TOMÁS


Llegaron al hospital de a bordo cuando ya todo estaba calmado. Sólo quedaba Diana, quien al ver a Tomás con la mitad de su cara cubierta de sangre seca corrió hacia ellos.

— ¡Nene! ¿Qué te pasó? ¿Está' bien?

Sgalf se alarmó al ver a aquella mujer corriendo a los gritos hacia ellos. Culbert lo tranquilizó con un gesto.

— Está todo bien, Diana. No es nada. Un corte arriba de la frente. Vos sabés que eso sangra más de lo que duele.

La doctora resopló e hizo un gesto con las manos, rechazando la observación.

— ¡Yo voy a ser la que te diga si está todo bien o no! ¡Vení para acá, que te voy a revisar el marulo!

Lo sentó en una camilla, le cerró la herida y le hizo una tomografía rápida. Todo estaba bien, al final. Sacó un frasco con agua oxigenada y le limpió la sangre.

— ¡Te perdistes de ver a la nena! ¡Se fue dos minuto' antes de que llegaran! — Tomás hizo una expresión de desilusión. Le hubiera gustado volver a verla. Luego se alarmó.

— ¿Qué le pasó? ¿Por qué estuvo acá? ¿Está bien?

La doctora sonrió con beneplácito al ver su reacción.

— Tranqui, nene. Sí, está bien. Se quemó con una salsa que estaba cocinando, cuando empezó a temblar todo. Pero ya la curamo' y hasta me estuvo dando una mano acá con los paciente'. ¡Le sale bien hacer de enfermera, che!

Pero la preocupación no abandonó el rostro de Tomás. Se levantó para ir al buffet. Luego recordó que tenía asuntos prioritarios. Por un segundo pensó en dejar su cargo, aquel por el que tanto había luchado, para encontrarse con Florencia, comprobar que realmente no había ninguna herida importante y continuar con aquella conversación que había quedado trunca. Y al instante comprendió que aquella chica que estaba a punto de ser su novia, además era una mujer. Y sabía cuidarse sola. Además, si Diana decía que estaba todo bien, estaba todo más que bien.

Agradeció a la doctora por la atención. Se juntó con Sgalf y Culbert y salieron del hospital. Mientras se dirigían al puente comenzaron a conversar.

— Mi especie, los Argarios, vivimos en Areg, el quinto mundo de este sistema. Areg es un planeta circumbinario. Su órbita es terriblemente nociva para la vida. De hecho, hay un ciclo de vida y muerte, que rige todos los aspectos de nuestra existencia. Desde la cultura, hasta la ciencia.

— Perdón, pero no entiendo cómo puede influir la órbita de un planeta en su cultura.— Comentó Culbert. Tomás intervino.

— En la Tierra, nuestro mundo, tenemos leyendas y mitos sobre la Luna llena. Y canciones. Y varias festividades, como Navidad o el día de la Primavera, están relacionadas con los solsticios y otros fenómenos celestes.

— Oh, es verdad. Lo siento.

Sgalf los observó con una cierta fascinación. Escuchar hablar sobre costumbres de otro mundo era tan fascinante para él como lo era para los dos humanos escucharlo a él hablar de su propio planeta y sus costumbres.

— En nuestra cultura, dicho ciclo, el Avadh Khurd, marca el final de casi toda la vida en el planeta. Un evento de extinción masiva como nada que hayan conocido. Nuestros antepasados no tenían manera de predecir cuándo iba a llegar el próximo Avadh Khurd. Así, nuestra especie ha pasado por ciclos de desarrollo tecnológico, seguidos de cataclismos en los que hemos perdido cuanto avance hayamos logrado, retrocediendo a un estado casi bestial. Sin embargo, según indican los registros hace de esto unos cuatro ciclos, alguien tuvo la idea de construir bóvedas en las que almacenar la cultura.

— ¿Como nuestras bibliotecas? — Sugirió Tomás a Culbert. Este asintió.

— No conozco sus bibliotecas, — Se lamentó Sgalf — pero puedo asegurarles que estos compendios le permitieron a la siguiente generación de sobrevivientes saltar de un estado nómada a la producción de máquinas rudimentarias en sólo tres generaciones. Y cuando un nuevo ciclo llegó a su fin, un grupo de elegidos permaneció dentro de las bóvedas, manteniendo gran parte de los conocimientos adquiridos. Para cuando llegamos a mi época, habíamos avanzado en campos que nos resultaban prioritarios, como la exploración espacial y la astronomía. Ahora podemos predecir la ocurrencia de los Avadh Khurd. Y también encontramos a Jiop, un nuevo mundo, habitable y mucho más estable que el nuestro, en nuestro propio sistema.

Culbert estudió las palabras. Entonces preguntó:

— El próximo ciclo, ¿Cuándo será?

Sgalf bajó sus orejas con tristeza.

— Según los últimos cálculos, nos queda menos de un año. Por eso la misión de las Cápsulas. El plan original era enviar cien naves, apuntadas directamente a Jiop, el nuevo mundo. Pero es una tecnología que aún no hemos dominado completamente. Las primeras veinte cápsulas estallaron incluso antes de abandonar la atmósfera. De las otras, algunas pocas lograron llegar al espacio, pero nuestros avances en el área de las telecomunicaciones no están muy desarrolladas, así que no sabemos qué fue de ellas.

— Tranquilo — Tomás lo interrumpió. Era más fuerte que él: si veía a alguien sufriendo, necesitaba conforta roo. — Vamos a usar nuestros sensores externos y nuestra antena para rastrear todas las Cápsulas y ver si pudieron llegar a Jiop.

El alienígena abrió grande su larga y aplanada boca y enredó dos de sus lenguas en uno de los brazos de Tomás. Aquella era su manera más profunda y sincera de mostrar agradecimiento.

Cuando llegaron al puente, Raúl saltó de la silla como disparado por una reacción química explosiva o efervescente. Dio dos grandes zancadas y se acercó a Tomás.

— ¡Capitán! ¡Estaba por llamarlo! ¡Detectamos una flota de naves Eghar acercándose a gran velocidad! ¡Son muy grandes! ¡Y muy bien armadas!

Noelia los interrumpió:

— ¡Los tengo en pantalla! ¡Están entrando a la Nube de Oort de este sistema! ¡Si siguen a ese paso, los vamos a tener encima en menos de dos minutos!

Tomás ordenó a Culbert retomar su posición coordinando las operaciones tácticas. Luego felicitó a Raúl personalmente por su desempeño y le pidió un informe actualizado de los daños. Necesitaba saber dónde estaba parado y con qué elementos contaba, en caso de no poder evitar un enfrentamiento armado.

Luego pidió a Enrique que lo pusiera en los altoparlantes de la nave. Quería hablarle a su gente:

— ¡Atención! ¡Se acerca una flota posiblemente hostil! No estamos en la mejor de las formas, pero tampoco estamos acabados. ¡Pero no vamos a abandonar lo que vinimos a hacer acá! ¡Vinimos buscando paz! ¡Así que primero voy a intentar hablarles! ¡Siempre, siempre, siempre, primero está la palabra! ¡El entendimiento, la razón! ¡Y sólo si la diplomacia falla y no nos dejan otra opción, vamos a atacarlos con todo lo que tenemos! ¡Y si así pasa, tranquilos, que vamos a vencer una vez más! ¡Todos a sus puestos, por favor!

No mucho después, las naves Eghar estuvieron frente a ellos. Enrique intentó iniciar comunicación con ellas, pero no obtuvo ninguna respuesta. Tomás suspiró. Sabía lo que aquella negativa a contestar implicaba.

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