TOMÁS


 Suspiró aliviado. Habían dejado atrás a la nave de los Canéridos. Y el camino hacia la salida de la zona de exclusión parecía libre de peligros. Ahora quedaban los otros peligros, los de adentro. Si Culbert tenía razón y se estaba gestando un motín, ya no podía sentirse tranquilo. Necesitaba hablar con Florencia. Ella era mucho más que una novia para él. Era una persona que siempre tenía la palabra apropiada, el consejo certero para darle. Se sentía muy feliz de tenerla al lado.

Dejó el puente a cargo de Raúl y se dirigió al buffet. En el camino se cruzó con Enrique, quien regresaba a su puesto. Éste lo detuvo un momento.

— Se acercan las elecciones, man. Eso va a estar bueno. Te va a sacar un peso de encima, ¿no?

Tomás suspiró, agotado.

— Eso espero, Quique. Lo único que quiero es que el que gane sea alguien de confianza.

El Jefe de Comunicaciones sonrió.

— Entonces podés estar tranquilo. ¡Me acabo de postular!

Tomás abrió los ojos como un dos de oro.

— ¿Vos? Pero... ¿Por qué?

El joven miró hacia abajo, con una timidez inusual en él.

— Si te tengo que ser honesto... porque Vale me quemó la cabeza con este tema. Y el otro día me dijo que era seguro que iba a ganar yo. ¿Sabés por qué? — Lo preguntó sonriendo. Tomás negó con la cabeza, preocupado. — Porque dice que ella no se enamora de perdedores. Y que como está enamorada de mí, entonces no puedo perder. ¡Imposible discutir con esa lógica! ¿No?

— ¿Qué? — Tomás no podía creer lo que estaba escuchando.

— ¡Sí! ¿No es genial? ¡Por fin me dijo que está enamorada de mí, chabón! ¡Es como un sueño hecho realidad!

A veces se olvidaba que muchos de los que viajaban en la Libertad eran tan jóvenes como él. Aquella conversación se lo recordó. Quería decirle un montón de cosas a su amigo. Que no se dejara manipular. Que Valeria primero buscó estar con Stern y cuando aquello falló lo buscó a él, el único de los pertenecientes al alto mando de la nave que estaba disponible. Que era evidente que aquella chica lo que quería era aprovecharse de él para estar en una posición de mando. Pero luego lo vio tan feliz, que no pudo hacerlo, así que sólo atinó a preguntar:

— Pero Quique, ¿Estás seguro?

— ¿Vos decís por todas las responsabilidades que implica? ¡No te hagas drama! ¡Vas a ver qué buen presidente que voy a ser!

Y se quedó allí, viéndolo alejarse, mientras tarareaba una canción. Hizo chasquear su lengua, levantó sus hombros resignado y siguió caminando.

Llegando al buffet se cruzó con Culbert. Venía caminando raudo hacia él, con una furia tan evidente que se vio obligado a detenerse.

— ¿Estás loco? ¿Cómo puedes ocultarme esto? — Tomás lo miró sin comprender. — ¿Creíste que no me íba a dar cuenta hasta que fuera demasiado tarde? ¡Pues tenías razón! ¡Ya es demasiado tarde para evitarlo!

— ¿Evitar qué, Benjamin? ¡No entiendo nada!

Culbert lo fulminó con la mirada. Sus ojos hervían con el fuego de la decepción.

— ¡Basta ya con este acto del pobre muchachito ingenuo! ¡Eres el segundo Capitán de esta nave que me toma por estúpido! ¡Y serás el segundo en lamentarlo!

Aquello no sonó como una amenaza. ¡Aquello era una amenaza! El recuerdo de aquel hombre disparandole al rostro de Stern sin ningún remordimiento ni nuda le dio escalofríos. El jefe de Seguridad pasó caminando a su lado y comenzó a alejarse. Pero antes de irse lo escuchó murmurar, rabioso:

— ¡Ahora todo está en manos de la tripulación! ¡Debo convencerlos de no votarte!

¿Votarlo? ¿Se refería a la postulación de Enrique?

Aún sin comprender lo que había sucedido, siguió su camino hacia el buffet. Una charla con Florencia le iba a aclarar la mente, como siempre.

Llegó justo cuando Diana y Florencia conversaban en una mesa. "Mejor, pensó, hablar con Diana también me puede ayudar".

Se acercó a ellas, que se quedaron en silencio al verlo. Diana encontró una excusa para levantarse. Antes de irse le susurró a Tomás:

— ¡Avivate, nene! ¡Esta chica es oro puro!

¿Qué estaba sucediendo, que todos estaban actuando tan extraño? Quería preguntarle a Florencia, pero al ver su rostro algo le dijo que mejor no. Que había otras cosas más importantes que hablar.

— Flor... ¿Estás bien?

Ella no respondió. Miró hacia abajo, hacia algún punto infinitamente más interesante que él. Casi sintió celos de aquel punto.

— Flor... — Quiso tomarla de la mano, pero ella la apartó.

— Tuve un colapso. — Tomás se quedó helado. Una estatua de sal en un desierto emocional.

— ¿Cuándo? ¿Por qué?... — Luego pensó mejor qué era lo que en realidad quería preguntarle. — ¿Cómo estás ahora?

— Estoy agotada. Y triste. Muy triste. — Su voz no tenía entonación. Parecía una mala actriz leyendo un texto sin convencimiento. — Estoy triste por vos. Y por nosotros.

Tomás sabía por experiencia cómo iba a ser el resto de la conversación. Quería irse. Pero no lo hizo. Ella se merecía que él la escuchara. Y él, consideró, se merecía el dolor que estaba por sufrir.

— Esto no funciona. ¿No?

Ella respondió en silencio. "No". Levantó la cabeza. Lo miró a los ojos por un fugaz instante. Ambos lloraban.

— Tenías razón. Los dos somos difíciles. Yo necesito atención. Vos necesitás prestarle atención a todo lo que pasa en esta nave. Mi papá tenía un dicho: "No se puede tirar un centro y cabecear a la vez".

Tomás asintió. Tenía razón. ¿Para qué discutir, si ella tenía toda la razón del universo en sus palabras? Y sin embargo le dijo algo que no podía callar:

— Te amo.

Ella volvió a mirarlo.

— Y yo también te amo. Pero esto va más allá del amor. Esto tiene que ver con lo que necesitamos. Y en este momento no nos necesitamos el uno al otro, sino algo más.

Terminó aquella frase y se quedó allí, como apagada, mirando hacia abajo una vez más, con su mente vaya uno a saber dónde. Todo su ser quiso acariciarle el pelo, pero comprendió que ya no debía hacerlo. Y fue la autocensura de aquel gesto cariñoso lo que le hizo comprender la línea del antes y después que se había formado en su relación.

Abandonó el buffet en silencio, aunque por dentro gritaba de dolor. Un dolor que pronto sería mucho mayor.

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