Capítulo 21
Nunca en mi vida fui testigo de un silencio tan ensordecedor. Ella estaba sentada en un sillón frente a mí con sus manos en el regazo, su mirada vagando por cualquier punto de la habitación, excepto en el que yo me encontraba. Yo, la imitaba, aunque de vez en vez me permitía observarla de reojo.
Cada uno se perdía en sus propios pensamientos y teorías, sabía que no era bueno dejar que de rienda suelta a sus elucubraciones; pero mi propio ser era un caos, y no lograba encontrar las palabras adecuadas para dar inicio a la conversación. Sus ojos comenzaron a ser demostrativos y transparentes, desde el momento que ingreso al baño con el cuchillo sujeto entre sus dedos índice y pulgar; como si no tuviera la fuerza necesaria para camuflarla, como siempre lo ha hecho. En ellos podía percibirse temor, angustia y tantas otras cosas, que de tan rápido que la ratoncita saltaba de un sentimiento al otro, no lograba distinguirlos.
El reloj de pie se burlaba de nuestra situación, con su tic tac emulando a un metrónomo, marcando el tempo de nuestro mutismo. Ni yo mismo me daba una idea de lo que estaba haciendo, alargando lo inevitable. Ella se alejaría, y yo deseaba retenerla a mi lado por el mayor tiempo posible.
Con disimulo, intentaba memorizar sus facciones para poder recordarla cuando ya no esté. Me arrepentía de nunca haber usado el celular para tomarle una fotografía; en eso, Anna había sido, también, más inteligente.
Trataba de inspirar despacio, ya que el aire ardía al ingresar en mis pulmones. Eso al menos me consolaba. Los días siguientes mi cuerpo eliminaría la adrenalina, y mi anatomía sufriría como nunca antes. Tal vez, sólo tal vez, eso ayudaría a mitigar el dolor que causaría su justo abandono.
Me preguntaba como había hecho de pequeño para soportar palizas peores. Sí, habían sido mucho peores, considerando que en aquellas ocasiones era un niño recibiendo la fuerza bruta de un adulto, que me doblaba en estatura y me cuadriplicaba en peso. Seguramente los narcóticos que me inyectaron esta vez, tendrían algo que ver.
En ese momento, lo supe. No había nada que pudiera hacer. Así que me rendí. Poniéndome lentamente de pie, me dirigí a la salida.
¿Las asusté? No se me estresen que sigue... Aunque eso, no significa nada... *Inserte risa malvada aquí*
—¿Fuiste tú? —La voz de Anna sonaba débil, estrangulada; deteniéndome, la culpa, en seco debajo del umbral de la puerta de la sala.
Volteé en mi lugar con esfuerzo, mirándola directamente, por primera vez desde que me pidió que le dejara procesar todo lo que estaba ocurriendo. Sin saber que contestar, boqueé como pez fuera del agua.
Como respuesta a mi desconcierto, se inclinó levemente sobre una mesita de café, tomó un control remoto, y enderezándose en su lugar, encendió la televisión. Una noticia se repetía en casi todos los canales de noticias. El aire se negó a salir de mi pecho, el frió se apoderó de mí, la sensación de la sangre abandonando mi rostro fue perturbadora. Con cuidado volví a sentarme en el sillón.
Al no poder pronunciar palabra, lentamente moví mi cabeza de arriba hacia abajo. Prestando especial atención a la reacción de la castaña. El miedo me consumía, pero ya no había vuelta atrás. Las cartas ya estaban sobre la mesa y el destino jugaba el rol de la casa.
—¿Por qué no me dijiste? —Continuó tragando el nudo en su garganta. Mirándome a los ojos.
—¿Por qué no me dijiste quien era tu padre? —Intenté hacerle ver mi punto.
—"Los parientes sólo son un paquete de gente fastidiosa que no tiene ni la más ligera noción de cuando debe morirse" —comentó con aire teatral. Debo admitir que me tomó algunos segundos reconocer la cita. Si bien no había tenido la oportunidad de leer demasiado en mi vida, los pocos libros que tuve a mi alcance fueron victimas de mi acoso reiterado—. "Hay gente a la que no se le deben contar ciertas cosas. La vida es una cuestión de tacto" ¿Por qué no me dijiste? —Repitió.
—"La verdad no pertenece al tipo de cosas que conviene decir a una muchacha encantadora, refinada y dulce" —contesté citando la misma obra—, supongo que no quería que me temieras, como me temes ahora.
