TOMÁS
Aterrizar en un planeta que no emite transmisiones era algo complicado. ¿Cómo hacer para que los sistemas traductores de la nave aprendieran el idioma nativo? ¿Cómo hacer para informarse sobre cuál era la realidad socio-cultural de aquella civilización?
No iba a ser fácil.
Tomás pensó en sobrevolar el hemisferio del planeta que en aquel instante se encontraba en horas de la noche. ¿Soñarían los habitantes de aquel mundo con visitantes del espacio? ¿Cómo saberlo? Un sobrevuelo rápido a baja altura les informó que aquella civilización aún no estaba unificada. Las diferencias en su arquitectura y desarrollo les dio la pista de que estaban ante una sociedad todavía dividida en naciones. Sin embargo, mientras volvían a elevarse, buscando regresar a la ciudad de los yacimientos de deuterio, volaron a lo largo de casi todo el continente y Tomás notó que allí no había restos de campos de batalla, ni barrios pobres. ¿Acaso habían encontrado un lugar donde lo que no habían avanzado en lo tecnológico habían madurado ideológica y culturalmente hacia una sociedad que había logrado la paz mundial? El panorama lo dejó pensando.
— Lo que tenemos que hacer — Pensó en voz alta — es abducir a alguien. Así vamos a poder aprender el idioma y podemos pedirle que sea nuestro representante ante sus gobernantes.
Culbert lo escuchó y asintió.
— No es mala idea. Pero procedamos con cautela. Deberíamos hacerlo en una zona cercana a la ciudad, pero poco habitada.
Permanecieron ocultos entre las nubes hasta que anocheció sobre la ciudad que era su objetivo. La civilización local estaba dando sus primeros pasos en lo que a alumbrado público a gas se refería, así que no les costó encontrar un lugar en las afueras donde poder descender. Una vez allí, con todas las luces exteriores apagadas, un pequeño grupo formado por Tomás, Enrique, Melina y Culbert se dirigió hacia el poblado más cercano. Noelia y Melina habían tomado nota de la posición de las estrellas, y con eso trazaron el rumbo a seguir.
Cuando finalmente pudieron divisar los límites de la pequeña aldea, comenzaron a andar con mayor sigilo. Amparados por la oscuridad llegaron hasta lo que parecía ser una granja. Había una casa principal y otra más pequeña al lado, probablemente para albergar huéspedes o trabajadores. Ambas estaban construidas con una mezcla de barro, piedras y madera. A su alrededor se extendían los plantíos. Se notaba que los cultivos habían tenido mejores días. Era evidente que se encontraban en medio de una temporada de sequía. Tomás observó aquel detalle y lo retuvo. Podía ser de utilidad más adelante.
Rodearon la casa mayor. Se sentían como ladrones, y en cierta forma lo eran, pero si todo salía bien sus acciones servirían para mejorar la calidad de vida de los habitantes de aquel mundo.
No hubo que forzar la puerta para poder ingresar, ya que ni siquiera tenía cerraduras. Una mujer joven era la única habitante de aquella morada. Dormía en posición fetal sobre una especie de camastro hecho con hojas secas y tela. Despertó sobresaltada, al verse rodeada de seres extraños en su propia casa. Su aspecto era muy similar al de los humanos, con algunas notorias diferencias, como una cola prensil, tres pares de pilosidades similares a los bigotes de un gato en su rostro y ojos con un iris oval. Su piel era rosada, con algunas manchas de color rojizo por todo el cuerpo, y sus cabellos eran largos, de color azabache.
— ¡Yukhtu kalera dodengacoreda! — Gritó la mujer, desafiante. — ¡Yukhtu kalera!
Los invasores se miraron entre sí, sin saber cómo reaccionar. Aquello había sido planeado a las apuradas, y cuando algo se había hace demasiado aprisa, no puede ser considerado exactamente un plan. Enrique intentó analizar las pocas palabras que había oído de aquel nuevo lenguaje, pero era imposible. Fue Culbert quien tomó la iniciativa: de entre sus ropas extrajo una pistola taser y electrocutó a la dueña de la granja, quien cayó de vuelta al camastro, inconsciente.
Tomás corrió hacia ella, buscando signos vitales. Suspiró al encontrarlos.
— ¿Pero por qué hiciste eso, Benjamin? ¿Estás loco?
El Jefe de Seguridad se encogió de hombros.
— Era la única forma de conseguir llevarla con nosotros sin causar un alboroto. Les recuerdo que hay otra casa en este mismo terreno, a pocos pasos de aquí. Si seguía gritando íbamos a terminar en una situación difícil.
Tomás quiso discutir, pero no pudo. No era el momento ni el lugar. Además, probablemente tuviera razón. Ya tendrían la oportunidad de pedirle disculpas a la joven después de llevarla a la nave y enseñarle a hablar su idioma.
Al llegar, Raúl, Caz, Diana y Antúnez los esperaban en el Hall de Entrada. Ya habían establecido un perímetro de seguridad, lejos de los brazos del sistema de la nave encargado de insertarse en los cerebros de los visitantes para otorgarles conocimientos. Dejaron a la joven recostada en la entrada y se alejaron.
