TOMÁS


— ¡Capitán en el puente! — Informó Culbert y abandonó la silla de mando. Tomás lo reemplazó. No tenía tiempo para pensar en todo el tiempo en que había soñado escuchar aquella frase. Claro que hay que tener cuidado con lo que se desea, porque estar al mando de una astronave también implicaba la responsabilidad de tomar decisiones que afectarían a los cientos de personas que vivían en ella. Como estaba a punto de averiguar.

— ¿Cuál es la situación, Quique?

Enrique, el encargado de las comunicaciones, respondió.

— Estaba escuchando el sonido de las dos estrellas de este sistema binario orbitando entre sí cuando escuché un ruido de fondo que me pareció muy interesante.

— ¿Las estrellas hacen música? — Preguntó Noelia, extrañada. — Pensé que en el vacío no podían transmitirse los sonidos.

— No lo hacen. Lo que hago es captar sus vibraciones en los distintos espectros magnéticos, lumínicos y radiactivos y uso un software para reinterpretarlos como sonidos. Sirve para estudiar varios aspectos de la composición de la estrella, por ejemplo. Algo parecido a lo que hacen en la Tierra con los radiotelescopios.

Tomás pidió el resto del informe.

— Como te decía, el ruido de fondo resultó ser una transmisión muy débil. Inicié los protocolos de evacuación en el hall de entrada, para que nadie terminara siendo transportado por accidente, y pasé la transmisión por el traductor. Después de analizar y descifrar el lenguaje, esto es lo que decía:

Apretó unos botones en su consola y se escuchó un mensaje de audio.

"¡Atención, Control de Misión! ¡Aquí la cápsula 42! ¡Estamos en peligro! ¡Repito! ¡Estamos en peligro! ¡Nave hostil detectada! No llegaremos a nuestro destino. ¡Enviar nuevas cápsulas! ¡Por favor díganle a nuestros familiares que los amamos, aunque ya lo sepan! ¡Y que no huímos! ¡Nunca huímos! Cápsula 42 despidiéndose."

El mensaje cesó. Enrique habló:

— ¡Tenemos que salvarlos!

— Un momento — Intervino Culbert. — ¿Cómo sabemos que la nave hostil que mencionan no somos nosotros? ¿No puede ser que los hayamos asustado?

Gonzalo, el encargado de los sensores externos, respondió:

— No somos nosotros. Hice un barrido del sistema. Hay otra nave, mucho más avanzada que la que mandó el mensaje. No es rival para nosotros, pero fácilmente podría derrotar a la Cápsula 42.

Tomás se tomó un segundo para evaluar la situación. Luego preguntó.

— ¿Qué tan lejos estamos, Noelia?

— Podemos alcanzarlos en dos minutos, a máxima velocidad.

Tomás asintió. Se acomodó en la silla y ordenó:

— ¡Máxima velocidad! — Luego pidió a Enrique que avisara a la tripulación por los altavoces de la situación y que la Sala de motores y el Hospital de a bordo debían prepararse para cualquier eventualidad.

Cuando la nave se detuvo tuvieron un panorama privilegiado de la situación. Allí estaba, aún a la distancia, un vehículo indudablemente concebido para la guerra. Su estructura intimidaba tanto como un edificio diseñado por Albert Speer. Sus armas a la vista disuadían a sus potenciales atacantes. La cápsula, en cambio, podría entrar tranquilamente en algún hangar de la Libertad. Y su tecnología parecía ser apenas más avanzada que la de la Tierra. Su escaso armamento parecía haber sido diseñado más para eliminar cometas o asteroides que se les acercaran demasiado que como medio de defensa. Tomás sabía que tenía tres opciones: unirse a un bando, al otro o retirarse y no intervenir. Eligió una cuarta opción.

— ¡Enrique, comunicame con la Cápsula!

Y tras encender el traductor simultáneo y confirmar el tipo de frecuencia utilizada por la nave en desventaja, Quique indicó que estaba todo listo.

— Cápsula 42, habla la nave espacial Libertad, del planeta Tierra. Captamos su pedido de auxilio. Estamos aquí para ayudar. Tenemos a la vista una nave mucho más grande que la de ustedes. Les ofrecemos nuestra ayuda como intermediarios, para evitar un derramamiento de sangre innecesario. Cambio.

Al principio parecía que el ofrecimiento había llegado a oídos sordos. No hubo el más mínimo atisbo de respuesta. Justo cuando Tomás estaba por pedir un informe de lecturas de vida en la pequeña lata espacial, volvió a escucharse la voz del capitán alienígena.