—Es mi libro favorito. —Una media sonrisa triste se dibujó en su rostro. A pesar de agradecer el intento de restablecer la normalidad entre nosotros, me torturaba el ser conciente que nunca nada sería lo mismo.
Me hubiera gustado que Houdini dijera que no me tenía miedo. No lo hizo.
—Creo que lo leí unas cien veces. —Agregué tratando que el silencio no se cerniera sobre nosotros una vez más.
—¡Yo también! —Dijo con un entusiasmo cansado—. De hecho, lo leí hoy. Antes de que pasara todo esto.
—Anna, sé qué probablemente, después de esto, no quieras volverme a ver nunca más en tu vida —carraspeé incomodo—, pero quiero que sepas que jamás haría nada que te lastimara. —Ahí lo supe, daría cualquier cosa por ella. La quería, realmente la quería.
¡Qué ironía! El muchacho reconoce sus sentimientos cuando ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto.
Ya la había perdido. Sin embargo, podía darle una última cosa antes de ser desterrado de su lado. Podía darle la verdad.
—¿Qué es lo que quieres saber? Prometo no ocultarte absolutamente nada. —Su mirada se clavó en sus dedos, que retorcía suavemente, contemplando sus opciones.
—Entonces, ¿eres un asesino de Las Serpientes? —Inquirió tímida.
—Sí. —Mi tono resultó más cortante de lo que pretendía, mas Anna pareció no percatarse de eso.
—¿Por qué? —Siguió con el interrogatorio—. ¿Por qué asesinas?
—"¡El placer, sólo el placer! ¿Hay otra cosa que mueva a la gente?" —Su cara de fastidio me dejó en claro que no era momento de citar a Wilde—. No sabría como responderte a eso sin sonar como un monstruo, tal vez porque en realidad lo soy. Honestamente, lo hago porque soy bueno en ello. Estoy seguro que es en lo único en lo que soy bueno.
—¿Nunca pensaste en dejarlo? —La esperanza brillaba en sus orbes marrones.
—Sí, por supuesto. Pero, no es tan fácil. —Traté de rascarme la nuca en un gesto incomodo. Arrepintiéndome en el acto, al sentir una punzada en el costado—. Hay demasiados factores que no me lo permitirían. El costo sería demasiado alto. —Intenté explicarle.
—Si es por el dinero, yo podría ayudarte, la familia de mi madre tiene mucho, de origen legal. —Se apresuró en aclarar señalándome con su dedo—. Aunque, dadas las circunstancias, sería justo usar el dinero sucio de Maronni para pagar por tu libertad, ¿no? Lo bueno es que ni siquiera tendría que saberlo, mi madre consiguió toda la información de sus cuentas bancarias y negocios turbios, no me preguntes cómo. Es su seguro, por si alguna vez intenta acercarse demasiado a mí. Igualmente, no creo que le dé uso, Gregorio nunca deseó tener una hija. Sin embargo, nosotros podríamos sacarle partido. —Sus cejas subieron y bajaron al tiempo que frotaba sus manos como los villanos de las caricaturas, lo cual me hizo sonreír sinceramente por primera vez en el día.
Una sensación calida comenzó a crecer en mi pecho. Jamás había sentido nada parecido, las lágrimas se agolparon exigiendo ser liberadas. Parpadeé logrando contenerlas. No quería que ese calor se fuera.
—No es por el dinero —dije finalmente con una sonrisa tierna en mi cara—, y aunque lo fuera, no podría pedirte que soluciones mi mierda. De todas formas, no es eso lo que evita que lo deje. Hay otros factores. —Zanjé al ver que iba a replicar.
—¿Cuáles? —Preguntó escéptica, arqueando una ceja.
—Max —dije en un susurro. Bufé para darme valor y continuar con mi historia—, Max fue la persona que me sacó del infierno en el que vivía, ratoncita, no me perdonaría el fallarle. Pasé por mucho, y no creo que lo entiendas a menos que sepas toda la historia. ¿Recuerdas que una vez te comenté que no había asistido a la escuela? —Asintió permitiéndome continuar. Clavé mi visión en el péndulo del reloj, que se movía de manera hipnótica. Había leído en algún lado que no ver a la persona a la que se le estaba confesando algo, ayudaba a hablar sin sentirse juzgado; no perdía nada con intentar. La historia era larga, teníamos para un buen rato—. Fui abandonado en un orfanato al nacer. —Un gemido ahogado resonó en la estancia. Tragué el nudo que se me formaba en la garganta, aunque el desgraciado se alojó en la boca de mi estomago—. Todos los años cientos de chicos terminan en el sistema por diferentes causas. Así que, si para cuando cumples cierta edad no fuiste adoptado, o no hay lugar en la institución para que duermas, se te envía a una casa se acogida, una especie de hogar transitorio.
