TOMÁS


El Choque de Deragh había sido un imprevisto que no podía perdonarse. Había muerto gente bajo su mando. ¡Y en su primer día! No conocía otra forma de expiación que la de matarse trabajando hasta que su cuerpo no le diera para más, y más aún. Hacía dos días que no salía del puente ni dormía. Había estado coordinando equipos de rescate primero, luego equipos de búsqueda y finalmente equipos de reparación. Había memorizado la lista de bajas, tanto humanas como Argarias. Había supervisado el proceso que para los Eghar equivalía a una pena de muerte: el borrado sistemático de cada fragmento de dato correspondiente a la consciencia de Eghar. Nunca había estado a favor de acciones tan drásticas. Pero esta vez no puso ninguna objeción.

Florencia estaba bien. Habían hablado brevemente a través del sistema de mensajería interna de la nave. Y eso le dio fuerzas para seguir al mando. Ella también estaba sobrepasada de trabajo: primero ayudando a Diana con los heridos y luego con una nueva amenaza de crisis de alimentos. El impacto había destruido algunos contenedores de alimento y necesitaba con urgencia actualizar el inventario.

Lo que pudo ser un nuevo conflicto entre el pueblo Argario y los Eghar, afortunadamente no había escalado. Tanto Sgalf como Zatche habían trabajado con ahínco para mantener la confianza de los líderes refugiados hacia sus nuevos asociados. Para apaciguar los ánimos, el gobierno Eghar ofreció a sus nuevos amigos su tecnología de digitalización de patrones neuronales para que los Argarios pudiesen evolucionar a la par de los suyos.

La doctora se comunicó con él, desde el hospital de a bordo. Un texto breve, aunque informativo: "Ya le dí el alta a Culbert." Tomás suspiró. Era un alivio saber que su amigo estaba a salvo. Se levantó para compartir la noticia con el resto del personal del puente. Fue en ese momento que el cuerpo le pasó factura. Primero vino el mareo. Luego el desmayo.


Despertó en la misma camilla que hasta hacía pocos minutos había ocupado Culbert. Diana y Florencia estaban a su lado.

— ¿Qué pasó? — Sentía la cabeza embotada.

— Tranquilo, nene. Te desmayaste por el agotamiento. ¡Cuando el cuerpo dice basta, es basta! ¡No hay con qué darle!

Tomás no respondió. Sentía una obligación compulsiva a permanecer junto a los Argarios y los Eghar. De intervenir en cuanto conflicto se desatase, para asegurarse de que no volviera a suceder algo como lo que habían sufrido. ¡Aquellos muertos eran su responsabilidad! ¡Eran su culpa!

— No es tu culpa. — Dijo Florencia, como si le estuviera leyendo el pensamiento. — En todo caso es culpa del loco que nos chocó.

— Sí, pero la gente de Sgalf tiene que entender... que no todos los Eghar son como Deragh. — Tomó aire para poder continuar. — Que se trata... de un individuo, y no de toda una especie.

— Tranquilo. No sé si es porque no desarrollaron el concepto de la generalización, por estar tan acostumbrados a la muerte, después de tantas extinciones, o por algo más, pero nadie culpa a los Eghar. Ni a vos.

Tomás suspiró, pero seguía sin relajarse.

— ¿Escuchaste, nene? Nadie te culpa, ¿Sabé'? ¡Así que aflojá un poquito y dormí un par de horas más, que la evacuación ya terminó y por fin está todo piola! ¿Estamo'?

Tomás sonrió. Florencia acercó su cara y susurró.

— Relajate. Ya todo está bien. Lo hiciste muy bien. Descansá. —Y silenció cualquier respuesta posible con un tierno beso en sus labios.

Y esta vez sí se durmió. Y soñó con todos aquellos mundos que estaban por descubrir.

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