TOMÁS
Por insistencia de Culbert había elegido uno de los dormitorios que habían quedado vacíos poco después de asumir el mando para convertirlo en una oficina personal. Desde allí podía revisar las propuestas de los tripulantes y analizar los datos de astronometría proporcionados por la gente de Navegación para decidir el rumbo a seguir. Y reunirse con Culbert para poder hablar tranquilos sobre su investigación.
— Hasta ahora no hay pruebas consistentes de un complot per se. — Tomás suspiró aliviado. Una reacción algo apresurada. — Aunque sí pude escuchar opiniones negativas sobre cómo has manejado las últimas situaciones. Y hay algunos tripulantes que no dejan de mencionar a Stern.
— ¡Qué difícil es ser Capitán, loco! ¡En las películas y series parecía más fácil! ¡Y nunca pasé algo así con la gente de la prisión!
Culbert se quedó observando, sin expresión aparente. Luego acotó:
— Falta poco para las elecciones. Eso te quitará parte del peso de encima.
Tomás asintió. Tomó un trago de agua.
— Sí, es verdad. ¿Se sabe ya quiénes son los posibles candidatos?
— Hasta ahora, Antúnez, Parker y Puentes, aunque las inscripciones siguen abiertas. Parker era un seguidor de Stern desde hace años. Antúnez también le compró su acto, pero creo que está bastante arrepentido. Puentes es buen tipo, siempre se mantuvo fuera de las peleas. Pero últimamente lo he visto muy cerca de Parrish. Eso puede ser bueno o malo.
— Creo que podemos confiar en Michael. Quedó muy resentido con... Stern — Todavía le costaba nombrarlo. Se preguntó si algún día podría superarlo. — Me preocupa más Parker.
Culbert estuvo de acuerdo.
— Sí. Aunque todavía no encontré una conversación en la que lo defienda. Claro que tampoco lo defiende a usted. De hecho, durante las discusiones sobre cómo se están manejando las cosas, prefiere permanecer en silencio. Él sólo opina sobre lo que haría él en tu lugar.
Tomás se quedó mirando hacia un punto indefinido del espacio, como buscando un Aleph. Cuando volvió a hablar, una discreta sonrisa asomaba en su rostro.
— ¡Qué sé yo, Benjamin! ¡A lo mejor nos estamos preocupando de más y el complot que tememos no es más que un malestar general!
Culbert enseñó el tosco bosquejo de una sonrisa. No era un gesto muy sincero, aunque lograba transmitir tranquilidad.
— Eso espero, Señor. Pero mi deber es desconfiar.
Tomás le puso una mano en un hombro.
— Ya sé. Y el mío es escucharte.
Culbert se fue y se quedó con la nada indeseable compañía de varias propuestas que habían hecho los trabajadores de los distintos sectores de la nave para mejorar la calidad de vida. Podía ser algo tedioso, sí. Pero a la vez le brindaba los ladrillos para construir de a poco los cimientos de aquel viaje interestelar que tanto había deseado hacer toda su vida.
Hasta que una llamada por el sistema de altoparlantes lo interrumpió.
— ¡Capitán! ¡Al puente, por favor!
La voz de Enrique no sonaba asustada ni preocupada, así que aquellas eran buenas noticias. O al menos no eran malas.
Trotó hasta el Puente de Mando. Había leído una propuesta que solicitaba el armado de un gimnasio en alguna de las bodegas. Mientras comenzaba a agitarse, consideró que quizás aquella fuera la mejor propuesta de todas las que había alcanzado a leer. Esa y el pedido de instalar cinturones de seguridad en los asientos del puente que había hecho Noelia.
Al llegar, Raúl le cedió el asiento mientras lo informaba.
— Es una especie de boya de seguridad. Está emitiendo el mismo mensaje una y otra vez. Hay boyas similares a pocas Unidades astronómicas de aquí. Creo que están formando un perímetro. Quique ya lo está traduciendo.
— Bien hecho, Raúl. Noelia, ¿Estamos completamente quietos?
La joven piloto respondió:
— ¡Alto total! Estamos tan quietos como se puede estar en el espacio. Es decir, caemos hacia ninguna parte. O más bien hacia donde nos lleve la gravedad.
— ¡Perfecto! Igual usá los propulsores para mantenernos siempre a la misma distancia de la boya. No sabemos lo que puede haber del otro lado.
Enrique levantó la mano, como si estuviera sentado en un aula y habló.
— En realidad... Ya podemos saberlo. Tengo el mensaje traducido.
El mensaje sonó en los parlantes del puente:
"A todas las naves que se encuentren en las inmediaciones del perímetro delimitado por éstas señales de advertencia. ¡Retrocedan de inmediato! ¡Territorio Canérido a continuación! Se aconseja rodear la zona de exclusión. Si continúan avanzando será bajo su propio riesgo. A todas las naves que se encuentren..."
Enrique detuvo la transmisión. Todos se quedaron en silencio, esperando la decisión de su Capitán.
— ¡Gonzalo! Te pido que busques cuántas de éstas señales podés encontrar y le transmitas la información a la consola de navegación. ¡Noelia! Con los datos que te mande Gonzalo trazá un curso que se mantenga al borde de la zona de exclusión. Tengo curiosidad por saber qué son los Canéridos, pero no tanta como para desobedecer semejante advertencia.
Noelia asintió mientras daba su opinión:
— Alguien se tomó un trabajo considerable intentando proteger a los demás de éstos Canéridos.
— Exacto. Y no vamos a despreciar su ayuda. Pero me gustaría hacer un mapa de la zona peligrosa y ver si podemos agregarla de alguna manera al mensaje.
Minutos después, la Libertad recorría aquella frontera prohibida, cartografiando el territorio donde los misteriosos Canéridos habitaban.
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