— Leerand Sgalf, Capitán de la Cápsula de Esperanza número 42 al habla. Desconocemos sus intenciones e intereses que los motivan a meterse en este asunto, ¡Pero desde luego que necesitamos ayuda!

Tomás miró a Culbert, confundido, y este levantó una ceja, mostrándose igualmente pasmado.

— No hay segundas intenciones, más que hacer amigos. ¡Tiene mi palabra!

— Bien, pero quiero dejar constancia de que al aceptar su intervención no hablo en nombre de mi pueblo. Soy solamente un capitán, preocupado por su tripulación. ¿Comprendido?

— Comprendido, capitán Sgalf. Voy a comunicarme ahora con el Capitán de la otra nave, para disuadirlos de atacar. — Cortó la comunicación y exclamó — ¡La pucha que es desconfiado el amigo!

Todos asintieron. Enrique comenzó a intentar comunicarse con la otra nave. Al principio no respondió. Entonces Gonzalo gritó:

— ¡Capitán! ¡Nos están escaneando!

— Reenvíen mensaje de saludo. ¡Culbert, armas apagadas, pero atento a las suyas!

Como era de esperarse, el primer mensaje llegó en una jeringoza inentendible, mezcla de cloqueos, silbidos y sonidos vocalizados. Recién después de ser filtrado por el traductor pudieron escuchar su contenido:

— Somos los Eghar. Tenemos derechos sobre este sistema. Si están en conjunción con la Hegemonía Bd'aal, preparen sus armas. Si están aquí para defender a estas alimañas primitivas, preparen sus armas. Si sólo son curiosos, exploradores, o simplemente están de paso, les aconsejo seguir de largo.

Los integrantes del puente cruzaron miradas. Luego se dirigieron todas hacia aquel que debía decidir cómo continuar. Tomás.

— ¡Noelia, ubicanos entre la nave Eghar y la Cápsula 42! Señor Culbert, ¿Estado de las armas de la nave grande?

— Desactivadas. ¡Pero continúan escaneándonos! Diría que están evaluando nuestro poder ofensivo. Si es así, pronto se les van a bajar los humos. ¡Ya los analicé y somos bastante superiores!

Tomás suspiró aliviado. Lo último que necesitaban él y su tripulación era la tensión de una batalla espacial.

Unos minutos más tarde, la Libertad había tomado la posición indicada. Nadie podía atacar ya a nadie, a menos que los atacaran a ellos primero. Ambos bandos rivales se mantenían en silencio. La pequeña Cápsula se movía sólo mecida por la inercia. El acorazado Eghar había reducido considerablemente su velocidad, pero seguía acercándose. Había que hacer algo más que un mero acto de presencia, y todos lo sabían. Por eso habían improvisado una reunión de emergencia. Para intercambiar ideas.

— Propongo reiterar nuestras intenciones de mediar en lo que sea que está pasando acá. — Opinó Enrique. — A lo mejor no terminan de entender qué significa la palabra "mediar".

— Sí, hagamos eso — Dijo Culbert, y aconsejó:— Pero me sentiría más tranquilo si les ordenamos detenerse a los Eghar y tomar una distancia prudencial.

— El Señor Culbert tiene razón. — Comentó Raúl, recién llegado al Puente. — Si bien su armamento es inferior al nuestro, su casco es mucho más resistente. Si deciden embestirnos en plan kamikaze, nos van a dañar bastante.

— Muy bien. Volvé a saludarlos, Quique. Y advertirles que dejen de acercarse. Señor Culbert, no pierda de vista el estado de sus armas. —Ordenó el Capitán.

— No pienso hacerlo, Señor.

La tensión aumentó en el puente. Aunque no era la misma clase de nervios que habían padecido durante el mando de Stern. Ahora, podría decirse que por primera vez en mucho tiempo, al menos tenían el alivio de saberse bajo el mando de alguien que sabía lo que estaba haciendo.

— ¡Capitán, comunicación entrante del acorazado Eghar! ¡En formato audiovisual!

— Bueno, veamos a quiénes nos enfrentamos, entonces.

La pantalla se encendió. Allí donde esperaban ver una criatura, sólo aparecieron una pila de cables y circuitos. Se oyó un fuerte silbido desde la parte trasera del Puente de mando. Tomás se giró, sorprendido, esperando encontrar vaya uno a saber qué misterio. En su lugar se encontró con la larguirucha silueta de su Ingeniero en Jefe, visiblemente sorprendido por lo que estaba viendo.

