responder a la señora con una sinceridad muy amplia o buena actuación.
—Disculpa, Nani. Es una conocida —informa para el alivio inmediato en el rostro arrugado de la señora.
Ella le sonríe con cariño y yo musito un muy, muy bajito «adiós» y me retiro sin que me miren pues Luka se agachó para tomar la mano de la abuelita. Me alejo caminando de espaldas para evitar que venga tras de mí y ya a una distancia prudente, niego con la cabeza y me río, sintiéndome avergonzada por mi falta de palabras y por mi cobardía de hablarle.
No es que sea tímida, es que realmente no le tengo confianza aún y además le di mal la hamburguesa hoy y eso no ayuda a mi comodidad. Cuando le tengo confianza a alguien, deben callarme y no darme cuerda, pero antes de eso, parezco un angelito callado. Solo que no tan bella como un angelito.
Paso de largo por la sala donde se oye la voz predicadora de mamá y llego a la sección del bingo (que es el comedor), donde en unos minutos empieza la nueva partida. Los premios son cosas insignificantes como un postre de más o el dulce del almuerzo, pero anima mucho a los abuelitos. Llego a donde se encuentra Helen, la enfermera de turno encargada del juego y le brillan los ojos al verme pues se libra de cantarlo por pasármelo a mí.
—Siempre llegas caída del cielo, Caro —exclama una vez llego a ella. Le sonrío y ella pone expresión de disculpa bajando las cejas a los lados y retrayendo en labio inferior—. No es que te use, pero tengo tanto que hacer.
—Sí, ajá. Vete, Helen, yo me encargo.
Avanzo hasta el mini podio donde está la maquinita de las bolas con los números y letras y acomodo lo que hay antes de empezar. Reviso que ya todos tengan cartón y al estar segura, sonrío a todos y algunos me devuelven el gesto, otros ni me ven por estar a cuatro metros de mí.
—Buenas noches —saludo por el pequeño micrófono. Los doce asistentes sacan su cartón dispuestos a empezar y saludan entre dientes. Los que tienen dientes.
Le doy la primera vuelta a la rueda cuando vislumbro en la puerta a la señora Elvira que entra caminando despacio y con sus nietos a cada lado. Giro insistentemente la rueda aún cuando ya debería haber sacado la primera ficha; Dios, sé que ese chico va a ser mi próximo desencanto, incluso cuando ni siquiera desee acercarme justo ahora.
Sienta a su abuela en la última silla y de cuatro zancadas llega a mí con su sonrisa que no específica si es de burla, de amabilidad o de maldad.
—¿Aún quedan cartones? —solicita y asiento como lela buscando uno sin mirarlo a los ojos.
De acuerdo, he tenido mis desencantos –eso ya ha quedado claro–, pero los chicos han sido (saltando lo platónico y el hecho de que jamás he hablado con uno de esos desencantos) accesibles para quien soy; no digo que yo sea un adefesio, pero vamos, tampoco soy la clase de chica que este rubio hermoso intentaría conquistar. Él parece más de los que tienen a las fiesteras y de busto abundante, aunque no es que yo me quede atrás con eso, no es...
—¿Sí hay o no? —exige con tono divertido, aunque bien podría ser fastidiado.
Me había quedado divagando con la mano sobre los cartones. Es por esas distracciones que sigo soltera.
Saco finalmente el cartón y se lo tiendo; al alzar la vista y verlo caminar a su lugar, reparo en más de veinte ojos mirándome a la expectativa aunque con algo de burla. Cuando me doy cuenta de que prácticamente todos se mofan en silencio de mi estado absorto en el rubio, me sonrojo hasta lo que no he estado antes. Luka llega a su lugar y toma asiento con la señora, al verme me sonríe de lado y reposa su espalda en la parte posterior de la silla con suficiencia y arrogancia. Si mis cálculos son correctos, ya se dio cuenta de que me gusta... igual que todo el Hogar de San Patricio.
Carraspeo y saco una bolita con el corazón en un puño y las manos sudando. Qué vergüenza.