«Así que con casi tres años me enviaron a vivir con Ben. El orfanato no era un lindo lugar, los niños más grandes solían robarme lo poco que nos daban para comer, en invierno temblábamos de frío y en verano nos descomponíamos del calor, teníamos horarios para todo, incluyendo para tomar agua e ir al baño. Seguramente pasé por mucho más, sólo tengo flashes en mi memoria, era demasiado pequeño para recordar todo. —Una lágrima traicionera se deslizó por mi mejilla. Miré a la Nerd sentada frente a mí por una milésima de segundo, regresando mi vista al reloj—. Lo único de lo que sé con certeza, es que estaba feliz de salir de ese lugar, de vivir con una familia. Sabía que era temporal, pero para un infante de esa edad, que se conforma con una caja como juguete, un hogar era lo más parecido al cielo que se me podría haber ocurrido.
«Como sabrás, no todas las casas de acogida tienen los mejores ambientes. A la que yo fui enviado, dejaba mucho que desear. La vivienda era pequeña y había más niños que habitaciones, cuatro menores en total, incluyéndome, que compartíamos el suelo del un único cuarto. Ben, mi padre —espeté la palabra con asco, haciendo comillas con mis dedos—, era un abusivo. Nos golpeaba, insultaba y mandaba a trabajar en la calle, pidiendo o incluso robando, no le importaba lo que hiciéramos para llevar dinero a la casa. Supongo que el cheque que le daba el estado no era suficiente. — Una risa sin gracia se escapó de mis labios.
—Tienes que entender, ratoncita, que todo, todo era sinónimo de golpiza. Sí, golpiza. Ben descargaba su ira en nosotros; algunos de los niños con los que compartía techo, y habitación, llegaron a quedar inconcientes por culpa de los golpes. Una vez tuve que ayudar a entablillar la pierna de uno de mis hermanos, ya que el mal nacido ése, le quebró la pierna de una patada; no lo quiso llevar al hospital. —Respiré profundo, intentando calmar el dolor en el pecho, que no era causado por el privamiento de oxigeno de hace rato, sino por la angustia de las imágenes terroríficas reproduciéndose, una detrás de otra, atormentándome—. Lo único que alumbraba mi oscuridad, era ella.
«Se llamaba Becky. —Una risita tonta se escapo de mis labios—. Fue la primera a la que vi cuando llegué a ese lugar. Pensé que era un ángel. Con su cabello castaño, largo hasta el pecho, suelto jugueteando con el viento, o tal vez era el viento el que jugaba con él; sus hermosos y brillantes ojos marrones, tan llenos de vida. —A pesar de mis mejores esfuerzos por contenerlas, algunas lágrimas rebeldes se precipitaban por mis mejillas—. Tenía puesto un vestido blanco, inmaculado. Luego, me enteraría que no tenía otra pieza de vestimenta decente; Ben se la hacía lucir solamente cuando los servicios sociales aparecían.
«Ella nos cuidaba, nos protegía lo mejor que podía de ese monstruo. A veces hasta recibía los castigos por nosotros. —Su rostro cubierto de moretones se apareció delante de mí, mezclándose con el vaivén del círculo de metal, comprimiéndome el pecho con fuerza. Izquierda, derecha, izquierda, derecha; concentrarme en su continuidad me relajaba—. Me crié durmiendo en el suelo, comiendo de la basura de otros, y robando para tal hombre. Aunque en mi interior sabía que en realidad lo hacía por Becky. No te puedo explicar el miedo que se siente, vivir sabiendo que cualquier día alguno de nosotros se desmayaría y no despertaría más. Me aterraba que ese alguien fuera Becky. Me torturaba la idea de que fuera por mi culpa. —Sollocé, rompiéndome en mil pedazos. La tímida caricia en mi espalda me obligó a recomponerme un poco, ¿en qué momento, Anna se sentó a mi lado? No importaba, sequé las gotas saladas insolentes con el dorso de mi mano—. Él era nuestro dueño. Nos lo dejaba muy claro.