— ¿Qué pasó, Raulo? —Preguntó Noelia, sobresaltada.

— Perdón por el silbido, pero no he podido evitarlo. Es que... ¿No han notado lo que estamos viendo aquí?

Tomás miró hacia la pantalla, luego a Raúl y nuevamente a la pantalla, como si fuera un espectador de una competencia de ping-pong. Luego susurró "¡Forma de vida artificial!"

— Así es, Capitán — Respondió el Eghar. — Somos una forma de vida artificial. Este vehículo que se está acercando a ustedes no es más que la forma que elegí para viajar hacia mi objetivo. Esto que ven en su pantalla es sólo uno de los varios núcleos del clúster operativo de este cuerpo.

— ¿Clúster operativo? — Preguntó Raúl. Tomás le indicó con señas que aquel no era el momento.

— Muy bien, Señor... ¿Eghar? ¿Ese es su nombre o el de su especie?

— Mi especie se denomina Eghar. Mi número de serie es 567.265.392.221. Mi nombre orgánico era Deragh. Si bien en mi mundo llamarnos por nuestro nombre orgánico es considerado una ofensa, estoy dispuesto a aceptar que lo utilicen si les resulta más sencillo, como muestra de buena voluntad hacia el proceso diplomático que ofrecen iniciar.

Raúl quiso preguntar algo, pero se mordió los labios. No quería interrumpir.

— Vamos a aceptar su ofrecimiento de llamarlo por su nombre orgánico, si no le molesta. ¿Señor, Deragh, por qué la gente de la cápsula lo considera una amenaza?

— Esta gente primitiva nunca antes tuvo contacto con otras especies. Está dando sus primeros pasos por el espacio. Según los registros que resultaron de mi investigación, simplemente se asustaron al cruzar una pequeña nave comercial y la destruyeron.

Culbert pareció dudar. Algo no cuadraba.

— ¿Está diciendo que una de esas pequeñas y primitivas cápsulas logró destruir a una de sus avanzadas naves?

La respuesta del ser artificial llegó apenas una milésima de segundo después de que Culbert terminara su pregunta.

— Ignoro cómo lo hicieron. Pero así fue. A eso he venido. A averiguar cómo lo hicieron, para corregir nuestro diseño y evitar futuras derrotas.

— ¿No viene buscando represalias?

— Capitán. Soy una máquina. Carezco de emociones o sentimientos. Mi único interés aquí es técnico. Las armas que ve a lo largo de mi estructura fueron agregadas antes de salir sólo para intimidar y disuadir a estos salvajes.

Tras despedirse, Enrique los conectó con Sgalf. En sus ojos podía verse la lucha interna que se desarrollaba en su interior: el miedo a una amenaza probablemente letal contra una valentía sin igual.

— Capitán Sgalf, los Eghar afirman que una de sus cápsulas destruyó una nave minera. ¿Es verdad eso?

El capitán de la cápsula no respondió de inmediato. Analizó la información recibida. Luego respondió.

— Es posible. Sí. La Cápsula 40 logró abandonar la atmósfera de nuestro mundo, como nosotros. Luego Comenzaron a transmitir sus datos. Justo antes de perder contacto, su última transmisión indicaba que habían detectado algo extraño. Siempre pensamos que alguien los había destruido. Pero puede ser que antes de morir se llevaran a sus asesinos con ellos.

Los integrantes del puente cruzaron miradas de incredulidad. Culbert tomó la palabra:

— ¿Es usted consciente de la superioridad técnica de la otra nave? ¿Realmente cree que la Cápsula 40 podría haber derrotado a semejante enemigo?

— ¡Si alguien pudo haberlo hecho, era Dolgh! ¡Nadie se sorprendió cuando consiguió escapar de la gravedad de nuestro planeta! — Su tono de voz cambió dramáticamente — Conozco a Dolgh de toda la vida. ¡Era mucho más que un gran capitán y excelso piloto! — Suspiró. Parecía reprimir un llanto — Fuimos compañeros de bolsa de gestación. Compartimos nuestra segunda madre. Y un par de padres, también.

El silencio volvió a reinar en el recinto. Un silencio de respeto y empatía.

Iba a ser un trabajo difícil el intentar solucionar este enfrentamiento. Pero si en verdad querían empezar a establecer relaciones con otras especies y abrirse al universo, aquella era una oportunidad única. Podían hacer grandes amigos. O nuevos enemigos.

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