TOMÁS


 Se había dormido. El agotamiento había sido superior a la ansiedad y los nervios. Despertó cuando escuchó ruidos. Sonidos que sólo podían significar que le traían su comida o que Culbert había conseguido trasladar a Stern a la celda del frente.

La puerta se abrió. Benjamin traía a su prisionero, el antiguo Capitán Stern. Tomás sintió un escalofrío al verlo allí. No pudo evitar recordar la imagen de su cadáver, con el rostro hundido por una bala encubridora.

Al menos ahora estaba vestido. Eso hacía más fácil estudiarlo con la mirada.

El Jefe de Seguridad dejó a su prisionero en la nueva celda y se marchó sin decir palabra alguna. Mientras cruzaba la puerta le lanzó una fugaz mirada cómplice, como diciendo "Ya está todo listo". Y allí se quedaron, Tomás y Stern. Capitán en funciones y Capitán retirado. No sentía nada que no fuera odio hacia aquel tipo. Y aquello le dolió. No estaba acostumbrado a odiar. Y sin embargo no se sentía correspondido. ¡Y eso que aquel tipo tenía todo para odiarlo a él: le había quitado a sus fieles, su nave, su puesto y hasta su propia vida. Había recuperado la última. ¿Buscaría recuperar el resto? Sólo había una manera de averiguarlo.

Conversando.

— Así que aquí estamos, ¿Eh? — Dijo Tomás. Fue lo único que se le ocurrió para romper el hielo.

— Aquí estamos... Capitán. — No había ironía en la última palabra. O al menos no le pareció.

— Parece que otra vez estamos compartiendo celda, ¿no?

Stern lo miró. Una expresión fugaz se asomó a su rostro, pero logró ocultarla antes de alcanzar a leer cuál era. La reemplazó por su patentada sonrisa de tiburón.

— Así es, Tommy Boy. Una vez más. — Luego de un breve silencio, cambió de tema. — ¡Tranquilo, niño! ¡No he vuelto para robarte el puesto! En lo que a mí respecta, siempre has sido el legítimo Capitán de esta nave.

Había algo que Tomás había aprendido a lo largo de su historia en común con David Stern: a no confiar en sus palabras y desconfiar aún más de sus acciones. Si existía un momento en el que debía actuar con estrategia, era aquel, frente a su némesis. Así que fingió creerle.

— ¿En serio? No se notó mucho allá en la prisión del Conglomerado, donde me traicionaste. —Su compañero de encierro dió un respingo, como si no entendiera de lo que le estaba hablando.

— El pasado es el pasado. Sólo quiero ser uno más de tu tripulación.

Tomás sabía que debía actuar como el ingenuo que Stern creía que era, pero también tenía emociones. No pudo evitar escupir una risa repleta de sarcasmo en respuesta a aquella afirmación.

— ¡Lo digo en serio! — Levantó sus manos hacia los costados de su cabeza, como si alguien le estuviese apuntando con un arma.

— ¡Tendría que haberte disparado cuando pude!— Su auto reproche no era fingido.

— ¡Hablo en serio! ¡Tardaste un poco en afianzarte, pero finalmente demostraste estar a la altura de la tarea que tenías programada! ¡Demostraste ser un buen Capitán!

— ¡No gracias a vos!

Stern lo miró fijo. Era la primera vez en toda la charla que no le esquivaba la mirada.

— ¿Estás seguro? Sin la amenaza de Stern, ¿Habrías conseguido aprender a ocultar tus intenciones y planear tus acciones con disimulo? Y si no te hubiera abandonado, ¿Habrías descubierto tu capacidad para ponerte al mando? ¡Si mal no recuerdo, volviste aquí con toda una nave llena de gente dispuesta a morir por tí! Y los demás, ¿Te habrían aceptado como su líder de no haber sido por el infierno que Stern les hizo sufrir?

Tomás notó que Stern hablaba de sí mismo en tercera persona.

— ¿Quién sos? ¿Maradona? — Dijo, socarrón. Su compañero de encierro lo miró sin comprender.

— No entiendo de qué hablas. Lo que sí entiendo es que te pongas a la defensiva. En verdad te he hecho mucho mal. Y creo haber pagado por eso. — Miró hacia la nada, hacia un horizonte situado más allá de un átomo de uno de los muros que lo mantenían prisionero. — ¡Lo perdí todo, menos mi vida!

— Me gustaría ayudarte con eso último. — Dijo Tomás y se sorprendió a sí mismo. Se estaba descubriendo capaz de odiar a niveles insoportables. Stern lo miró, sorprendido. Había genuino dolor en su rostro, pero era como el cuento del lobo y el pastor mentiroso. Ya no podía creer una sola frase de aquel hombre. Ni siquiera un gesto.

Aprovechó el silencio para dar por finalizada aquella instancia del interrogatorio. No había sacado nada en claro. O al menos así lo creía. Le dio la espalda a su compañero de desdichas y se recostó.

No esperaba dormir, pero lo hizo. Hasta que lo despertó un nuevo dolor.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top