«Como te imaginaras nuestra educación no le importaba en lo más mínimo. Un día, como cualquier otro, salí a trabajar. Había pedido toda la mañana, y apenas me dieron algunos centavos, sabía que me esperaba una golpiza al llegar a la casa de Ben. Caminé buscando algún lugar donde pudiera encontrar más gente, no me agradaba robar. Sin embargo, no me apetecía que me molieran a puñetazos. Entonces lo vi, bajándose de un coche hermoso, jamás me había encontrado con otro igual; un deportivo blanco que brillaba bajo el sol. El muchacho; qué en ese entonces, tenía unos veinticuatro años, yo tendría alrededor de nueve; se movía con altanería. Su traje gris perla, resaltaba sus ojos verdes y la billetera negra que no cabía del todo en el bolsillo.
«Pasé muy cerca, apenas rozándolo. Él no se percató de su faltante, y cuando avancé algunos metros, creí que me había salido con la mía. —Lancé una carcajada al aire, tan profunda, como sincera, haciendo una mueca por el dolor que, el acto, me causo en la costilla—. No me di cuenta de los dos roperos vestidos de negro, que se trasladaban sigilosamente a veinte metros del chico, hasta que sentí una mano pesada en el hombro. —Agregué con diversión. Me encogí de hombros, negando con la cabeza—. Error de principiante. Me alzaron entre los dos por debajo de los brazos, patalear era inútil, lo sabía; llevándome con su jefe. Max me esperaba con una sonrisa peligrosa y su mano extendida.
«"Eres bueno" me dijo cuando le entregué lo que había extraído de su pantalón. —Imité su voz ronca—. Me invitó a comer algo. Aunque esa invitación fuera más bien una orden, no iba a rechazar comida, ¿no? Todo el mundo merece una última cena. Creo que no hace falta aclarar que comí como si nunca hubiera probado bocado en mi vida, ¿verdad? —Alcé la ceja, volteando a ver a Anna, quien como respuesta elevó una de las comisuras de su bella boca. Mierda, tengo ganas de besarla—. Me acribilló a preguntas. Sinceramente, no tengo idea de porque lo hice. Le conté absolutamente todo. Recuerdo sus puños sobre la mesa, sus nudillos blancos por la fuerza que utilizaba al cerrarlos, su cuerpo tenso.
«En eso, se me pasó la hora, tenía que volver. Max me prometió no hacerme daño por intentar robar su billetera, luego de explicarle el porqué la tomé. Me disculpé con él, agradeciéndole por, tal vez, la única comida decente que tendría en días; excusándome con que si no llegaba rápido los golpes serían peores, no mentía. Me llamó por mi nombre, haciéndome volver sobre mis pasos. Tomó mi mano y depositó varios billetes de baja denominación en ella, guiñándome el ojo, cómplice. No sabía cuanto dinero era, pero era mucho más de lo que acostumbraba a recolectar. En ese momento, mi héroe, me exigió que estuviera a la mañana siguiente en la puerta de la confitería en la que habíamos merendado, con mis cosas. Prometiéndome que después de esa noche no permitiría que nadie me volviera a lastimar. —Sonreí con nostalgia ante el recuerdo, tomándome algunos segundos para aplacar el maremoto en mi interior.
Respiré profundo una y otra vez para organizar mis ideas. Anna respetaba mi silencio, mirando un punto fijo en la alfombra, supongo que procesando toda la información recibida. Analice que más contarle. No podía contarle la versión Disney de mi historia, sería como mentirle y prometí decirle toda la verdad, no obstante, la versión Masacre de Texas tampoco me resultaba demasiado cómoda de relatar. Sabiendo que si no lo hacía hoy, nunca más tendría el valor de sincerarme, continué:
—Al llegar a la casa recibí algunos golpes por llegar tarde, nada demasiado grave: un ojo negro y algunos raspones por caer al piso, nada que no desapareciera en pocos días. ¿La razón? Ben quedó contento con la suma que le entregué. Una vez que estuve en la habitación con mis tres hermanos, Becky se encargó de curar nuestras heridas. Y yo aproveché para susurrarle lo acontecido en el día. Al rato escuché como él la llamaba. Sabía que él la lastimaba, y me sentía impotente por no poder hacer nada. Si intervenía, la cosa podía ponerse peligrosa para los dos. Ella era la única que no trabajaba, se quedaba, encargándose de los quehaceres ya que la que se suponía que cumplía el rol de nuestra madre, se la pasaba desmayada de tan borracha en el sofá.
