PUENTE DE MANDO
Ya tenían contacto visual con las naves Canéridas. Tomás activó la pantalla principal. Allí estaban aquellos bultos deformes, construidos con absoluta prioridad hacia lo funcional por sobre lo estético. Muchas de esas naves iban a ser destruidas debido a sus órdenes. Odiaba pensar en ello, pero no podía evitarlo. "Y bueno, Tommy Boy. ¿Tú querías ser capitán de una nave espacial? ¡Ahí tienes! Ahora hazte cargo, que no todo es explorar nuevos mundos y observar nebulosas." Así le habló una parte suya que pocas veces le hablaba. Una que, en su cabeza, había adquirido la voz de su antiguo Capitán, David Stern. Era la voz del miedo.
Tomó aire. Miró a su alrededor. Su gente estaba lista. Sus amigos estaban listos. Era el momento de comenzar a dar órdenes.
— ¡Noelia, no te detengas por nada! ¡Señor Culbert, quiero refuerzos en los deflectores delanteros! ¡Y recuerda, Benjamin! ¡En lo posible dispara a los motores y armas!
Los Canéridos comenzaron a acercarse, buscando reducir el perímetro dentro del que se encontraba rodeada la Libertad. Un escuadrón de cinco naves se adelantó hacia ellos. Dispararon unos misiles que no alcanzaron a superar los deflectores. Era una prueba, como la vez anterior. Culbert solicitó a Gonzalo un análisis estructural de sus objetivos. No le fue difícil identificar los sistemas de propulsión y armas. Lo difícil iba a ser apuntarles, ya que cada nave parecía tener su propia configuración. Disparó una serie de rayos de plasma. Dos de las naves agresoras perdieron su impulso. Quedaron allí, flotando a la deriva, tan inútiles como un grito en el vacío. Las tres restantes pasaron rápidamente por babor. Tomás ordenó activar el ancla gravitacional. Noelia consiguió atrapar una de las pequeñas y amorfas naves. Dispararle fue un juego de niños al estar inmovilizada. Cuando la soltaron se quedó allí, flotando en la deriva cósmica, con sus armas y motores inutilizados. Las dos naves restantes se alejaron para unirse al grupo principal. Los Saledianos aconsejaron mantener el rumbo. Se los veía distintos, en cierta medida aliviados. Habían comenzado a confiar en las capacidades de la Libertad y su tripulación.
El escuadrón más cercano tomó una formación en forma de una pirámide acostada. Culbert lo entendió. Era una versión tridimensional de la formación V. Volando así todas las naves podían dispararles sin riesgo de golpear a uno de los suyos. Pero aquello tenía también un punto débil: si inutilizaba a las naves del centro de la formación piramidal podrían atravesar el bloqueo sin problemas. Le planteó la idea a Tomás, quien aceptó. Noelia programó el rumbo en curso directo de colisión hacia la nave que encabezaba el ataque, el vértice de la pirámide.
Culbert disparó una serie de misiles de racimo. Los Canéridos se defendieron contraatacando a los proyectiles con minas de antimateria. Claro que todo era parte de un plan de Culbert para poder identificar los sistemas de ataque de las naves y apuntar mejor sus armas. Las naves del centro de la pirámide fueron desactivadas.
Los Saledianos miraban sorprendidos los logros de la piloto y el artillero. Cruzaron sus miradas, complacidos.
Nadie respiró cuando la Libertad se adentró en la formación enemiga. Al llegar a ellos desde el frente, tras sobrepasarlos sólo tuvieron que seguir volando en línea recta, mientras que los Canéridos debieron iniciar un giro de ciento ochenta grados que los retrasó sin remedio. Gonzalo envió las últimas mediciones: los Canéridos volvían a quedar atrás.
Tomás le habló a los Saledianos:
— Si seguimos con este rumbo, ¿En cuánto tiempo podremos abandonar la zona de exclusión?
Buhr hizo cuentas mentalmente.
— Cuarenta minutos. Si no nos desviamos ni vuelven a atacarnos.
— Cuarenta minutos. — Repitió Tomás. — Dentro de cuarenta minutos nos vamos a estar riendo de todo esto, señor Buhr. Se lo prometo.
Cuarenta minutos después, Tomás aprendería una lección que nunca antes había tenido la necesidad de aprender: que no debía hacer promesas que no pudiese cumplir.
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