TOMÁS
Cruzó los pasillos como arrastrado por un huracán. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Había atrapado Culbert al culpable de los atentados? ¿Y habría sido el mismo autor del sabotaje al sistema de votación? ¿Quién podría querer generar malestar entre los tripulantes a fuerza de provocar accidentes y malos funcionamientos, pero al mismo tiempo manipulaba las elecciones para que él resultara electo como líder civil de aquella nave? ¿Y con qué fin?
Llegó a las puertas del Hospital de a Bordo. Del otro lado se encontraban las respuestas, se dijo.
Por supuesto, se equivocaba. Allí no había respuestas, sino aún más preguntas.
Al entrar las luces se encontraban aún apagadas. La gran mayoría del enorme recinto se encontraba en penumbras. Alcanzó a divisar la espalda de Culbert. Diana estaba a su lado. Al oírlo entrar se volteó y corrió hacia él.
— ¡Ay nene! ¡Esto es cosa de Mandinga! ¡Yo ya no entiendo más nada! — No dejaba de persignarse. Raro en ella. No sabía que era creyente.
— ¡Capitán, por aquí!
La voz de Culbert luchaba por mantenerse entera y libre de miedo. Aquello lo asustó de verdad.
Caminó, con paso dudoso. Un pensamiento cruzó su mente y automáticamente lo descartó por absurdo. En ese momento volvió la luz. Y entonces lo vio.
Su pelo, su rostro, su sonrisa de tiburón. Aquellos ojos que lo miraban, burlones.
— ¡Tanto tiempo sin vernos, Tommy Boy! ¿Me extrañabas?
Sus peores miedos se habían vuelto realidad. David Stern había regresado de la muerte.
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