TOMÁS


Horas más tarde, la Libertad surcaba el espacio, una vez más. El dilema de los Gaudiros y los Gorems había quedado atrás, como tantas otras cosas desde aquel tiroteo en las laderas del Uritorco que lo había llevado a refugiarse en aquella nave fantástica. Había tenido una tensa despedida con Faerig-Er-Dowe-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe, quien aceptó sus consejos a regañadientes, casi obligado por la situación. No tenía un amigo allí. Completamente opuesto fue el saludo final de Fadis, quien no cesaba de agradecerle el don de la razón. Antes de dejar a aquellos dos pueblos aprendiendo a convivir, Tomás le hizo un último obsequio al líder Gorem: Una impresión de una foto vía satélite de su planeta. Le mostró el continente abandonado que se encontraba al otro lado del océano.

— Si las cosas no funcionan con los Gaudiros, acá pueden formar una nueva nación, sólo para ustedes. — Le dijo.

— No es mala idea, Tomás. Pero de irnos, estaríamos abandonando al resto de nuestro pueblo que aún vive en servidumbre. ¡O peor, en los mataderos!

Estrecharon sus manos en señal de despedida.

— Tenelo como plan B. — Le susurró, antes de regresar a su nave.

Y ahora estaba allí, otra vez entre las estrellas, sin dejar de pensar en lo ocurrido y sus consecuencias. Culbert le había pedido verse a solas. Y él sabía por qué.

Se encontraron en la habitación del ex agente. Si bien no era muy grande, al igual que todas las habitaciones de la nave, todo su mobiliario parecía estar acumulado en un rincón, como esperando que alguien o algo llenase la otra mitad del lugar. A falta de sillas, Tomás se sentó en la cama.

— ¿Entonces?

— Raúl y Enrique no están relacionados con el posible atentado. Su desobediencia con respecto a la liberación de los Gorems se debió a convicciones propias. Ninguno de los dos parece estar en conjunto con la posible rebelión que te comenté.

Tomás resopló, soltando un suspiro de alivio. Saber que sus amigos estaban complotando contra él lo habría devastado.

— ¿Qué tan seguro estás, Benjamin?

Culbert lo miró a los ojos fijamente.

— Fui entrenado para seguirle la pista a delincuentes peligrosos, locos con complejo mesiánico, narcotraficantes y terroristas. Un DJ y un artesano errante que se dejan llevar por sus ideas no son un desafío para mí. Investigué su pasado, usando sitios de Internet que ni Caz sabe que existen. También los estuve siguiendo personalmente sin que ellos lo notaran. Y usando partes de la nave construí unos micrófonos que planté en sus habitaciones y puestos de trabajo. Nadie sabe de esto más que tu y yo, porque prefiero considerar al resto de los tripulantes como sospechosos potenciales.

Tomás absorbió toda esa información. Le resultó tan tóxica como un escape de radiación, algo que lo iba matando tan lento que incluso a pesar del hecho de que debería ser algo imperceptible, se le hacía muy notorio.

— ¡No quiero esto! ¡No quiero tener que mentirle a mi tripulación, o a mis amigos! ¡Esto no tiene nada que ver con el estilo de viaje que tenía en mente! ¡Y esa pobre gente, allá en Goragan! ¿Sabés cómo nos empezaron a llamar, entre los Gaudiros? — Culbert negó en silencio. — ¡Grubos! — Culbert no entendió. Había escuchado la palabra antes, pero nunca supo su significado. — ¡Significa "Demonios", Benjamin!

El Jefe de Seguridad asintió, estóico.

— La alternativa es que un motín nos tome por sorpresa. Es tu decisión.

Tomás tragó saliva. Una vez más le supo a bilis.

— Está bien. No me gusta ni medio, pero tenés razón. ¿Y ahora qué vas a hacer? Digo, porque si Raúl y Quique son inocentes, alguien tiene que ser culpable. ¿No?

Culbert desvió la mirada. Se levantó y se le acercó. Le puso una mano en un hombro y mirándolo desde arriba le dijo:

— Sinceramente, Capitán, espero estar equivocado. Espero estar terriblemente equivocado.

La Libertad siguió su viaje por el silencioso vacío interestelar. Algo se estaba incubando en su interior.

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