TOMÁS

 —... Lo importante de ver a una banda en vivo es que ahí podés diferenciar al artista del producto. — Comentó Quique, pero Tomás se había perdido el inicio de la frase. Se había quedado preocupado por la pelea entre los dos pescadores. Uno parecía fuera de sí, caminaba tambaleándose mientras sus amigos se burlaban. Y el otro sólo hablaba incoherencias. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Estaba sucediendo algo? ¿O era su instinto natural que tendía a preocuparse de más por las cosas?

Raúl había empezado a contestarle a Enrique. Tomás, que no podía sacarse de la cabeza aquella situación, decidió comentarla con ellos. Aquello le confirmaría si verdaderamente tenía algún motivo para dejar de disfrutar una linda tarde.

— ¿A ustedes no les pareció raro que el mismo lugar que ustedes necesiten para que los amigos podían hacer algo parecido?

La charla se interrumpió. Los dos se lo quedaron mirando, sin comprender. ¡Él mismo no entendió lo que había dicho!

— ¿Cómo dices?

— ¡Qué lindo que te haya dicho el brujo de ayer que no me gustan los gatos! — Respondió, incoherente y visiblemente preocupado.

— ¿Tomás estás bien? — Enrique comenzó a notar que algo le estaba sucediendo.

— ¡Me siento obligado a hacer algo que no se enceguecía con los oyentes! ¡Y sólo me falta un poco de aire fresco para que no...! — Ni siquiera se molestó en terminar la frase. Él sabía lo que había querido decir, pero no se correspondía con las palabras que habían salido de su boca. Continuar intentándolo era fútil.

— ¡Raúl, algo le pasa! ¡Tenemos que llevarlo al hospital!

Pero Raúl no respondió. El jefe de ingenieros se los quedó mirando fijo, respirando cada vez más fuerte. Resoplaba una furia que aumentaba con cada exhalación, como si en su interior tuviese una caldera alimentándose del aire que ingresaba a sus pulmones.

— ¿Raúl? ¿Te sentís bien? — Preguntó Enrique, preocupado.

— ¡Desde luego que me siento bien! — Gritó un feroz Raúl, completamente alejado de aquel joven tranquilo y pacifico que solía ser. — ¿Por qué me preguntas eso? ¿Estás deseando que me sienta mal? ¿Buscas que me enferme, para robarte mi puesto? ¿Eso es lo que quieres?

Tomás intentó intervenir. Aquello fue peor. Sus palabras sin sentido terminaron por destapar la olla de presión que era Raúl en aquel momento. Éste saltó sobre Enrique y comenzó a golpearlo con violencia.

— ¡No te dejaré quedarte con mis cosas! ¡Es mí trabajo! ¡Mí equipo de música! ¡Y Noelia es mí amiga! ¿Entendido? — Y mientras gritaba no dejaba de darle puñetazos en el rostro. Enrique no tenía ninguna posibilidad de defenderse, estaba completamente inmovilizado y era bastante más pequeño que su agresor.

Y entonces los golpes cesaron. Raúl cayó encima suyo, inconsciente. Con el único ojo que podía mantener abierto, vio a Tomás, de pie, asustado y agitado. Sostenía en sus manos el pesado equipo de música.

—¡Gracias! ¿Qué pasó?

— Generalmente no hay nada. Pero es muy difícil distinguirla desde alguna parte de la vida.— El concepto original de la respuesta de Tomás había quedado perdido en su cabeza, camino hacia su boca. Sin embargo, Enrique lo comprendió a la perfección:

— Sí. ¡Tenemos que ir al hospital ya mismo!

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