«Becky se resignó a vivir ese calvario. Mil veces le pregunté por qué no se escapaba. A lo cual ella respondió con paciencia mil y una veces que no podía abandonarnos a nuestra suerte. —Ya ni si quiera me molestaba en secar los pequeños ríos que fluían por mi rostro, no tenía caso—. Al volver, a la pequeña estancia que compartíamos, algunas horas después, con restos de lágrimas en sus ojos color caramelo intenso y su mano sujetando el tirante roto de su vestido, Becky me regaló una mueca. Fue el mejor intento de sonrisa que pudo lograr. Se recostó a mi lado, y tapándose, con lo que hacía las veces de mi frazada, me rodeó con sus pequeños brazos.
« "No lo dudes, vete" me susurró esa noche con un hilo de voz. Le pedí que fuera fuerte, y prometí volver a buscarla a ella y a los demás una vez que juntara algo de dinero para mantenerlos, la verdad sólo me importaba ella. Al día siguiente, tuve que hacer malabares para que Ben no descubriera las escasas pertenencias que estaba sacando de contrabando, pero ella me ayudó. Llegué a mi cita unos minutos tarde, por lo cual Max me reprendió suavemente, diciendo que la puntualidad era algo muy importante que debía aprender. Esperé el golpe, éste jamás llegó.
«Trabajé con mi nuevo tutor por casi un año, aprendiendo en el camino lo básico: leer, escribir, un poco de matemáticas, algunos tipos de golpes, métodos de escape y disparar. Lo necesario para poder desempeñar mis tareas, que incluían, pero no se restringían a, hacer de vigilante, espiar gente, robar cosas pequeñas, cobrar el dinero de la mercancía vendida, ¿lo adivinaste? Max es la cabeza de la pandilla más influyente de la ciudad de donde vengo, y es el primo de Viper.
Mi monólogo llegaba a su punto cumbre, mi primer asesinato. Respiré profundo y suspiré, ya no había vuelta atrás. No me atreví a volver la vista hacia la mujer que me acompañaba. No quería que me tuviera lástima, tampoco miedo, no estaba seguro de que preferiría ver en sus ojos.
—El día del cumpleaños de Becky fui a buscarla. Habían pasado nueve meses desde que escapé, y ya tenía suficiente para mantenernos. Vivía con Max en una vivienda no muy grande. Le pedí permiso para traerlos, prometiendo que no serían una carga para él, que todos dormirían en mi habitación y yo me haría cargo económicamente de ellos con lo que ganaba trabajando. Él se rió diciendo que la casa tenía dos habitaciones vacías que podrían ocupar, amablemente lo rechacé. Los quería lo más cerca posible. La quería lo más cerca posible.
Al acercarme a la residencia, unos ruidos sordos llamaron mi atención. Con cuidado de no hacer ningún ruido, abrí la puerta, adentrándome a la sala. No te podría explicar en mil años lo que me pasó en ese momento, deseaba que fuera una pesadilla. —Mi pecho se contrajo, y todo mi cuerpo tembló acompañando el llanto, que a esta altura del relato ya se podía calificar como desconsolado. No pude continuar. Lloré casi tanto como ese día.
De un momento al otro, me vi envuelto en unos cálidos brazos que, intuyendo mi desgracia, intentaban brindarme seguridad y consuelo. Me vi envuelto en los brazos de mi Nerd perfecta.
Nota de la autora
Hola chiquis!
Sí, yo sé tardé un montón en actualizar, pero como ven el capi capi es el más largo que escribí hasta ahora con más de 3500 palabras, es prácticamente el doble de un capi capi normal...
No me maten por dejarlo así, pero si lo seguía iba a tardar más en actualizar. Para que se den una idea, escribirlo me llevó aproximadamente unas seis horas, corregirlo unas diez y buscar las citas y eso otro tanto más...
Descubrieron de que libro son las citas?
Nadie se arriesgó a adivinar quién era el bombónazo de multimedia del capi capi anterior...
Así que aquí les dejo otra foto de... *Redoble de tambores*
...
...
...
Nuestro querido y muy zetzy Mase!!!
#Baba
Quién quiere consolar a Riley??
Si les gustó, déjenme un comentario, me hace sonreír!
Salven a un pandicornio!
Bel<3
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