RAÚL


— ¡Qué raro esto! ¿No? — Preguntó Enrique en voz alta, a nadie en particular. Noelia dejó de mirar los controles por un segundo. No entendía a qué se refería.

— ¿Qué cosa, Quiquín?

El encargado de las comunicaciones reprimió una sonrisa. La única persona que lo había llamado así en su vida había sido su abuela. Recordarla le dio un nanosegundo de nostalgia, luego se recuperó y se explicó.

— Digo, que varios meses recorriendo la galaxia con el otro chabón y no nos cruzamos a casi nadie. Y ahora de golpe nos encontramos literalmente en el medio de dos extraterrestres que se quieren matar entre sí. ¿Qué onda?

— ¿Sabés qué pasa? El otro no quería cruzarse con nadie. — La sombra de Stern era tan oscura que incluso estando muerto evitaban nombrarlo, si era posible. — Incluso se reunió en secreto con Melina y conmigo para ordenarnos que buscábamos las regiones con menor densidad de estrellas. Nos llevó a otro brazo de la Vía Láctea, así que buena parte de nuestro viaje lo hicimos por el espacio entre los brazos, que tiene muchas menos estrellas. Yo creo que el encuentro con la esfera del Conglomerado lo asustó muchísimo.

Enrique asintió.

— Sí. Y ahora sabemos por qué.

Noelia hizo una mueca con la boca.

— Sí, tal cual.

Raúl abandonó un instante la silla de mando. Tomás se la había cedido, dejándolo a cargo de las operaciones mientras él y Culbert habían salido a recibir a Sgalf. Se acercó a la consola de Enrique.

— ¿Ya están a bordo?

— Están entrando ahora mismo.

— ¡Bien! Aquella cápsula era muy precaria. Logró sacarlos de su mundo, pero no creo que hubiesen llegado a su...

La nave tembló. Raúl perdió el equilibrio con la sacudida y cayó al piso cuan largo era. Enrique lo ayudó a levantarse. Aferrándose al respaldo del asiento de Enrique, Raúl gritó sus órdenes:

— ¡Señor Keegan, prepare armas! ¡Noelia, danos algo de distancia! ¡Enrique, avisale al Capitán y al señor Culbert que nos están atacando! ¡Luego intenta comunicarte con Deragh, para ver qué está pasando! ¡Gonzalo, quiero lecturas de los sistemas activos de la nave Eghar, y que los compares con los escaneos que realicé cuando la hallamos!

— ¡Capitán! ¡Señor Culbert! ¡Los necesitamos en el puente! ¡Nos atacan! ¡La nave Eghar nos ataca!

La nave volvió a temblar. Los ataques continuaban. Raúl notó el pánico en la voz de Quique. Y entendía que dependía de sus decisiones que aquella sensación desapareciera tanto de Enrique como de los demás. Lo habían dejado al mando por ser el de mayor edad entre los presentes, pero ¿estaba preparado para asumir la responsabilidad de defender las vidas de sus compañeros y amigos?

Un nuevo impacto lo ayudó a despejarse.

— ¡Gonzalo, envía toda la información que hayas conseguido a la estación de Keegan! ¡Keegan, dispare armas de corto alcance, para ganar tiempo! ¡Y use los datos de Gonzalo para armar una estrategia! ¡Defensiva, no ofensiva! ¡Noelia! ¿Por qué no nos alejamos?

— ¡No sé qué pasa! ¡Más acelero para alejarnos, más avanza la otra nave hacia nosotros!

— ¡Ya sé por qué, Señor! — gritó Keegan — ¡Los primeros ataques fueron proyectiles físicos! ¡Ganchos! ¡Ahora nos dispara a quemarropa con sus armas de energía y no podemos alejarnos!

— ¿Por eso es? — Preguntó Noelia, sorprendida — ¡Entonces ya sé qué puedo hacer para sacarlo de encima! ¡Agárrense fuerte!

Quique repitió la advertencia de Noelia a toda la nave.

Noelia dejó que sus brazos bailaran por su cuenta sobre la consola del timón, con la mirada fija en su danza. Comenzó a murmurar una melodia. Era una canción de una vieja película de aventuras.

— ¡Raulo, necesito tu ayuda! ¡Necesito que hagas girar a los negadores de inercia siguiendo el patrón que te mandé a tu escritorio! ¡Ojo que si te equivocás nos vamos a aplastar como sapos! ¿Eh?

