TOMÁS


No podía creerlo.

Eso era todo lo que podía pensar. Que no podía creer las novedades. Tuvo que cerrar sus ojos y dejar que aquella sensación amarga y densa, como un chicle con sabor a bilis, se alejara de él. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo habían viajado juntos? ¿Cuántas situaciones habían vivido?

Y lo peor era que a quien le reprochaba el resultado de los acontecimientos con mayor dureza era a sí mismo. Por varios motivos.

Llegó al calabozo de la nave, donde Enrique, Raúl, Culbert y casi cuarenta Gorems aún inconscientes lo recibieron.

— ¡Chicos! ¿Qué hicieron?

Raúl dio un paso al frente. Su cuerpo, delgado, fibroso y larguirucho, se irguió con orgullo.

— ¡Lo que había que hacer!

Enrique optó por una postura desafiante y acusadora, cruzando los brazos y con las piernas abiertas en un ancho de hombros.

— ¡Lo que vos no te animaste a hacer, man! ¿Cómo vas a permitir que estos pobres tipos sean el alimento de esa gente? ¿Cuál es tu criterio a la hora de ayudar? ¿Solamente a los que pueden darte algo a cambio? ¿Quién sos, al final? ¿Stern?

Tomás había aguantado estóico cada insulto y acusación. Pero aquello lo sobrepasó.

— ¡Pero cerrá la boca, chabón! ¿Con quién te pensás que estás hablando?

Culbert permaneció inmóvil e impasible, estudiando como siempre la situación. Enrique respondió a la pregunta retórica:

— ¡La verdad que ya no sé! — Tenía tal amalgama de sensaciones hirviendo en su interior que mientras hablaba sonreía, lloraba y temblaba. — Yo pensé que estaba hablando con Tomás, ese flaco que nos salvó la vida más de una vez, que siempre toma la decisión correcta, que me enseña cosas a veces incluso sin saber que lo está haciendo. ¡Pero evidentemente me estoy equivocando, porque un tipo que ve semejante genocidio y se hace el gil, nunca podría ser amigo mío!

Tomás se masajeó los párpados con los dedos índice y pulgar. La última vez que había hecho aquel gesto había sido en la vieja Tierra, discutiendo con su padre, que no quería entender que un hijo suyo no quisiera ser policía. Su padre había sido un hombre testarudo y necio. Aquellos dos jóvenes que tenía frente a él también lo eran.

— ¿Ustedes son hijos de primos, o qué? — Todos en el recinto se quedaron con la boca abierta. Nunca habían escuchado a Tomás usar aquel tono. — En serio les digo, ¿Quién se piensan que soy? ¡En serio les digo, chicos! Una cosa es que no pueda hacer nada, por el trato que estaba negociando con Faerig-Er-Dowe-Er... Esteee... ¡Con el Gobernante! ¡Pero eso no quiere decir que no me fuera a ocupar de esta situación!

Raúl y Enrique intercambiaron confundidas miradas. Su actitud mermó. Aún desconfiaban, pero ya no se sentían en bandos tan opuestos con su Capitán.

— ¡Pero pusiste a Culbert a vigilar a Quique! ¡Yo mismo te escuché cuando se lo ordenabas!

Tomás giró los ojos.

—¡ Y claro, Raúl! ¿O qué te pensás? ¿Que iba a dejarlo sólo, planeando vaya uno a saber qué locura? ¿Y si cometía un error y los Gaudiros lo descubrían? ¿Y si alguien lo atacaba?

Enrique se adelantó y dijo, orgulloso de sí mismo:

— Bueno, ¡Bastante bien nos fue librándonos de Culbert, mientras nos seguía!

El ex agente sonrió.

— ¡Por favor! ¿Realmente creyeron que me habían perdido? ¡Estaba tan cerca de ustedes que nunca me podrían haber visto! ¡Razón de más para vigilar que no cometieran ningún error! ¿O por qué creen que no se cruzaron con nadie en todo el trayecto desde los corrales hasta aquí? ¡Porque les fuimos abriendo un camino manteniendo alejados a todos los que se les acercaban!

En ese momento los Gorems comenzaron a murmurar. Fadis y otros más despertaron. Enrique se les acercó. Le tendió la mano, ayudando a levantarse a aquel que durante el banquete le había servido. El Gorem aceptó su ayuda. Se incorporó. Se lo quedó mirando, estudiando minuciosamente a aquel joven que seguramente le resultaba familiar. Luego pareció reconocerlo. En lugar de soltarle la mano, se la apretó aún más fuerte. Y por primera vez habló. Las primeras palabras enunciadas por un miembro de la especie Gorem:

— ¡Gracias!

Resultó que Fadis y sus congéneres retenían tan sólo algunos recuerdos confusos y fragmentados acerca de su vida pre-consciente. Recordaban a los Gaudiros, aunque con cierta reverencia y hasta afecto. Denia, una de las Gorems, tenía un vívido recuerdo de un niño Gaudiro cepillando sus cabellos mientras le cantaba, por ejemplo. No fue sino hasta que recordaron imágenes de la cocina, o del mercado de carne, que comenzaron a horrorizarse y resentir a sus antiguos amos.

— ¡Debemos rescatar a los demás Gorems! ¡Hay que impedir que se los coman! — La propuesta de Fadis tuvo una unánime aceptación entre los suyos. Tomás intentó calmarlo.

— ¡Y lo vamos a hacer! ¡Tranquilo! ¡Lo vamos a hacer! ¡Pero no ahora! ¡Necesito que nos ayuden, así como nosotros los ayudamos a ustedes!

El peludo ser protestó.

— ¡Cada instante que esperemos para liberar a nuestra gente, más y más son sacrificados, desmembrados y cocinados! ¡O tratados como inferiores por aquellos engreídos ricachones! ¿Cuántos más deben morir hasta que podamos hacer algo al respecto?

Tomás comprendió lo que le estaba diciendo. Y lo peor era que tenía razón. Pero él también tenía gente a cargo. Y aquella era su responsabilidad, se obligó a recordar.

— ¡Van a morir los que sean necesarios! — Dijo de improviso, dejando a todos con la boca abierta. — ¡Igual que en cualquier guerra!

Aunque el más sorprendido de todos ante aquella actitud, aunque no lo demostró, había sido él mismo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top