TOMÁS
Siguieron el rastro del mensaje por varios años luz. Pero al llegar al lugar del que procedía, no encontraron nada, aparte de un enorme campo de asteroides flotando en el medio de la nada.
— ¿Qué estamos viendo, Noelia?
La piloto analizó con rapidez la información en su pantalla.
— Alguna vez esto fue un planeta errante. Pero algo lo destruyó. Probablemente algo natural, porque no encuentro rastros de ningún tipo de armas conocidas.
— Bien. ¿Y el mensaje? ¿De dónde vino? ¿De algún lugar de por acá cerca?
Ella asintió. Buscó con la mirada a Enrique, quien continuó el informe.
— De alguno de los asteroides. Pero dejó de transmitir justo cuando nos estábamos acercando. No sé, me parece medio raro.
Tomás asintió.
— A mí también, Quique. — ¡Llamalo a Culbert! ¡Que deje lo que está haciendo y venga al puente! — Luego se dirigió a Raúl. — A lo mejor ustedes tenían razón y esto era una trampa. ¡Mejor estar atentos!
Culbert llegó al puente. Apenas entró se lo quedó mirando. Una mirada extraña, que Tomás no había visto nunca. Eran los ojos de alguien que había perdido la confianza en un amigo. Aunque Tomás la malinterpretó como un silencioso reproche por haberle obligado a dejar lo que fuera que estuviese haciendo.
— ¡Señor Culbert! Llegamos al punto de origen de la transmisión, pero no hay ninguna nave, ni indicios de que la haya habido. – Tomás resumió las novedades, esperando el consejo táctico.
— Se me ocurren dos opciones: o esto es una trampa, como dije desde el principio, o los que enviaban el mensaje debieron esconderse para evitar ser detectados por quienes los perseguían.
Tomás estudió ambas opciones. Las dos tenían sentido.
— Gonzalo, ¿Hay alguna señal de la supuesta nave de los Canéridos?
— Nada, Señor.
— ¿Quique? ¿Alguna transmisión o algo parecido?
— Nada. Y estoy escaneando hasta en UHF. No dejo ningún tipo de comunicación conocida o hipotética fuera de la búsqueda.
Tomás sonrió complacido.
— De eso no me cabe ninguna duda.
Luego se quedó pensativo. Murmuró un par de frases, pero ni él alcanzó a escucharse, porque aquellas no eran palabras, sino pensamientos que al correr atropelladamente por su cabeza acabaron cayendo en su boca. Finalmente comunicó su decisión:
— Ya que estamos en el baile, bailemos. Quique, quiero que uses el mismo tipo de señal que usaron quienes sean los que pidieron auxilio. Una sola transmisión, muy breve. Dos palabras: "Estamos acá". Después, silencio total por cinco minutos y vuelvan a escanear allá afuera. Vamos a hacer tres intentos. Si no hay respuesta, nos vamos.
Luego se acercó a Culbert, esperando su opinión.
— Un plan audaz, pero a la vez precavido. Estaré atento, por si aparecen señales de algún problema.
Tomás le agradeció. Luego le preguntó, en voz baja:
— ¿Cómo va el... proyecto paralelo?
Se refería por supuesto a la investigación de los posibles atentados que habían estado teniendo. Culbert, sin embargo, respondió con evasivas.
— Nada todavía. Sigo un rastro, pero honestamente no lo veo muy prometedor. Probablemente hayan sido todo imaginaciones mías. Apenas termine de comprobar algo le daré más detalles, Señor.
Tomás le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y volvió a su asiento.
— ¿Nada, Quique? — Enrique negó, preocupado. — ¿Tenés algo, Noe? — Una nueva negativa. — ¿Gonzalo? — Tampoco tenía novedades. — ¡Qué raro! ¡Reenviales el mensaje!
Las manos de Enrique presionaron los interruptores. La comunicación, de apenas un par de segundos, voló hacia el cosmos, buscando una respuesta que no llegaba.
Hasta que llegó.
Enrique anunció que tenía una transmisión audiovisual y le pidió que la pusiera en la pantalla principal. Dos criaturas los observaban en silencio, con sus caras en una expresión que sólo podía ser miedo. Sus pieles eran de un color amarillo verdoso, tenían dos antenas en la parte superior de la cabeza, terminadas en dos expresivos ojos. Su espalda y hombros parecían recubiertos por una especie de armadura; luego comprendió que se trataba de algún tipo de caparazón. Pero lo que más le impactó era que aquellos seres no tenían piel. Se mantenían humectados por una secreción que continuamente emanaba de unos pequeños órganos que cubrían su rostro.
— ¡Ustedes no son Wengard! ¡Ni Oxori, o Furaimo! ¡Pero tampoco son Canéridos, que es lo importante! ¿Por qué vinieron hasta aquí?
Tomás sonrió. Siempre disfrutaba al hacer un primer contacto.
— Somos la nave espacial Libertad, del planeta Tierra. Mi nombre es Tomás Rivera. Vinimos porque escuchamos su mensaje. Estamos acá para ayudar.
Los alienígenas movieron sus antenas, mirándose entre sí. Luego cortaron la comunicación.
Tomás se quedó mirando hacia la pantalla apagada, incapaz de comprender lo que acaba de suceder. Hasta que Noelia habló:
— ¡Los veo! ¡Allá, a treinta grados para estribor, doce grados para nuestro arriba!
Gonzalo enfocó las cámaras exteriores en aquella dirección. Una enorme roca flotante ocupó buena parte de la pantalla. Al principio no distinguieron nada especial. Hasta que notaron el tenue destello que brillaba siguiendo una secuencia repetitiva que probablemente se tratara de una versión extraterrestre del código Morse. Un acercamiento mostró los restos de una nave, incrustados en aquella roca que era mucho más grande que alguna montaña.
Tomás ordenó ubicar la Libertad a la par del asteroide y preparar todo para una misión de rescate. Enrique lo anunció por los altoparlantes.
Y así comenzó una operación de rescate que sería la última que hicieran en varios años.
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