TOMÁS


 No podía creer lo que estaba viendo. Quería apartar los ojos de aquel hombre, pero no podía hacerlo. Necesitaba cruzar su mirada con Benjamin y Diana. Que ellos le dieran un consejo. Alguna idea de qué hacer. Pero no podía hacerlo.

Su mente era un remolino de emociones. Todas ellas negativas. Sentía odio, miedo, repulsión y agotamiento. Y también curiosidad. La siempre presente curiosidad. ¿Cómo había llegado allí? ¡Se habían deshecho del cuerpo! ¡Un cuerpo que tenía un corazón que no funcionaba y un disparo en el rostro! ¿Cómo podía estar allí, impoluto, tan sano como un hombre milagroso? Se aferró a aquel sentimiento que necesitaba saber más para salir de su estupor.

— ¿Cómo estás acá? ¿Cómo puede ser que estés acá?

El hombre sonrió. Su sonrisa escuala le dio un escalofrío.

— Estoy aquí porque esta es mi nave, Tommy Boy. ¡Estás presenciando mi segunda venida!. — Estiró sus brazos al costado, simulando una crucifixión. Aquello enfadó a Culbert.

— ¡Payaso enfermo! — Tomás lo vio apretar la empuñadura de su arma. Su Jefe de Seguridad estaba conteniéndose para no volver a dispararle al antiguo Capitán hasta que él se lo ordenara.

— ¡Benjamin, no! — Le quitó el arma. La miró, con la intensidad con que se observa un Aleph. Aquella pistola no era sólo un objeto. Él la percibió como la puerta de salida a todo un multiverso de opciones. Y ahora estaba en él decidir cuál sería la línea temporal en la que transcurriría su futuro. Era un punto fijo en la historia.

Levantó el arma, apuntando a la cabeza de aquel renacido Stern. Una parte de él le dijo que no lo hiciera. O quizá era alguien que se lo estaba gritando, no podía encontrar la diferencia entre el interior y el exterior de su cabeza.

Fue en ese momento que las puertas del Hospital de a bordo se abrieron. Comenzaban a llegar los heridos. Comenzaban a llegar los testigos.

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