—I-27.
Me duele el cuello por obligarme a mi misma a no levantar la cabeza durante todo el juego. No he despegado los ojos de la rueda y apenas y he movido mi cuerpo de mi lugar. Creo que son imaginaciones mías, pero he sentido una mirada sobre mí todo el rato y la vergüenza no me ha dejado comprobarlo. Llevo más de media hora y nadie gana esta cosa, me estoy desesperando y siento la urgente necesidad de un vaso con agua.
Finalmente, la señora Kinay, que está en la primera fila, grita con emoción:
—¡Bingo!
—¡Gracias al cielo! —exclamo para mí misma con un largo suspiro. Luego miro a la señora—. Felicidades, le avisaré a la cocinera que le de su doble postre mañana.
Listo, nada más. Sin dar lugar a que me pidan cantar otro bingo, salgo casi corriendo de allí, pasando irremediablemente junto a Luka y su familia. Me meto en el baño del lugar y respiro hondo. Al mirarme en el espejo, estoy más colorada que de costumbre, ya que no soy blanca como el papel, los sonrojos en mí parecen quemaduras de sol.
Son casi las ocho y creo que ya es hora de partir así que salgo con la resolución de buscar a mi madre y pegarme a ella hasta habernos retirado por completo del Hogar.
Uno de esos sustos tontos pero de infarto, toma lugar cuando salgo y me encuentro a Luka casi esperándome.
—¿Por qué huyes de mí? —cuestiona reteniendo la risa pero con una sonrisa tan hermosa que hace que los colores vuelvan a mí.
Juro que eso no me pasa con todos mis desencantos... Más que nada porque nunca cruzo palabras con uno, pero igual.
—No huyo, debía orinar. —Eso sonó a una dama, Cinthya. Bien hecho.
Si mi misión en la vida fuera intentar ligar a alguien, me moriría de hambre, avergonzada, idiota y bien muerta.
¿Cómo fui a decirle eso? Qué vergüenza, que vergüenza... Dios, trágame y escúpeme en mi casa. Literalmente siento como si se me hubiera salido una grosería frente a mí madre. Sin embargo, él amplía su sonrisa pero lejos de ayudar, me encoge más en mi lugar –metafóricamente–. Siento un calor extremo en mis mejillas e incluso me arden los ojos.
—¿Te asusto o qué?
—No...
—¿Ese color en tu cara es natural o estás enferma? —indica señalando mi cara.
—Son mis colores naturales —defiendo mirando por primera vez en un buen rato sus ojos.
—¿Y se prenden así con todos los hombres o solo conmigo? —formula riendo.
—Dios...
—Sé que lo parezco, pero no. Soy solo Luka.
Rasco mi cabeza nerviosa y escucho su risa. Incluso su risa es hermosa. Mis manos tiemblan pero ya que estamos en el punto máximo de vergüenza y no puede ir más allá, me aventuro a hablar, al menos para mostrar amabilidad y que no soy una retrasada.
—Gracias.
—¿Por qué? —Levanta una de sus pobladas cejas de color claro.
—Por lo de esta tarde, posiblemente salvaste mi empleo —aclaro. Su gesto vuelve a la normalidad y una de sus comisuras sube en una medio sonrisa revelando el mismo hoyuelo que le vi a la señora Elvira hace un rato.
—No agradezcas, te dije que me debías algo —manifiesta. Mi intento de serenidad se cae al escuchar eso.
—¿Qué quieres? —Si pide dinero, no tengo. Si pide cualquier cosa que implique gastar dinero, pues tampoco tengo.
—Lo que todos los hombres queremos —anuncia con tranquilidad.
Abro los ojos desmesuradamente imaginando lo que las novelas me han enseñado y él mantiene su sonrisa maliciosa y medio perversa. El temor y la vergüenza se van por el caño cuando me siento ofendida y su encanto se apaga momentáneamente para dejar salir mi verdadero yo.
