TOMÁS


— ¡Señor Zatche, deje de evadir la respuesta! — gritó Tomás enojado, mientras golpeaba la mesa con la mano. — ¡Sabe muy bien a qué Deragh me refiero!

El cuerpo artificial hizo una serie de gestos involuntarios. Era evidente que acababa de ponerse nervioso.

— Capitán Rivera, no comprendo su acusación.

Tomás resopló con ironía.

— ¡Basta, Zatche! ¡Ya nadie se cree su acto de máquina libre de emociones!

La unidad ambulante se puso de pie.

— ¡No toleraré este atropello! ¡Somos máquinas libres de emociones, señor!

Tomás y Raúl también se levantaron. Sgalf, confundido, alternaba su mirada de uno a otro participante en la discusión.

— ¿Ya, de veras? Preguntó Raúl. — ¿Entonces por qué está tan furioso ante esta acusación?

La maravilla tecnológica vibró. Luego balbuceó. Amagó a retirarse, luego a quedarse, y una vez más a irse. Finalmente desistió. Una risa llena de resignación salió de aquella boca metálica sin sonrisa. Los tres seres orgánicos en la habitación se miraron sin comprender.

— Son ustedes muy buenos en lo suyo, humanos. ¡Realmente buenos! No sólo pudieron ver más allá de nuestra fachada mecánica que utilizamos para esconder la última debilidad de la carne que portamos, sino que además dedujeron el parentesco entre nuestro explorador y el fugitivo Deragh. ¡Realmente los felicito!

Tomás se retuvo de preguntar a qué parentesco se refería, pero atesoró la información. Podía ser útil más adelante.

— Lamentablemente, el que hayan descubierto nuestra verdadera naturaleza no incide en el asunto que estamos tratando. El mundo al que llaman Jiop tiene muchos minerales que necesitamos. No cederemos a él ni aunque le cueste la supervivencia a los Argarios. ¡Nosotros llegamos antes, nosotros lo reclamamos!

— ¡Entonces eso los vuelve tan insensibles como las máquinas que pretenden ser! — Gritó Sgalf, exudando indignación.

— Gracias por el cumplido, Argario. Nuestro ideal evolutivo es llegar algún día a purgar las emociones de nuestra conciencia, para convertirla finalmente en un verdadero software.

Tomás meditó la situación. Aquello estaba llegando a su punto final. Había que encontrar una salida de inmediato.

Y la encontró en las leyendas de su mundo.

— ¡Creo que no hay nada más que decir, señores! ¡Les pido por favor que me acompañen al puente de mando, donde presentaré mi conclusión a este asunto.

Sgalf, Zatche y Raúl lo miraron. Luego se miraron entre sí. El jefe de ingenieros se le acercó mientras caminaban por el pasillo y le preguntó en voz baja:

— ¿Qué tienes en mente, Tomás?

El joven Capitán sonrió con picardía. Movió las cejas arriba y abajo rápidamente y susurró:

— ¡Está en la biblia! ¡En el antiguo testamento! ¡Abraham y Salomón! ¡Abraham y Salomón! Ya vas a ver.— Y volvió a guiñarle un ojo.

Raúl no pudo evitar un escalofrío. En aquel instante parecía que su nuevo Capitán había sido poseído por el antiguo. Y hasta donde él sabía, nadie allí quería volver a tener a Stern de jefe.

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