Raúl corrió hasta la consola de Ingeniería. Hubo un nuevo temblor, pero no logró derribarlo. Al llegar, observó el plan de vuelo de Noelia. ¡Era una locura! Pero por otra parte, era una clase de locura que él podía manejar. Y por eso supo que podía funcionar.

— ¿Listos? ¡Empezamos!

Y el ballet cósmico comenzó. La Libertad aceleró a máxima velocidad durante tres segundos. Luego dio marcha atrás a toda potencia, mientras giraba a estribor. Volvió a acelerar, esta vez girando a babor mientras hacía un giro de 45°. Y mientras se ejecutaba aquel patrón supuestamente errático, aunque en realidad había sido brillantemente calculado, la tripulación y visitantes de la nave apenas sintieron un ligero mareo, mientras el centro de gravedad de la nave se movía al compás de los movimientos ordenados por el timón.

— ¡Ya lo tengo! — Exclamó Keegan con alegría. Había iniciado aquel viaje siendo un ferviente admirador de un loco mesiánico. Ahora, mientras calculaba los movimientos que debía hacer para mantener a todos a salvo, sintió que finalmente podía comenzar a redimir todo el mal que había estado apoyando.

Sin dejar de disparar a las armas Eghar, activó los brazos mecánicos que solían utilizar para recolección de muestras o ayudar en el proceso de acoplamiento con otras naves. Los brazos buscaron los ganchos que impedían a ambas astronaves alejarse y comenzaron a tironear de ellos. Al mismo tiempo, Keegan aumentó la potencia de sus cañones cinéticos. Las lecturas indicaron que estaba haciendo un buen daño. Finalmente, Deragh soltó sus amarras. La nave que había elegido para contener su conciencia salió disparada por su propia inercia.

— ¡Alto el fuego! ¡Buen trabajo, amigos! — exclamó aliviado Raúl, mientras se acercaba a la silla de mando. Abrió un canal con la Sala de motores. — ¿Está todo bien allí? ¡Quiero ver el reporte de daños!

Antúnez fue el que contestó la llamada. Raúl se tomó un segundo para recordar la tumultuosa peripecia que había vivido aquel hombre en los últimos meses: había llegado al evento del Uritorco defendiendo sus creencias terraplanistas. Creencias que se desvanecieron al momento de ver con sus propios ojos el pequeño orbe azul que era la Tierra desde el espacio. Desde allí, había intentado llenar aquel vacío en su fe con el primer credo con el que lo alimentaron: el Culto de Stern. Y había sido uno de los mayores defensores del antiguo Capitán, hasta que su fraude se demostró. ¿Qué pasaría ahora por su cabeza, pobre hombre? Puede que ni él mismo lo supiera. Raúl se prometió estar más atento a aquel hombre. Le invitaría algunos tragos, para poder conversar un poco.

— ¡Daños en los laterales de la nave! El casco está perforado en las partes donde penetraron los ganchos. Las armas Eghar dañaron el casco donde impactaron, pero nada que no podamos emparchar.

— Bien. Espero sus resultados. No me caben dudas de que harán un buen trabajo. Apenas regresen Tomás o Culbert prometo acompañarlos y engrasarme las manos un poco.

Una transmisión interna sonó en su asiento.

— ¿Informe, Raúl? — Era Tomás. Tenía algunas heridas en la cabeza. Sangraban más de lo que dolían. Raúl contuvo su impulso de preguntarle a su Capitán si estaba bien. Sangraba, pero pedía informes. Ergo, estaba relativamente bien.

— La nave Eghar se aleja. No está huyendo, pero Noelia y Keegan consiguieron empujarla. Por el momento está inutilizada. Y creo que se lo pensará dos veces antes de volver a atacarnos.

Tomás hizo un gesto aprobatorio. Había algo detrás suyo. No, algo no. Alguien. Uno de los visitantes. Miraba hacia la cámara, sorprendido.

— ¡Bien hecho, Raúl! ¡Sabía que podía confiar en vos para manejar la situación! ¡Felicitá a todos de mi parte, por favor!

Raúl sonrió.

— Ya lo hice, Señor.

— Bien. ¡Muy bien! ¡No pierdan de vista a Deragh! ¡Si vuelve a intentar atacarnos, vamos a tener que responder en serio! Vamos a estar en la enfermería. Cualquier novedad llamame allá.

Y cortó la comunicación.

Raúl se acomodó en la silla de mando. Una silla que apenas unos minutos atrás le había parecido demasiado grande para él. Gigante, monstruosa. Y sin embargo ahora la sentía bastante más cómoda. Casi como si hubiese sido diseñada para él.

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