—¿Estás loco? No fue para tanto. Solo fue un poco de tomate —menciono con rapidez a sabiendas de que un vómito verbal se avecina—. ¿Qué tiene de malo la hamburguesa con tomate? ¿El señor es muy delicado y no puede comer tomate? Solo fue un favorcito y tú vienes a pedir...
—Un helado de chocolate —interrumpe con sus ojos muy abiertos ante mi despliegue de acusaciones—. Todos los hombres queremos helado de chocolate, ¡Por todos los cielos! ¿Qué pensabas? ¿Por qué clase de persona me tomas? ¿Estás demente?
Aplano los labios sintiendo las reacciones opuestas de querer estallar a reír o empezar a llorar, no sé si de frustración, de vergüenza, de arrepentimiento, de encanto con el rubio.
—Yo... perdón... tú... lo lamento... —balbuceo llena de nervios y con ganas de echar a correr.
Debo dejar de leer en Wattpad para dejar de imaginar que todo pasa como en esas novelas. No es que su petición me haya hecho imaginar una escena erótica, pero vamos... ¿Qué más podía pensar?
—Qué grosera.
—Virgen santísima... —jadeo.
—No necesito saber eso, Cindy.
Bien. Eso es todo, no puedo seguir hablando con este chico sin pasar los momentos más embarazosos de mi aburrida vida. Niego efusivamente mirando al suelo y giro sobre mis pies para empezar a caminar evitando así a mi boca decir cualquier incoherencia más.
—¡Hey, Cindy! —llama a unos pasos de mí. Suspiro y volteo con pesadumbre a mirarlo.
—Soy Cinthya —corrijo sin mucha fuerza en la voz.
—¿No eras Carolina? —expresa sin borrar su burla. Está como a seis metros de mí y a esta distancia de él, soy un poco más dueña de mis reflejos al momento de hablar.
—Me dijiste Cindy —digo ya en voz alta y más tranquila—. Soy Carolina.
—¿No dijiste Cinthya?
—¡Soy Cindy! —chillo. Mierda—. ¡No! Digo... Lo siento, soy Cinthya Carolina.
—Lo sé, no soy tonto —replica—. Es muy divertido hablar contigo —asegura en medio de una carcajada—. Pero iba en serio lo del helado, Caro.
—¿Siempre te burlas así de la gente?
—Solo cuando me agradan —responde—. Sé dónde trabajas, me debes un helado.
Dejando en mi rostro la sonrisa más grande del mundo, se va en dirección contraria hacia la sala de bingo/comedor de nuevo. Mi lado infantil no deja de gritarme «Te dijo Caro, ¡Te dijo "Caro"!» pero mi sentido común de siempre guiado por la experiencia, solo repite «Ve a buscar a mamá y no te emociones». Ninguno de esos lados controla la expresión del rostro así que llego a donde mi señora madre más radiante y confusa que nunca.
—¿Viste al espíritu Santo o qué, cariño? —Adiós sonrisa, hola comentario de mamá.
—Estaba en el bingo, fue divertido.
A pesar de su mueca de reproche e incredulidad, no comenta más.
A veces me pregunto si todo el mundo, o más especialmente las chicas, cuando tienen un encuentro como el de hoy con un chico recién conocido –de esos que en realidad no significan absolutamente nada– se la pasan fantaseando con muchas cosas que no pasarán.
A mí me pasa. Y que quede la constancia que son fantasías sanas y nada pervertido. Es en serio.
Son como esas cosas de que uno imagina que esa persona dice o hace que enamoran pero que son inverosímiles porque solo suceden en los libros, eso de que lo comparen a uno con la luna y esas ridiculeces que solo cruzan por lo más oscuro del pensamiento.
En fin, esos ojos amielados se adueñarán de mis sueños está noche; apuesto un pecho y medio del otro a que este será mi desencanto más fuerte.
∞∞∞∞∞∞
No suelo dejar notas acá, pero solo vengo a molestar y decirles que me pueden seguir en mi otra cuenta Jhullyhanha ❤
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