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Agradecemos a la lectora beta Evil_Bakuwent
Ante sus ojos, la castaña estaba claramente irritada, sentada delante del escritorio del cubículo, recargada al respaldo de la silla que en cualquier momento se desplomaría, con un brazo alrededor del pecho y la mano contraria contra la frente que sentía palpitar horrorosamente. El malestar afectándola era palpable para cualquiera y Rin no pudo evitar compadecerse de ella aun si no entendía del todo qué le ocurría; Ryuji no solo tenía que soportar las migrañas cuando eran esos días del mes, sino que también dolores que se dispersaban en varias partes del cuerpo como la espalda, la cadera y las piernas, y todavía tenía que ir a trabajar. ¿Por qué la vida la odiaba?
Suguro dio un respingo, nada notorio, cuando una caja de bento, una botella de jugo de naranja y una pastilla sobre una servilleta fueron depositadas junto al teclado, y al alzar un poco más la mirada encontró los ojos azules del gemelo mayor mirándole con preocupación.
—Es un analgésico— dijo Rin, señalando el medicamento con un movimiento de cabeza.
—Tomé uno en la mañana y no me sirvió.
—Éste es más fuerte. Se lo pedí a Yukio.
No hacía daño tomarlo. En el peor de los casos no le haría sentir nada.
—Gracias— la castaña suspiró, haciéndose con la botella—. Te lo pagaré después.
—No hace falta, no te preocupes.
Una pausa en lo que Suguro tragaba el jugo y la pastilla.
—¿Y eso? — cuestionó ella, apuntando con un dedo a la caja.
—Bueno…— se notaba la vergüenza que sentía el pelinegro mientras pasaba una mano por su nuca y bajaba la mirada azul hacía el bento que esa mañana había preparado como de costumbre—. Estar bien alimentado es importante… y… yo no entiendo mucho de esto…, pero Shura siempre tiene mucha hambre esos días, así que… y no he visto que hayas comido…
—Ah…— por un momento fue lo único que la joven con perforaciones soltó, de pronto sintiéndose apenada y pensando que Okumura podía ser sin duda muchas cosas, y una de ellas era ser una buena persona que con detalles así de pequeños era capaz de hacerle sentir bien, aunque la atención le hacía entorpecer—. Yo… estoy un poco mareada.
—¿Quieres que le pida a Yukio algo para eso?
—No. Está bien. ¿Tú qué comerás?
—Tengo dinero, así que compraré algo en el comedor.
—¿Estás seguro?
—Seh. Por algo te la doy.
—Gracias— Ryuji sonrió, honesta, y el medio demonio le respondió de la misma forma.
—¿Te puedo ayudar con otra cosa?
—Me ayudas no molestándome la verdad.
—Oye— el pelinegro trató de no exclamar, pero arrugó las cejas—. Yo nunca molesto.
—Corrección. Siempre molestas— una suave risa brotó de la castaña—. Solo dame espacio.
—No hay mucho que pueda hacer con eso. Literalmente estoy junto tuyo. Mi cubículo está justo aquí— Rin señaló la silla detrás suya, a solo un paso—. Así que tendrás que aguantarme.
—Como todos los días. No hagas mucho ruido, ¿sí?
—Lo intentaré.
El analgésico no alivió por completo el sufrimiento de la castaña, sin embargo, sí hizo que amainara lo suficiente como para ya no tener un deseo visceral de querer agarrarse a golpes al primer idiota que respirara con fuerza junto a ella, además, el almuerzo que Okumura le había regalado era delicioso como siempre y había ayudado a que su estómago dejara de dar vueltas y arder como si hubiera una fogata en él; realmente tenía que darle sus agradecimientos de alguna forma.
—Ah, Suguro— el pelinegro le llamó una vez la vio aparecer por el costado del cubículo; había tomado un “descanso” en el baño—. No entiendo esto.
Los ojos del medio demonio subieron hacia la joven que se acercó a su lado, la mirada oscura fija en la pantalla del computador, pero rápidamente bajaron hacia el teclado y un sonrojo se logró vislumbrar en las pálidas mejillas, empeorando cuando Ryuji se inclinó para tener mejor acceso al memo que mandaban a Rin. El pobre hijo de Satán trató de controlar los acelerados latidos de su corazón y empujaba lejos los pensamientos de que la castaña era alta, guapa y, peor aún, olía bien, siempre a limpio y a fresco.
—Dice que el reporte con este número— señaló ella, ocasionando que Okumura se enderezara y mirara el texto—, está mal y que tienes que revisarlo. ¿No me pediste editarlo?
—Uhm…— el más bajo trató de recordar, y arrugó las cejas durante una larga pausa—. Ah. No. Ese día estuviste todo el tiempo fuera de la oficina y me estaban exigiendo ese reporte. No dejaban de joderme.
—Pásamelo— Ryuji se irguió, pero Rin se ahorró la emoción que mirarla en esa posición causaba y simplemente se pegó al escritorio para empezar a teclear y cliquear—. En un momento te lo envío.
—Gracias.
Entonces, la mirada café se posó sobre el pelinegro y, al percatarse del rojo en sus pómulos, tocó con el dorso de la mano una mejilla.
—¿Te sientes bien? — preguntó Suguro y Okumura apretó los labios—. Creí que los idiotas nunca se enferman.
—Estoy bien.
Aunque la castaña lo examinó, decidió creer en sus palabras y se desplazó hacia su silla para proseguir con el trabajo.
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