RAÚL
Sgalf había intervenido. Y no para mejorar la situación. Había acusado a los Eghar como especie de pensar la situación desde una perspectiva demasiado fría, típica de una máquina. Quería hacerle ver a Zatche que para los Argarios el colonizar Jiop era una cuestión, literalmente, de vida o muerte. Mientras que para los Eghar si bien aquel planeta representaba una importancia estratégica, a largo plazo podrían reponerse de ceder en la discusión.
Zatche, por su parte, continuaba acusando a los humanos de haber destruido sus naves y hasta había comenzado a insinuarle a Sgalf que quizás los tan solidarios mediadores tenían sus propios planes para el planeta en cuestión. Y aquella idea lanzada en el momento justo, en el lugar preciso, había sido una semilla de desconfianza de la cual hasta allí apenas podían distinguirse unos débiles brotes, aunque amenazaba con crecer y volverse una ponzoñosa enredadera.
Sgalf comenzó a citar la obvia cercanía entre su mundo natal y aquel que pretendían colonizar, argumento que Zatche despreció rápidamente, argumentando que los Argarios nunca lo habían poblado, mientras que a la nave Eghar enviada para tomar posesión y comenzar a explotar la habían destruido fuentes externas, fueran estas Argarias o humanas.
— ¡Esto se parece a los reclamos de Malvinas! — Le susurró Tomás. Luego abrió los ojos con pánico y tuvo que contenerse para no gritar — ¡Me están pidiendo que sea mediador en el conflicto de Malvinas!
Raúl compartió su desesperación. ¿Qué hacer? Una cosa era que los Eghar reclamasen Jiop, en cuyo caso podrían arreglar el traslado de los Argarios como refugiados en su nave, hasta encontrarles otro hogar. Pero si ambos bandos continuaban acusándolos de acciones que no habían cometido, aquello no podría terminar bien.
Entonces llegó el mensaje desde el puente:
De: Enrique Montoya
Para: Tomás Rivera, Raúl Quiroga Quispe
Creemos que la nave de Deragh escapó cuando descubrió que otros Eghar estaban llegando. Deragh nunca pidió auxilio.
Espero que les sirva! :)
Raúl y Tomás cruzaron miradas. ¿Qué podía significar esto?
— Esto hay que corroborarlo con Zatche. — Susurró Tomás.
— Disculpe, señor Zatche. Sabemos que ha escaneado nuestra nave y encontró signos de una batalla reciente. También sabemos y entendemos que esto les haga pensar que fuimos nosotros quienes atacaron y destruyeron a su explorador. Y le aseguro que no tuvimos nada que ver al respecto.
— Sin embargo hemos recibido una señal de auxilio de nuestro explorador, enviada como último recurso para intentar salvaguardar su conciencia ante una eminente destrucción de su hardware.
— ¿Quería hacer un back up de su soft... de su mente? — Preguntó Raúl.
— Exacto. Al hacerlo perdería el derecho de un nuevo cuerpo, hasta que su familia o sus propios aportes pudieran pagar uno nuevo.
— Comprendo. — Asintió Tomás. — ¿Por casualidad le suena el nombre Deragh?
La unidad ambulante de Zatche entró en una especie de hibernación o pausa. Debía estar buscando el nombre en alguna base de datos remota. Finalmente respondió:
— En la actualidad contamos con 758 unidades activas bajo esa denominación. Y otras 8.426 almacenadas en los bancos de software, a la espera de un cuerpo o cumpliendo tareas y servicios virtuales.
— ¿Alguna de esas 758 unidades activas podría estar en las cercanías de este sistema?
Zatche repitió su trance.
— Veintisiete ciudadanos llamados Deragh cumplen tareas en territorios cercanos a nuestra ubicación actual.
Tomás se mostró interesado.
— ¿Y alguno de estos veintisiete Deragh tenía prohibido estar aquí?
— Todos ellos. Cada uno de nosotros tiene sus tareas asignadas. No veo el punto de estas preguntas. Me siento confundido.
Y entonces Raúl tuvo entonces una pequeña epifanía.
Recordó las palabras de Tomás: "Si no fuese una máquina, diría que está ansioso". Y la última frase de Zatche: "Me siento confundido". Y cambió la perspectiva de lo que estaba sucediendo en aquella conversación. Porque los análisis de las estadísticas acerca del nombre Deragh, ¿No parecían querer encubrir algo que Zatche ya sabía? Una máquina no miente. No siente. No tiene ansiedades. ¡Pero los Eghar no eran solamente máquinas! ¡Después de todo su software eran conciencias de seres orgánicos digitalizadas!
— Estamos encarando esto mal. — Le susurró a Tomás. — ¡Los estamos tratando como androides, cuando en realidad son personas!
Tomás se lo quedó mirando, digiriendo aquel dato. Luego sus ojos brillaron y sonrió.
— ¡Sos un capo, Raúl! —, exclamó y le guiño un ojo. — ¡Ya sé cómo resolver esto!
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