— ¡Esperemos que salga todo bien! — Dijo Tomás, y con una seña le indicó a los ingenieros que activaran el sistema de aprendizaje.
Uno de los brazos tomó a la mujer por la cintura, separándola del piso, mientras que otro buscaba su cráneo. Al encontrarlo, le clavó su aguijón. Tomás sintió un estremecimiento en su interior. Ver aquel proceso en acción le recordó a la vez en que, persiguiendo a Stern, aquellos mismos brazos lo habían llevado a terminar prisionero en la Prisión del Conglomerado, con su antiguo Capitán como único compañero de celda.
— ¿Bloquearon el teletransportador? — Preguntó, alarmado.
— Tranquilo, está bloqueado y monitoreado, por si se le ocurre volver a activarse. — La respuesta de Raúl lo tranquilizó. Al menos con respecto a ese tema. El secuestro de la mujer nativa era otra cosa. No conseguía decirse que aquello que estaban haciendo era lo correcto.
Los brazos liberaron a su presa. Diana quiso acercarse para revisarla, pero Raúl le indicó que aún no era seguro. Cuando tuvo confirmación de que se había desactivado el sistema de aprendizaje, le hizo una seña y la doctora corrió hacia ella. En esos segundos durante los cuales Diana le hizo toda clase de lecturas y análisis, Tomás dejó de respirar sin darse cuenta. Recién cuando, arrodillada en el piso, la doctora levantó un pulgar para indicar que su paciente estaba en perfecto estado, Tomás pudo exhalar con la fuerza de un tornado.
Aquella no sería otra muerte que tuviera que cargar en su conciencia.
Para cuando la joven despertó, Raúl, Caz y Antúnez se habían marchado para cargar los datos del idioma nuevo en los traductores manuales que habían diseñado. Estaban con ella Tomás, Melina, Culbert, Enrique y Diana.
La nativa se sobresaltó al verse rodeada de aquellos seres tan extraños para ella. La doctora intentó calmarla, pero aquello parecía ser demasiado para ella.
— ¿Qué está pasando? ¿Quiénes son ustedes? — Les dio un segundo vistazo. — ¿Qué son ustedes?
Tomás se le acercó. Le indicó con señas a Diana que se alejara de su paciente.
— Tranquila. Somos seres vivos, como vos. Pero venimos de otro mundo. De más allá de las estrellas. ¿Entendés lo que te estoy diciendo?
La chica lo miró, extrañada.
— ¿Entonces no son Grubos?
Tomás le extendió una mano, para ayudarla a levantarse.
— No sé lo que serán los Grubos, pero te aseguro que no lo somos. Es más, sos la primera persona que conocemos de este mundo.
Ella tomó su mano. Al incorporarse, las manchas de su cuerpo tomaron un color rojizo más fuerte.
— ¿Y dicen que vienen de más allá de las estrellas? ¿Pero cómo puede ser?
— Tenemos la tecnología para hacerlo.
La cara de la chica desbordaba de asombro.
— ¿Como las máquinas de las grandes ciudades?
— Algo parecido. — No pudo reprimir una sonrisa de ternura ante la ingenuidad de la muchacha. — Mi nombre es Tomás. Ellos son Diana, Benjamin, Melina y Enrique. Estamos acá porque necesitamos la ayuda de tu gente.
— Mi nombre es Zowedo-Er-Alawa-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe — Ella los miró, extrañada. — Pero si pueden viajar por las estrellas, ¿Para qué nos necesitan? ¡No tenemos nada ni remotamente similar a las maravillas que ustedes deben tener!
Melina intervino.
— Un yacimiento de deuterio.
Ella se los quedó mirando, sin entender. Incluso aquella expresión era similar a la que los humanos utilizaban en una situación asi. Enrique se lo explicó:
— El deuterio es un gas. No es muy fácil de conseguir en el espacio, pero en tu planeta hay un montón.
—¿Un montón? ¿Dónde?
Tomás señaló hacia alguna parte afuera de la nave.
— En la gran ciudad cerca de tu granja.
— ¿En Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe?
— Si tú lo dices. — Comentó Culbert.
La joven del nombre demasiado largo se mostró aún más sorprendida.
— ¡Allí tiene su sede de gobierno Faerig-Er-Dowe-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe, nuestro líder! ¡Él estará dichoso de conseguir un buen trato con ustedes, porque esto le dará notoriedad! ¡Y hasta quizás me conceda algo de notoriedad a mí, una humilde granjera, por llevarlos hasta él! ¡El nombre de una calle! ¡Puede que incluso de un barrio! — Suspiró de emoción. — ¡O quizás renombren la mismísima ciudad por mí! ¡Cuenten conmigo! ¡Yo los llevaré hasta nuestro líder!
Tomás quiso explicarle que no hacía falta, ya que habían absorbido de ella su idioma, el cual ya estaba en proceso de ser cargado en los artefactos traductores, pero Culbert le aconsejó llevarla, si no como intérprete, al menos como guía.
Y así, cuando todo estuvo listo, comenzaron su viaje hasta la ciudad capital de aquel área.
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